viernes, 28 de septiembre de 2018
viernes, 14 de septiembre de 2018
¿QUE ES EL PURGATORIO.?
¿QUE ES EL PURGATORIO.?
PIENSA EN EL PURGATORIO.
“Tengan piedad de mí, tengan piedad de mí, por lo menos ustedes mis amigos, porque la mano del Señor me ha tocado” (Job 19:21).
Esta es la conmovedora súplica que la Iglesia Purgante envía a sus amigos en la tierra. Tierra, comiencen, imploren su ayuda, en respuesta a la angustia más profunda. Muchos dependen de sus oraciones. Es incomprensible como algunos católicos vergonzosamente desatienden a las almas del Purgatorio. Pareciera que no creen en el Purgatorio. Ciertamente es que sus ideas acerca de ello son muy difusas.
¡Días y semanas y meses pasan sin que ellas reciban una Misa dicha por ellas! ¡Raramente también, oyen Misa por ellos, raramente rezan por ellos, raramente piensan en ellos! Entretanto tal vez su amigos y familiares en la tierras están gozando la plenitud de la salud y la felicidad, ocupados en sus trabajos, divirtiéndose.
Mientras las pobres almas sufren inenarrables agonías en sus lechos de llamas. ¿Cuál es la causa de esta horrible insensibilidad? Ignorancia: gruesa, inexplicable ignorancia. La gente no se da cuenta de lo que es el Purgatorio.
No conciben las espantosas penas, ni tienen idea de los largos años que las almas son retenidas en esas horribles llamas. Como resultado, hacen poco o nada para evitarse a sí mismos el Purgatorio, y aún peor, cruelmente ignoran a las pobres almas que ya están allí y que dependen enteramente de ellos para ser auxiliadas.
Es una prisión de fuego en la cual casi todas las almas salvadas son sumergidas después de la muerte y en la cual sufren las más intensas penas.
Aquí esta lo que los más grandes doctores de la iglesia nos dicen acerca del Purgatorio. Tan lastimoso es el sufrimiento de ellas que un minuto de ese horrible fuego parece ser un siglo.
Santo Tomás Aquino, el príncipe de los teólogos, dice que el fuego del Purgatorio es igual en intensidad al fuego del infierno. Y que el mínimo contacto con él es más aterrador que todos los sufrimientos posibles de esta tierra.
San Agustín, el más grande de todos los santos doctores, enseña que para ser purificadas de sus faltas previo a ser aceptada en el Cielo, las almas después de muertas son sujetas a un fuego más penetrante y más terrible que nadie pueda ver, sentir o concebir en esta vida.
Aunque este fuego está destinado a limpiar y purificar al alma, dice el Santo Doctor, aún es más agudo que cualquier cosa que podamos resistir en la Tierra.
San Cirilo de Alejandría no duda en decir que “sería preferible sufrir todos los posibles tormentos en la Tierra hasta el día final que pasar un solo día en el Purgatorio”.
Otro gran Santo dice: “Nuestro fuego, en comparación con el fuego del Purgatorio, es una brisa fresca”.
Otros santos hablan en idénticos términos de ese horrible fuego.
¿CÓMO ES QUE LAS PENAS DEL PURGATORIO SON TAN SEVERAS?
El fuego que vemos en la Tierra fue hecho por la bondad de Dios para nuestra comodidad y nuestro bienestar. A veces es usado como tormento, y es lo más terrible que podemos imaginar. El fuego del Purgatorio, por el contrario, está hecho por la Justicia de Dios para penar y purificarnos y es, por consiguiente, incomparablemente más severo.
Nuestro fuego, como máximo, arde hasta consumir nuestro cuerpo hecho de materia. Por el contrario el fuego del Purgatorio actúa sobre el alma espiritual, la cual es inexplicablemente más sensible a la pena. Cuanto más intenso es el fuego, más rápidamente destruye a su víctima, la cual por consiguiente cesa de sufrir.
Por cuanto el fuego del Purgatorio inflige el más agudo y la más violenta pena, pero nunca mata al alma ni le quita sensibilidad. Tan severo como el fuego del Purgatorio, es la pena de la separación de Dios, la cual el alma también sufre en el Purgatorio, y esta es la pena más severa.
El alma separada del cuerpo anhela con toda la intensidad de su naturaleza espiritual estar con Dios. Es consumida de intenso deseo de volar hacia Él. Aun es retenida, y no hay palabras para describir la angustia de esa aspiración insatisfecha.
Qué locura, entonces, es para un ser inteligente como el ser humano negar cualquier precaución para evitar tal espantoso hecho. Es infantil decir que no puede ser así, que no lo podemos entender, que es mejor no pensar o no hablar de ello.
El hecho es que, ya sea lo creamos o no, todas las penas del Purgatorio están más allá de lo que podamos imaginar o concebir. Estas son las palabras de San Agustín.
SOBRE EL PURGATORIO, ¿PUEDE TODO ESTO SER VERDAD?
La existencia del Purgatorio es tan cierta que ningún católico ha tenido nunca una duda acerca de ello. Fue enseñado desde los tiempos más remotos por la Iglesia y fue aceptada con indubitable fe cuando la Palabra de Dios fue predicada.
La doctrina es revelada en la Sagrada Escritura y creída por millones y millones de creyentes de todos los tiempos. Aún, tal como lo hemos remarcado, las ideas de algunos son tan vagas y superficiales en este tema tan importante, que son como personas que cierran sus ojos y caminan deliberadamente en el filo de un precipicio.
Harían bien en recordar que la mejor manera de acortar nuestra estadía en el Purgatorio – o aún más, evitarlo- es tener una clara idea de ello, y adoptar los remedios que Dios nos ofrece para evitarlo. No pensar en ello es fatal. Es cavarse a sí mismos la fosa, y prepararse para ellos mismos un terrorífico, largo y riguroso Purgatorio.
EL PRÍNCIPE POLACO.
Hubo un príncipe polaco, que por una razón política, fue exiliado de su país natal, y llegado a Francia, compró un hermoso castillo allí. Desafortunadamente, perdió la Fe de su infancia y estaba, a la sazón, ocupado en escribir un libro contra Dios y la existencia de la vida eterna.
Dando un paseo una noche en su jardín, él se encontró con una mujer que lloraba amargamente. Le preguntó el porqué de su desconsuelo. “¡Oh, príncipe, ella replicó, soy la esposa de John Marie, su mayordomo, el cual falleció hace dos días!
Él fue un buen marido y un devoto sirviente de Su Alteza.
Su enfermedad fue larga y gasté todos los ahorros en médicos, y ahora no tengo dinero para ir a ofrecer una Misa por su alma”. El príncipe, tocado por el desconsuelo de esta mujer, le dijo algunas palabras.
Y aunque profesaba ya no creer más en la vida eterna, le dio algunas monedas de oro para tener la Misa por ella y su difunto esposo. Un tiempo después, también de noche, el Príncipe estaba en su estudio trabajando febrilmente en su libro. Escuchó un ruidoso tocar a la puerta, y sin levantar la vista de sus escritos, invitó a quien fuese a entrar. La puerta se abrió y un hombre entró y se paró frente al escritorio de Su Majestad.
Al levantar la vista, cuál no sería la sorpresa del Príncipe al ver a Jean Marie, su mayordomo muerto, que lo miraba con una dulce sonrisa.
Príncipe, le dijo. “Vengo a agradecerle por las Misas que usted permitió que mi mujer pidiera por mi alma. Gracias a la Salvadora Sangre de Cristo, ofrecida por mí, voy ahora al Cielo. Pero Dios me ha permitido venir aquí y agradecerle por sus generosas limosnas”.
Luego el agregó solemnemente: “Príncipe, hay un Dios, una vida futura, un Cielo y un Infierno”.
Dicho esto, desapareció.
El Príncipe cayó de rodillas y recitó un ferviente Credo (“Creo en Dios Padre Todopoderoso…”)
SAN ANTONINO Y SU AMIGO.
San Antonino, el ilustre Arzobispo de Florencia, relata que un piadoso caballero había muerto, el cual tenía un amigo en un convento Dominicano en el cual el Santo residía.
Varias Misas fueron sufragadas por su alma. El Santo se afligió mucho cuando, después de un prolongado lapso, el alma del fallecido se le apareció, sufriendo muchísimo.
“Oh mi querido amigo” exclamó el Arzobispo, “¿estás todavía en el Purgatorio, tú, que llevaste tal piadosa y devota vida?”
“Así es, y tendré que permanecer aquí por un largo tiempo” replicó el pobre sufriente.
“Pues en mi vida en la Tierra fui negligente en ofrecer sufragios por las almas de Purgatorio.
Ahora, Dios por su justo juicio aplica los sufragios que debían ser aplicados por mí, en favor de aquellos por los cuales debí haber rezado”.
“Pero Dios, también, en su justicia, me dará todos los méritos de mis buenas obras cuando entre al Cielo; pero, primero de todo, tengo que expiar mi grave negligencia de no acordarme de los otros”.
Tan ciertas son las palabras de Nuestro Señor “Con la vara con que mides serás medido”.
Recuerda el terrible destino de ese piadoso caballero será el de aquellos que desechan orar y rehúsan ayudar a las Santas Almas.
¿CUÁNTO TIEMPO LAS ALMAS PERMANECEN EN EL PURGATORIO?
La extensión en tiempo por la cual las almas permanecen en el Purgatorio depende de:
El número de sus faltas
La malicia y la deliberación con que éstas fueron realizadas
La penitencia hecha, o no, la satisfacción hecha, o no, por los pecados cometidos durante la vida
Y también depende de los sufragios ofrecidos por ellos después de sus muertes.
Lo que se puede decir con seguridad es que, el tiempo que las almas pasan en el Purgatorio es, por regla general, mucho más larga que la gente puede imaginar.
Extraeremos algunas citas de libros que hablan de la vida y las revelaciones de los Santos.
San Luis Bertrand: su padre era un ejemplar cristiano, como naturalmente se podía esperar, siendo el padre de tan gran Santo. En un tiempo deseó llegar a ser un Monje Cartujo, hasta que Dios le hizo ver que no era Su voluntad.
Cuando murió, luego de largos años de practicar cada virtud cristiana, su hijo completamente al cuidado de los rigores de la justicia Divina, ofreció algunas Misas y elevó las más fervientes súplicas por el alma del cual él amó tanto.
Una visión de su padre en el Purgatorio lo obligó a multiplicar centenares de veces sus sufragios. Agregó las más severas penas y largos ayunos a sus Misas y oraciones. Aún ocho años completos pasaron antes que obtuviera la liberación de su padre.
San Malaquías tenía una hermana todavía en el Purgatorio
Lo cual hizo que redoblara sus esfuerzos, y asimismo, a pesar de las Misas, oraciones y heroicas mortificaciones ofrecidas por el Santo, ¡permaneció varios años retenida!
Se cuenta que una santa monja en Pamplona, la cual logró liberar varias Carmelitas del Purgatorio, las cuales permanecieron allí por el término de 30 a 40 años.
¡Monjas Carmelitas en el Purgatorio por 40, 50 o 60 años!
¿Cuál será el destino de aquellos que viven inmersos en las tentaciones del Mundo, y con sus cientos de debilidades?
San Vicente Ferrer, después de la muerte de su hermana, oró con increíble fervor por su alma y ofreció varias Misas por su liberación. Ella apareció al Santo al final de su Purgatorio, y le contó que si no fuera por su poderosa intercesión ante Dios, ella hubiera estado allí interminable tiempo.
En la Orden Dominicana es regla general orar por los Superiores en el aniversario de sus muertes. ¡Algunos de estos han muerto varios siglos atrás! Ellos fueron hombres eminentes por su piedad y sabiduría. Esta regla no sería aprobada por la Iglesia si no fuera necesaria y prudente.
No queremos significar con esto que todas las almas están retenidas por tiempos iguales en los fuegos expiatorios. Algunas han cometido faltas leves y han hecho penitencia en vida. Por lo tanto, su castigo será mucho menos severo.
Si esas almas, quienes gozaron del trato, quienes vieron, siguieron, y tuvieron la intercesión de grandes santos, son retenidas largo tiempo en el Purgatorio, ¿qué será de nosotros que no gozamos ninguno de esos privilegios?
¿POR QUÉ UNA EXPIACIÓN TAN PROLONGADA?
Las razones no son difíciles de entender. La malicia del pecado es muy grande. Lo que a nosotros nos parece una pequeña falta en realidad una seria ofensa contra la infinita bondad de Dios.
Es suficiente ver cómo los Santos se condolieron sobre sus faltas. Somos débiles, es nuestra tendencia. Es verdad, pero entonces Dios nos ofrece generosamente abundantes gracias para fortalecernos. Nos da la luz para ver la gravedad de nuestras faltas, y la fuerza necesaria para conquistar la tentación.
Si todavía somos débiles, la falta es toda nuestra. No usamos la luz y la fortaleza que Dios nos ofrece generosamente; no rezamos, no recibimos los Sacramentos como debiéramos.
Un eminente teólogo remarca que si las almas son condenadas al Infierno por toda la eternidad por el pecado mortal. No hay que asombrarse que otras almas debieran ser retenidas por largo tiempo en el Purgatorio quienes han cometido deliberadamente incontables pecados veniales.
Algunos de los cuales son tan graves que al tiempo de cometerlos el pecador escasamente distingue si son mortales o veniales.
También, ellos pueden haber cometido algunos pecados mortales por los cuales tuvieron poco arrepentimiento e hicieron poca o ninguna penitencia. La culpa ha sido remitida por la absolución, pero la pena debida por los pecados tendrá que ser pagada en el Purgatorio.
Nuestro Señor nos enseña que deberemos rendir cuentas por cada palabra que decimos y que no dejaremos la prisión hasta que no hayamos pagado hasta el último céntimo.(Mt 5:26).
Los Santos cometieron pocos y leves pecados, y todavía ellos sienten mucho y hacen severas penas. Nosotros cometemos muchos y gravísimos pecados, y nos arrepentimos poco y hacemos poca o ninguna penitencia.
PECADOS VENIALES.
Sería dificultoso calcular el inmenso número de pecados veniales que un católico comete. Hay un infinito número de faltas en el amor, egoísmo, pensamientos, palabras, actos de sensualidad, también en cientos de variantes.
Faltas de caridad en el pensamiento, palabra, obra, y omisión. Holgazanería, vanidad, celos, tibieza y otras innumerables faltas. Hay pecados por omisión que no pagamos. Amamos tan poco a Dios, y Él clama cientos de veces por nuestro amor. Lo tratamos fríamente, indiferentemente y hasta con ingratitud.
Él murió por cada uno de nosotros. ¿Le hemos agradecido como se debe? Él permanece día y noche en el Santísimo Sacramento del Altar, esperando por nuestras visitas, ansioso de ayudarnos. ¿Cuán a menudo vamos a Él?
Él ansía venir a nosotros en la Santa Comunión, y lo rechazamos. Él se ofrece a Si Mismo por nosotros en el Altar de cada Misa y da océanos de gracias a aquellos que asisten al Santo Sacrificio. ¡Aún algunos son tan holgazanes de ir a Su Calvario! ¡Qué abuso de gracias!
Nuestros corazones están llenos de amor a sí mismos, duros. Tenemos hogares felices, espléndida comida, vestido, y abundancia de todas las cosas. Muchos de nuestros prójimos viven en el hambre y la miseria, y le damos tan poco, mientras que vivimos en el despilfarro y gastamos en nosotros mismos sin necesidad.
La vida nos fue dada para servir a Dios, para salvar nuestras almas. ¡Muchos cristianos, sin embargo, están satisfechos de rezar cinco minutos a la mañana y cinco a la noche! El resto de las 24 horas están dedicados al trabajo, descanso y placer.
Diez minutos a Dios, a nuestras almas inmortales, al gran trabajo de nuestra salvación. ¡Veintitrés horas y cincuenta minutos a esta transitoria vida! ¿Es justo para Dios?
¡Nuestros trabajos, nuestros descansos y sufrimientos deberían ser hechos para Dios! Así debería ser, y nuestros méritos serían por supuesto grandes. La verdad es que hoy día pocos piensan en Dios durante el día. El gran objetivo de sus pensamientos son ellos mismos. Ellos piensan y trabajan y descansan para satisfacerse a sí mismos.
Dios ocupa un pequeñísimo espacio en sus días y sus mentes. Esto es un desaire a Su Amantísimo Corazón, el cual siempre piensa en nosotros.
Y AHORA, LOS PECADOS MORTALES.
Muchos cristianos cometen, desafortunadamente, pecados mortales durante sus vidas. Pero aunque los llevan al Sacramento de la confesión, no hacen satisfacción por ellos, como ya hemos dicho.
San Beda el venerable, opina que aquellos que pasan gran parte de su vida cometiendo graves pecados y confesándolos en su lecho de muerte, pueden llegar a ser retenidos en el Purgatorio hasta el Día Final.
Santa Gertrudis en sus revelaciones dice que aquellos que cometen muchos pecados graves y que no hayan hecho penitencia no gozan de ningún sufragio de la Iglesia por un considerable tiempo.
Todos esos pecados, mortales o veniales, se acumulan por 20, 30, 40, 60 años de nuestras vidas. Todos y cada uno deberán ser expiados para después de la muerte. Entonces, ¿es de asombrarse que algunas almas tengan que estar en el Purgatorio por tanto tiempo?
¿POR QUÉ Y PARA QUÉ REZAR POR LAS ÁNIMAS BENDITAS DEL PURGATORIO?
El gran Mandamiento de Nuestro Señor Jesucristo es que nos amemos los unos a los otros, genuina y sinceramente.
El Primer Gran Mandamiento es amar a Dios sobre todas las cosas.
El Segundo, o mejor dicho el corolario del Primero, es amar al prójimo como a nosotros mismos.
No es un consejo o un mero deseo del Todopoderoso. Es Su Gran Mandamiento, la base y esencia de Su Ley. Es tanta la verdad encerrada en esto que Él toma como donación todo aquello que hacemos por nuestro prójimo. Y como un rechazo hacia Él cuando rechazamos a nuestro prójimo.
Leemos en el Evangelio de San Mateo ( Mt 25:34-46), las palabras de Cristo que dirigirá a cada uno en el Día del Juicio Final.
Algunos católicos parecen pensar que su Ley ha caído en desuso, pues en estos días existe el egoísmo, el amor a sí mismo, y cada uno piensa en sí mismo y en su engrandecimiento personal. “Es inútil observar la Ley de Dios en estos días”, dicen, “cada uno debe mirar por sí mismo, o te hundes”. ¡No hay tal cosa! La ley de Dios es grandiosa y todavía y por siempre tendrá fuerza de ley.
Por eso, es más que nunca necesaria, más que nunca nuestro deber y por nuestro mayor interés.
ESTAMOS MORALMENTE OBLIGADOS A ROGAR POR LAS ANIMAS BENDITAS.
Siempre estamos obligados a amar y ayudar al otro. Pero cuanto mayor es la necesidad de nuestro prójimo, mayor y más estricta es nuestra obligación. No es un favor que podemos o no hacer, es nuestro deber; debemos ayudarnos unos a otros. Sería un monstruoso crimen, por caso, rehusar al poder y desposeído el alimento necesario para mantenerse vivo.
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Sería espantoso rehusar la ayuda a alguien en una gran necesidad, pasar de largo y no extender la mano para salvar a un hombre que se está hundiendo. No solamente debemos ayudar cuando es fácil y conveniente, sino que debemos hacer cualquier sacrificio para socorrer a nuestro hermano en dificultades. Ahora, ¿qué puede estar más urgido de caridad que las almas del Purgatorio? ¿Qué hambre o sed o sufrimiento en esta Tierra puede compararse con sus más terribles sufrimientos?
Ni el pobre, ni el enfermo, ni el sufriente que vemos a nuestro alrededor necesitan de tal urgente socorro. ¡Aún encontramos gente de buen corazón que se interesa en los sufrientes de esta vida, pero, escasamente encontramos a gente que trabaja por las Almas del Purgatorio!
¿Y quién puede necesitarnos más? Entre ellos, además, pueden estar nuestras madres, nuestros padres, amigos y seres queridos.
DIOS DESEA QUE LAS AYUDEMOS.
Ellas son los amigos más queridos. El desea ayudarlos; Él desea mucho tenerlos cerca de Él en el Cielo. Ellas nunca más lo ofenderán, y están destinadas a estar con Él por toda la Eternidad. La Verdad, la Justicia de Dios demanda expiación por los pecados. Pero por una asombrosa dispensación de Su Providencia Él pone en nuestras manos la posibilidad de asistirlos.
Él nos da el poder de aliviarlas y aún de liberarlas. Nada le place más a Dios que les ayudemos. Él está tan agradecido como si le ayudáramos a Él.
NUESTRA SEÑORA QUIERE QUE LOS AYUDEMOS.
Nunca, nunca una madre de esta tierra amó tan tiernamente a sus hijos fallecidos. Nunca nadie consuela como María busca consolar sus sufrientes niños en el Purgatorio, y tenerlos con Ella en el Cielo. Le daremos gran regocijo cada vez que llevamos fuera del Purgatorio a un alma.
LAS BENDITAS ÁNIMAS DEL PURGATORIO NOS DEVUELVEN EL MIL POR UNO.
Pero ¿qué podremos decir de los sentimientos de las Santas Almas? ¡Sería prácticamente imposible de describir su ilimitada gratitud con para aquellos que las ayudan!
Llenas de un inmenso deseo de pagar los favores hechos por ellas, ruegan por sus benefactores con un fervor tan grande, tan intenso, tan constante, que Dios no les puede negar nada.
Santa Catalina de Bologna dice: “He recibido muchos y grandes favores de los Santos, pero mucho más grandes de las Santas Almas (del Purgatorio)”.
Cuando finalmente son liberadas de sus penas y disfrutan de la beatitud del Cielo, lejos de olvidar a sus amigos de la Tierra, su gratitud no conoce límites. Postradas frente al Trono de Dios, no cesan de orar por aquellos que los ayudaron.
Por sus oraciones ellas protegen a sus amigos de los peligros y los protegen de los demonios que los asechan. No cesan de orar hasta ver a sus benefactores seguros en el Cielo, y serán por siempre sus más queridos, sinceros y mejores amigos.
Si los católicos solamente supieran cuan poderosos protectores se aseguran con sólo ayudar a las Ánimas Benditas, no serían tan remisos de orar por ellos.
LAS ÁNIMAS BENDITAS DEL PURGATORIO PUEDEN ACORTAR NUESTRO PROPIO PURGATORIO.
¡Otra gran gracia que obtenemos por orar por ellas es un corto y fácil Purgatorio, o su completa remisión!
San Juan Macías, sacerdote dominicano, tenía una maravillosa devoción a las Almas del Purgatorio. Él obtuvo por sus oraciones (principalmente por la recitación del Santo Rosario) ¡la liberación de un millón cuatrocientas mil almas!
En retribución, el obtuvo para sí mismo las más abundantes y extraordinarias gracias y esas almas vinieron a consolarlo en su lecho de muerte, y a acompañarlo hasta el Cielo. Este hecho es tan cierto que fue insertado por la Iglesia en la bula de decretaba su beatificación.
El Cardenal Baronio recuerda un evento similar. Fue llamado a asistir a un moribundo. De repente, un ejército de espíritus benditos apareció en el lecho de muerte, consolaron al moribundo, y disiparon a los demonios que gemían, en un desesperado intento por lograr su ruina.
Cuando el cardenal les preguntó quiénes eran, le respondieron que eran ocho mil almas que este hombre había liberado del Purgatorio gracias a sus oraciones y buenas obras. Fueron enviadas por Dios, según explicaron, para llevarlo al Cielo sin pasar un solo momento en el Purgatorio.
Santa Gertrudis fue ferozmente tentada por el demonio cuando estaba por morir. El espíritu demoníaco nos reserva una peligrosa y sutil tentación para nuestros últimos minutos. Como no pudo encontrar un asalto lo suficientemente inteligente para esta Santa, él pensó en molestarla su beatífica paz sugiriéndole que iba a pasar larguísimo tiempo en el Purgatorio puesto que ella desperdició sus propias indulgencias y sufragios en favor de otras almas.
Pero Nuestro Señor, no contento con enviar Sus Ángeles y las miles de almas que ella había liberado, fue en Persona para alejar a Satanás y confortar a su querida Santa. Él le dijo a Santa Gertrudis que a cambio de lo que ella había hecho por las ánimas benditas, le llevaría directo al Cielo y multiplicaría cientos de veces todos sus méritos.
El Beato Enrique Suso, de la Orden Dominicana, hizo un pacto con otro hermano de la Orden por el cual, cuando el primero de ellos muriera, el sobreviviente ofrecería dos Misas cada semana por su alma, y otras oraciones también.
Sucedió que su compañero murió primero, y el Beato Enrique comenzó inmediatamente a ofrecer las prometidas Misas. Continuó diciéndolas por un largo tiempo. Al final, suficientemente seguro que su santamente muerto amigo había alcanzado el Cielo, cesó de ofrecer las Misas.
Grande fue su arrepentimiento y consternación cuando el hermano muerto apareció frente a él sufriendo intensamente y reclamándole que no hubo celebrado las Misas prometidas.
El Beato Enrique replicó con gran arrepentimiento que no continuó con las Misas, creyendo que su amigo seguramente estaría disfrutando de la Visión Beatífica, pero agregó que siempre lo recordaba en sus oraciones. “Oh hermano Enrique, por favor dame las Misas, pues es la Preciosísima Sangre de Jesús lo que yo más necesito” lloraba la sufriente alma.
El Beato recomenzó a ofrecerlas, y con redoblado fervor, ofreció Misas y ruegos por su amigo hasta que recibió absoluta certeza de su liberación. Luego fue su turno de recibir gracias y bendiciones de toda clase por parte de su querido hermano liberado, y muchas más veces que las que hubiera esperado.
CÓMO PODEMOS AYUDAR A LAS BENDITAS ÁNIMAS DEL PURGATORIO.
La primera medida es unirse a la Asociación de las Santas Almas. Las condiciones son simples.
Tener tu nombre registrado en el Libro de la Asociación.
Oír Misa una vez a la semana (basta con la Misa del domingo) por las Santas Almas.
Rezar y promover la devoción a las Ánimas Benditas.
Contribuir una vez al año con un donativo a la Asociación, lo cual permite a la Asociación tener Misas perpetuas cada mes.
La segunda medida para ayudar a las Animas Benditas, es pidiendo Misas ofrecidas por ellas.
Esta es ciertamente la más eficaz de las medidas para liberarlas. Aquellos que no puedan ofrecer Misas, deberían asistir a cuanta Misa fuera posible por su intención.
Un hombre joven que ganaba un salario muy modesto le contó al autor de este libro:
“Mi esposa murió unos años antes. Tengo 10 misas ofrecidas por ella. No puedo hacer más por ella, pero oí 1000 misas por su querida alma”.
La recitación del Santo Rosario (con sus grandes indulgencias) y hacer el Vía Crucis (el cual es ricamente dador de indulgencias), son excelentes vías de ayuda a las almas.
San Juan Macías, como vimos, liberó del Purgatorio más de un millón de almas, principalmente recitando el Santo Rosario y ofreciendo sus indulgencias por ellas.
Otra fácil y eficaz forma de ayuda es la recitación constante de oraciones breves que contengan indulgencias (aplicando dichas indulgencias en favor de las almas del Purgatorio)
Mucha gente tiene la costumbre de decir 500, ó 1000 veces cada día la pequeña jaculatoria “Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío”, o la sola palabra “Jesús”.
Estas son las más consoladoras devociones
Ellas traen océanos de gracias a quien las practican y dan inmenso alivio a las Santas Almas.
Aquellos que digan las jaculatorias 500, o 1000 veces, ganan 300.000 días de indulgencias (ochocientos veintiún años de indulgencias) ¡Qué multitud de almas podemos liberar!
¿Cuánto no será la cantidad de almas liberadas al cabo de un mes, de un año, de cincuenta años?
Y a los que no dicen las jaculatorias… ¡que inmenso número de gracias y favores habrán perdido!
Es bastante posible -aunque no fácil- decir esas jaculatorias 1000 veces al día. Pero si no puedes decir 1000, por lo menos dilas 500, o 200 veces diarias.
Todavía otra poderosa oración es:
“Padre Eterno, te ofrezco la Preciosísima Sangre de Jesús, con todas las Misas dichas en el mundo en este día, por las Almas del Purgatorio”.
Nuestro Señor mostró a Santa Gertrudis un vasto número de almas dejando el Purgatorio (¡cerca de 1000 cada vez que se la recitaba!). Y yendo al Cielo como resultado de esta oración, la cual la Santa acostumbraba decir frecuentemente durante el día.
El acto heroico consiste en ofrecer a Dios en favor de las Almas del Purgatorio todos los trabajos de satisfacción que practicamos en nuestra vida y todos los sufragios que serán ofrecidos para nosotros después de nuestra muerte. Si Dios premia tan abundantemente la más insignificante limosna dadas por un pobre hombre en Su nombre,
¿Qué inmensa recompensa Él no dará a aquellos que ofrecen sus trabajos de satisfacción en vida y muerte por las Almas que Él ama tanto?
Este acto no evita que los sacerdotes ofrezcan Misas por las intenciones que ellos deseen, o que los laicos no recen por algunas personas u otras intenciones. Aconsejamos a todos realizar este acto.
LAS LIMOSNAS AYUDAN A LAS SANTAS ALMAS.
San Martin dio la mitad de su manto a un pobre mendigo, sólo para darse cuenta después que se lo había dado a Cristo. Nuestro Señor apareció al Santo y le agradeció.
El Beato Jordan de la Orden Dominica, nunca podía rehusar dar limosnas cuando se lo pedían en el nombre de Dios.
Un día él se había olvidado su monedero. Un pobre hombre imploraba una limosna por el amor de Dios.
En vez de descartarlo, Jordan, por entonces un estudiante, le dio su más preciado cinturón, el cual el apreciaba mucho.
Poco tiempo después, el entró a una Iglesia y encontró su cinturón circundando la cintura de una imagen de Cristo Crucificado.
El también, había dado sus limosnas a Cristo. Todos damos limosnas a Cristo.
En conclusión:
Dar todas las limosnas que podamos.
Pedir todas las Misas que estén en nuestro poder.
Escuchar todas las Misas, cuantas más, mejor.
Ofrecer todas nuestras penas y sufrimientos por la liberación de las Almas del Purgatorio.
Así liberaremos incontable cantidad de Almas del Purgatorio, las cuales nos pagarán 10000 veces más.
LO QUE HACEN LAS ANIMAS BENDITAS POR AQUELLOS QUE LAS AYUDAN.
San Alfonso María Ligorio decía que, aunque las santas Almas no pueden ya lograr méritos para sí mismas, pueden obtener para nosotros grandes gracias. No son, formalmente hablando, intercesores, como lo son los Santos, pero a través de la dulce Providencia de Dios, pueden obtener para nosotros asombrosos favores y librarnos de los demonios, enfermedades y peligros de toda clase.
Está más allá de toda duda, como ya hemos dicho, que nos devuelven miles de veces cada cosa que hagamos por ellos. Los siguientes hechos, unos pocos de todos los que podríamos mencionar, son suficientes para mostrar cuán poderosas y generosas amigas son estas Almas.
COMO UNA NIÑA ENCONTRÓ A SU MADRE.
Una pobre niña sirvienta en Francia llamada Jeanne Marie escuchó una vez un sermón sobre las Santas Almas, el cual dejó una impresión indeleble en su mente. Fue profundamente movida por el pensamiento del intenso e incesante sufrimiento que soportaban las pobres Almas, y se horrorizaba al ver cuán cruelmente eran olvidadas y dejadas de lado por sus amigos de la Tierra.
Otra cosa que la impresionó profundamente es oír que hay muchas almas que están tan cerca de su liberación, que una sola Misa sería suficiente para ellas. ¡Son retenidas largo tiempo, hasta años, sólo porque este último y necesario sufragio fue olvidado o negado!
Con una fe simple, Jeanne Marie resolvió que, costara lo que costara, ella tendría una Misa por las Pobres Almas cada mes, especialmente por las más cercanas al Cielo. Ella ahorraba un poquito, y a veces con dificultad, pero nunca falló en su promesa.
En una ocasión fue a París con su patrona, y la niña cayó enferma, por lo cual se vio obligada a ir al Hospital. Desafortunadamente, la enfermedad resultó ser de largo tratamiento, y su patrona tuvo que regresar a casa, deseando que su mucama pronto se reuniera con ella. Cuando al final la pobre sirvienta pudo dejar el hospital, y allí había dejado todos sus ahorros, de manera que sólo le quedaba en la mano un franco.
¿Qué hizo? ¿A dónde ir?
Visita de la Virgen al purgatorioDe repente, un pensamiento cruzó su mente y se acordó que no había ofrecido ese mes una Misa en favor de las Pobres Almas. ¡Pero tenía sólo un franco! Apenas le alcanzaría para comer.
Como tenía confianza que las Almas del Purgatorio le ayudarían, fue hasta una Iglesia y pidió hablar con un sacerdote, para que ofrezca una Misa, en favor de las Almas del Purgatorio. Él aceptó, aunque jamás imaginó que la modesta suma que la niña ofreció era el único dinero que la pobre niña poseía.
Al terminar el Santo Sacrificio, nuestra heroína dejó la Iglesia. Una cierta tristeza nubló su rostro, y se sintió totalmente perpleja. Un joven caballero, tocado por su evidente decepción, le preguntó si tenía algún problema y si podía ayudarla.
Ella le contó su historia brevemente, y finalizó diciendo cuanto deseaba trabajar. De alguna manera se sintió consolada por la forma en que el joven la escuchaba, y recobró la confianza.
“Será un placer ayudarte” dijo. “Conozco una dama que en este momento está buscando una sirvienta. Ven conmigo”. Y dicho esto le guio hasta una casa no muy lejos de allí y le pidió que ella tocara el timbre, asegurándole que encontraría trabajo.
En respuesta al toque de timbre, la dama de la casa abrió ella misma la puerta y preguntó a Jeanne Marie que quería. “Madame” dijo ella, “me dijeron que usted está buscando una mucama. No tengo trabajo y me agradaría tener el puesto”.
La dama estaba perpleja y replicó: “¿Quién pudo haberte dicho que necesitaba una mucama? ¿Hace sólo un par de minutos que acabo de despedir a la que tenía, acaso te has encontrado con ella?”
“No, Madame. La persona que me informó que usted necesitaba una mucama fue un joven caballero”.
“¡Imposible!”, exclamó la señora, “Ningún joven, de hecho nadie, pudo haberse enterado que necesitaba una mucama”.
“Pero Madame” —dijo la niña, apuntando un cuadro en la pared— “ése es el hombre que me lo dijo”.
“¡No, mi niña, ese es mi único hijo, que ha muerto hace ya más de un año!”
“Muerto o no” —aseguró la niña— “él fue el que me trajo hasta aquí, y aún me guio hasta la puerta. Vea la cicatriz en la frente. Lo reconocería donde fuera”.
Luego, le contó toda la historia, con su último franco, y de cómo ella obtenía Misas por las Santas Almas, especialmente por las más cercanas al Cielo.
Convencida al final de la veracidad de la historia de Jeanne Marie, la dama la recibió con los brazos abiertos.
“Ven, pero no como mi sirvienta, sino como mi querida hija. Tú has enviado a mi queridísimo hijo al Cielo. No tengo duda que él fue el que te trajo a mí”.
COMO UN NIÑO POBRE LLEGÓ A OBISPO, A CARDENAL Y A SANTO.
San Pedro Damian perdió a su padre y madre apenas nació. Uno de sus hermanos lo adoptó, pero lo trataba con aspereza, forzándolo a trabajar muy duro y alimentándolo muy mal y con escasa ropa.
Un día encontró una moneda de plata, que representaba para él una pequeña fortuna. Un amigo le aconsejó que lo usara para sí mismo, pues el dueño no podría ser hallado.
Para Pedro era difícil establecer en que lo gastaría, ya que tenía todo tipo de necesidades. Pero cambiando de pensar en su joven mente, decidió que lo mejor que podía hacer era pedir una Misa por las Almas del Purgatorio, en especial por las almas de sus queridos padres.
A costa de un gran sacrificio, transformó su pensamiento en hechos y las Misas fueron ofrecidas. Las almas del Purgatorio devolvieron su sacrificio más generosamente. Desde ese día en adelante notó un gran cambio en su destino.
Su hermano mayor lo llamó a la casa donde él vivía, y horrorizado por el maltrato que padecía, lo llevó a vivir consigo. Lo trató como a su propio hijo, y lo educó y cuidó con el más puro afecto.
Bendición sobre bendición, los más maravillosos talentos de Pedro salieron a la luz, y fue rápidamente promovido al sacerdocio. Algún tiempo después él fue elevado a la dignidad de Obispo, y finalmente Cardenal. Además, muchos milagros atestiguan su santidad, tanto que luego de su muerte fue canonizado y declarado Doctor de la Iglesia.
Estas maravillosas gracias vinieron a él después de una Misa ofrecida por las Santas Almas.
UNA AVENTURA EN LOS APENINOS.
pobre-alma-del-purgatorioUn grupo de sacerdotes fueron convocados a Roma para tratar un asunto de gravedad. Eran portadores de importantes documentos, y una gran suma de dinero les fue confiada para el santo Padre.
Atentos al hecho que los Apeninos, los cuales habían de cruzar, estaban infestados de forajidos, eligieron un guía de confianza. No había por aquel entonces túneles ni trenes para cruzar las montañas. Se encomendaron a la protección de las Animas Benditas del Purgatorio, y decidieron recitar el De Profundis cada hora por ellas. Cuando llegaron al corazón de las montañas, el que iba más adelante de todos dio la voz de alarma a la vez que espoleaba a los caballos a todo galope.
Mirando alrededor, los sacerdotes vieron a ambos lados del sendero fieras bandas de forajidos fuertemente armados y apuntándoles. Se vieron en una emboscada y estaban a la completa merced de los delincuentes. Después de una hora de temerario avance, el guía paró y mirando a los sacerdotes, dijo: “No puedo entender cómo escaparon. Esta gente nunca perdona a nadie”.
Los padres estaban convencidos que debían su seguridad a las Santas Almas, como luego se confirmaría con un hecho que disiparía toda duda. Cuando concluyeron su misión en Roma, uno de ellos fue destinado a la Ciudad Eterna, como capellán de una prisión.
No mucho después, uno de los más feroces bandidos en Italia fue capturado, y condenado a muerte por una larga serie de asesinatos y esperaba la ejecución en su celda. Ansioso de ganar su confianza, el capellán le contó sus aventuras, entre ellas las de los Apeninos.
El criminal manifestó gran interés en la historia. Cuando terminó el curita su relato, el asesino exclamó:
“¡Yo fui el líder de esa banda! Estábamos seguros de que ustedes portaban dinero y estábamos decididos a matarlos y saquearlos. Pero una fuerza invisible nos impidió disparar, pues queríamos hacerlo pero no podíamos”.
El capellán luego le contó al delincuente cómo se habían encomendado a la protección de las Almas del Purgatorio, y que ellos atribuían su liberación a su protección. El bandido no tuvo dificultad en creer. De hecho, hizo su conversión mucho más fácil. Murió con arrepentimiento.
CÓMO PIO IX SE CURÓ DE SU MALA MEMORIA.
El venerable pontífice Pio IX designó a un Santo y Prudente religioso llamado Tomaso como Obispo de la Diócesis. El sacerdote, alarmado por la responsabilidad puesta sobre él, comenzó encarecidamente a excusarse. Sus protestas fueron en vano. El Santo Padre sabía de sus méritos.
Agobiado por la aprehensión, el humilde religioso solicitó una audiencia con el Santo Padre y le confesó que tenía mala memoria, lo que resultaba ser un grave impedimento en el alto oficio encomendado a él. Pio IX respondió con una sonrisa: “Su diócesis es muy pequeña en comparación con la Iglesia Universal, la cual yo llevo sobre mis hombros. Tus cuidados son livianos en comparación con los míos.”
Agregó: “Yo también sufría un grave defecto de la memoria, pero prometí decir una ferviente oración diaria por las Animas Benditas, las cuales, en retribución, han obtenido para mí una excelente memoria.
Usted debería hacer lo mismo, estimado Padre, y tendrá en qué regocijarse”.
CUÁNTO MAS DAMOS, MAS RECIBIMOS.
Un hombre de negocios en Boston se unió a la Asociación de las Santas Almas y dio una alta suma de dinero anual para Misas y oraciones en favor de éstas. El Director de la Asociación se sorprendió de la generosidad del caballero, pues sabía que no era un hombre rico. Él le preguntó amablemente un día si las limosnas que él generosamente daba eran completamente suyas o eran colectas que el realizaba de otros.
El hombre respondió: “Todo lo que doy es mi propia ofrenda. No se alarme. No soy rico, usted piensa que doy más de lo que tengo. No es así, lejos de perder con mi caridad, las Animas Benditas ven que gano considerablemente más de lo que doy; a ellas no les gana nadie en generosidad”.
EL IMPRENTERO DE COLONIA.
William Freyssen, da su testimonio de como su hijo y esposa recobraron la salud gracias a las Almas del Purgatorio. Un día le encargaron imprimir un librito sobre el Purgatorio. Cuando realizaba las tareas de corrección del texto, su atención fue captada por los hechos narrados en el libro. Él aprendió por primera vez las maravillas que las Santas Almas pueden obrar por sus amigos.
Por aquel tiempo su hijo cayó gravemente enfermo, y pronto su estado se volvió desesperante. Recordando lo que había leído acerca del poder de las Santas Almas, Freyssen hizo la promesa solemne de imprimir mil libritos a su propia expensa, con su firma impresa. Fue a la iglesia y, una vez dentro, hizo un voto solemne. En ese momento una sensación de paz y confianza inundaron su alma.
A su retorno a casa, su hijo, que no podía tragar ni una gota de agua, pidió algo de comer. Al día siguiente estaba fuera de peligro y pronto, completamente curado. Al mismo tiempo, Freyssen ordenó imprimir los libros del Purgatorio para ser distribuidos, sabiendo que la mejor forma de obtener ayuda para las almas sufrientes, era interesando a mucha gente sobre el tema. Nadie que sabe sobre el sufrimiento de estas pobres almas, niega una oración a ellas.
El tiempo pasó, y una nueva tristeza se cernía sobre este imprentero. Esta vez su amada esposa cayó enferma y a pesar de todos los cuidados iba cada vez peor. Perdió el uso de razón y quedó casi completamente paralizada, de modo que los doctores no le dieron muchas esperanzas.
El marido, recordando todo lo que las Almas del Purgatorio habían hecho a su pequeño hijo, corrió otra vez a la Iglesia y prometió solemnemente, como otrora, imprimir 200 de los libros del Purgatorio, en principio, como urgente socorro de las Animas Benditas.
La aberración mental de su esposa cesó, y comenzó a mover su lengua y extremidades. En un corto período ella estaba perfectamente sana.
LA CURA DEL CANCER-
Joana de Menezes cuenta de su cura. Ella estaba sufriendo de un cáncer en la pierna y sumergida en un profundo dolor. Recordando lo que había oído sobre el poder de las Almas del Purgatorio, ella resolvió poner toda su confianza en ellas y ofrecer nueve Misas por ellas. Prometió publicar en el diario su curación, si esta se llevaba a cabo. Gradualmente el tumor y el cáncer desaparecieron.
UN ESCAPE DE UN ASALTO.
El Padre Luis Manaci, un celoso misionero, tenía gran devoción a las Almas del Purgatorio. Se encontró una vez realizando un viaje peligroso, pero con mucha confianza pidió a las Animas Benditas que lo protegieran de los peligros que se iría encontrando. Su camino bordeaba una zona desértica, en la cual se sabía que estaba infestada de peligrosas gavillas.
Cuando se encontraba rezando el Santo Rosario por las Almas, cuál no fue su sorpresa, de verse rodeado de una custodia de espíritus benditos. Pronto el descubrió la razón. Había pasado por una emboscada, pero las Santas Almas lo rodearon y lo taparon, tornándolo invisible para los miserables que buscaban su vida. Lo acompañaron hasta que estuvo seguro y fuera de peligro.
VOLVER A LA VIDA.
El Prior de Cirfontaines nos cuenta su historia: “Un joven de mi parroquia cayó enfermo de fiebre tifoidea. Sus padres vencidos por la pena y me pidieron que lo encomendara a las oraciones de los miembros de la Asociación de Santas Almas. Era un sábado. El chico estaba a las puertas de la muerte. Los doctores probaron todos los recursos, todos los remedios. Fue en vano. No podían hallar nada para mejorarlo. Yo era el único que tenía esperanzas. Sabía del poder de las Santas Almas pues había visto lo que podían hacer. El domingo rogué a los Asociados de las Santas Almas para que rogaran fervientemente por nuestro amigo enfermo. El lunes el peligro había pasado. El muchacho estaba curado”.
¡LEELO Y DESPIERTA!
“En mi larga vida”, escribe un sacerdote,” vi muchas manifestaciones de generosidad de los católicos por los pobres y necesitados, de acuerdo con lo que Nuestro Señor nos mandó hacer.”
“También noté que algunos católicos son, por supuesto, muy generosos y buenos. Algunos se preocupan por los pobres, otros por los enfermos. Leprosos, pacientes de cáncer, deficientes mentales, todos tienen amigos. Algunos prefieren ayudar a los jóvenes, los corazones de otros prefieren a los ancianos”.
“Lo más extraño de todas las cosas, es que nunca encontré ni un hombre, ni una mujer que se haya dedicado por completo, de todo corazón, a la más grande de las caridades, por los más necesitados, esto es, por las santas Almas del Purgatorio. Debe haber algunos que lo hacen, pero en mi larga y variada experiencia, no encontré ninguno”.
¡Y las palabras de este sacerdote son pura verdad!
Apelamos a aquellos que todavía no se han dedicado a sí mismos a alguna forma particular de caridad, para que se dediquen con todas sus energías a las Animas Benditas. Hagan todo lo que puedan personalmente, e induzcan a otros a hacer lo mismo.
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Fuente: Foros de la Virgen
Benditas Almas
Asociación para las Benditas Almas del Purgatorio.
PIENSA EN EL PURGATORIO.
“Tengan piedad de mí, tengan piedad de mí, por lo menos ustedes mis amigos, porque la mano del Señor me ha tocado” (Job 19:21).
Esta es la conmovedora súplica que la Iglesia Purgante envía a sus amigos en la tierra. Tierra, comiencen, imploren su ayuda, en respuesta a la angustia más profunda. Muchos dependen de sus oraciones. Es incomprensible como algunos católicos vergonzosamente desatienden a las almas del Purgatorio. Pareciera que no creen en el Purgatorio. Ciertamente es que sus ideas acerca de ello son muy difusas.
¡Días y semanas y meses pasan sin que ellas reciban una Misa dicha por ellas! ¡Raramente también, oyen Misa por ellos, raramente rezan por ellos, raramente piensan en ellos! Entretanto tal vez su amigos y familiares en la tierras están gozando la plenitud de la salud y la felicidad, ocupados en sus trabajos, divirtiéndose.
Mientras las pobres almas sufren inenarrables agonías en sus lechos de llamas. ¿Cuál es la causa de esta horrible insensibilidad? Ignorancia: gruesa, inexplicable ignorancia. La gente no se da cuenta de lo que es el Purgatorio.
No conciben las espantosas penas, ni tienen idea de los largos años que las almas son retenidas en esas horribles llamas. Como resultado, hacen poco o nada para evitarse a sí mismos el Purgatorio, y aún peor, cruelmente ignoran a las pobres almas que ya están allí y que dependen enteramente de ellos para ser auxiliadas.
Es una prisión de fuego en la cual casi todas las almas salvadas son sumergidas después de la muerte y en la cual sufren las más intensas penas.
Aquí esta lo que los más grandes doctores de la iglesia nos dicen acerca del Purgatorio. Tan lastimoso es el sufrimiento de ellas que un minuto de ese horrible fuego parece ser un siglo.
Santo Tomás Aquino, el príncipe de los teólogos, dice que el fuego del Purgatorio es igual en intensidad al fuego del infierno. Y que el mínimo contacto con él es más aterrador que todos los sufrimientos posibles de esta tierra.
San Agustín, el más grande de todos los santos doctores, enseña que para ser purificadas de sus faltas previo a ser aceptada en el Cielo, las almas después de muertas son sujetas a un fuego más penetrante y más terrible que nadie pueda ver, sentir o concebir en esta vida.
Aunque este fuego está destinado a limpiar y purificar al alma, dice el Santo Doctor, aún es más agudo que cualquier cosa que podamos resistir en la Tierra.
San Cirilo de Alejandría no duda en decir que “sería preferible sufrir todos los posibles tormentos en la Tierra hasta el día final que pasar un solo día en el Purgatorio”.
Otro gran Santo dice: “Nuestro fuego, en comparación con el fuego del Purgatorio, es una brisa fresca”.
Otros santos hablan en idénticos términos de ese horrible fuego.
¿CÓMO ES QUE LAS PENAS DEL PURGATORIO SON TAN SEVERAS?
El fuego que vemos en la Tierra fue hecho por la bondad de Dios para nuestra comodidad y nuestro bienestar. A veces es usado como tormento, y es lo más terrible que podemos imaginar. El fuego del Purgatorio, por el contrario, está hecho por la Justicia de Dios para penar y purificarnos y es, por consiguiente, incomparablemente más severo.
Nuestro fuego, como máximo, arde hasta consumir nuestro cuerpo hecho de materia. Por el contrario el fuego del Purgatorio actúa sobre el alma espiritual, la cual es inexplicablemente más sensible a la pena. Cuanto más intenso es el fuego, más rápidamente destruye a su víctima, la cual por consiguiente cesa de sufrir.
Por cuanto el fuego del Purgatorio inflige el más agudo y la más violenta pena, pero nunca mata al alma ni le quita sensibilidad. Tan severo como el fuego del Purgatorio, es la pena de la separación de Dios, la cual el alma también sufre en el Purgatorio, y esta es la pena más severa.
El alma separada del cuerpo anhela con toda la intensidad de su naturaleza espiritual estar con Dios. Es consumida de intenso deseo de volar hacia Él. Aun es retenida, y no hay palabras para describir la angustia de esa aspiración insatisfecha.
Qué locura, entonces, es para un ser inteligente como el ser humano negar cualquier precaución para evitar tal espantoso hecho. Es infantil decir que no puede ser así, que no lo podemos entender, que es mejor no pensar o no hablar de ello.
El hecho es que, ya sea lo creamos o no, todas las penas del Purgatorio están más allá de lo que podamos imaginar o concebir. Estas son las palabras de San Agustín.
SOBRE EL PURGATORIO, ¿PUEDE TODO ESTO SER VERDAD?
La existencia del Purgatorio es tan cierta que ningún católico ha tenido nunca una duda acerca de ello. Fue enseñado desde los tiempos más remotos por la Iglesia y fue aceptada con indubitable fe cuando la Palabra de Dios fue predicada.
La doctrina es revelada en la Sagrada Escritura y creída por millones y millones de creyentes de todos los tiempos. Aún, tal como lo hemos remarcado, las ideas de algunos son tan vagas y superficiales en este tema tan importante, que son como personas que cierran sus ojos y caminan deliberadamente en el filo de un precipicio.
Harían bien en recordar que la mejor manera de acortar nuestra estadía en el Purgatorio – o aún más, evitarlo- es tener una clara idea de ello, y adoptar los remedios que Dios nos ofrece para evitarlo. No pensar en ello es fatal. Es cavarse a sí mismos la fosa, y prepararse para ellos mismos un terrorífico, largo y riguroso Purgatorio.
EL PRÍNCIPE POLACO.
Hubo un príncipe polaco, que por una razón política, fue exiliado de su país natal, y llegado a Francia, compró un hermoso castillo allí. Desafortunadamente, perdió la Fe de su infancia y estaba, a la sazón, ocupado en escribir un libro contra Dios y la existencia de la vida eterna.
Dando un paseo una noche en su jardín, él se encontró con una mujer que lloraba amargamente. Le preguntó el porqué de su desconsuelo. “¡Oh, príncipe, ella replicó, soy la esposa de John Marie, su mayordomo, el cual falleció hace dos días!
Él fue un buen marido y un devoto sirviente de Su Alteza.
Su enfermedad fue larga y gasté todos los ahorros en médicos, y ahora no tengo dinero para ir a ofrecer una Misa por su alma”. El príncipe, tocado por el desconsuelo de esta mujer, le dijo algunas palabras.
Y aunque profesaba ya no creer más en la vida eterna, le dio algunas monedas de oro para tener la Misa por ella y su difunto esposo. Un tiempo después, también de noche, el Príncipe estaba en su estudio trabajando febrilmente en su libro. Escuchó un ruidoso tocar a la puerta, y sin levantar la vista de sus escritos, invitó a quien fuese a entrar. La puerta se abrió y un hombre entró y se paró frente al escritorio de Su Majestad.
Al levantar la vista, cuál no sería la sorpresa del Príncipe al ver a Jean Marie, su mayordomo muerto, que lo miraba con una dulce sonrisa.
Príncipe, le dijo. “Vengo a agradecerle por las Misas que usted permitió que mi mujer pidiera por mi alma. Gracias a la Salvadora Sangre de Cristo, ofrecida por mí, voy ahora al Cielo. Pero Dios me ha permitido venir aquí y agradecerle por sus generosas limosnas”.
Luego el agregó solemnemente: “Príncipe, hay un Dios, una vida futura, un Cielo y un Infierno”.
Dicho esto, desapareció.
El Príncipe cayó de rodillas y recitó un ferviente Credo (“Creo en Dios Padre Todopoderoso…”)
SAN ANTONINO Y SU AMIGO.
San Antonino, el ilustre Arzobispo de Florencia, relata que un piadoso caballero había muerto, el cual tenía un amigo en un convento Dominicano en el cual el Santo residía.
Varias Misas fueron sufragadas por su alma. El Santo se afligió mucho cuando, después de un prolongado lapso, el alma del fallecido se le apareció, sufriendo muchísimo.
“Oh mi querido amigo” exclamó el Arzobispo, “¿estás todavía en el Purgatorio, tú, que llevaste tal piadosa y devota vida?”
“Así es, y tendré que permanecer aquí por un largo tiempo” replicó el pobre sufriente.
“Pues en mi vida en la Tierra fui negligente en ofrecer sufragios por las almas de Purgatorio.
Ahora, Dios por su justo juicio aplica los sufragios que debían ser aplicados por mí, en favor de aquellos por los cuales debí haber rezado”.
“Pero Dios, también, en su justicia, me dará todos los méritos de mis buenas obras cuando entre al Cielo; pero, primero de todo, tengo que expiar mi grave negligencia de no acordarme de los otros”.
Tan ciertas son las palabras de Nuestro Señor “Con la vara con que mides serás medido”.
Recuerda el terrible destino de ese piadoso caballero será el de aquellos que desechan orar y rehúsan ayudar a las Santas Almas.
¿CUÁNTO TIEMPO LAS ALMAS PERMANECEN EN EL PURGATORIO?
La extensión en tiempo por la cual las almas permanecen en el Purgatorio depende de:
El número de sus faltas
La malicia y la deliberación con que éstas fueron realizadas
La penitencia hecha, o no, la satisfacción hecha, o no, por los pecados cometidos durante la vida
Y también depende de los sufragios ofrecidos por ellos después de sus muertes.
Lo que se puede decir con seguridad es que, el tiempo que las almas pasan en el Purgatorio es, por regla general, mucho más larga que la gente puede imaginar.
Extraeremos algunas citas de libros que hablan de la vida y las revelaciones de los Santos.
San Luis Bertrand: su padre era un ejemplar cristiano, como naturalmente se podía esperar, siendo el padre de tan gran Santo. En un tiempo deseó llegar a ser un Monje Cartujo, hasta que Dios le hizo ver que no era Su voluntad.
Cuando murió, luego de largos años de practicar cada virtud cristiana, su hijo completamente al cuidado de los rigores de la justicia Divina, ofreció algunas Misas y elevó las más fervientes súplicas por el alma del cual él amó tanto.
Una visión de su padre en el Purgatorio lo obligó a multiplicar centenares de veces sus sufragios. Agregó las más severas penas y largos ayunos a sus Misas y oraciones. Aún ocho años completos pasaron antes que obtuviera la liberación de su padre.
San Malaquías tenía una hermana todavía en el Purgatorio
Lo cual hizo que redoblara sus esfuerzos, y asimismo, a pesar de las Misas, oraciones y heroicas mortificaciones ofrecidas por el Santo, ¡permaneció varios años retenida!
Se cuenta que una santa monja en Pamplona, la cual logró liberar varias Carmelitas del Purgatorio, las cuales permanecieron allí por el término de 30 a 40 años.
¡Monjas Carmelitas en el Purgatorio por 40, 50 o 60 años!
¿Cuál será el destino de aquellos que viven inmersos en las tentaciones del Mundo, y con sus cientos de debilidades?
San Vicente Ferrer, después de la muerte de su hermana, oró con increíble fervor por su alma y ofreció varias Misas por su liberación. Ella apareció al Santo al final de su Purgatorio, y le contó que si no fuera por su poderosa intercesión ante Dios, ella hubiera estado allí interminable tiempo.
En la Orden Dominicana es regla general orar por los Superiores en el aniversario de sus muertes. ¡Algunos de estos han muerto varios siglos atrás! Ellos fueron hombres eminentes por su piedad y sabiduría. Esta regla no sería aprobada por la Iglesia si no fuera necesaria y prudente.
No queremos significar con esto que todas las almas están retenidas por tiempos iguales en los fuegos expiatorios. Algunas han cometido faltas leves y han hecho penitencia en vida. Por lo tanto, su castigo será mucho menos severo.
Si esas almas, quienes gozaron del trato, quienes vieron, siguieron, y tuvieron la intercesión de grandes santos, son retenidas largo tiempo en el Purgatorio, ¿qué será de nosotros que no gozamos ninguno de esos privilegios?
¿POR QUÉ UNA EXPIACIÓN TAN PROLONGADA?
Las razones no son difíciles de entender. La malicia del pecado es muy grande. Lo que a nosotros nos parece una pequeña falta en realidad una seria ofensa contra la infinita bondad de Dios.
Es suficiente ver cómo los Santos se condolieron sobre sus faltas. Somos débiles, es nuestra tendencia. Es verdad, pero entonces Dios nos ofrece generosamente abundantes gracias para fortalecernos. Nos da la luz para ver la gravedad de nuestras faltas, y la fuerza necesaria para conquistar la tentación.
Si todavía somos débiles, la falta es toda nuestra. No usamos la luz y la fortaleza que Dios nos ofrece generosamente; no rezamos, no recibimos los Sacramentos como debiéramos.
Un eminente teólogo remarca que si las almas son condenadas al Infierno por toda la eternidad por el pecado mortal. No hay que asombrarse que otras almas debieran ser retenidas por largo tiempo en el Purgatorio quienes han cometido deliberadamente incontables pecados veniales.
Algunos de los cuales son tan graves que al tiempo de cometerlos el pecador escasamente distingue si son mortales o veniales.
También, ellos pueden haber cometido algunos pecados mortales por los cuales tuvieron poco arrepentimiento e hicieron poca o ninguna penitencia. La culpa ha sido remitida por la absolución, pero la pena debida por los pecados tendrá que ser pagada en el Purgatorio.
Nuestro Señor nos enseña que deberemos rendir cuentas por cada palabra que decimos y que no dejaremos la prisión hasta que no hayamos pagado hasta el último céntimo.(Mt 5:26).
Los Santos cometieron pocos y leves pecados, y todavía ellos sienten mucho y hacen severas penas. Nosotros cometemos muchos y gravísimos pecados, y nos arrepentimos poco y hacemos poca o ninguna penitencia.
PECADOS VENIALES.
Sería dificultoso calcular el inmenso número de pecados veniales que un católico comete. Hay un infinito número de faltas en el amor, egoísmo, pensamientos, palabras, actos de sensualidad, también en cientos de variantes.
Faltas de caridad en el pensamiento, palabra, obra, y omisión. Holgazanería, vanidad, celos, tibieza y otras innumerables faltas. Hay pecados por omisión que no pagamos. Amamos tan poco a Dios, y Él clama cientos de veces por nuestro amor. Lo tratamos fríamente, indiferentemente y hasta con ingratitud.
Él murió por cada uno de nosotros. ¿Le hemos agradecido como se debe? Él permanece día y noche en el Santísimo Sacramento del Altar, esperando por nuestras visitas, ansioso de ayudarnos. ¿Cuán a menudo vamos a Él?
Él ansía venir a nosotros en la Santa Comunión, y lo rechazamos. Él se ofrece a Si Mismo por nosotros en el Altar de cada Misa y da océanos de gracias a aquellos que asisten al Santo Sacrificio. ¡Aún algunos son tan holgazanes de ir a Su Calvario! ¡Qué abuso de gracias!
Nuestros corazones están llenos de amor a sí mismos, duros. Tenemos hogares felices, espléndida comida, vestido, y abundancia de todas las cosas. Muchos de nuestros prójimos viven en el hambre y la miseria, y le damos tan poco, mientras que vivimos en el despilfarro y gastamos en nosotros mismos sin necesidad.
La vida nos fue dada para servir a Dios, para salvar nuestras almas. ¡Muchos cristianos, sin embargo, están satisfechos de rezar cinco minutos a la mañana y cinco a la noche! El resto de las 24 horas están dedicados al trabajo, descanso y placer.
Diez minutos a Dios, a nuestras almas inmortales, al gran trabajo de nuestra salvación. ¡Veintitrés horas y cincuenta minutos a esta transitoria vida! ¿Es justo para Dios?
¡Nuestros trabajos, nuestros descansos y sufrimientos deberían ser hechos para Dios! Así debería ser, y nuestros méritos serían por supuesto grandes. La verdad es que hoy día pocos piensan en Dios durante el día. El gran objetivo de sus pensamientos son ellos mismos. Ellos piensan y trabajan y descansan para satisfacerse a sí mismos.
Dios ocupa un pequeñísimo espacio en sus días y sus mentes. Esto es un desaire a Su Amantísimo Corazón, el cual siempre piensa en nosotros.
Y AHORA, LOS PECADOS MORTALES.
Muchos cristianos cometen, desafortunadamente, pecados mortales durante sus vidas. Pero aunque los llevan al Sacramento de la confesión, no hacen satisfacción por ellos, como ya hemos dicho.
San Beda el venerable, opina que aquellos que pasan gran parte de su vida cometiendo graves pecados y confesándolos en su lecho de muerte, pueden llegar a ser retenidos en el Purgatorio hasta el Día Final.
Santa Gertrudis en sus revelaciones dice que aquellos que cometen muchos pecados graves y que no hayan hecho penitencia no gozan de ningún sufragio de la Iglesia por un considerable tiempo.
Todos esos pecados, mortales o veniales, se acumulan por 20, 30, 40, 60 años de nuestras vidas. Todos y cada uno deberán ser expiados para después de la muerte. Entonces, ¿es de asombrarse que algunas almas tengan que estar en el Purgatorio por tanto tiempo?
¿POR QUÉ Y PARA QUÉ REZAR POR LAS ÁNIMAS BENDITAS DEL PURGATORIO?
El gran Mandamiento de Nuestro Señor Jesucristo es que nos amemos los unos a los otros, genuina y sinceramente.
El Primer Gran Mandamiento es amar a Dios sobre todas las cosas.
El Segundo, o mejor dicho el corolario del Primero, es amar al prójimo como a nosotros mismos.
No es un consejo o un mero deseo del Todopoderoso. Es Su Gran Mandamiento, la base y esencia de Su Ley. Es tanta la verdad encerrada en esto que Él toma como donación todo aquello que hacemos por nuestro prójimo. Y como un rechazo hacia Él cuando rechazamos a nuestro prójimo.
Leemos en el Evangelio de San Mateo ( Mt 25:34-46), las palabras de Cristo que dirigirá a cada uno en el Día del Juicio Final.
Algunos católicos parecen pensar que su Ley ha caído en desuso, pues en estos días existe el egoísmo, el amor a sí mismo, y cada uno piensa en sí mismo y en su engrandecimiento personal. “Es inútil observar la Ley de Dios en estos días”, dicen, “cada uno debe mirar por sí mismo, o te hundes”. ¡No hay tal cosa! La ley de Dios es grandiosa y todavía y por siempre tendrá fuerza de ley.
Por eso, es más que nunca necesaria, más que nunca nuestro deber y por nuestro mayor interés.
ESTAMOS MORALMENTE OBLIGADOS A ROGAR POR LAS ANIMAS BENDITAS.
Siempre estamos obligados a amar y ayudar al otro. Pero cuanto mayor es la necesidad de nuestro prójimo, mayor y más estricta es nuestra obligación. No es un favor que podemos o no hacer, es nuestro deber; debemos ayudarnos unos a otros. Sería un monstruoso crimen, por caso, rehusar al poder y desposeído el alimento necesario para mantenerse vivo.
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Sería espantoso rehusar la ayuda a alguien en una gran necesidad, pasar de largo y no extender la mano para salvar a un hombre que se está hundiendo. No solamente debemos ayudar cuando es fácil y conveniente, sino que debemos hacer cualquier sacrificio para socorrer a nuestro hermano en dificultades. Ahora, ¿qué puede estar más urgido de caridad que las almas del Purgatorio? ¿Qué hambre o sed o sufrimiento en esta Tierra puede compararse con sus más terribles sufrimientos?
Ni el pobre, ni el enfermo, ni el sufriente que vemos a nuestro alrededor necesitan de tal urgente socorro. ¡Aún encontramos gente de buen corazón que se interesa en los sufrientes de esta vida, pero, escasamente encontramos a gente que trabaja por las Almas del Purgatorio!
¿Y quién puede necesitarnos más? Entre ellos, además, pueden estar nuestras madres, nuestros padres, amigos y seres queridos.
DIOS DESEA QUE LAS AYUDEMOS.
Ellas son los amigos más queridos. El desea ayudarlos; Él desea mucho tenerlos cerca de Él en el Cielo. Ellas nunca más lo ofenderán, y están destinadas a estar con Él por toda la Eternidad. La Verdad, la Justicia de Dios demanda expiación por los pecados. Pero por una asombrosa dispensación de Su Providencia Él pone en nuestras manos la posibilidad de asistirlos.
Él nos da el poder de aliviarlas y aún de liberarlas. Nada le place más a Dios que les ayudemos. Él está tan agradecido como si le ayudáramos a Él.
NUESTRA SEÑORA QUIERE QUE LOS AYUDEMOS.
Nunca, nunca una madre de esta tierra amó tan tiernamente a sus hijos fallecidos. Nunca nadie consuela como María busca consolar sus sufrientes niños en el Purgatorio, y tenerlos con Ella en el Cielo. Le daremos gran regocijo cada vez que llevamos fuera del Purgatorio a un alma.
LAS BENDITAS ÁNIMAS DEL PURGATORIO NOS DEVUELVEN EL MIL POR UNO.
Pero ¿qué podremos decir de los sentimientos de las Santas Almas? ¡Sería prácticamente imposible de describir su ilimitada gratitud con para aquellos que las ayudan!
Llenas de un inmenso deseo de pagar los favores hechos por ellas, ruegan por sus benefactores con un fervor tan grande, tan intenso, tan constante, que Dios no les puede negar nada.
Santa Catalina de Bologna dice: “He recibido muchos y grandes favores de los Santos, pero mucho más grandes de las Santas Almas (del Purgatorio)”.
Cuando finalmente son liberadas de sus penas y disfrutan de la beatitud del Cielo, lejos de olvidar a sus amigos de la Tierra, su gratitud no conoce límites. Postradas frente al Trono de Dios, no cesan de orar por aquellos que los ayudaron.
Por sus oraciones ellas protegen a sus amigos de los peligros y los protegen de los demonios que los asechan. No cesan de orar hasta ver a sus benefactores seguros en el Cielo, y serán por siempre sus más queridos, sinceros y mejores amigos.
Si los católicos solamente supieran cuan poderosos protectores se aseguran con sólo ayudar a las Ánimas Benditas, no serían tan remisos de orar por ellos.
LAS ÁNIMAS BENDITAS DEL PURGATORIO PUEDEN ACORTAR NUESTRO PROPIO PURGATORIO.
¡Otra gran gracia que obtenemos por orar por ellas es un corto y fácil Purgatorio, o su completa remisión!
San Juan Macías, sacerdote dominicano, tenía una maravillosa devoción a las Almas del Purgatorio. Él obtuvo por sus oraciones (principalmente por la recitación del Santo Rosario) ¡la liberación de un millón cuatrocientas mil almas!
En retribución, el obtuvo para sí mismo las más abundantes y extraordinarias gracias y esas almas vinieron a consolarlo en su lecho de muerte, y a acompañarlo hasta el Cielo. Este hecho es tan cierto que fue insertado por la Iglesia en la bula de decretaba su beatificación.
El Cardenal Baronio recuerda un evento similar. Fue llamado a asistir a un moribundo. De repente, un ejército de espíritus benditos apareció en el lecho de muerte, consolaron al moribundo, y disiparon a los demonios que gemían, en un desesperado intento por lograr su ruina.
Cuando el cardenal les preguntó quiénes eran, le respondieron que eran ocho mil almas que este hombre había liberado del Purgatorio gracias a sus oraciones y buenas obras. Fueron enviadas por Dios, según explicaron, para llevarlo al Cielo sin pasar un solo momento en el Purgatorio.
Santa Gertrudis fue ferozmente tentada por el demonio cuando estaba por morir. El espíritu demoníaco nos reserva una peligrosa y sutil tentación para nuestros últimos minutos. Como no pudo encontrar un asalto lo suficientemente inteligente para esta Santa, él pensó en molestarla su beatífica paz sugiriéndole que iba a pasar larguísimo tiempo en el Purgatorio puesto que ella desperdició sus propias indulgencias y sufragios en favor de otras almas.
Pero Nuestro Señor, no contento con enviar Sus Ángeles y las miles de almas que ella había liberado, fue en Persona para alejar a Satanás y confortar a su querida Santa. Él le dijo a Santa Gertrudis que a cambio de lo que ella había hecho por las ánimas benditas, le llevaría directo al Cielo y multiplicaría cientos de veces todos sus méritos.
El Beato Enrique Suso, de la Orden Dominicana, hizo un pacto con otro hermano de la Orden por el cual, cuando el primero de ellos muriera, el sobreviviente ofrecería dos Misas cada semana por su alma, y otras oraciones también.
Sucedió que su compañero murió primero, y el Beato Enrique comenzó inmediatamente a ofrecer las prometidas Misas. Continuó diciéndolas por un largo tiempo. Al final, suficientemente seguro que su santamente muerto amigo había alcanzado el Cielo, cesó de ofrecer las Misas.
Grande fue su arrepentimiento y consternación cuando el hermano muerto apareció frente a él sufriendo intensamente y reclamándole que no hubo celebrado las Misas prometidas.
El Beato Enrique replicó con gran arrepentimiento que no continuó con las Misas, creyendo que su amigo seguramente estaría disfrutando de la Visión Beatífica, pero agregó que siempre lo recordaba en sus oraciones. “Oh hermano Enrique, por favor dame las Misas, pues es la Preciosísima Sangre de Jesús lo que yo más necesito” lloraba la sufriente alma.
El Beato recomenzó a ofrecerlas, y con redoblado fervor, ofreció Misas y ruegos por su amigo hasta que recibió absoluta certeza de su liberación. Luego fue su turno de recibir gracias y bendiciones de toda clase por parte de su querido hermano liberado, y muchas más veces que las que hubiera esperado.
CÓMO PODEMOS AYUDAR A LAS BENDITAS ÁNIMAS DEL PURGATORIO.
La primera medida es unirse a la Asociación de las Santas Almas. Las condiciones son simples.
Tener tu nombre registrado en el Libro de la Asociación.
Oír Misa una vez a la semana (basta con la Misa del domingo) por las Santas Almas.
Rezar y promover la devoción a las Ánimas Benditas.
Contribuir una vez al año con un donativo a la Asociación, lo cual permite a la Asociación tener Misas perpetuas cada mes.
La segunda medida para ayudar a las Animas Benditas, es pidiendo Misas ofrecidas por ellas.
Esta es ciertamente la más eficaz de las medidas para liberarlas. Aquellos que no puedan ofrecer Misas, deberían asistir a cuanta Misa fuera posible por su intención.
Un hombre joven que ganaba un salario muy modesto le contó al autor de este libro:
“Mi esposa murió unos años antes. Tengo 10 misas ofrecidas por ella. No puedo hacer más por ella, pero oí 1000 misas por su querida alma”.
La recitación del Santo Rosario (con sus grandes indulgencias) y hacer el Vía Crucis (el cual es ricamente dador de indulgencias), son excelentes vías de ayuda a las almas.
San Juan Macías, como vimos, liberó del Purgatorio más de un millón de almas, principalmente recitando el Santo Rosario y ofreciendo sus indulgencias por ellas.
Otra fácil y eficaz forma de ayuda es la recitación constante de oraciones breves que contengan indulgencias (aplicando dichas indulgencias en favor de las almas del Purgatorio)
Mucha gente tiene la costumbre de decir 500, ó 1000 veces cada día la pequeña jaculatoria “Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío”, o la sola palabra “Jesús”.
Estas son las más consoladoras devociones
Ellas traen océanos de gracias a quien las practican y dan inmenso alivio a las Santas Almas.
Aquellos que digan las jaculatorias 500, o 1000 veces, ganan 300.000 días de indulgencias (ochocientos veintiún años de indulgencias) ¡Qué multitud de almas podemos liberar!
¿Cuánto no será la cantidad de almas liberadas al cabo de un mes, de un año, de cincuenta años?
Y a los que no dicen las jaculatorias… ¡que inmenso número de gracias y favores habrán perdido!
Es bastante posible -aunque no fácil- decir esas jaculatorias 1000 veces al día. Pero si no puedes decir 1000, por lo menos dilas 500, o 200 veces diarias.
Todavía otra poderosa oración es:
“Padre Eterno, te ofrezco la Preciosísima Sangre de Jesús, con todas las Misas dichas en el mundo en este día, por las Almas del Purgatorio”.
Nuestro Señor mostró a Santa Gertrudis un vasto número de almas dejando el Purgatorio (¡cerca de 1000 cada vez que se la recitaba!). Y yendo al Cielo como resultado de esta oración, la cual la Santa acostumbraba decir frecuentemente durante el día.
El acto heroico consiste en ofrecer a Dios en favor de las Almas del Purgatorio todos los trabajos de satisfacción que practicamos en nuestra vida y todos los sufragios que serán ofrecidos para nosotros después de nuestra muerte. Si Dios premia tan abundantemente la más insignificante limosna dadas por un pobre hombre en Su nombre,
¿Qué inmensa recompensa Él no dará a aquellos que ofrecen sus trabajos de satisfacción en vida y muerte por las Almas que Él ama tanto?
Este acto no evita que los sacerdotes ofrezcan Misas por las intenciones que ellos deseen, o que los laicos no recen por algunas personas u otras intenciones. Aconsejamos a todos realizar este acto.
LAS LIMOSNAS AYUDAN A LAS SANTAS ALMAS.
San Martin dio la mitad de su manto a un pobre mendigo, sólo para darse cuenta después que se lo había dado a Cristo. Nuestro Señor apareció al Santo y le agradeció.
El Beato Jordan de la Orden Dominica, nunca podía rehusar dar limosnas cuando se lo pedían en el nombre de Dios.
Un día él se había olvidado su monedero. Un pobre hombre imploraba una limosna por el amor de Dios.
En vez de descartarlo, Jordan, por entonces un estudiante, le dio su más preciado cinturón, el cual el apreciaba mucho.
Poco tiempo después, el entró a una Iglesia y encontró su cinturón circundando la cintura de una imagen de Cristo Crucificado.
El también, había dado sus limosnas a Cristo. Todos damos limosnas a Cristo.
En conclusión:
Dar todas las limosnas que podamos.
Pedir todas las Misas que estén en nuestro poder.
Escuchar todas las Misas, cuantas más, mejor.
Ofrecer todas nuestras penas y sufrimientos por la liberación de las Almas del Purgatorio.
Así liberaremos incontable cantidad de Almas del Purgatorio, las cuales nos pagarán 10000 veces más.
LO QUE HACEN LAS ANIMAS BENDITAS POR AQUELLOS QUE LAS AYUDAN.
San Alfonso María Ligorio decía que, aunque las santas Almas no pueden ya lograr méritos para sí mismas, pueden obtener para nosotros grandes gracias. No son, formalmente hablando, intercesores, como lo son los Santos, pero a través de la dulce Providencia de Dios, pueden obtener para nosotros asombrosos favores y librarnos de los demonios, enfermedades y peligros de toda clase.
Está más allá de toda duda, como ya hemos dicho, que nos devuelven miles de veces cada cosa que hagamos por ellos. Los siguientes hechos, unos pocos de todos los que podríamos mencionar, son suficientes para mostrar cuán poderosas y generosas amigas son estas Almas.
COMO UNA NIÑA ENCONTRÓ A SU MADRE.
Una pobre niña sirvienta en Francia llamada Jeanne Marie escuchó una vez un sermón sobre las Santas Almas, el cual dejó una impresión indeleble en su mente. Fue profundamente movida por el pensamiento del intenso e incesante sufrimiento que soportaban las pobres Almas, y se horrorizaba al ver cuán cruelmente eran olvidadas y dejadas de lado por sus amigos de la Tierra.
Otra cosa que la impresionó profundamente es oír que hay muchas almas que están tan cerca de su liberación, que una sola Misa sería suficiente para ellas. ¡Son retenidas largo tiempo, hasta años, sólo porque este último y necesario sufragio fue olvidado o negado!
Con una fe simple, Jeanne Marie resolvió que, costara lo que costara, ella tendría una Misa por las Pobres Almas cada mes, especialmente por las más cercanas al Cielo. Ella ahorraba un poquito, y a veces con dificultad, pero nunca falló en su promesa.
En una ocasión fue a París con su patrona, y la niña cayó enferma, por lo cual se vio obligada a ir al Hospital. Desafortunadamente, la enfermedad resultó ser de largo tratamiento, y su patrona tuvo que regresar a casa, deseando que su mucama pronto se reuniera con ella. Cuando al final la pobre sirvienta pudo dejar el hospital, y allí había dejado todos sus ahorros, de manera que sólo le quedaba en la mano un franco.
¿Qué hizo? ¿A dónde ir?
Visita de la Virgen al purgatorioDe repente, un pensamiento cruzó su mente y se acordó que no había ofrecido ese mes una Misa en favor de las Pobres Almas. ¡Pero tenía sólo un franco! Apenas le alcanzaría para comer.
Como tenía confianza que las Almas del Purgatorio le ayudarían, fue hasta una Iglesia y pidió hablar con un sacerdote, para que ofrezca una Misa, en favor de las Almas del Purgatorio. Él aceptó, aunque jamás imaginó que la modesta suma que la niña ofreció era el único dinero que la pobre niña poseía.
Al terminar el Santo Sacrificio, nuestra heroína dejó la Iglesia. Una cierta tristeza nubló su rostro, y se sintió totalmente perpleja. Un joven caballero, tocado por su evidente decepción, le preguntó si tenía algún problema y si podía ayudarla.
Ella le contó su historia brevemente, y finalizó diciendo cuanto deseaba trabajar. De alguna manera se sintió consolada por la forma en que el joven la escuchaba, y recobró la confianza.
“Será un placer ayudarte” dijo. “Conozco una dama que en este momento está buscando una sirvienta. Ven conmigo”. Y dicho esto le guio hasta una casa no muy lejos de allí y le pidió que ella tocara el timbre, asegurándole que encontraría trabajo.
En respuesta al toque de timbre, la dama de la casa abrió ella misma la puerta y preguntó a Jeanne Marie que quería. “Madame” dijo ella, “me dijeron que usted está buscando una mucama. No tengo trabajo y me agradaría tener el puesto”.
La dama estaba perpleja y replicó: “¿Quién pudo haberte dicho que necesitaba una mucama? ¿Hace sólo un par de minutos que acabo de despedir a la que tenía, acaso te has encontrado con ella?”
“No, Madame. La persona que me informó que usted necesitaba una mucama fue un joven caballero”.
“¡Imposible!”, exclamó la señora, “Ningún joven, de hecho nadie, pudo haberse enterado que necesitaba una mucama”.
“Pero Madame” —dijo la niña, apuntando un cuadro en la pared— “ése es el hombre que me lo dijo”.
“¡No, mi niña, ese es mi único hijo, que ha muerto hace ya más de un año!”
“Muerto o no” —aseguró la niña— “él fue el que me trajo hasta aquí, y aún me guio hasta la puerta. Vea la cicatriz en la frente. Lo reconocería donde fuera”.
Luego, le contó toda la historia, con su último franco, y de cómo ella obtenía Misas por las Santas Almas, especialmente por las más cercanas al Cielo.
Convencida al final de la veracidad de la historia de Jeanne Marie, la dama la recibió con los brazos abiertos.
“Ven, pero no como mi sirvienta, sino como mi querida hija. Tú has enviado a mi queridísimo hijo al Cielo. No tengo duda que él fue el que te trajo a mí”.
COMO UN NIÑO POBRE LLEGÓ A OBISPO, A CARDENAL Y A SANTO.
San Pedro Damian perdió a su padre y madre apenas nació. Uno de sus hermanos lo adoptó, pero lo trataba con aspereza, forzándolo a trabajar muy duro y alimentándolo muy mal y con escasa ropa.
Un día encontró una moneda de plata, que representaba para él una pequeña fortuna. Un amigo le aconsejó que lo usara para sí mismo, pues el dueño no podría ser hallado.
Para Pedro era difícil establecer en que lo gastaría, ya que tenía todo tipo de necesidades. Pero cambiando de pensar en su joven mente, decidió que lo mejor que podía hacer era pedir una Misa por las Almas del Purgatorio, en especial por las almas de sus queridos padres.
A costa de un gran sacrificio, transformó su pensamiento en hechos y las Misas fueron ofrecidas. Las almas del Purgatorio devolvieron su sacrificio más generosamente. Desde ese día en adelante notó un gran cambio en su destino.
Su hermano mayor lo llamó a la casa donde él vivía, y horrorizado por el maltrato que padecía, lo llevó a vivir consigo. Lo trató como a su propio hijo, y lo educó y cuidó con el más puro afecto.
Bendición sobre bendición, los más maravillosos talentos de Pedro salieron a la luz, y fue rápidamente promovido al sacerdocio. Algún tiempo después él fue elevado a la dignidad de Obispo, y finalmente Cardenal. Además, muchos milagros atestiguan su santidad, tanto que luego de su muerte fue canonizado y declarado Doctor de la Iglesia.
Estas maravillosas gracias vinieron a él después de una Misa ofrecida por las Santas Almas.
UNA AVENTURA EN LOS APENINOS.
pobre-alma-del-purgatorioUn grupo de sacerdotes fueron convocados a Roma para tratar un asunto de gravedad. Eran portadores de importantes documentos, y una gran suma de dinero les fue confiada para el santo Padre.
Atentos al hecho que los Apeninos, los cuales habían de cruzar, estaban infestados de forajidos, eligieron un guía de confianza. No había por aquel entonces túneles ni trenes para cruzar las montañas. Se encomendaron a la protección de las Animas Benditas del Purgatorio, y decidieron recitar el De Profundis cada hora por ellas. Cuando llegaron al corazón de las montañas, el que iba más adelante de todos dio la voz de alarma a la vez que espoleaba a los caballos a todo galope.
Mirando alrededor, los sacerdotes vieron a ambos lados del sendero fieras bandas de forajidos fuertemente armados y apuntándoles. Se vieron en una emboscada y estaban a la completa merced de los delincuentes. Después de una hora de temerario avance, el guía paró y mirando a los sacerdotes, dijo: “No puedo entender cómo escaparon. Esta gente nunca perdona a nadie”.
Los padres estaban convencidos que debían su seguridad a las Santas Almas, como luego se confirmaría con un hecho que disiparía toda duda. Cuando concluyeron su misión en Roma, uno de ellos fue destinado a la Ciudad Eterna, como capellán de una prisión.
No mucho después, uno de los más feroces bandidos en Italia fue capturado, y condenado a muerte por una larga serie de asesinatos y esperaba la ejecución en su celda. Ansioso de ganar su confianza, el capellán le contó sus aventuras, entre ellas las de los Apeninos.
El criminal manifestó gran interés en la historia. Cuando terminó el curita su relato, el asesino exclamó:
“¡Yo fui el líder de esa banda! Estábamos seguros de que ustedes portaban dinero y estábamos decididos a matarlos y saquearlos. Pero una fuerza invisible nos impidió disparar, pues queríamos hacerlo pero no podíamos”.
El capellán luego le contó al delincuente cómo se habían encomendado a la protección de las Almas del Purgatorio, y que ellos atribuían su liberación a su protección. El bandido no tuvo dificultad en creer. De hecho, hizo su conversión mucho más fácil. Murió con arrepentimiento.
CÓMO PIO IX SE CURÓ DE SU MALA MEMORIA.
El venerable pontífice Pio IX designó a un Santo y Prudente religioso llamado Tomaso como Obispo de la Diócesis. El sacerdote, alarmado por la responsabilidad puesta sobre él, comenzó encarecidamente a excusarse. Sus protestas fueron en vano. El Santo Padre sabía de sus méritos.
Agobiado por la aprehensión, el humilde religioso solicitó una audiencia con el Santo Padre y le confesó que tenía mala memoria, lo que resultaba ser un grave impedimento en el alto oficio encomendado a él. Pio IX respondió con una sonrisa: “Su diócesis es muy pequeña en comparación con la Iglesia Universal, la cual yo llevo sobre mis hombros. Tus cuidados son livianos en comparación con los míos.”
Agregó: “Yo también sufría un grave defecto de la memoria, pero prometí decir una ferviente oración diaria por las Animas Benditas, las cuales, en retribución, han obtenido para mí una excelente memoria.
Usted debería hacer lo mismo, estimado Padre, y tendrá en qué regocijarse”.
CUÁNTO MAS DAMOS, MAS RECIBIMOS.
Un hombre de negocios en Boston se unió a la Asociación de las Santas Almas y dio una alta suma de dinero anual para Misas y oraciones en favor de éstas. El Director de la Asociación se sorprendió de la generosidad del caballero, pues sabía que no era un hombre rico. Él le preguntó amablemente un día si las limosnas que él generosamente daba eran completamente suyas o eran colectas que el realizaba de otros.
El hombre respondió: “Todo lo que doy es mi propia ofrenda. No se alarme. No soy rico, usted piensa que doy más de lo que tengo. No es así, lejos de perder con mi caridad, las Animas Benditas ven que gano considerablemente más de lo que doy; a ellas no les gana nadie en generosidad”.
EL IMPRENTERO DE COLONIA.
William Freyssen, da su testimonio de como su hijo y esposa recobraron la salud gracias a las Almas del Purgatorio. Un día le encargaron imprimir un librito sobre el Purgatorio. Cuando realizaba las tareas de corrección del texto, su atención fue captada por los hechos narrados en el libro. Él aprendió por primera vez las maravillas que las Santas Almas pueden obrar por sus amigos.
Por aquel tiempo su hijo cayó gravemente enfermo, y pronto su estado se volvió desesperante. Recordando lo que había leído acerca del poder de las Santas Almas, Freyssen hizo la promesa solemne de imprimir mil libritos a su propia expensa, con su firma impresa. Fue a la iglesia y, una vez dentro, hizo un voto solemne. En ese momento una sensación de paz y confianza inundaron su alma.
A su retorno a casa, su hijo, que no podía tragar ni una gota de agua, pidió algo de comer. Al día siguiente estaba fuera de peligro y pronto, completamente curado. Al mismo tiempo, Freyssen ordenó imprimir los libros del Purgatorio para ser distribuidos, sabiendo que la mejor forma de obtener ayuda para las almas sufrientes, era interesando a mucha gente sobre el tema. Nadie que sabe sobre el sufrimiento de estas pobres almas, niega una oración a ellas.
El tiempo pasó, y una nueva tristeza se cernía sobre este imprentero. Esta vez su amada esposa cayó enferma y a pesar de todos los cuidados iba cada vez peor. Perdió el uso de razón y quedó casi completamente paralizada, de modo que los doctores no le dieron muchas esperanzas.
El marido, recordando todo lo que las Almas del Purgatorio habían hecho a su pequeño hijo, corrió otra vez a la Iglesia y prometió solemnemente, como otrora, imprimir 200 de los libros del Purgatorio, en principio, como urgente socorro de las Animas Benditas.
La aberración mental de su esposa cesó, y comenzó a mover su lengua y extremidades. En un corto período ella estaba perfectamente sana.
LA CURA DEL CANCER-
Joana de Menezes cuenta de su cura. Ella estaba sufriendo de un cáncer en la pierna y sumergida en un profundo dolor. Recordando lo que había oído sobre el poder de las Almas del Purgatorio, ella resolvió poner toda su confianza en ellas y ofrecer nueve Misas por ellas. Prometió publicar en el diario su curación, si esta se llevaba a cabo. Gradualmente el tumor y el cáncer desaparecieron.
UN ESCAPE DE UN ASALTO.
El Padre Luis Manaci, un celoso misionero, tenía gran devoción a las Almas del Purgatorio. Se encontró una vez realizando un viaje peligroso, pero con mucha confianza pidió a las Animas Benditas que lo protegieran de los peligros que se iría encontrando. Su camino bordeaba una zona desértica, en la cual se sabía que estaba infestada de peligrosas gavillas.
Cuando se encontraba rezando el Santo Rosario por las Almas, cuál no fue su sorpresa, de verse rodeado de una custodia de espíritus benditos. Pronto el descubrió la razón. Había pasado por una emboscada, pero las Santas Almas lo rodearon y lo taparon, tornándolo invisible para los miserables que buscaban su vida. Lo acompañaron hasta que estuvo seguro y fuera de peligro.
VOLVER A LA VIDA.
El Prior de Cirfontaines nos cuenta su historia: “Un joven de mi parroquia cayó enfermo de fiebre tifoidea. Sus padres vencidos por la pena y me pidieron que lo encomendara a las oraciones de los miembros de la Asociación de Santas Almas. Era un sábado. El chico estaba a las puertas de la muerte. Los doctores probaron todos los recursos, todos los remedios. Fue en vano. No podían hallar nada para mejorarlo. Yo era el único que tenía esperanzas. Sabía del poder de las Santas Almas pues había visto lo que podían hacer. El domingo rogué a los Asociados de las Santas Almas para que rogaran fervientemente por nuestro amigo enfermo. El lunes el peligro había pasado. El muchacho estaba curado”.
¡LEELO Y DESPIERTA!
“En mi larga vida”, escribe un sacerdote,” vi muchas manifestaciones de generosidad de los católicos por los pobres y necesitados, de acuerdo con lo que Nuestro Señor nos mandó hacer.”
“También noté que algunos católicos son, por supuesto, muy generosos y buenos. Algunos se preocupan por los pobres, otros por los enfermos. Leprosos, pacientes de cáncer, deficientes mentales, todos tienen amigos. Algunos prefieren ayudar a los jóvenes, los corazones de otros prefieren a los ancianos”.
“Lo más extraño de todas las cosas, es que nunca encontré ni un hombre, ni una mujer que se haya dedicado por completo, de todo corazón, a la más grande de las caridades, por los más necesitados, esto es, por las santas Almas del Purgatorio. Debe haber algunos que lo hacen, pero en mi larga y variada experiencia, no encontré ninguno”.
¡Y las palabras de este sacerdote son pura verdad!
Apelamos a aquellos que todavía no se han dedicado a sí mismos a alguna forma particular de caridad, para que se dediquen con todas sus energías a las Animas Benditas. Hagan todo lo que puedan personalmente, e induzcan a otros a hacer lo mismo.
_________________
Fuente: Foros de la Virgen
Benditas Almas
Asociación para las Benditas Almas del Purgatorio.
El misterio de Las 13 figuras en los ojos de la Virgen de Guadalupe.
El misterio de Las 13 figuras en los ojos de la Virgen de Guadalupe.
Las figuras encontradas en los ojos de la imagen de la Virgen de Guadalupe constituyen uno de los grandes misterios para la ciencia
Los ojos de Guadalupe constituyen uno de los grandes misterior para la ciencia en estos momentos, como han constatado los estudios del ingeniero José Aste Tönsmann del Centro de Estudios Guadalupanos de México.
Su historia es realmente sorprendente. El misterio de las figuras que aparecen dentro del retrato de la Virgen de Guadalupe son una de las grandes sorpresas de esta aparición de Nuestra Señora.
Historia
Alfonso Marcué, fotógrafo oficial de la antigua Basílica de Guadalupe en la ciudad de México, descubrió en 1929 lo que parecía la imagen de un hombre barbado reflejada en el ojo derecho de la Virgen.
Luego de este suceso, en 1951, José Carlos Salinas Chávez, dibujante, descubrió la misma imagen mientras observaba con una lupa una fotografía de la Virgen de Guadalupe. La vio reflejada también en el ojo izquierdo, en la misma ubicación en donde se proyectaría en un ojo vivo.
Dictamen médico y el secreto de sus ojos:
En 1956 el doctor mexicano Javier Torroella Bueno hizo el primer reporte médico de los ojos de la Virgen Morena.
El resultado: se cumplían, como en cualquier ojo vivo, las leyes Purkinje-Samson, es decir, hay un triple reflejo de los objetos localizados enfrente de los ojos de la Virgen y las imágenes se distorsionan por la forma curva de sus córneas.
El mismo año, el oftalmólogo Rafael Torija Lavoignet, examinó los ojos de la Santa Imagen y confirmó la existencia de la silueta en los dos ojos de la Virgen que había descrito el dibujante Salinas Chávez.
Procesos de digitalización
A partir de 1979, el doctor en sistemas computacionales y licenciado en ingeniería civil José Aste Tönsmann, fue descubriendo el misterio que encierran los ojos de la Guadalupana.
Mediante el proceso de digitalización de imágenes por computadora descubrió el reflejo de 13 personas en los ojos de la Virgen Morena de acuerdo a las leyes de Purkinje-Samson.
El pequeñísimo diámetro de las córneas (de 7 y 8 mm) descarta la posibilidad de pintar las figuras en sus ojos, sobre todo, si se tiene en cuenta el material tan burdo sobre el que está estampada la imagen.
"
Los personajes encontrados en las pupilas
El resultado de 20 años de cuidadoso estudio de los ojos de la Virgen de Guadalupe ha sido el descubrimiento de 13 minúsculas figuras, afirma el doctor José Aste Tönsmann.
1.- Un indígena que observa
Aparece de cuerpo entero, sentado en el suelo. La cabeza del indígena está ligeramente levantada y parece dirigir su mirada hacia arriba, en señal de atención y reverencia.
Destacan una especie de aro en la oreja (arracada) y huaraches en los pies.
2.- El anciano
A continuación del indígena se aprecia el rostro de un anciano, de calva grande, nariz prominente y recta; ojos hundidos que ven hacia abajo y barba blanca. Los rasgos coinciden con los de un hombre de raza blanca.
Su gran parecido a la cara del obispo Zumárraga, como aparece en las pinturas de Miguel cabrera del siglo XVIII, permite suponer que se trata de la misma persona.
3.- El hombre joven
Junto al anciano está un hombre joven con facciones que denotan asombro. La posición de los labios del joven parecen dirigir la palabra al presunto obispo.
Su cercanía con él ha llevado a pensar que se trata de un traductor, pues el obispo no hablaba náhuatl. Se cree que se trata de Juan González, joven español nacido entre 1500 y 1510.
4.- Juan Diego
Se evidencia el rostro de un hombre maduro, con aspecto indígena, con barba rala, nariz aguileña y labios entreabiertos. Lleva un sombrero con forma de cucurucho, de uso corriente entre los indígenas dedicados a las faenas del campo en esa época.
Lo más interesante de esta figura es la tilma que lleva anudada al cuello, extiende el brazo derecho y la despliega en dirección a donde se encuentra el anciano; la hipótesis del investigador supone que esta silueta corresponde al vidente Juan Diego.
5.- Una mujer de raza negra
Detrás del supuesto Juan Diego, aparece una mujer de ojos penetrantes que mira con asombro. Sólo pueden verse el busto y la cara.
Es de tez morena, nariz achatada y labios gruesos, rasgos que corresponden a los de una mujer de raza negra.
El padre Mariano Cuevas en su libro: “Historia de la Iglesia en México” comprueba que el obispo Zumárraga había concedido en su testamento la libertad a la esclava negra que le había servido en México.
6.- El hombre barbado
En el extremo derecho de ambas córneas aparece un hombre barbado, con facciones europeas al que no ha sido posible identificar.
Este hombre muestra una actitud contemplativa, su rostro expresa interés y perplejidad; mantiene la mirada hacia el lugar en donde el indígena despliega su tilma.
Un misterio dentro del misterio
Este misterio está compuesto por las figuras 7, 8, 9, 10, 11, 12 y 13
En el centro de ambos ojos aparece lo que se ha denominado “grupo familiar indígena”. Las imágenes son de diferente tamaño a las demás, sin embargo estas personas guardan entre sí un mismo tamaño y componen una escena diferente.
7.- Una mujer joven de rasgos muy finos
Esta mujer, parece mirar hacia abajo, tiene sobre su cabello una especie de tocado: trenzas o cabello entretejido con flores. Sujeto a su espalda se distingue la cabeza de un bebé en un rebozo (Figura n°8)
A un nivel más bajo y a la derecha de la joven madre está un hombre con sombrero (Figura n°9) y entre ambos, se observa una pareja de niños, hombre y mujer, (Figuras n°10 y n°11). Otro par de figuras, esta vez de hombre y mujer adultos (Figuras n° 12 y 13) se encuentra de pie, atrás de la mujer joven.
Este hombre adulto (13) es la única figura que el investigador no ha podido encontrar en ambos ojos de la Virgen, sólo está presente en el derecho.
Conclusión
El 9 de diciembre de 1531, la Virgen María pidió a Juan Diego que le construyeran un templo en el Tepeyac para dar a conocer a Dios,“y para realizar lo que pretende mi compasiva mirada misericordiosa(...)”, Nican Mopohua Núm.33.
De acuerdo con la hipótesis del autor, estas 13 figuras en conjunto nos revelan un mensaje de la Virgen María dirigido a la humanidad: Ante Dios los hombres y mujeres de todas las razas son iguales.
La presencia del grupo familiar (de la figura 7 a la 13) en ambos ojos de la Virgen de Guadalupe, en opinión del doctor Aste, son las figuras más importantes de las que se encuentran reflejadas en sus córneas pues están ubicadas en sus pupilas, lo que quiere decir que la Virgen María de Guadalupe tiene a la familia en el centro de su mirada compasiva.
Pudiera ser una invitación a buscar la unidad familiar, a acercarse a Dios en familia, especialmente ahora que la sociedad moderna ha devaluado tanto a la familia.
Publicado originalmente en: virgendeguadalupe.org.mx
Pildoras de fe.
Las figuras encontradas en los ojos de la imagen de la Virgen de Guadalupe constituyen uno de los grandes misterios para la ciencia
Los ojos de Guadalupe constituyen uno de los grandes misterior para la ciencia en estos momentos, como han constatado los estudios del ingeniero José Aste Tönsmann del Centro de Estudios Guadalupanos de México.
Su historia es realmente sorprendente. El misterio de las figuras que aparecen dentro del retrato de la Virgen de Guadalupe son una de las grandes sorpresas de esta aparición de Nuestra Señora.
Historia
Alfonso Marcué, fotógrafo oficial de la antigua Basílica de Guadalupe en la ciudad de México, descubrió en 1929 lo que parecía la imagen de un hombre barbado reflejada en el ojo derecho de la Virgen.
Luego de este suceso, en 1951, José Carlos Salinas Chávez, dibujante, descubrió la misma imagen mientras observaba con una lupa una fotografía de la Virgen de Guadalupe. La vio reflejada también en el ojo izquierdo, en la misma ubicación en donde se proyectaría en un ojo vivo.
Dictamen médico y el secreto de sus ojos:
En 1956 el doctor mexicano Javier Torroella Bueno hizo el primer reporte médico de los ojos de la Virgen Morena.
El resultado: se cumplían, como en cualquier ojo vivo, las leyes Purkinje-Samson, es decir, hay un triple reflejo de los objetos localizados enfrente de los ojos de la Virgen y las imágenes se distorsionan por la forma curva de sus córneas.
El mismo año, el oftalmólogo Rafael Torija Lavoignet, examinó los ojos de la Santa Imagen y confirmó la existencia de la silueta en los dos ojos de la Virgen que había descrito el dibujante Salinas Chávez.
Procesos de digitalización
A partir de 1979, el doctor en sistemas computacionales y licenciado en ingeniería civil José Aste Tönsmann, fue descubriendo el misterio que encierran los ojos de la Guadalupana.
Mediante el proceso de digitalización de imágenes por computadora descubrió el reflejo de 13 personas en los ojos de la Virgen Morena de acuerdo a las leyes de Purkinje-Samson.
El pequeñísimo diámetro de las córneas (de 7 y 8 mm) descarta la posibilidad de pintar las figuras en sus ojos, sobre todo, si se tiene en cuenta el material tan burdo sobre el que está estampada la imagen.
"
El resultado de 20 años de cuidadoso estudio de los ojos de la Virgen de Guadalupe ha sido el descubrimiento de 13 minúsculas figuras, afirma el doctor José Aste Tönsmann.
1.- Un indígena que observa
Aparece de cuerpo entero, sentado en el suelo. La cabeza del indígena está ligeramente levantada y parece dirigir su mirada hacia arriba, en señal de atención y reverencia.
Destacan una especie de aro en la oreja (arracada) y huaraches en los pies.
2.- El anciano
A continuación del indígena se aprecia el rostro de un anciano, de calva grande, nariz prominente y recta; ojos hundidos que ven hacia abajo y barba blanca. Los rasgos coinciden con los de un hombre de raza blanca.
Su gran parecido a la cara del obispo Zumárraga, como aparece en las pinturas de Miguel cabrera del siglo XVIII, permite suponer que se trata de la misma persona.
3.- El hombre joven
Junto al anciano está un hombre joven con facciones que denotan asombro. La posición de los labios del joven parecen dirigir la palabra al presunto obispo.
Su cercanía con él ha llevado a pensar que se trata de un traductor, pues el obispo no hablaba náhuatl. Se cree que se trata de Juan González, joven español nacido entre 1500 y 1510.
4.- Juan Diego
Se evidencia el rostro de un hombre maduro, con aspecto indígena, con barba rala, nariz aguileña y labios entreabiertos. Lleva un sombrero con forma de cucurucho, de uso corriente entre los indígenas dedicados a las faenas del campo en esa época.
Lo más interesante de esta figura es la tilma que lleva anudada al cuello, extiende el brazo derecho y la despliega en dirección a donde se encuentra el anciano; la hipótesis del investigador supone que esta silueta corresponde al vidente Juan Diego.
5.- Una mujer de raza negra
Detrás del supuesto Juan Diego, aparece una mujer de ojos penetrantes que mira con asombro. Sólo pueden verse el busto y la cara.
Es de tez morena, nariz achatada y labios gruesos, rasgos que corresponden a los de una mujer de raza negra.
El padre Mariano Cuevas en su libro: “Historia de la Iglesia en México” comprueba que el obispo Zumárraga había concedido en su testamento la libertad a la esclava negra que le había servido en México.
6.- El hombre barbado
En el extremo derecho de ambas córneas aparece un hombre barbado, con facciones europeas al que no ha sido posible identificar.
Este hombre muestra una actitud contemplativa, su rostro expresa interés y perplejidad; mantiene la mirada hacia el lugar en donde el indígena despliega su tilma.
Un misterio dentro del misterio
Este misterio está compuesto por las figuras 7, 8, 9, 10, 11, 12 y 13
En el centro de ambos ojos aparece lo que se ha denominado “grupo familiar indígena”. Las imágenes son de diferente tamaño a las demás, sin embargo estas personas guardan entre sí un mismo tamaño y componen una escena diferente.
7.- Una mujer joven de rasgos muy finos
Esta mujer, parece mirar hacia abajo, tiene sobre su cabello una especie de tocado: trenzas o cabello entretejido con flores. Sujeto a su espalda se distingue la cabeza de un bebé en un rebozo (Figura n°8)
A un nivel más bajo y a la derecha de la joven madre está un hombre con sombrero (Figura n°9) y entre ambos, se observa una pareja de niños, hombre y mujer, (Figuras n°10 y n°11). Otro par de figuras, esta vez de hombre y mujer adultos (Figuras n° 12 y 13) se encuentra de pie, atrás de la mujer joven.
Este hombre adulto (13) es la única figura que el investigador no ha podido encontrar en ambos ojos de la Virgen, sólo está presente en el derecho.
Conclusión
El 9 de diciembre de 1531, la Virgen María pidió a Juan Diego que le construyeran un templo en el Tepeyac para dar a conocer a Dios,“y para realizar lo que pretende mi compasiva mirada misericordiosa(...)”, Nican Mopohua Núm.33.
De acuerdo con la hipótesis del autor, estas 13 figuras en conjunto nos revelan un mensaje de la Virgen María dirigido a la humanidad: Ante Dios los hombres y mujeres de todas las razas son iguales.
La presencia del grupo familiar (de la figura 7 a la 13) en ambos ojos de la Virgen de Guadalupe, en opinión del doctor Aste, son las figuras más importantes de las que se encuentran reflejadas en sus córneas pues están ubicadas en sus pupilas, lo que quiere decir que la Virgen María de Guadalupe tiene a la familia en el centro de su mirada compasiva.
Pudiera ser una invitación a buscar la unidad familiar, a acercarse a Dios en familia, especialmente ahora que la sociedad moderna ha devaluado tanto a la familia.
Publicado originalmente en: virgendeguadalupe.org.mx
Pildoras de fe.
miércoles, 12 de septiembre de 2018
PURGATORIO. Según Catequesis de S.S Juan Pablo II
Miércoles 4 de Agosto 1999
El purgatorio: purificación necesaria para el encuentro con Dios
1. Como hemos visto en las dos catequesis anteriores, (El Cielo y el El Infierno) a partir de la opción definitiva por Dios o contra Dios, el hombre se encuentra ante una alternativa: o vive con el Señor en la bienaventuranza eterna, o permanece alejado de su presencia.
Para cuantos se encuentran en la condición de apertura a Dios, pero de un modo imperfecto, el camino hacia la bienaventuranza plena requiere una purificación, que la fe de la Iglesia ilustra mediante la doctrina del «purgatorio» (cf. Catecismo de la Iglesia católica, nn. 1030-1032).
2. En la sagrada Escritura se pueden captar algunos elementos que ayudan a comprender el sentido de esta doctrina, aunque no esté enunciada de modo explícito. Expresan la convicción de que no se puede acceder a Dios sin pasar a través de algún tipo de purificación.
Según la legislación religiosa del Antiguo Testamento, lo que está destinado a Dios debe ser perfecto. En consecuencia, también la integridad física es particularmente exigida para las realidades que entran en contacto con Dios en el plano sacrificial, como, por ejemplo, los animales para inmolar (cf. Lv 22, 22), o en el institucional, como en el caso de los sacerdotes, ministros del culto (cf. Lv 21, 17-23). A esta integridad física debe corresponder una entrega total, tanto de las personas como de la colectividad (cf. 1 R 8, 61), al Dios de la alianza de acuerdo con las grandes enseñanzas del Deuteronomio (cf. Dt 6, 5). Se trata de amar a Dios con todo el ser, con pureza de corazón y con el testimonio de las obras (cf. Dt 10, 12 s).
La exigencia de integridad se impone evidentemente después de la muerte, para entrar en la comunión perfecta y definitiva con Dios. Quien no tiene esta integridad debe pasar por la purificación. Un texto de san Pablo lo sugiere. El Apóstol habla del valor de la obra de cada uno, que se revelará el día del juicio, y dice: «Aquel, cuya obra, construida sobre el cimiento (Cristo), resista, recibirá la recompensa. Mas aquel, cuya obra quede abrasada, sufrirá el daño. Él, no obstante, quedará a salvo, pero como quien pasa a través del fuego» (1 Co 3, 14-15).
3. Para alcanzar un estado de integridad perfecta es necesaria, a veces, la intercesión o la mediación de una persona. Por ejemplo, Moisés obtiene el perdón del pueblo con una súplica, en la que evoca la obra salvífica realizada por Dios en el pasado e invoca su fidelidad al juramento hecho a los padres (cf. Ex 32, 30 y vv. 11-13). La figura del Siervo del Señor, delineada por el libro de Isaías, se caracteriza también por su función de interceder y expiar en favor de muchos; al término de sus sufrimientos, él «verá la luz» y «justificará a muchos», cargando con sus culpas (cf. Is 52, 13-53, 12, especialmente 53, 11).
El Salmo 51 puede considerarse, desde la visión del Antiguo Testamento, una síntesis del proceso de reintegración: el pecador confiesa y reconoce la propia culpa (v. 6), y pide insistentemente ser purificado o «lavado» (vv. 4. 9. 12 y 16), para poder proclamar la alabanza divina (v. 17).
4. El Nuevo Testamento presenta a Cristo como el intercesor, que desempeña las funciones del sumo sacerdote el día de la expiación (cf. Hb 5, 7; 7, 25). Pero en él el sacerdocio presenta una configuración nueva y definitiva. Él entra una sola vez en el santuario celestial para interceder ante Dios en favor nuestro (cf. Hb 9, 23-26, especialmente el v.€ 4). Es Sacerdote y, al mismo tiempo, «víctima de propiciación» por los pecados de todo el mundo (cf. 1 Jn 2, 2).
Jesús, como el gran intercesor que expía por nosotros, se revelará plenamente al final de nuestra vida, cuando se manifieste con el ofrecimiento de misericordia, pero también con el juicio inevitable para quien rechaza el amor y el perdón del Padre.
El ofrecimiento de misericordia no excluye el deber de presentarnos puros e íntegros ante Dios, ricos de esa caridad que Pablo llama «vínculo de la perfección» (Col 3, 14).
5. Durante nuestra vida terrena, siguiendo la exhortación evangélica a ser perfectos como el Padre celestial (cf. Mt 5, 48), estamos llamados a crecer en el amor, para hallarnos firmes e irreprensibles en presencia de Dios Padre, en el momento de «la venida de nuestro Señor Jesucristo, con todos sus santos» (1 Ts 3, 12 s). Por otra parte, estamos invitados a «purificarnos de toda mancha de la carne y del espíritu» (2 Co 7, 1; cf. 1 Jn 3, 3), porque el encuentro con Dios requiere una pureza absoluta.
Hay que eliminar todo vestigio de apego al mal y corregir toda imperfección del alma. La purificación debe ser completa, y precisamente esto es lo que enseña la doctrina de la Iglesia sobre el purgatorio. Este término no indica un lugar, sino una condición de vida. Quienes después de la muerte viven en un estado de purificación ya están en el amor de Cristo, que los libera de los residuos de la imperfección (cf. concilio ecuménico de Florencia, Decretum pro Graecis: Denzinger-Schönmetzer, 1304; concilio ecuménico de Trento, Decretum de iustificatione y Decretum de purgatorio: ib., 1580 y 1820).
Hay que precisar que el estado de purificación no es una prolongación de la situación terrena, como si después de la muerte se diera una ulterior posibilidad de cambiar el propio destino. La enseñanza de la Iglesia a este propósito es inequívoca, y ha sido reafirmada por el concilio Vaticano II, que enseña: «Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra (cf. Hb 9, 27), mereceremos entrar con él en la boda y ser contados entre los santos y no nos mandarán ir, como siervos malos y perezosos al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde ixhabrá llanto y rechinar de dientesle (Mt 22, 13 y 25, 30)» (Lumen gentium, 48).
6. Hay que proponer hoy de nuevo un último aspecto importante, que la tradición de la Iglesia siempre ha puesto de relieve: la dimensión comunitaria. En efecto, quienes se encuentran en la condición de purificación están unidos tanto a los bienaventurados, que ya gozan plenamente de la vida eterna, como a nosotros, que caminamos en este mundo hacia la casa del Padre (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 1032).
Así como en la vida terrena los creyentes están unidos entre sí en el único Cuerpo místico, así también después de la muerte los que viven en estado de purificación experimentan la misma solidaridad eclesial que actúa en la oración, en los sufragios y en la caridad de los demás hermanos en la fe. La purificación se realiza en el vínculo esencial que se crea entre quienes viven la vida del tiempo presente y quienes ya gozan de la bienaventuranza eterna.
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Miércoles 4 de Agosto 1999
El purgatorio: purificación necesaria para el encuentro con Dios
1. Como hemos visto en las dos catequesis anteriores, (El Cielo y el El Infierno) a partir de la opción definitiva por Dios o contra Dios, el hombre se encuentra ante una alternativa: o vive con el Señor en la bienaventuranza eterna, o permanece alejado de su presencia.
Para cuantos se encuentran en la condición de apertura a Dios, pero de un modo imperfecto, el camino hacia la bienaventuranza plena requiere una purificación, que la fe de la Iglesia ilustra mediante la doctrina del «purgatorio» (cf. Catecismo de la Iglesia católica, nn. 1030-1032).
2. En la sagrada Escritura se pueden captar algunos elementos que ayudan a comprender el sentido de esta doctrina, aunque no esté enunciada de modo explícito. Expresan la convicción de que no se puede acceder a Dios sin pasar a través de algún tipo de purificación.
Según la legislación religiosa del Antiguo Testamento, lo que está destinado a Dios debe ser perfecto. En consecuencia, también la integridad física es particularmente exigida para las realidades que entran en contacto con Dios en el plano sacrificial, como, por ejemplo, los animales para inmolar (cf. Lv 22, 22), o en el institucional, como en el caso de los sacerdotes, ministros del culto (cf. Lv 21, 17-23). A esta integridad física debe corresponder una entrega total, tanto de las personas como de la colectividad (cf. 1 R 8, 61), al Dios de la alianza de acuerdo con las grandes enseñanzas del Deuteronomio (cf. Dt 6, 5). Se trata de amar a Dios con todo el ser, con pureza de corazón y con el testimonio de las obras (cf. Dt 10, 12 s).
La exigencia de integridad se impone evidentemente después de la muerte, para entrar en la comunión perfecta y definitiva con Dios. Quien no tiene esta integridad debe pasar por la purificación. Un texto de san Pablo lo sugiere. El Apóstol habla del valor de la obra de cada uno, que se revelará el día del juicio, y dice: «Aquel, cuya obra, construida sobre el cimiento (Cristo), resista, recibirá la recompensa. Mas aquel, cuya obra quede abrasada, sufrirá el daño. Él, no obstante, quedará a salvo, pero como quien pasa a través del fuego» (1 Co 3, 14-15).
3. Para alcanzar un estado de integridad perfecta es necesaria, a veces, la intercesión o la mediación de una persona. Por ejemplo, Moisés obtiene el perdón del pueblo con una súplica, en la que evoca la obra salvífica realizada por Dios en el pasado e invoca su fidelidad al juramento hecho a los padres (cf. Ex 32, 30 y vv. 11-13). La figura del Siervo del Señor, delineada por el libro de Isaías, se caracteriza también por su función de interceder y expiar en favor de muchos; al término de sus sufrimientos, él «verá la luz» y «justificará a muchos», cargando con sus culpas (cf. Is 52, 13-53, 12, especialmente 53, 11).
El Salmo 51 puede considerarse, desde la visión del Antiguo Testamento, una síntesis del proceso de reintegración: el pecador confiesa y reconoce la propia culpa (v. 6), y pide insistentemente ser purificado o «lavado» (vv. 4. 9. 12 y 16), para poder proclamar la alabanza divina (v. 17).
4. El Nuevo Testamento presenta a Cristo como el intercesor, que desempeña las funciones del sumo sacerdote el día de la expiación (cf. Hb 5, 7; 7, 25). Pero en él el sacerdocio presenta una configuración nueva y definitiva. Él entra una sola vez en el santuario celestial para interceder ante Dios en favor nuestro (cf. Hb 9, 23-26, especialmente el v.€ 4). Es Sacerdote y, al mismo tiempo, «víctima de propiciación» por los pecados de todo el mundo (cf. 1 Jn 2, 2).
Jesús, como el gran intercesor que expía por nosotros, se revelará plenamente al final de nuestra vida, cuando se manifieste con el ofrecimiento de misericordia, pero también con el juicio inevitable para quien rechaza el amor y el perdón del Padre.
El ofrecimiento de misericordia no excluye el deber de presentarnos puros e íntegros ante Dios, ricos de esa caridad que Pablo llama «vínculo de la perfección» (Col 3, 14).
5. Durante nuestra vida terrena, siguiendo la exhortación evangélica a ser perfectos como el Padre celestial (cf. Mt 5, 48), estamos llamados a crecer en el amor, para hallarnos firmes e irreprensibles en presencia de Dios Padre, en el momento de «la venida de nuestro Señor Jesucristo, con todos sus santos» (1 Ts 3, 12 s). Por otra parte, estamos invitados a «purificarnos de toda mancha de la carne y del espíritu» (2 Co 7, 1; cf. 1 Jn 3, 3), porque el encuentro con Dios requiere una pureza absoluta.
Hay que eliminar todo vestigio de apego al mal y corregir toda imperfección del alma. La purificación debe ser completa, y precisamente esto es lo que enseña la doctrina de la Iglesia sobre el purgatorio. Este término no indica un lugar, sino una condición de vida. Quienes después de la muerte viven en un estado de purificación ya están en el amor de Cristo, que los libera de los residuos de la imperfección (cf. concilio ecuménico de Florencia, Decretum pro Graecis: Denzinger-Schönmetzer, 1304; concilio ecuménico de Trento, Decretum de iustificatione y Decretum de purgatorio: ib., 1580 y 1820).
Hay que precisar que el estado de purificación no es una prolongación de la situación terrena, como si después de la muerte se diera una ulterior posibilidad de cambiar el propio destino. La enseñanza de la Iglesia a este propósito es inequívoca, y ha sido reafirmada por el concilio Vaticano II, que enseña: «Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra (cf. Hb 9, 27), mereceremos entrar con él en la boda y ser contados entre los santos y no nos mandarán ir, como siervos malos y perezosos al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde ixhabrá llanto y rechinar de dientesle (Mt 22, 13 y 25, 30)» (Lumen gentium, 48).
6. Hay que proponer hoy de nuevo un último aspecto importante, que la tradición de la Iglesia siempre ha puesto de relieve: la dimensión comunitaria. En efecto, quienes se encuentran en la condición de purificación están unidos tanto a los bienaventurados, que ya gozan plenamente de la vida eterna, como a nosotros, que caminamos en este mundo hacia la casa del Padre (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 1032).
Así como en la vida terrena los creyentes están unidos entre sí en el único Cuerpo místico, así también después de la muerte los que viven en estado de purificación experimentan la misma solidaridad eclesial que actúa en la oración, en los sufragios y en la caridad de los demás hermanos en la fe. La purificación se realiza en el vínculo esencial que se crea entre quienes viven la vida del tiempo presente y quienes ya gozan de la bienaventuranza eterna.
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lunes, 10 de septiembre de 2018
EL AUXILIO A LAS ALMAS DEL PURGATORIO.
El auxilio a las almas del Purgatorio.
1.-Purgatorio en la doctrina católica.
Un medio muy fácil y seguro para conocer la doctrina de la Iglesia sobre alguna verdad revelada, es recurrir a los testimonios de los Papas y definiciones de los Concilios. Veamos pues, qué nos dicen estos documentos.
El Papa Clemente VI en carta del 28 de septiembre de 1351 al “Catholicon” de los armenios le escribe: “Queremos saber, si creíste y crees que existe el purgatorio al cual descienden las almas de los que mueren en gracia, las cuales todavía no satisficieron por medio de una completa penitencia de sus pecados. Asimismo, si creíste y crees, que son atormentadas por el fuego temporalmente, y que, luego de purificadas, aun antes del día del juicio, van a verdadera bienaventuranza, que consiste en la visión facial y amor de Dios”.
Inocencio IV, en una carta del 6 de marzo de 1254, a Odón cardenal de Túsculo, su legado en la isla de Chipre le dice: “Como la Verdad en el Evangelio afirme, que si alguno profiriese una blasfemia contra el Espíritu Santo, no le será perdonada ni en este mundo ni en el otro: por lo cual se da a entender que algunas culpas se perdonan en esta vida y algunas otras en la vida futura; y como el Apóstol declare que el fuego mostrará cuál sea la obra de cada uno, y si la obra de uno se quemare será suyo el daño; no obstante, él no dejará de salvarse; si bien como quien pasa por el fuego (1 Cor 1, 13,15); y como los mismos griegos crean y profesen verdaderamente y sin rodeos que las almas de los que mueren, habiendo recibido la penitencia sin haber tenido el tiempo de cumplirla, o que mueren sin pecado mortal, pero culpables de veniales o de faltas muy pequeñas, son purificadas después de la muerte y pueden ser ayudadas por los sufragios de la Iglesia. Nos considerando que los griegos afirman no encontrar entre sus doctores ningún nombre propio y cierto para designar el lugar de esta purificación, y que por otra parte, según la tradición y las autoridades de los Santos Padres este nombre es el purgatorio, queremos que en adelante esta denominación sea recibida por ellos. Porque en este fuego temporal, los pecados, no ciertamente los crímenes y las faltas capitales, que no hubieran antes sido remitidas por la penitencia, sino los pecados livianos y mínimos son purificados; los que apesadumbran después de la muerte al alma, aunque en esta vida hubieran sido perdonados”.
En el segundo concilio de Lyon de 1274 los griegos admitieron la profesión de fe, preparada por Clemente IV, que decía así: “Mas a causa de diversos errores que algunos han introducido por ignorancia y otros por malicia (la Iglesia romana), dice y proclama que los que caen en el pecado después del bautismo, no han de ser rebautizados, sino que por una verdadera penitencia obtienen el perdón de sus pecados. Y si verdaderamente penitentes murieron en la caridad, antes de haber satisfecho con dignos frutos de penitencia por lo que cometieron u omitieron, sus almas, como lo ha explicado el Hno. Juan, son purificatorias o expiatorias, y, para el alivio de estas penas, les sirven los sufragios de los fieles vivos, a saber, el Sacrificio de la Misa, las oraciones y limosnas y otras obras de piedad que los fieles tienen la costumbre de ofrecer, conforme a las instituciones de la Iglesia. Las almas de los que, después de haber recibido el bautismo no han contraído absolutamente ninguna mancha de pecado, las que, asimismo, después de haber pecado han sido purificadas, o mientras vivían unidas con su cuerpo o después de haber sido despojadas de él, como ha sido dicho más arriba, son luego recibidas en el cielo”.
Benedicto XII en su Constitución “Benedictus Deus” del 29 de enero de 1336 hace una alusión bien clara al purgatorio al hablar de aquellos en cuyas almas, después de la muerte se encuentra algo que deba ser purificado. El mismo Papa, solicitado por los armenios a que les enviase socorros contra los sarracenos, responde exigiéndoles la renuncia de ciertos errores de los cuales uno de ellos, decía: “Los armenios comúnmente sostienen que en la otra vida no se da purgatorio de las almas, porque, como dicen, si el cristiano confiesa sus pecados, todos sus pecados y las penas de sus pecados le son perdonados. Asimismo no oran por los difuntos, a fin de que en la otra vida se les perdonen los pecados sino que, en general, ruegan por los muertos, lo mismo que por la bienaventurada Virgen, los Apóstoles…”
El concilio de Sis de 1342 replica, que la doctrina de los armenios es la del concilio de Lyon. Ruegan por los difuntos pecadores, pero es falso que oren por María y por los santos del cielo para que alcancen el descanso eterno. Esta oración tiene por objeto solamente que los santos no se entristezcan por nuestra causa, vale decir, que nosotros seamos libres de todo pecado.
El concilio de Florencia reproduce casi palabra por palabra la profesión de fe del concilio de Lyon, solamente que, inspirándose en las palabras de Benedicto XII, añade al fin que las almas justas, una vez enteramente purificadas, son recibidas luego en el cielo “para ver a Dios claramente, en su unidad y en su Trinidad, tal cual es, el uno más perfectamente que el otro, conforme a la diversidad de sus méritos”.
Entre los errores de Lutero, condenados por León X en la Bula “Exurge Domine”, se encuentran los siguientes tocantes al purgatorio. Prop 3: “El fomes del pecado, aunque no exista pecado actual ninguno, demora el alma al salir del cuerpo de su entrada en el cielo”. Prop. 4: “La caridad imperfecta del moribundo lleva consigo un gran temor, que por sí mismo basta para constituir la pena del purgatorio e impide la entrada en el cielo”. Prop. 37: “El purgatorio no puede probarse por ninguna Escritura que esté contenida en el Canon”. Prop 38: Las almas del purgatorio no están seguras de su salud, a lo menos todas. Ni las razones ni las Escrituras prueben que no pueden merecer o crecer por la caridad”. Prop. 40: “Las almas, libradas del purgatorio por los sufragios de los vivos, son menos felices que si hubiesen satisfecho por sí mismas”.
Tomado de Juan Rosanas S.J., El Purgatorio (Tratado Dogmático), Colección Vida Espiritual, Editorial Poblet, Buenos Aires, 1949. Transcrito por José Gálvez Krüger para la Enciclopedia Católica.
http://ec.aciprensa.com/wiki/Purgatorio_en_la_doctrina_cat%C3%B3lica
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2.-Purgatorio en la doctrina del Concilio de Trento.
El Concilio de Trento en la Ses. VI Can 30 anatematiza al que diga que “a todo pecador penitente que ha recibido la gracia de la justificación, la ofensa le es de tal modo perdonada, y la obligación a la pena eterna de tal suerte borrada, que no le quede ninguna obligación de pena temporal para purgar ora en este mundo ora en el otro, en el purgatorio, antes que la entrada en el cielo se le abra”.
Y en la Ses. XXII, can. 3, hablando del Sacrificio de la Misa, se condena al que diga: “que el Sacrificio de la Misa es solamente un sacrificio de alabanza y de acción de gracias o una simple conmemoración del sacrificio llevado a cabo en la cruz, y no un sacrificio propiciatorio, o bien que no aprovecha sino al celebrante que comulga, y que no debe ofrecerse por los vivos y por los muertos, por los pecados, las penas y las satisfacciones y todas las otras necesidades”.
En la ses. XXV y última enseña: “Como la Iglesia católica, instruida por el Espíritu Santo, a la luz de las sagradas Escrituras y de la antigua tradición de los Padres, haya enseñado en los sagrados concilios, y enseñe últimamente en este concilio ecuménico, que existe un purgatorio, y que las almas allí detenidas son socorridas por los sufragios de los fieles, y sobre todo por el santo sacrificio del altar; el santo concilio prescribe a los obispos que se esfuercen diligentemente para que as verdadera doctrina del purgatorio, recibida de los Santos Padres y de los santos concilios, se enseñe y predique en todas partes a fin de que sea creída y conservada por los fieles”.
Después del Concilio de Trento, el magisterio eclesiástico tomo estás decisiones: 1. La Profesión de fe de Pío IV de 1564: “Tengo constantemente por cierto que hay purgatorio, que las almas allí detenidas son socorridas por los sufragios de los fieles”. 2. La Profesión de de prescrita a los griegos por Gregorio XIII en 1575, la cual hace suyo el texto del concilio Florentino y la profesión de Pío IV. 3. Asimismo, la profesión de Benedicto XIV de 1743, prescrita a los orientales, se incorpora las profesiones de fe de Florencia y de Trento. 4. Condenación por Pío IV de la proposición 42 del sínodo jansenista de Pistoya, que declaraba “lamentable e ilusoria la aplicación de las indulgencias a los difuntos”. León XIII, en su carta del día de Pascua de Resurrección del año 1888, en que constituye la última Domínica de septiembre del mismo año, como un día de grande expiación en sufragio de las ánimas detenidas en el purgatorio declara: “Deseamos que se aprovechen, lo más copiosamente posible de la plenitud del tesoro infinito espiritual, aquellos hijos predilectos del la Iglesia que, muertos la muerte de los justos con la señal de la fe y unidos con la vid mística, de tal suerte, sin embargo no pueden entrar en el eterno descanso hasta que paguen el último cuadrante a la divina justicia vindicativa por las deudas contraídas. Nos conmueven no sólo los piadosos deseos de los católicos, a quienes nos consta que nuestra voluntad será muy grata, sino también la atrocidad de las penas con que son atormentadas las almas de los difuntos”.
Tomado de Juan Rosanas S.J., El Purgatorio (Tratado Dogmático), Colección Vida Espiritual, Editorial Poblet, Buenos Aires, 1949. Transcrito por José Gálvez Krüger para la Enciclopedia Católica
http://ec.aciprensa.com/wiki/Purgatorio_en_la_doctrina_del_Concilio_de_Trento
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3.-La existencia del Purgatorio según las Sagradas Escrituras y la tradición
I.
Unánime es la voz de la humanidad en admitir la existencia de un lugar donde las almas, abandonada esta vida sin estar plenamente reconciliadas con su Creador, deben ser retenidas antes de entrar en la posesión de la felicidad eterna. Ciertamente que este argumento es por sí de tan gran valor, que, aunque la Iglesia no hubiese proclamado la existencia del Purgatorio como dogma de fe, debería bastar para persuadirnos de ellas. Pero la Iglesia ha hablado claro a este respecto, y en el Concilio de Trento, apoyada en la autoridad de las sagradas Escrituras y en la constante tradición católica, definió solemnemente, en la sesión veinticinco, “que no sólo existe el Purgatorio, sino también que las almas que allí son detenidas pueden ser ayudadas con los sufragios de los fieles y especialmente con el adorable sacrificio de la Misa”. Y con esta definición condenó de una vez para siempre la doctrina protestante. Verdad es que la palabra Purgatorio no se halla formalmente expresada en los Santos Evangelios; pero ¿qué debe importarnos esto si hallamos claramente expresado cuanto ella significa? Y ante todo dos indicaciones principales nos hace Nuestro Señor Jesucristo mismo: la primera está en el evangelio de San Mateo (capítulo XIII), donde nos habla de una blasfemia injuriosa al Espíritu Santo, añadiendo que semejante pecado no se perdonará ni en esta vida ni en la futura. Los intérpretes de la Sagrada Escritura y los Doctores de la Iglesia toman este texto para demostrar la existencia del Purgatorio. En efecto, si existe en el otro mundo un lugar donde ciertos pecados, por no ser graves, pueden ser perdonados, éste lugar no puede ser otro sino aquel que llamamos Purgatorio, porque los pecados de los condenados son irremisibles.
En el Evangelio de San Lucas (capítulo XII) el mismo divino Redentor nos dice que a prudencia nos impone el deber de habérnoslas con nuestro adversario, mientras todavía nos hallamos por el camino, esto es, en vida, por temor de que, llegados al término del viaje, él no pueda entregarnos en las manos del Juez, y éste en las de su ministro, el cual nos aherrojará en una prisión de la cual no es posible salir en tanto no se haya satisfecho la deuda hasta el último maravedí. Según esta enseñanza de Jesús, es claro que si hacemos penitencia de nuestros pecados en la vida presente, nuestro adversario, que puede ser el demonio o también nuestra propia conciencia, en la cual está escrita la ley de Dios, nos acusará al término de la vida ante el Juez, que es el mismo Jesucristo, y él nos encerrará en una cárcel que no puede ser otra sino la del Purgatorio, y de la que no saldremos hasta que hayamos satisfecho, ya sea por medio de nuestros sufrimientos, bien por medio de la caridad de los vivos, toda la pena debida por nuestras culpas.
Pero el testimonio que más explícitamente que cualquier otro nos prueba la existencia del dogma del Purgatorio, es el que nos da san Pablo en su primera carta a los de Corinto: “Hay quien sobre el fundamento de la fe pone por materiales oro, plata, piedras preciosas, es decir, obras perfectas; otro también hay que pone maderas, heno, hojarasca, o sea, obras defectuosas. El que edificó del primer modo recibirá la paga establecida; pero el que edificó del segundo mudo deberá padecer por ello; no obstante no dejará de salvarse, si bien como quien pasa por el fuego”, esto es, deberá sufrir temporalmente en las llamas purificadoras del Purgatorio, según explican concordes los Padres de la Iglesia, revestidos de una dignidad y de una antigüedad de que no gozan los postulados protestantes, aparecidos en escena dieciséis siglos después de la Institución del cristianismo.
“El apóstol San Pablo, nota aquí San Francisco de Sales, se sirve en este pasaje de doble semejanza: la primera es la del arquitecto que, empleando materiales sólidos, construye una casa sobre buenos fundamentos; la segunda, al contrario es la del otro arquitecto que, edificando sobre los mismos fundamentos, emplea materias combustibles. Supongamos ahora, añade el Santo, para entrar en el pensamiento del Apóstol, que el fuego prenda en ambas casas; la que ha sido fabricada con materiales sólido no sufrirá desperfecto, mientras que la otra quedará al instante reducida a cenizas. Si el arquitecto de la primera se hallare dentro de ella, saldrá sano y salvo; el otro, sin embargo, si quiere salvarse, deberá necesariamente pasar a través de las llamas y recibir sobre sí las huellas del incendio. Imagen natural del Purgatorio, en el cual las almas manchadas con cualesquiera culpas que no merecen el infierno deberán pasar y recibir también las señales del incendio por las obras de la otra vida; mientras que las almas que no tienen necesidad de purificarse de ninguna mancha de culpa son preservadas de estas llamas, y van derechas al cielo a recibir la recompensa por sus buenas obras”.
Finalmente, omitiendo otros testimonios tomados de las Escrituras del Nuevo Testamento, referiré solamente lo que dice San Juan en el capítulo quinto de su Apocalipsis. “Y a todas las criaturas en el cielo, sobre la tierra, debajo de la tierra…, oí que decían: Al que está sentado sobre el trono y al Cordero, bendición, honor, gloria y poder por los siglos de los siglos”. Cuáles sean las criaturas que están en el cielo y sobre la tierra ya lo sabemos; pero ¿cuáles son, preguntan los intérpretes aquellas otras que debajo de la tierra cantan alabanzas al Altísimo? No pueden ser otras, responden, más que las almas de los fieles difuntos, que se hallan recluidas en aquella prisión subterránea, llamada Purgatorio, en donde, no obstante el rigor de los tormentos, no cesan de bendecir y de alabar al Señor. No son ciertamente las almas de los condenados, porque éstas, bien lejos de alabar y bendecir al Señor, le blasfeman de continuo.
II
Conformes con estos testimonios de las Escrituras están las antiquísimas Liturgias de la Iglesia, la doctrina de los Santos Padres y los monumentos de las catacumbas. Las primeras, en efecto, que no son otra cosa sino los libros que contienen las leyes reguladoras del culto y las oraciones autorizadas por la Iglesia, y pueden, por lo tanto definirse diciendo que son el formulario auténtico del culto público, se remontan hasta los Apóstoles, y prescriben que en el templo, después de haber sido leídos en los sagrados dípticos los nombres de las personas vivas, con las cuales había comunión de oraciones, se leyeran los de los difuntos recomendados de un modo particular, y el sacerdote, como lo practica aún en nuestros días, se recogía en oración para impetrar en su favor el lugar de refrigerio, de luz y de paz. Todas las antiguas liturgias, sin excepción, nos recuerdan este rito, el cual, por la forma en que se practicaba, tomó el nombre de oraciones sobre los dípticos.
Y ¡cuán bellas y conmovedoras son las oraciones por los muertos que hallamos registradas en estas liturgias, especialmente en las orientales, casi idénticas a las del Misal romano! ¡Qué maravillosos y vivientes monumentos de la tradición cristiana! “Acordémonos, dice la liturgia de los nestorianos de Malabar, de nuestros padres, de nuestros hermanos, de los fieles que dejaron esta vida en la fe ortodoxa; supliquemos al Señor se digne absolverlos, perdonarles sus pecados y sus prevaricaciones, y hacerlos dignos de participar de la felicidad eterna en compañía de los justos que cumplieron la divina voluntad”. “Recibid esta oblación, oh Dios mío, dice la de los nestorianos caldeos, por todos los que lloran, se hallan enfermos, que padecen opresiones, calamidades y enfermedades, y por todos los difuntos que la muerte ha separado de nosotros… Perdonad los delitos y pecados de los que han muerto, os lo pedimos por vuestra gracias y por vuestras misericordias”.
No menos expresivo es cuanto hallamos a este propósito en la liturgia de que se sirven los griegos hace más de doce siglos, y que ellos atribuyen a San Pablo y a San Juan Crisóstomo. “Os ofrecemos, oh Señor, se lee allí, este sacrificio también por el descanso y la libertad de vuestro siervo N, a fin de que él pueda hallar en lugar luminoso, en donde no hay dolores ni gemidos y que le deis el reposo allí donde resplandece la luz de vuestra faz”. Todos sabemos cómo en los siglos IV y V los heresiarcas Arrio, Nestorio y Eutiques arrebataron millones de al seno de la unidad de la Iglesia, La Santa Sede Romana, del mismo modo que lo hicieron en el siglo XVI los heresiarcas del protestantismo. Pues bien, estas sectas, cortadas, separadas del árbol de la vida, como sarmientos arrancados y arrojados lejos de la vid, han conservado estas antiguas Liturgias. Y es un hecho que los orientales, usan todos sin excepción, oraciones y sacrificios por los difuntos. ¿Se podrá, por tanto, decir que los cismáticos han tomado esta práctica de la Iglesia Roana después de su separación? Es imposible, porque la aversión que sienten contra esta Iglesia desde su rebelión no se los hubiera permitido. Luego esta práctica la tienen desde tiempos anteriores a su delito de deserción, y la providencial conservación de aquellas liturgias entre ellos, constituye también un monumento de lo que recibieron como doctrina de los Apóstoles. “Si hombres habitantes en diversos países, nota un agudo escritor, beben vino de igual sabor, se puede deducir la consecuencia de que tal vino está hecho de la misma calidad de uvas. Así, la doctrina del Purgatorio y de los sufragios, practicada en todas las Liturgias, procede del mismo árbol de la doctrina apostólica, plantado por el mismo divino Redentor”.
III
Y las oraciones de la liturgia llevan el aval de la autoridad de los Santos Padres, los cuales han admitido y enseñado siempre la existencia del Purgatorio. San Dionisio Areopagita, en su libro de la Jerarquía católica, que se remonta a la cuna del cristianismo, refiriendo los usos de su tiempo, entre otras cosas escribe: “En las funciones fúnebres, acercándose el venerable obispo, reza una oración sagrada sobre el difunto, y con aquella oración invoca la divina misericordia, a fin de que el difunto le sean perdonadas todas las culpas cometidas por humana fragilidad, y así legue a ser colocado en el esplendor y en la orada de los vivientes”. ¿No está acaso esta doctrina perfectamente de acuerdo con lo que hoy profesa la Iglesia católico referente al Purgatorio? Clemente Alejandrino, que vivió también en el siglo II, dice ante todo que el cristiano, el cual muere después de haber abandonado sus vicios, debe todavía satisfacer por medio de suplicios por los pecados cometidos después del bautismo; y poco después añade: “Los cristianos deben moverse a compasión del estado en que se hallan aquellos que, siendo castigados después de la muerte, aunque arrepentidos, confiesen sus propias y las expíen con tormentos que deben padecer”.
San Juan Crisóstomo asegura también, a su vez, que no en vano establecieron los Apóstoles que, cuando se celebran los sacrosantos misterios, se haga conmemoración de los que pasaron ya a la otra vida; porque ellos sabían que tanta práctica le es de gran provecho y alivio”. Por tanto, según este santo doctor, la oración hecha por los difuntos, en su forma más sublime y santa, radica ciertamente en los tiempos apostólicos, y nos sirve de documento y de prueba para demostrar la fe que en aquellos primeros siglos tenían los cristianos siglos en la existencia del Purgatorio.
Y como este Santo Padre se expresan también los Santos Basilio, Anastasio, Hilario, Jerónimo, Gregorio, Agustín y muchísimos otros que sería prolijo enumerar; todos los cuales, Padres y escritores de los primeros siglos de la Iglesia, enseñaron del modo más claro la existencia del Purgatorio, y el poder que tenemos para aliviar y socorrer a las almas que se hallan en él. Por cuanto ellos nos transmitieron se ve que no se trata ya de una innovación y variación de la doctrina cristiana, sino de una doctrina universal que data de la primera y más pura edad de la Iglesia, siendo los Padres y Doctores reconocidos como los expositores más autorizados de la religión cristiana. Pues bien, su unanimidad respecto de la doctrina que atañe al Purgatorio es tal que, Calvino, el más violento enemigo del mismo, se vio forzado a exclamar: “Confieso que desde hace mil trescientos años fue consagrado el uso de hacer oraciones por los difuntos”. Verdad es que, poco después, él mismo, como arrepentido de haberse demostrado demasiado dócil a la verdad, quiso afirmarse en su obstinación añadiendo solapadamente esta temeraria impiedad: “Todos ellos, lo confieso, fueron arrastrados al error…, y los Padres antiguos se adhirieron a la creencia del Purgatorio para condescender con la opinión corriente y vulgar”. Pero ¿qué persona de recto juicio no ve el punto que este subterfugio de Calvino no es sino una atroz impostura y calumnia contra todos los Padres?
Finalmente, entre los muchos testimonios de la antigüedad que dan fe de la creencia en el Purgatorio entre los primeros cristiano, existe también el de las catacumbas romanas. Basta solamente penetrar en aquellos subterráneos para convencerse de esta verdad. Allí, en aquellas silenciosas lápidas, que cierran los lóbulos en donde reposan los cuerpos de los primitivos cristianos, está indeleblemente esculpida la creencia en el Purgatorio. Encima de ellos la vemos expresada en los votos que se hacen por la paz del difunto, en las preces por las que se implora refrigerio para su espíritu, en la esperanza que allí se expresa de que pronto legue a posesionarse de la eterna bienaventuranza, y en las oraciones que el fallecido pide a los vivos para apresurar su liberación. Ahora bien, estos votos, estas preces, esta esperanza suponían, sin duda alguna, el temor de que aquellas almas estuviesen todavía alejadas de la felicidad a la cual suspiraban por llegar. Y las oraciones que ellas imploran de los vivos predican claramente la fe en la utilidad de nuestros sufragios. En otros términos, también, aquellas antiquísimas lápidas, que son de las más antiguas, y datan todas de tiempos anteriores a la paz de Constantino, revelan en los primitivos cristianos su fe en el Purgatorio.
Cortesía de: José Gálvez Krüger Texto tomado de Falletti, Luis Nue
Especial del Día de los Fieles Difuntos
http://ec.aciprensa.com/wiki/La_existencia_del_Purgatorio_seg%C3%BAn_las_Sagradas_Escrituras_y_la_tradici%C3%B3n
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4.-Extremaunción: Rito
Extremaunción
La Unción de los enfermos es sacramento de vivos y no debe darse a semimuertos, siquiera para que no pueda decir Lutero que los católicos “engrasan cadáveres”. A nadie daña, antes bien puede aliviar la misma dolencia corporal, y desde luego, perdona los pecados; con él ,además, basta la atrición para salvarse, siempre que el enfermo no se pueda confesar. ¡Cuánto trabaja Satanás con la familia, con el médico y con el enfermo en estas horas decisivas!
Al entrar el sacerdote adonde está el enfermo dice v/. “La paz sea a esta casa”. R/ Y a todos los que habitan en ella.
Puesto el Santo Óleo sobre una mesa y revestido con el sobrepelliz y estola morada, presenta la cruz al enfermo para que la bese; luego rocía con agua bendita el aposento y los circunstantes, diciendo “Aperges me…” con los versillos y la oración “Exaudi nos…”
Oremos: Señor Jesucristo, introduce en esta casa, con la entrada de tu humilde ministro, la felicidad eterna, la divina prosperidad, la serena alegría, la caridad provechosa, la salud inalterable; no tengan entrada en este lugar los demonios; vengan los ángeles de paz, y abandone esta casa toda discordia malévola. Engrandece, Señor, sobre nosotros tu santo nombre y bendice + nuestro ministerio; haz santa nuestra entrada en este lugar, Tú que eres santo y misericordioso y permaneces con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. R. Amén
Oremos y supliquemos a nuestro Señor para que bendiga plenamente esta morada y a todos los que habitan en ella; les de el buen Ángel custodio y haga que le sirvan, para que consideren las maravillas de su ley; aparte de ellos todas las potestades enemifas; les quite todo temor y toda perturbación; y se digne guardarlos sanos en esta casa. Quien con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina Dios por los siglos de los siglos. R. Amén.
Oremos. Escúchanos, Señor Santo, Padre omnipotente, Eterno Dios; y dígnate enviar tu Santo Ángel que custodie, ampare, proteja, visite y defienda a todos los que moran en esta casa. Por Cristo nuestro señor. R/. Amén .
Si no tiene que confesarse dirá el enfermo el “Yo Pecador” y si no pudiere lo hará otro por él. Al “Confíteor”, sigue el “Misereátur” y el “Indulgéntiam”. Luego invita el sacerdote a los asistentes a que oren por el paciente mientras se le administra el sacramento, y en seguida dice:
“En el nombre del Padre +, y del Hijo y del Espíritu Santo, quede extinguido en ti todo poder del diablo por la imposición de nuestras manos y por la invocación de todos los Santos Ángeles, arcángeles, patriarcas, Profetas, Apóstoles, Mártires, Confesores, Vírgenes y de todos los Santos juntos”. R. Amén.
Ahora, moja el dedo pulgar de la mano derecha en el Óleo de enfermos. Unge, formando una cruz, al enfermo, en los ojos (cerrados), orejas, narices, boca (cerrada), manos y pies, pronunciando en cada unción las palabras de la forma con el solo cambio del nombre de la parte ungida de este modo.
“Por esta santa Unción + y su benignísima misericordia, te perdone el Señor todo lo que has pecado con la vista… (con el oído… con el olfato… con el gusto y la palabra.. con el tacto… con el andar)”. R. Amén
Kyrye eléison; Christe eléison, Kyrye, eléison.
Padfre nuestro (en secreto)
v/. Y no nos dejes caer en la tentación. r/. Mas líbranos de todo mal. v. Salva a tu siervo. r. Dios mío, que espera en Ti. v/. Envíale, Señor, tu auxilio desde tu santuario. r/. Y defiéndele desde Sión. v/. Sé para él, Señor, una torre fortificada. r/. Frente al enemigo. v/. Nada adelante el enemigo en él. r/. Y el hijo de la iniquidad no pueda dañarle. v/. Escucha, Señor, mi oración. r/. Y llegue hasta Ti mi clamor. v/. El Señor sea con vosotros. r/. Y con tu espíritu.
Oremos. Señor Dios, que por tu Apóstol Santiago has dicho: “Enferma alguno entre vosotros? llame a los presbíteros de la Iglesia y oren por él, ungiéndole con óleo en el nombre del Señor; y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor le aliviará; y se halla con pecados se le perdonarán”; te rogamos, Redentor nuestro, sanes la dolencia de este enfermo, con la gracia del Espíritu Santo. Cúrale sus heridas, perdónales los pecados, quítale los dolores del alma y del cuerpo y devuélvele por tu misericordia la salud espiritual y corporal; para que restablecido con el auxilio de tu misericordia, pueda dedicarse a sus obligaciones anteriores: Tú que con el Padre y el Espíritu Santo vives y reinas, Dios. R/. Amén.
Oremos. Te rogamos, Señor, mires con benignidad a tu siervo (sierva) N… que desfallece con la enfermedad del cuerpo, y fortalece al alma que creaste; para que enmendada por los castigos, reconozca que ha sido curada por tu gracia. Por Cristo nuestro Señor. R/. Amén.
Oremos. Señor Santo, Padre omnipotente, eterno Dios, que infundiendo en los cuerpos enfermos la gracia de tu bendición. Conservas tu criatura con gran piedad; atiende benigno a la invocación de tu Nombre, para que a tu siervo, libre de la enfermedad y recobrada la salud, le levantes con tu diestra, le confirmes con tu fortaleza, le defiendas con tu poder y le restituyas a tu santa Iglesia, con toda la prosperidad que desea. Por Cristo nuestro Señor. R/. Amén.
Le da a besar la estola diciendo: el céntuplo recibas y alcances la vida eterna. r/ Amén.
Da la cruz al enfermo y le bendice con la mano derecha, diciendo:
La bendición de Dios omnipotente, Padre, +e Hijo y Espíritu Santo descienda sobre ti y permanezca siempre. R/ Amén.
Recomendación del alma
Al agonizar el enfermo, el sacerdote o alguno de los presentes lee la Recomendación del alma, teniendo mientras tanto encendida una vela bendita (esta vela simbólica recuerda la que se nos entregó encendida al fin de nuestro bautismo. Recuerda la parábola de las Diez Vírgenes, y significa la luz de la fe y el fuego de caridad con los que los queremos presentarnos a las bodas del Cordero)
Señor, ten misericordia.
Cristo, ten misericordia.
Señor, ten misericordia.
Santa María, ruega por él (ella).
Todos los Santos Ángeles y Arcángeles, rogad por él (ella).
San Abel (ruega)
Todo el coro de los justos
San Abraham
San Juan Bautista
San José
Todos los Santos Patriarcas y Profetas (rogad)
San Pedro (ruega)
San Pablo
San Andrés
San Juan
Todos los Santos Apóstoles y Evangelistas (rogad)
Todos los Santos discípulos del Señor
Todos los Santos Inocentes
San Esteban (ruega)
San Lorenzo
Todos los Santos Mártires (rogad)
San Silvestre (ruega)
San Gregorio
San Agustín
Todos los Santos Pontífices y Confesores (rogad)
San Benito (ruega)
San Francisco
San Camilo
Todos los Santos Monjes y Ermitaños (rogad)
Santa María Magdalena
Santa Lucía
Todas las Santas Vírgenes y Viudas (interceded por él)
Séle propicio, perdónale, Señor.
Séle propicio, líbrale, Señor.
Séle propicio, líbrale, Señor.
De tu ira, líbrale, Señor.
Del peligro de la muerte, líbrale Señor.
De mala muerte, líbrale Señor.
De las penas del infierno, líbrale, Señor.
De todo mal, líbrale, Señor.
Del poder del demonio, líbrale, Señor.
Por tu nacimiento, líbrale, Señor.
Por tu cruz y Pasión, líbrale, Señor.
Por tu muerte y sepultura, líbrale, Señor.
Por tu gloriosa Resurrección, líbrale Señor.
Por tu admirable Ascensión, líbrale Señor.
Por la gracia del Espíritu Santo Paráclito, líbrale Señor.
En el día del juicio, líbrale, Señor.
Pecadores, te rogamos óyenos.
Para que le perdones, te rogamos óyenos,
Señor tened, misericordia.
Señor, tened misericordia.
Oración- Egrédere ánima christiana. Sal, alma cristiana de este mundo en el nombre de Dios Padre omnipotente, que te creó; en el nombre de Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que por ti padeció; en el nombre del Espíritu Santo, que te fue dado; en el nombre de la gloriosa y Santa Virgen María, Madre de Dios; en el nombre de San José, ínclito Esposo de la Virgen; en el nombre de los Tronos y de las Dominaciones; en nombre de las Potestades; en el nombre de los Querubines y Serafines; en el nombre de los Patriarcas y Profetas; en el nombre de los Apóstoles y Evangelistas; en el nombre de los Santos Mártires y Confesores; en el nombre de los Monjes y Ermitaños; en el nombre de las Santas Vírgenes, y de todos los Santos y Santas de Dios: hoy tu lugar sea en la paz, y tu morada en la Santa Sión. Por el mismo Cristo nuestro Señor. R/. Amén.
Oración.- Oh Dios misericordiso, Oh Dios clemente, oh Dios que según la multitud de tus misericordias, borras los pecados de los arrepentidos, y con el perdón haces desaparecer las culpas de los pasados extravíos: dirige propicio tu mirada sobre este tu siervo (sierva) N…. y escucha sus ruegos con que de todo corazón te pide el perdón de todos sus pecados. Renueva en él (ella), Padre Piadosísimo todo cuanto la fragilidad de la carne ha corrompido, y el engaño del demonio ha violado y destruido; y une al cuerpo de la Iglesia este miembro de la redención. Compadécete, Señor, de sus gemidos, compadécete de sus lágrimas; y admite al sacramento de tu reconciliación a que sólo confía en tu misericordia. Por Cristo nuestro Señor.- R/. Amén.
Yo te encomiendo
Yo te encomiendo, carísimo hermano (carísima hermana), al Dios Tododeroso, y te encargo a Aquél que te crió; para que al pagar con la muerte la deuda de la humanidad, vuelvas a tu Autor que te ha formado del lodo de la tierra. Cuando tu alma salga de cuerpo, venga a recibirte la espléndida asamblea de los Ángeles; el Senado de los Apóstoles, que ha juzgar al mundo, venga a ti; el triunfante ejército de los Mártires salga a tu encuentro; recíbate el coro de las Vírgenes con alegres cánticos y tengas feliz descanso en el seno de los Patriarcas; San José Patrono de los moribundos, te anime con gran esperanza; la Santa Madre de Dios, María, vuelva benigna a ti sus ojos; Jesucristo se te muestre dulce y afable, y mande colocarte entre los que eternamente le asisten.
Ignores la horribilidad de las tinieblas, el chisporroteo de las llamas infernales, la tortura de los tormentos, Muéstrese vencido ante ti el pésimo Satanás con sus secuaces; tiemble y huye a la cruel confusión de la noche eterna, cuando llegues acompañado de los Ángeles. Levántese Dios y sean dispersados sus enemigos; y huyan de su faz los que le odian. Desvanézcanse como se desvanece el humo; perezcan los pecadores a la vista de Dios, como se derrite la cera al calor del fuego; y alégrense los justos, y se regocijen en la presencia del Señor. Que todas las legiones infernales sean confundidas y se avergüencen y los ministros de Satanás no se atrevan a impedir tu viaje. Líbrete de la muerte eterna Jesucristo, que se dignó morir por ti. Cristo Hijo de Dios vivo, te coloque entre los amenos vergeles de su Paraíso, y aquel verdadero Pastor te coloque entre sus ovejas. Él te absuelva de todos tus pecados; y te ponga a su diestra en la suerte de sus elegidos. Veas cara a cara tu Redentor; y estando siempre en su presencia, tus ojos beatificados vean clarísimamente la verdad. Y así, colocado entre los ejércitos de los bienaventurados, goces la dulzura de la contemplación divina en los siglos de los siglos. Amén. (Esta sentidísima despedida es parte de una carta que San Pedro Damián O.S.B. [siglo XI], escribió a cierto amigo suyo gravemente enfermo)
Invocaciones
Recibe, Señor, a tu siervo (sierva) en el lugar que debe esperar de tu misericordia. R/ Amén.
Libra, Señor el alma de tu siervo de todos los peligros del infierno, de los lazos de las penas y de todas las tribulaciones. R/Amén-
Libra, Señor, el alma de tu siervo, como libraste a Henoc y a Elías de la muerte común a los hombres. R/. Amén
Libra, Señor, como libraste a Noé del Diluvio. R/.Amén.
Libra Señor, el alma de tu siervo, como libraste a Isaac de ser inmolado, y de la mano de su padre Abraham. R/. Amén.
Libra, Señor, el alma de tu siervo, como libraste a Lot de Sodoma y de las llamas del fuego. R/. Amén.
Libra, Señor, el alma de tu siervo, como libraste a Moisés de la mano del Faraón, rey de los egipcios. R/. Amén.
Libra, Señor, el alma de tu siervo, como libraste a Daniel en el foso de los leones. R/. Amén.
Libra, Señor, el alma a tu siervo, como libraste a los tres jóvenes del horno de fuego ardiente, y de las manos de un rey cuel. R/. Amén.
Libra, Señor, el alma de tu siervo, como libraste a David de las manos del rey Saúl, y de las manos de Goliat. R/. Amén
Libra, Señor, el alma de tu siervo, como libraste a Pedro y Pablo de las cárceles. R/. Amén
Y así como libraste de atrocísimos tormentos a tu dichosísima virgen y mártir Tecla, así también dígnate librar el alma de tu siervo, y concédele que contigo pueda gozar de los bienes del cielo.
Oremos: Encomendámoste, Señor, el alma de tu siervo, y te rogamos, Señor Jesucristo, Salvador del mundo, que no dejes de colocar en el seno de tus patriarcas a esta alma, por la cual misericordiosamente bajaste a la tierra. Reconoce Señor, a tu hechura, criada, no por dioses extraños, sino por Ti, único Dios vivo y verdadero. En efecto, no hay Dios fuera de Ti, ni comparable en tus obras. Alegra, Señor, esta alma en tu presencia, y no te acuerdes de sus antiguas iniquidades excesos que suscito la violencia y ardor de sus pasiones. Pues aunque haya pecado, no ha negado al Padre, ni al Hijo, ni al Espíritu Santo, sino que creyó, y tuvo amor y celo del Dios que hizo todas las cosas.
Señor, te suplicamos que olvides los delitos e ignorancias de su juventud; pero acuérdate de él en la gloria de tu caridad, según tu gran misericordia. Ábranse los cielos y alégrense con él los ángeles. Recibe a tu siervo, en su Reino. Recíbale San Miguel Arcángel de Dios, que mereció ser príncipe de la milicia celeste. Salgan a su encuentro los santos Ángeles de Dios, y condúzcanle a la ciudad celestial, Jerusalén. Recíbale el bienaventurado Pedro Apóstol a quien se dieron las llaves del Reino de los Cielos.
Ayúdele el Apóstol San Pablo que digno vaso de elección. Interceda por él San Juan, Apóstol de Dios a quien fueron revelados los secretos del cielo. Rueguen por él todos los Santos Apóstoles, a quienes el señor dio el poder de atar y desatar.
Intercedan por él todos los Santos y escogidos de Dios, que en este mundo sufrieron grandes tormentos por el nombre del Cristo; para que desligado de las cadenas de la carne merezca llegar al glorioso reino de los cielos, por la gracia de nuestro Señor Jesucristo, quien con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos. R/. Amén
Oración: La clementísima Virgen María, Madre de Dios, piadosísimo consuelo de los tristes, encomiende a su Hijo el alma del siervo(a) N para que con esta intervención maternal, no tema los horrores de la muerte; sino que con su compañía llegue alegre a la deseada patria celestial. R/. Amén.
A ti acudo San José, Patrono de los moribundos, a ti en cuyo dichoso tránsito estuvieron solícitos Jesús y María; por estas dos carísimas prendas te encomiendo con empeño el alma de este tu siervo(a) N que lucha en la extrema agonía; para que por tu protección sea libre de las asechanzas del diablo y de la muerte perpetua, y merezca ir a los gozos eternos.
La indulgencia plenaria en el artículo de muerte
El sacerdote concede la bendición apostólica, con la cual se gana indulgencia plenaria de todas las penas debidas a los pecados.
Oremos.- Oh Dios Clemente, Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, que no quieres que perezcan ningunos de cuantos en ti creen y esperan: por tu gran conmiseración, mira a tu siervo N… (sierva N) que a ti se encomienda con sincera fe y cristiana esperanza. Por el Salvador que a este mundo enviaste, visita esta alma; y por los méritos de la Pasión y Muerte de tu único Hijo, concédele la remisión y plenaria indulgencia de todas sus culpas, para que en el momento en que el alma deje la tierra, encuentre en Ti un juez lleno de indulgencia; y lavada de toda mancha en la sangre de tu Hijo, merezca pasar de este mundo a la vida del cielo que nunca tendrá fin.- R/. Amén.
El enfermo, y si él no pudiere, uno de los presentes dirá el “Confíteor” o el “Yo Pecador”, y el sacerdote prosigue con el “Misereátur” y el “Indulgéntiam”, a quien se responde: Amén.
Luego añade el Sacerdote esta absolución:
Nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo que otorgó a su bienaventurado Apóstol San Pedro el poder de atar y desatar, reciba por su piadosísima misericordia la confesión de vuestras culpas y os devuelva vestido de inocencia que por primera vez recibisteis el día de vuestro bautismo; - y yo, su ministro, en virtud del poder alcanzado de la Sede Apostólica, os concedo la indulgencia plenaria y la entera remisión de vuestros pecados.
En el nombre del Padre +, y del Hijo, y del Espíritu Santo. R/. Amén.
Por los frutos del misterio de nuestra santísima redención, Dios todopoderoso os remita las penas que debierais sufrir en esta vida y en la otra, y os franquee las puertas del cielo, y os lleve a los gozos sempiternos.- R/.Amén.
Oración indulgenciada
Con esta oración rezada por el enfermo cuando ya no pueda orar y se halle en el trance mismo de la muerte (Pío X).
¡Oh Jesús! Adorando vuestro último suspiro, ruegos recibáis el mío. No sabiendo actualemnete si tendré libre uso de mi inteligencia cuando deje este mundo, desde ahora os ofrezco mi agonía y los dolores todos de mi muerte, y que el último latido de mi corazón sea un acto de puro amor a Vos.
¡Señor y Dios mío! Desde hoy acepto gustoso y como venido de vuestra mano el género de muerte que quisieres enviarme, con todos sus dolores, sus angustias y penas.- Amén.
Invocaciones
Los que rodean al enfermo deberán ayudarle con a bien morir con piadosas jaculatorias y con edificantes lecturas, sobre todo la Pasión del Señor según los Santos Evangelios. Procúrese también que el enfermo tenga el Crucifijo a su cabecera, para que pueda besarlo. Puede sugerírsele jaculatorias como éstas, inspiradas en los Salmos, para provocar actos de paciencia, de penitencia, de amor de Dios y de conformidad con la voluntad divina, de esperanza y de fe, de deseo de los bienes celestiales y desapego de los mundanos. Todo esto es caridad, que Dios ha de premiar mucho.
1.¡Señor! Ten piedad de mí, que soy un pecador!
2.¡Señor! No mires mis pecados, sino mi fe en ti
3.¡En Ti, señor, espero; no me confundas para siempre!
4.¡Acuérdate, Señor, de que eres todo misericordioso!
5.¡Oh Dios mío! Te amo con todas veras.
6.Tú mismo, Señor, eres mi premio eterno.
7.En el cielo me esperan los Justos para recibirme.
8.¡Ay Señor, que mi destierro se prolonga!
9.Mi patria es la tierra de los vivos
10.Mira Señor que mis enemigos se multiplican. Líbrame de ellos por la gloria de tu nombre; no sea que digan: “Hemos podido más que él”.
11.En tus manos, señor, entrego mi alma. Tú me redimiste, Oh Dios, fiel a tus promesas.
12.Deseo morir para estar con Cristo.
13.Mi vida es Cristo, y el morir una ganancia.
14.¡Ven Señor Jesús! ¡Ven y no tardes!
15.Pronto me llenarás de alegría al ver tu rostro; y tus delicias no tendrán fin para mí.
16.¡Oh Jesús! Tus llagas benditísimas son mi refugio y mi asilo.
17.Creo que mi Redentor vive, y que en el último día he de resucitar, y que con mis propios ojos veré a mi Dios y mi Salvador.
18.¡Oh Buen Jesús! Óyeme – En la hora de la muerte llámame – Y mándame venir a Ti – Para que con tus santos te alabe por los siglos de los siglos.
19.María, Madre de Dios y Madre mía, asístanme en mi última agonía.
20.Jesús José Y María! Expire yo en paz en su compañía
21.Ángel Santo de mi guarda, mira por mí.
22.San Miguel y todos los ángeles, rueguen por mí
23.Santo Patrono mío, ruega por mí.
24. San Benito, abogado de la buena muerte; ruega al Señor por mí.
25.Santos y Santas del Paraíso, pidan gracia para mí al Juez Soberano
Transcrito por José Gálvez Krüger para la Enciclopedia Católica de Aci Prensa
Tomado de :DOM Gaspar Lefebvre O.S.B. Misal diario. Traducción castellana del Rvdo. Padre Germán Prado, Monje Benedictino de Silos (España). Desclée de Brouwer y Cia. Brujas-Bélgica.
Enlaces internos
[1] Simbolismo de la Sepultura Cristiana.
[2] Punto de Vista de Alejandro Bermúdez. Cremación de difuntos.
[3] Agonía de Cristo.
[4] Piadoso ejercicio para alcanzar una buena muerte.
[5] Purgatorio.
[6] Indulgencias.
[7] Altar de Tumba
http://ec.aciprensa.com/wiki/Extremaunci%C3%B3n:_Rito
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5.-Purgatorio: Secuencia (De un autor anónimo del siglo XII).
¡Oh día aquél, en que el mundo se disolverá, atestiguándolo David y la Sibila!
La trompeta, al esparcir su atronador sonido por la región de los sepulcros, reunirá a todos ante el trono de Dios.
La muerte se asombrará y la naturaleza, cuando resucite la criatura, para responder ante el *Abriráse el libro, en que está escrito todo aquello de que el mundo ha de ser juzgado.
Luego que el Juez se hubiere sentado, aparecerá todo lo oculto; nada quedará sin venganza.
¿Qué he de decir entonces yo miserable? ¿A qué valedor acudiré, cuando aún el justo apenas estará seguro?
¡Oh Rey de terrible majestad! Que a los que se han de salvar, los salvas gratuitamente, sálvame fuente de bondad
Acuérdate, piadoso Jesús, de que soy causa de que vinieses al mundo; no me pierdas en aquel día.
Al buscarme, fatigado te sentaste; me redimiste sufriendo en la cruz; que no sea vano tanto trabajo.
¡Oh justo Juez de las venganzas! Concédeme el perdón antes del día de la cuenta.
Gimo como reo; la culpa ruboriza mi cara. Perdona, Señor, al que lo suplica.
Tú que perdonaste a María (Magdalena), y oíste al buen Ladrón, y a mí mismo me diste esperanza.
Mis plegarias no son dignas; pero Tú, bueno muéstrame benigno para que no arda yo en el fuego eterno.
Dame un lugar entre tus ovejas, y apártame de los cabritos, colocándome a tu lado derecho.
Arrojados los malditos a las llamas eternas, llámame con los Benditos.
Ruégote suplicante y anonadado, con el corazón desecho como el polvo, que tengas cuidado de mi fin.
¡Oh día de lágrimas aquél en que saldrá del polvo!
¡El hombre para ser juzgado como reo! Perdona a éste, Señor.
Piadoso Jesús, dales el descanso. Amén.
http://ec.aciprensa.com/wiki/Purgatorio:_Secuencia_(De_un_autor_an%C3%B3nimo_del_siglo_XII)
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6.-Purgatorio: Piadoso ejercicio para alcanzar una buena muerte.
Dios mío: Postrado humildemente en tu presencia, te adoro y quiero hacer esta protesta, como si ya me hallase próximo a exhalar mi último suspiro.
Dios mío: Tú has decretado mi muerte desde la eternidad: yo la acepto desde ahora con todo mi corazón en el modo y forma que tu divina Majestad ha dispuesto, y acepto también todos los dolores que la han de acompañar, los uno a los tormentos y a la muerte de Jesucristo, y te los ofrezco en satisfacción y penitencia de mis pecados. Acepto igualmente la destrucción de mi cuerpo para que resplandezca más tu supremo dominio sobre mí. Y por lo tanto, acepto y me alegro de que estos ojos, que tanta libertad se han tomado contra Ti, queden con la muerte ciegos hasta el fin del mundo.
Acepto y me alegro de que esta lengua, que tantas veces he empleado en palabras vanas, murmuraciones y mentiras, quede muda con la muerte, y sea comida de gusanos en el sepulcro.
Acepto y me gozo de que estas manos y estos pies que han sido para mi corazón instrumentos de tantas acciones desordenadas y de tantos pasos torcidos, queden con la muerte sin movimiento y sin acción entre los horrores de una hedionda sepultura. Acepto y me gozo de que este mismo corazón que, siendo formado para darte todos sus afectos, los ha empleado en miserables e indignas criaturas, sea arrojado a la tierra y reducido a polvo y ceniza.
En suma, Señor, me regocijo de que se verifique en mí la total destrucción de mis miembros y huesos, convirtiéndome en humilde polvo y frías cenizas, que fueron la materia de que formaste mi cuerpo; para que la completa destrucción de mi existencia publique la grandeza de tu infinito poder y lo humilde de mi nada. Recibe, Señor, este sacrificio que te hago de mi vida, por aquel gran sacrificio que te hizo tu divino Hijo de sí mismo sobre el ara de la Cruz; y desde este momento para la hora de mi muerte, me resigno totalmente a vuestra santísima voluntad, y protesto que quiero morir diciendo: “Hágase, Señor, tu voluntad...”
Jesús mío crucificado: Tú que para alcanzarme una buena muerte haz querido sufrir muerte tan amarga, acuérdate entonces de que yo soy una de tus ovejas que has comprado con el precio de tu sangre. Cuando todos los de la tierra me hayan abandonado y nadie pueda ayudarme, Tu sólo podrás consolarme y salvarme, haciéndome digno de recibirte por Viático, y no permitiendo que te pierda para siempre. Amado Redentor mío, recíbeme entonces en tus llagas, puesto que yo desde ahora me abrazo a Ti, y protesto que quiero entregar mi alma en la llaga amorosa de tu sacratísimo costado.
Y Tú, Virgen Santísima, Abogada y Madre mía María; después de Dios, Tu eres y serás mi esperanza y mi consuelo en la hora de la muerte. Desde ahora recurro a Ti, y te ruego no me abandones en aquel último momento: ven entonces a recibir mi alma y a presentarla a tu Hijo. Te aguardo, Madre mía, y espero morir bajo tu amparo y abrazado a tus pies. Y Tú, Protector mío San José, San Miguel Arcángel, Ángel Custodio, Santos mis abogados, ayúdenme en aquel trance extremo, en aquel último combate y llévenme a la Gloria celestial. Amén.
José Gálvez Krüger
http://ec.aciprensa.com/wiki/Purgatorio:_Piadoso_ejercicio_para_alcanzar_una_buena_muerte
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7.-Cien Réquiem.
Modo de practicar esta piadosa devoción
Para hacer este ejercicio, cada uno puede servirse de un rosario común de cinco decenas, recorriéndolo dos veces para formar las diez decenas, o sea la centena de Réquiem.
Se empieza rezando un Padrenuestro y después una decena de Réquiem en esta forma:
Dales, Señor, el eterno descanso y haz brillar sobre ellas tu eterna luz.
En cada cuenta grande se dirá la jaculatoria y ofrenda siguientes:
Jaculatoria
Almas santas, almas purgantes, rueguen a Dios por nosotros, que nosotros rogaremos por ustedes para que Él les de la gloria del paraíso.
Ofrenda
Padre eterno, te ofrecemos la sangre, pasión y muerte de Jesucristo, los dolores de la Santísima Virgen y los de San José, por la remisión de nuestros pecados, la libertad de las almas del Purgatorio y la conversión de los pecadores.
A continuación, se rezan la segunda y demás decenas de Réquiem sobre las cuentas pequeñas, repitiendo la jaculatoria y la ofrenda sobre cada cuenta grande. Acabadas las diez decenas, o sea la centena de Réquiem, se rezará la siguiente oración:
DE PROFUNDIS Salmo CXXIX de David Desde el profundo abismo de mis penas a Ti clamo, Señor, de noche y día; oye, mi Dios, los incesantes ruegos de un corazón contrito que se humilla. Estén gratos y atentos tus oídos a mi voz lamentable y dolorida: a Ti mis ayes y gemidos lleguen pues a escucharlos tu piedad se inclina. ¿Si siempre airado tus divinos ojos sobre las culpas de los hombres fijas, quién estará confiado en tu presencia, confundiéndonos sólo ante tu vista? Más la eterna palabra de tu seno que aplaque espero tus terribles iras; porque son inefables tus promesas y con tus gracias pecador invitas. Así aunque mi alma acongojada gime contemplando el rigor de tu justicia, por tu palabra la indulgencia espera, de que la hacen culpas tan indigna. ¡Oh pueblo electo! De mañana y noche, en todos tus peligros y fatigas, acógete al Señor con la confianza que en su ley soberana nos intima. Porque es inagotable su clemencia; se muestra con los flacos compasiva; de todas sus miserias los redime, y siempre que le claman los auxilia. Este Dios abrevie el tiempo en que logre Israel su eterna dicha cuando de tus pecados la liberte, que con tanto rigor la tiranizan.
Encomendémonos ahora a las almas del Purgatorio y digamos: ¡Almas benditas! nosotros hemos rogado por vosotros que sois tan amadas de Dios y estáis seguras de no poderlo más perder: rogadle por nosotros miserables que estamos en peligro de condenarnos para siempre. ¡Dulce Jesús, dad descanso eterno a las benditas almas del Purgatorio¡
Cortesía de: José Gálvez Krüger
http://ec.aciprensa.com/wiki/Cien_R%C3%A9quiem
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8.-Purgatorio: Secuencia (De un autor anónimo del siglo XII)
¡Oh día aquél, en que el mundo se disolverá, atestiguándolo David y la Sibila!
La trompeta, al esparcir su atronador sonido por la región de los sepulcros, reunirá a todos ante el trono de Dios.
La muerte se asombrará y la naturaleza, cuando resucite la criatura, para responder ante el *Abriráse el libro, en que está escrito todo aquello de que el mundo ha de ser juzgado.
Luego que el Juez se hubiere sentado, aparecerá todo lo oculto; nada quedará sin venganza.
¿Qué he de decir entonces yo miserable? ¿A qué valedor acudiré, cuando aún el justo apenas estará seguro?
¡Oh Rey de terrible majestad! Que a los que se han de salvar, los salvas gratuitamente, sálvame fuente de bondad
Acuérdate, piadoso Jesús, de que soy causa de que vinieses al mundo; no me pierdas en aquel día.
Al buscarme, fatigado te sentaste; me redimiste sufriendo en la cruz; que no sea vano tanto trabajo.
¡Oh justo Juez de las venganzas! Concédeme el perdón antes del día de la cuenta.
Gimo como reo; la culpa ruboriza mi cara. Perdona, Señor, al que lo suplica.
Tú que perdonaste a María (Magdalena), y oíste al buen Ladrón, y a mí mismo me diste esperanza.
Mis plegarias no son dignas; pero Tú, bueno muéstrame benigno para que no arda yo en el fuego eterno.
Dame un lugar entre tus ovejas, y apártame de los cabritos, colocándome a tu lado derecho.
Arrojados los malditos a las llamas eternas, llámame con los Benditos.
Ruégote suplicante y anonadado, con el corazón desecho como el polvo, que tengas cuidado de mi fin.
¡Oh día de lágrimas aquél en que saldrá del polvo!
¡El hombre para ser juzgado como reo! Perdona a éste, Señor.
Piadoso Jesús, dales el descanso. Amén.
http://ec.aciprensa.com/wiki/Purgatorio:_Secuencia_(De_un_autor_an%C3%B3nimo_del_siglo_XII)
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9.-Decenario de la pasión en sufragio de las almas del purgatorio
(Se repite cinco veces para formar un Rosario de cinco dieces.)
Oración inicial: Abre, Señor, nuestros labios; alienta nuestros corazones y límpialos de vanos, impuros e impertinentes pensamientos; ilustra nuestro entendimiento, inflama nuestra voluntad, para que, con todo nuestro corazón, meditemos los pasos de tu Sagrada Pasión y muerte, con los acerbísimos dolores de tu Madre Santísima, y merezcamos ser oídos ante el acatamiento de tu Divina Majestad, que vives y reinas en todos los siglos. Amén.
Primera decena
Jesús mío, por aquel sudor copioso de sangre que sudaste en el huerto, ten misericordia de las almas del Purgatorio (o del alma de N.)
Segunda decena
Jesús mío, por la bofetada que recibió tu rostro venerable, ten misericordia de las almas del Purgatorio.
Tercera decena
Jesús mío, por los crueles azotes que sufriste, ten misericordia de las almas del Purgatorio.
Cuarta decena
Jesús mío, por la corona de agudas espinas que traspasaron tu santísima cabeza, ten misericordia de las almas del Purgatorio.
Quinta decena
Jesús mío, por los pasos que diste en la calle de la Amargura con la cruz a cuestas, ten misericordia de las almas del Purgatorio
Sexta decena
Jesús mío, por tu santísimo rostro lleno de sangre, que dejaste impreso en el velo de la Verónica, ten misericordia de las almas del Purgatorio.
Sétima decena
Jesús mío, por la vestidura sangrienta que con violencia te desnudaron los sayones, ten misericordia de las almas del Purgatorio.
Octava decena
Jesús mío, por tu santísimo cuerpo clavado en la cruz, ten misericordia de las almas del Purgatorio.
Novena decena
Jesús mío, por tus santísimos pies y manos clavados con duros clavos, ten misericordia de las almas del Purgatorio.
Décima decena
Jesús mío, por tu costado abierto al borde de una lanzada, de donde manó sangre y agua, ten misericordia de las almas del Purgatorio (o del alma de N.)
En lugar del Padrenuestro se dirá la siguiente oración: Piadosísimo Jesús mío, mira con benignos ojos las almas de los fieles difuntos por las cuales has muerto y recibido tormento de cruz. Amén.
Cortesía de: José Gálvez Krüger
http://ec.aciprensa.com/wiki/Decenario_de_la_pasi%C3%B3n_en_sufragio_de_las_almas_del_purgatorio
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10.-El purgatorio abierto a la piedad de los vivos.
Oraciones
Para todos los días de la semana
Para el domingo
¡Oh Señor y Dios omnipotente! Yo te suplico por la preciosa sangre que tu Hijo derramó en el Huerto, que saques las almas del Purgatorio, y en particular las que están más olvidadas, y llévalas al descanso eterno. Dos Padrenuestros y dos avemarías.
Para el lunes
¡Oh Señor y Dios omnipotente! Yo te suplico por la preciosa sangre que tu Hijo derramó con los crueles azotes que recibió, saques las almas del Purgatorio, y en particular las que están próximas a subir al eterno descanso, para que así empiecen cuanto antes a alabarte y bendecirte eternamente. Dos Padrenuestros y dos avemarías.
Para el martes
¡Oh señor y Dios omnipotente! Yo te suplico por la preciosa sangre que derramó tu Santísimo Hijo cuando le pusieron la corona de espinas, saques las almas del Purgatorio, y en particular la que debiere ser la última de todas en salir, para que no tarde tanto en alabarte y bendecirte eternamente en la Gloria. Amén. Dos Padrenuestros y dos avemarías.
Para el miércoles
¡Oh Señor y Dios omnipotente! Yo te suplico por la preciosa sangre que derramó tu Santísimo Hijo por las calles de Jerusalén cuando iba con la cruz a cuestas, saques a las almas del Purgatorio, y en particular la más rica en méritos para contigo, a fin de que desde el sublime trono de gloria que espera, te alabe y bendiga eternamente. Amén. Dos Padrenuestros y dos avemarías.
Para el jueves
¡Oh Señor y Dios omnipotente, yo te suplico por el precioso cuerpo y sangre de tu Santísimo Hijo, que en la noche de su Pasión dio en comida y bebida a sus Apóstoles y dejó a toda la Iglesia en sacrificio perpetuo y vivífico alimento de los fieles, saques las almas del Purgatorio, en particular la más devota de este misterio de amor, para que por ello te alabe con tu divino Hijo y con el espíritu Santo en tu Gloria eternamente. Dos Padrenuestros y dos avemarías.
Para el viernes
¡Oh Señor y Dios omnipotente! Yo te suplico por la preciosa sangre de tu Santísimo Hijo derramó desde el árbol de la cruz, especialmente de sus sacratísimos pies y manos, saques las almas del Purgatorio, y en particular aquellas por quienes tengo mayor obligación de rogarte, para que no queden allí penando por mi culpa, ni sean privadas de alabarte y bendecirte eternamente en la Gloria. Dos Padrenuestros y dos avemarías.
Para el sábado
¡Oh Señor y Dios omnipotente! Yo te suplico por la preciosa sangre que salió del costado de tu Santísimo Hijo en presencia y con grandísimo dolor de su Santísima Madre, saques las almas del Purgatorio, en particular la que haya sido más devota de esta gran Señora, para que, cuanto antes vaya a tu Gloria a alabarte en Ella y a Ella en ti, por todos los siglos de los siglos. Amén. Dos Padrenuestros y dos avemarías.
A las benditas ánimas del purgatorio
¡Cuán consolatorio dulce pensamiento, el del purgatorio para el pecador!
¿Quién será tan puro que el celeste asiento tenga por seguro sin miedo de error?
En este recelo Solaz y dulzura es saber que al cielo se va por dolor
Se espera el contento por la de amargura senda, y aposento de triste amor.
Propaganda de la Cruzada a favor de las benditas almas del Purgatorio con licencia de la autoridad eclesiástica dada en 31 de Mayo de 1929. Al devoto de ellas – Felipe E. Hidalgo
Cortesía de: José Gálvez Krüger
Especial del Día de los Fieles Difuntos
http://ec.aciprensa.com/wiki/El_purgatorio_abierto_a_la_piedad_de_los_vivos
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11.-Purgatorio: Invocaciones por los moribundos
Recibe, Señor, a tu siervo (sierva) en el lugar que debe esperar de tu misericordia. R/ Amén.
Libra, Señor el alma de tu siervo de todos los peligros del infierno, de los lazos de las penas y de todas las tribulaciones. R/Amén.
Libra, Señor, el alma de tu siervo, como libraste a Enoch y a Elías de la muerte común a los hombres. R/. Amén
Libra, Señor, como libraste a Noé del diluvio. R/.Amén.
Libra Señor, el alma de tu siervo, como libraste a Isaac de ser inmolado, y de la mano de su padre Abrahán. R/. Amén.
Libra, Señor, el alma de tu siervo, como libraste a Lot de Sodoma y de las llamas del fuego. R/. Amén.
Libra, Señor, el alma de tu siervo, como libraste a Moisés de la mano del Faraón, rey de los egipcios. R/. Amén.
Libra, Señor, el alma de tu siervo, como libraste a Daniel en el foso de los leones. R/. Amén.
Libra, Señor, el alma a tu siervo, como libraste a los tres jóvenes del horno de fuego ardiente, y de las manos de un rey cruel. R/. Amén.
Libra, Señor, el alma de tu siervo, como libraste a David de las manos del rey Saúl, y de las manos de Goliat. R/. Amén
Libra, Señor, el alma de tu siervo, como libraste a Pedro y Pablo de las cárceles. R/. Amén
Y así como libraste de atrocísimos tormentos a tu dichosísima virgen y mártir Tecla, así también dígnate librar el alma de tu siervo, y concédele que contigo pueda gozar de los bienes del cielo.
Oremos: Encomendámoste, Señor, el alma de tu siervo, y te rogamos, Señor Jesucristo, Salvador del mundo, que no dejes de colocar en el seno de tus Patriarcas a esta alma, por la cual misericordiosamente bajaste a la tierra. Reconoce Señor, a tu hechura, criada, no por dioses extraños, sino por Ti, único Dios vivo y verdadero. En efecto, no hay Dios fuera de Ti, ni comparable en tus obras. Alegra, Señor, esta alma en tu presencia, y no te acuerdes de sus antiguas iniquidades excesos que suscito la violencia y ardor de sus pasiones. Pues aunque haya pecado, no ha negado al Padre, ni al Hijo, ni al Espíritu Santo, sino que creyó, y tuvo amor y celo del Dios que hizo todas las cosas.
Señor, te suplicamos que olvides los delitos e ignorancias de su juventud; pero acuérdate de él en la gloria de tu caridad, según tu gran misericordia.
Ábranse los cielos y alégrense con él los Ángeles. Recibe a tu siervo, en su Reino. Recíbale San Miguel, Arcángel de Dios, que mereció ser príncipe de la milicia celeste.
Salgan a su encuentro los santos Ángeles de Dios, y condúzcanle a la ciudad celestial, Jerusalén. Recíbale el bienaventurado Pedro Apóstol a quien se dieron las llaves del reino de los cielos.
Ayúdele el Apóstol San Pablo que digno vaso de elección. Interceda por él San Juan, Apóstol de Dios a quien fueron revelados los secretos del cielo. Rueguen por él todos los Santos Apóstoles, a quienes el señor dio el poder de atar y desatar.
Intercedan por él todos los Santos y escogidos de Dios, que en este mundo sufrieron grandes tormentos por el nombre del cristo; para que desligado de las cadenas de la carne merezca llegar al glorioso reino de los cielos, por la gracia de nuestro Señor Jesucristo, quien con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos. R/. Amén
Oración: La clementísima Virgen María, Madre de Dios, piadosísimo consuelo de los tristes, encomiende a su Hijo el alma del siervo(a) N para que con esta intervención maternal, no tema los horrores de la muerte; sino que con su compañía llegue alegre a la deseada patria celestial. R/. Amén.
A ti acudo San José, Patrono de los moribundos, a ti en cuyo dichoso tránsito estuvieron solícitos Jesús y María; por estas dos carísimas prendas te encomiendo con empeño el alma de este tu siervo(a) N que lucha en la extrema agonía; para que por tu protección sea libre de las asechanzas del diablo y de la muerte perpetua, y merezca ir a los gozos eternos.
Cortesía de: José Gálvez Krüger
http://ec.aciprensa.com/wiki/Purgatorio:_Invocaciones_por_los_moribundos
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12.-Purgatorio y Comunión de los Santos.
Introducción
(“communo sanctorum”, coparticipación de, o con, los santos)
La doctrina se expresó en la segunda cláusula del artículo noveno del texto aceptado Credo de los Apóstoles: “Creo… la santa Iglesia Católica, la comunión de los santos”. Esta adición, probablemente la última, al antiguo símbolo romano se encuentra en:
la liturgia galicana del siglo VII (P.L., LXXII, 349, 597);
en algunas cartas del pseudo-Agustín (P. L., XXXIX, 2189, 2191, 2194), ahora atribuidas a San Cesáreo de Arles (c. 543);
en "De Spiritu Sancto" (P. L., LXII, 11), atribuido a Fausto de Riez (c. 460);
en la "Explanatio Symboli" (P. L., LII, 871) de Nicetas de Remesiana (c. 400); y
en dos documentos de fecha incierta, el "Fides Hieronymi", y una confesión armenia.
Los críticos han elaborado diversas teorías sobre estos hechos. Algunos sostienen que la adición es una protesta contra Vigilancio, quien condenaba la veneración de los santos; y él relaciona esta declaración con Fausto del sur de la Galia y probablemente también con Nicetas en Panonia, en quien influyó la "Catecheses" de San Cirilo de Jerusalén. Otros la consideran una primera reacción contra el separatismo de los donatistas, por lo tanto una concepción africana y agustiniana dirigida solamente a los miembros de la Iglesia, cuyo significado superior de coparticipación con los santos difuntos sería introducida posteriormente por Fausto. Sin embargo, otros piensan que tuvo su origen en Armenia, con un significado antidonatista, de donde pasó a Panonia, la Galia, las Islas Británicas, España, etc., adquiriendo nuevas acepciones en su andadura hasta culminar finalmente en la síntesis católica de los teólogos medievales. Estas y muchas otras conjeturas no modifican la doctrina tradicional, de acuerdo con la cual la comunión de los santos, dondequiera que fuese introducida en el Credo, es la consecuencia natural de la enseñanza de la Escritura, y principalmente de la fórmula bautismal; aun así, el valor del dogma no reside en la solución de ese problema histórico.
Doctrina Católica
La comunión de los santos es la solidaridad espiritual que une a los fieles de este mundo, a las almas en el purgatorio y a los santos del cielo en la unidad orgánica del mismo cuerpo místico cuya cabeza es Cristo, y en un intercambio constante de servicios sobrenaturales. A los partícipes en esa solidaridad se les llama santos en razón de su destino y de su participación en los frutos de la Redención (1 Cor. 1,2 - texto griego). Los condenados están así excluidos de la comunión de los santos. Los vivos, incluso los no pertenecientes a la verdadera Iglesia, la comparten según su grado de unión con Cristo y con el alma de la Iglesia. Santo Tomás enseña (III:8:4) que los ángeles, aunque no redimidos, forman parte de la comunión de los santos porque están bajo el poder de Cristo y reciben de Él “gratia capitis”. La solidaridad en sí misma implica una diversidad de interrelaciones: dentro de la Iglesia Militante, no solo la participación en la misma fe, Sacramentos y gobierno, sino también un mutuo intercambio de ejemplos, oraciones, méritos y satisfacciones; entre la Iglesia de este mundo por una parte, y el purgatorio y el cielo por la otra, sufragios, invocación, intercesión, veneración. Estas connotaciones atañen aquí solamente en lo que se refiere a la idea transcendente de solidaridad espiritual entre todos los hijos de Dios. Entendida de este modo, la comunión de los santos, aunque se definió formalmente solo en sus alcances particulares (Concilio de Trento, sesión XXV, decretos sobre el purgatorio; sobre la invocación, veneración y reliquias de los santos e imágenes sagradas; sobre las indulgencias), sin embargo, es dogma comúnmente enseñado y aceptado en la Iglesia. Es verdad que el Catecismo del Concilio de Trento (Pt. I, cap. X) a primera vista parece limitar a los vivos el sentido de la frase contenida en el Credo, pero haciendo la comunión de los santos exponente y función, por decirlo así, de la cláusula precedente, "la santa Iglesia católica", verdaderamente se prolonga a lo que se denominan "partes constituyentes, una se fue antes, la otra la sigue todos los días” de la Igleisa; el principio general se proclama en estos términos: "toda acción piadosa y sagrada realizada por uno pertenece y es provechosa a todos, gracias a la caridad que no se busca a sí misma".
En esta inmensa concepción católica los racionalistas ven no sólo una producción tardía, sino también un indisimulado retorno a una religiosidad inferior, un proceso de justificación meramente mecánico, la sustitución de la responsabilidad personal por un valor moral impersonal. Como mejor se refutan tales afirmaciones es presentando la base bíblica del dogma y su formulación teológica. La primera reseña clara, aunque sobria, de la comunión de los santos se encuentra en el "Reino de Dios" de los Sinópticos, no la concepción individualista de Harnack ni la puramente escatológica de Loisy, sino un todo orgánico (Mt. 13,31), que rodea con vínculos de caridad (Mt 22,39) a todos los hijos de Dios (Mt 19,28; Lc. 20,36) en el cielo y en la tierra (Mt 6,20), reuniendo a los mismos ángeles en ésta fraternidad de almas (Lc 15,10). Las parábolas del Reino (Mt 13) no pueden leerse sin percibir su carácter comunitario y la continuidad que unifica el reino presente y el reino venidero. La naturaleza de esa comunión, llamada por San Juan una comunión de uno con el otro (“una comunión con nosotros”---1 Juan 1,3) porque es una comunión con el Padre, y con su Hijo”, y cuando él la compara con la unión vital y orgánica de la vida y sus sarmientos (Juan 15), destaca con gran relieve en la concepción paulina del cuerpo místico. San Pablo habla a menudo de un cuerpo cuya cabeza es Cristo (Col. 1,18), cuyo principio dinamizador es la caridad (Ef 4,16), cuyos miembros son los santos, no sólo de este mundo sino también del venidero (Ef. 1,20; Heb. 12,22). En esa comunión no existe pérdida de la individualidad, aunque en tal interdependencia los santos sean "miembros unos de otros" (Rom. 12,5), no sólo compartiendo las mismas bendiciones (1 Cor. 12,13) e intercambiando buenos oficios (1 Cor. 12,25) y oraciones (Ef. 6,18), sino también participando en la misma vida común, pues "todo el cuerpo. gracias al conjunto de ligamentos. va creciendo, con vistas a su propia edificación, por [la] caridad" (Ef 4,16).
Recientes y notorias investigaciones sobre inscripciones cristianas primitivas han sacado a la luz claras y abundantes pruebas de las manifestaciones principales de la comunión de los santos en la Iglesia naciente. Un testimonio semejante se encuentra en los Padres Apostólicos, con alguna alusión a la concepción paulina. Hemos de recurrir a la Escuela de Alejandría para hallar un intento de la formulación del dogma. Clemente de Alejandría muestra las relaciones esenciales del "gnóstico" con los ángeles (Strom., VI.12.10) y con las almas de los difuntos (ibid. VIII.12.78); y casi formula el “thesaurus ecclesiae” en su presentación del martirio vicario, no sólo de Cristo, sino también de los Apóstoles y otros mártires (ibid., IV.12.87). Orígenes amplía, casi hasta la exageración, la idea del martirio vicario (Exhort. ad martyr., cap. 1) y la de la comunión entre el hombre y los ángeles (De orat., XXXI); y lo explica por el poder unificador de la Redención de Cristo, “ut caelestibus terrena sociaret” (In Levit., hom. IV), y la fuerza de la caridad, tan inaudita en el cielo como en la tierra (De orat., XI). Con San Basilio y San Juan Crisóstomo la comunión de los santos llega a ser un principio obvio usado como respuesta frente a objeciones populares del tipo: ¿necesito una comunión con otros? (Basil, EP. 203) ¿otro ha pecado y debo yo expiar? (Chrysostom, Hom. I, de poenit.). San Juan Damasceno solo tiene que reunir los dichos de los Padres para justificar el dogma de la invocación a los santos y las oraciones por los muertos.
Pero la presentación completa del dogma procede de los últimos Padres. Después de las declaraciones de Tertuliano, quien habla de "esperanza, miedo, alegría, aflicción y sufrimiento comunes" (Sobre la Penitencia, 9-10); de San Cipriano, quien expone explícitamente la comunión de méritos (De lapsis 17); de San Hilario, quien da la Comunión Eucarística como medio y símbolo de la comunión de los santos (en Sal. 65(64),14), llegamos a la enseñanza de San Ambrosio y San Agustín. Del primero, el “thesaurus ecclesiae”, la mejor prueba práctica de la reunión de los santos, recibe una explicación precisa (De poenit. I.15;; De officiis, I, XIX). Desde el punto de vista transcendente de la Iglesia tomado por el segundo (Enchiridion 66), la comunión de los santos, aunque nunca la expresó así, es una necesidad; a la “Civitas Dei” necesariamente corresponde la “unitas caritatis” (De unitate eccl., II), que contiene en una unión real a los santos y ángeles del cielo (Enarr. in Psalmos, 36,3-4), a los justos de la tierra (De bapt. III.17), y, en menor grado, a los pecadores mismos, los “putrida membra” del cuerpo místico; solamente los herejes, cismáticos y apóstatas están excluidos de esta sociedad de los santos, aunque no de sus plegarias (Serm. CXXXVII). El concepto agustiniano, aunque algo ensombrecido en las exposiciones catequéticas del Credo por los teólogos carolingios y posteriores (P. L., XCIX, CI, CVIII, CX, CLII, CLXXXVI), retoma su lugar en la síntesis medieval de Pedro Lombardo, San Buenaventura, Santo Tomás de Aquino, etc.
Influenciado sin duda por escritores anteriores como Ivo de Chartres (P. L., CLXII, 606l), Pedro Abelardo (P. L. CLXXXIII, 630), y probablemente Alejandro de Hales (III, Q. LXIX, a, 1), Santo Tomás (Expos. in symb. 10) lee en neutro la expresión del Credo, “communio sanctorum” (participación de bienes espirituales), pero prescindiendo de la gramática, su concepción del dogma es completa. Principio general: los méritos de Cristo se comunican a todos, y los méritos de cada uno se comunican a los demás (ibid.). Modo de participación: tanto objetiva como intencional, “in radice operis”, “ex intentione facientis” (Supp. 71:1). Medida: el grado de caridad (Expos. in symb., 10). Beneficios comunicados: no sólo los Sacramentos sino los méritos sobreabundantes de Cristo y de los santos que forman el “thesaurus ecclesia” (ibid. y Quodlib., II, Q. VIII, a. 16). Partícipes: las tres partes de la Iglesia (Expos. in symb., 9); por tanto, los fieles en la tierra intercambian méritos y satisfacciones (I-II:113:6, y Suppl., 13:2), las almas del purgatorio se benefician de los sufragios de los vivos y la intercedión de los santos (Suppl., 71),los mismos santos recibiendo honor y concediendo intercesión (II-II:83:4, II-II:83:11, III:25:6), y también los ángeles, como se dijo antes. Después, los teólogos escolásticos y los posteriores a la Reforma añadieron poco a la exposición tomista del dogma. Se ocuparon más en la forma que en el fondo, y defendieron los puntos atacados por los herejes, mostrando el valor religioso, ético y social de la concepción católica; e introdujeron la distinción entre el cuerpo y el alma de la Iglesia, entre miembros reales y miembros en deseo, completaron la teoría de las relaciones entre los miembros de la Iglesia y la comunión de los santos que ya habían esbozado San Optato de Mileve y San Agustín durante la controversia donatista. Se puede lamentar que el esquema adoptado por los escolásticos no proveyó un punto de vista comprehensivo del dogma total, sino más bien dispersaron los varios componentes de él por medio de una vasta síntesis. Esto explica el hecho de que un compendio sobre la comunión de los santos es más raro en nuestros teólogos tradicionales que en nuestra literatura catequética, apologética, pastoral e incluso ascética. Ello puede también explicar en parte, sin justificarlas, las toscas tergiversaciones mencionadas anteriormente.
En la Iglesia Anglosajona
Puede conocerse que los anglosajones observaron la doctrina de la comunión de los santos por la siguiente relación dada por Lingardo en su "Historia y antigüedades de la Iglesia Anglosajona". Recibieron la práctica de la veneración de los santos, dice, junto con los rudimentos de la religión cristiana; y manifestaron su devoción a ambas en el culto público y privado: en público, celebrando los aniversarios de cada santo y guardando anualmente el Día de Todos los Santos como una solemnidad de primer orden; y en sus devociones privadas, observando las enseñanzas de adorar a Dios y luego "rogar, primero a Santa María, y a los santos Apóstoles, y a los santos mártires, y a todos los santos de Dios, que intercediesen por ellos a Dios". De este modo aprendieron a elevar a los santos del cielo sus sentimientos de confianza y afecto, a considerarlos amigos y protectores y a implorar su ayuda en momentos de dolor, con la esperanza de que Dios concediese al protector lo que pudiera rehusar al suplicante.
Los anglosajones tuvieron, como los demás cristianos, una veneración especial a la "Santísima Madre de Dios, la perpetua Virgen Santa María" (Beatissima Dei genitrix et perpetua virgo.-Bede, Hom. in Purif.). Sus alabanzas fueron cantadas por los poetas sajones; durante las ceremonias públicas se cantaron himnos en su honor; bajo su patrocinio se levantaron iglesias y altares; se le atribuyeron curaciones milagrosas y se guardaron cuatro fiestas anuales, conmemorando los principales acontecimientos de su vida en la tierra: su nacimiento, la Anunciación, su purificación y Asunción. A continuación de la Santísima Virgen en devoción iba San Pedro, a quien Cristo había elegido como cabeza de los Apóstoles y entregado las llaves del Reino de los Cielos, "con la capacidad principal de poder juzgar en la Iglesia, a fin de que todos conozcan que quien se separe de la unidad de la fe de Pedro o del colegio de Pedro, ese hombre nunca podría alcanzar la absolución de los lazos del pecado, ni admisión en las puertas del reino celestial " (Beda). Estas palabras de el venerable Beda se refieren, ciertamente, a Pedro mismo y a sus sucesores, pero también evidencian la veneración de los anglosajones por el príncipe de los Apóstoles, una veneración patente en el número de iglesias dedicadas a su memoria, en las peregrinaciones a su tumba y las donaciones a la iglesia que conserva sus restos y al obispo que ocupa su silla. Honores especiales se rendían a los santos Gregorio y Agustín, a quienes debían principalmente su conocimiento del cristianismo. Llamaban a Gregorio su "padre adoptivo en Cristo " y a sí mismos "sus hijos adoptivos en el bautismo"; y hablaban de Agustín como "el primero en llevarles la doctrina de la fe, el sacramento del bautismo y el conocimiento de su patria celestial". Mientras estos santos eran honrados por todo el pueblo, cada nación por separado reverenciaba la memoria de su propio apóstol. Así San Aidan en Northumbria, San Birinus en Wessex y San Félix en East Anglia eran venerados como protectores de los países que habían sido el escenario de su labor. Todos los santos mencionados eran extranjeros; pero los anglosajones extendieron pronto su devoción a hombres nacidos y educados entre ellos, y cuyas virtudes y celo en la propagación del cristianismo merecieron los honores de la santidad.
Esta narración de la devoción de los anglosajones a los que elevaron a amigos y protectores en el cielo es necesariamente breve, pero es ampliamente suficiente para mostrar que ellos creían y amaban la doctrina de la comunión de los santos.
Criterios Protestantes
Frente a temas particulares de la comunión de los santos señalaron errores esporádicos el Sínodo de Gangra (Mansi, II, 1103), San Cirilo de Jerusalén (P. G., XXXIII, 1116), San Epifanio (ibid., XLII, 504), Asteritis Amasensis (ibid., XL, 332), y San Jerónimo (P. L., XXIII, 362). También sabemos, por la proposición condenada número 42 y la pregunta número 29 de Martín V en Constanza (Denzinger, nos. 518 y 573), que Wyclif y Hus estuvieron muy cerca de negar el dogma en sí. Pero solo en tiempos de la Reforma se convirtió en tema de discusión la comunión de los santos. Las iglesias luteranas aún en sus primeras confesiones, aunque normalmente adoptaron el Credo de los Apóstoles, o dejaron en el silencio la comunión de los santos o la explicaron como la "unión con Jesucristo en la única verdadera fe" de la Iglesia (Pequeño Catecismo de Lutero), o como "la congregación de santos y verdaderos creyentes" (Confesión de Augsburgo, ibid., III, 12), excluyendo cuidadosamente, si no la memoria, al menos la invocación de los santos, porque la Escritura "nos presenta un solo Cristo, Mediador, Propiciador, Sumo Sacerdote e Intercesor" (ibid., III, 26). Generalmente, las iglesias reformadas mantuvieron la identificación luterana de la comunión de los santos con el cuerpo de creyentes pero sin limitarlo a ese cuerpo. Juan Calvino (Inst. chret., IV, 1, 3) insiste en que la frase del Credo es más que una definición de la Iglesia; lo que conduce a aceptar una coparticipación que, sean cuales fueren las gracias concedidas por Dios a los fieles, estas se comunicarían de uno a otro. Ése es el criterio del Catecismo de Heidelberg, acentuado en la confesión galicana, dónde comunión tiende a significar el esfuerzo de los creyentes por fortalecerse mutuamente en el temor de Dios. Ulrico Zuinglio en sus escritos admite un intercambio de plegarias entre los fieles y duda si condenar las oraciones por los muertos, rechazando exclusivamente la intercesión de los santos como ofensiva a Cristo. Las confesiones escocesa y suiza presentan juntas la Iglesia Militante y la Triunfante, pero mientras la primera silencia su significado, la segunda afirma que ellos sostienen la comunión de unos con otros: "nihilominus habent illae inter sese communionem, vel conjunctionem".
En las confesiones anglicanas se deja sentir la doble, y a menudo conflictiva, influencia de Martín Lutero y Juan Calvino, con un prolongado recuerdo de la ortodoxia católica. Sobre este punto los 39 Artículos son decididamente luteranos, rechazando "la doctrina romana respecto al Purgatorio, la absolución, el culto y veneración tanto de las imágenes como de las reliquias, y también la invocación de los santos ", porque lo consideran "algo afectado, inventado inútilmente y sin fundamento en la Escritura, antes bien, contrario a la Palabra de Dios". Por otra parte, la confesión de Westminster, al tiempo que ignora a la Iglesia Sufriente y a la Triunfante, va más allá del criterio calvinista y se acerca a la doctrina católica respecto a los creyentes de este mundo, quienes, dice, "estando unidos en el amor, comulgan mutuamente en los dones y gracias". En los Estados Unidos, los Artículos de Religión Metodistas, 1784, así como los Artículos de Religión Reformados Episcopales, 1875, siguen las enseñanzas de los 39 Artículos, mientras que la Confesión Bautista de Filadelfia y la Iglesia Presbiteriana de Cumberland, 1829, adoptan la enseñanza de la Confesión de Westminster, 1688. Los teólogos protestantes, al igual que las confesiones protestantes, oscilan entre el criterio luterano y el calvinista.
La causa de la corrupción protestante del concepto tradicional de la comunión de los santos no se encuentra en la pretendida falta de evidencia en la Escritura o en el primer cristianismo en apoyo de ese concepto; competentes escritores protestantes desistieron hace tiempo de forzar ese argumento. También carece de fuerza el frecuente argumento por el que el dogma católico reduce la mediación de Cristo, pues está claro, como ya mostró Santo Tomás (Suppl., 72:2, ad 1), que la mediación ministerial de los santos no reduce, sino que realza, la mediación magisterial de Cristo. Algunos escritores han señalado el origen de esa corrupción en el concepto protestante de la Iglesia, agregación de almas y multitud de individuos unidos por una comunidad de fe y en búsqueda y vínculo de afinidad cristiana, pero en modo alguno organizado o interdependiente como miembros del mismo cuerpo. Su explicación es defectuosa porque el concepto protestante de la Iglesia es paralelo a, pero nunca causante de, su criterio de la comunión de los santos. El motivo verdadero debe buscarse en otra parte. Ya en 1519, Lutero, el mejor defensor de sus tesis condenadas sobre el papado, utilizó la cláusula del Credo para mostrar que la comunión de los santos, y no el papado, era la Iglesia: "non ut aligui somniant, credo ecclesiam esse praelatum ... sed ... communionem sanctorum". Esto era simplemente jugar con las palabras del Símbolo. En esa época Lutero aún observaba la tradicional comunión de los santos, con alguna idea de que un día la abandonaría. Renunció a ella cuando formuló su teoría de la justificación. La adopción del lema protestante, "Cristo para todos y cada uno para sí mismo", en lugar del axioma anterior de Hugo de San Víctor, "Singula sint omnium et omina singulorum" (uno para todos y todos para cada uno --P. L., CLXXV. 416), es la consecuencia lógica] de su concepto de justificación; no es una renovación interior del corazón, ni un verdadero renacimiento de un Padre común, el segundo Adán, ni siquiera una incorporación a Cristo, la cabeza del cuerpo místico, sino un acto esencialmente individualista de fe fiduciaria. Obviamente en tal teología no hay lugar para esa acción recíproca entre los santos, esa diseminación corporativa de las gracias espirituales a los miembros de la misma familia, esa hogareña y santa ciudadanía que une en lo más íntimo de la Católica comunión de los santos. Justificación y comunión de los santos van de la mano. Los esfuerzos que se han hecho para despertar en el protestantismo el viejo y aún estimado dogma de la comunión de los santos, serán necesariamente vanos a menos que se revise la doctrina real de la justificación.
Fuente: Sollier, Joseph. "The Communion of Saints." The Catholic Encyclopedia. Vol. 4. New York: Robert Appleton Company, 1908..
Traducido por Miguel Villoria de Dios. L H M.
http://ec.aciprensa.com/wiki/Purgatorio_y_Comuni%C3%B3n_de_los_Santos
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13.-Purgatorio, María mediadora de todas las almas del
J. Millot Vicario General de Versalles (1930)
Traducido del francés por José Gálvez Krüger para Aci Prensa
Mediante la mediación materna que ejerce en el Purgatorio, donde ella verdaderamente es reina y soberana, aliviando y liberando a las almas que se encuentran detenidas, la Santísima virgen justifica, plenamente, los amables símbolos bajo los cuales los mismos Padres de la Iglesia gustan designarla e invocarla. Ella es la puerta de cielo, la puerta de la vida eterna, la celeste puerta a través de cual pasamos del exilio al cielo; la puerta siempre abierta del paraíso.
Podríamos continuar mucho tiempo, todavía, las citas mediante las cuales los Santos Padres manifiestan esta mediación de María por sus hijos de la tierra y de aquellos que terminan de espiar sus faltas en el Purgatorio.
I
La gracia, primero de todos los bienes
Para la vida presente, hay un bien que debemos preferir a los otros, y que es, ciertamente, el único bien necesario; un bien que debemos colocar por encima de todos los bienes del mundo: por encima de la fortuna que acarrea más espinas que provecho y que convierte en polvo; por encima de los honores, que sólo traen más decepciones que alegrías y que vuelven humo; por encima de los placeres que degradan, que deshonran, que no dejan tras de sí sino vacío y remordimiento; por encima de la salud y de la vida misma, que son tan frágiles y que terminan quebrándose en la piedra del sepulcro.
Este bien, de orden superior – el don de Dios más exquisito y más gratuito – es la gracia: la gracia que supera todas las fuerzas y todas las exigencias de la naturaleza para elevarnos en el orden sobrenatural haciéndonos participantes de la vida misma de Dios; la gracia, que es en nosotros la semilla de la gloria futura; la gracia, sin la cual somos radicalmente impotentes para pensar, amar. Actuar, sufrir de una manera meritoria por el cielo.
Ahora bien, es enseñanza formal de la Iglesia que la gracia tiene por único autor a Dios, pero también que tiene a María como único canal. Comprendamos bien esta doctrina.
II
Esta doctrina no quiere decir que entre el Hijo y la Madre no exista una diferencia esencial… Cristo, Hijo Dios, es Redentor; María, hija de Adán, es rescatada; rescatada, sin embargo, de una manera supereminente.
Esta distinción no deja de ser menos cierta, como dice “Bossuet, “que habiendo recibido por María una vez el principio universal de la gracia, recibimos así, por su intermedio, las diferentes aplicaciones en todos los estados diferentes que componen la vida cristiana”.1
Como ella cooperó, de una manera secundaria sin duda, pero muy real, en la adquisición de la gracia, trayendo al mundo a Jesús, es del todo conveniente – y tal es el plan divino – que coopere en la distribución de la gracia, que sea la tesorera y la dispensadora. De esta manera, la gracia nos es concedida por tres voluntades: la voluntad de Dios Padre que la confiere, la voluntad de Cristo que la merece, y la voluntad de María que la distribuye. Y San Bernardo, resumiendo, en una expresión célebre, al menos implícita, de los papas y de los doctores, de los teólogos y los santos, pudo decir: “No hay gracias que no descienda del cielo a la tierra que no pase por las manos de la Virgen María”. – Doctrina admirable que fue confirmada en un acto pontificio de la mayor relevancia: la institución, por Benedicto XV, de una fiesta, el 31 de mayo en honor de la Mediación universal de María.
III
De la misma manera que todas las gracias que son concedidas a la tierra y distribuidas por María, ella procura y refrenda, por decirlo así, estas cartas de libertad para las almas del Purgatorio.
Para los miembros de la Iglesia sufriente, como para los miembros de la Iglesia militante, ella es la mediatriz que conduce a Jesús. Esto no basta. He aquí un testimonio todavía más convincente: el de la Santísima Virgen misma hablando a Santa Brígida, como se puede ver en el libro de las Revelaciones de esta gran contemplativa: “Yo soy, dice la reina del cielo y la Madre de las misericordias, la dicha de los justos y la escala de los pecadores. No hay pena alguna en el Purgatorio que, mediante mi auxilio, no se vuelva más suave y más fácil de soportar”. Y en otra circunstancia ella agregó: “Yo soy la Madre de Dios, la Madre de todos aquellos que están en el Purgatorio, porque todas las penas que se inflingen a los pecadores para la expiación de sus faltas se ablandan por mi oración”. Y Nuestro señor mismo, hablando a María, le dice, como lo refiere además santa Brígida: “¡Tú eres mi Madre y la consolación de todos aquellos que están en el Purgatorio!”
Escuchen, finalmente el testimonio de la Iglesia, sostén y columna de la verdad, confirmando los datos de la sana razón, lo mismo que las declaraciones y las revelaciones de los santos en lo tocante al punto que nos ocupa. En su oración litúrgica de la misa cotidiana por los difuntos, la Iglesia solicita la clemencia del Soberano Juez, que perdona y que salva: ella pide por nuestros hermanos, nuestros semejantes, y nuestros benefactores la entrada en la eterna beatitud; y para obtener esta gracia no podría hacer nada mejor que encomendarse a la intercesión de la bienaventurada Virgen María. Beata Maria Samper Virgine intercedente! Ya que María se ocupa de las almas del Purgatorio, pues tiene capacidad para intervenir en su favor, y si pide por ellas, serán auxiliadas y salvadas, porque la oración de María es eficaz y obtiene siempre su efecto; Dios lo quiere así para honrar a su Madre.
La conclusión práctica que podemos sacar de esta doctrina es muy simple. Encomendemos nuestros difuntos a la Madre de Dios que es, a la vez, Madre de los hombres; ofrezcámosle las oraciones y la buenas obras que les queremos aplicar y. de golpe, aumentaremos su valor y eficacia. “La tierra posee apóstoles, patriarcas, profetas, mártires, confesores, vírgenes, lo mismo que otros tantos auxilios que imploro, porque tú eres la soberana de los órdenes angélicos. Todo lo que los ángeles pueden contigo, tú lo puedes sola, sin ellos. ¿Por qué lo puedes? Porque eres la Madre de Nuestro Salvador, la reina del cielo y de la tierra. Por eso recurro a ti, oh Santa Madre de Dios, para suplicarte humildemente que alivies y liberes a las almas que gimen en las prisiones del Purgatorio. Es la última gracia que esperan de ti, ¡oh Madre de la divina gracia!”
http://ec.aciprensa.com/wiki/Purgatorio,_Mar%C3%ADa_mediadora_de_todas_las_almas_del
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14.-María alivio de las almas del Purgatorio
J. Millot Vicario General de Versalles (1930)
Traducido del francés por José Gálvez para ACI Prensa
Cuando María terminó su vida mortal y entró al Paraíso, en el triunfo de su gloriosa Asunción, se convirtió inmediatamente en la Reina del Cielo, por la prerrogativa de su maternidad divina, siendo la primera delante de Dios, la primera por encima de todos los espíritus bienaventurados. Se convierte, al mismo tiempo en Reina de la tierra, debido a los honores merecidos y que siempre recibió, y las gracias y las gracias innombrables que no deja de derramar sobre sus devotos servidores. Pero a estos títulos, los doctores de la Iglesia agregan un tercero: la nombran Reina del Purgatorio, queriendo expresar mediante este nombre la autoridad soberana que posee en ese lugar de expiación. “La Bienaventurada Virgen, nos dice san Bernardino de Siena, extiende su realeza hasta sobre el Purgatorio, beata Virgo purgatorii dominium tenet”, porque ahí también ejerce un poder sin límites para derramar innumerables beneficios sobre esas almas que son las de sus hijos. Ella es, pues, a la vez Reina de las almas triunfantes en el cielo y Reina de las almas sufrientes del Purgatorio.
I
Elevada por encima de todas las creaturas por su maternidad, María es verdaderamente, reina sin restricción ni límite, tal como la Iglesia la saluda: Salve Regina. El Padre ha instituido a su Hijo heredero de todas las cosas y le ha dado todo poder en el cielo, sobre la tierra y en los infiernos. El hijo, naciendo de María, quiso que esta herencia y este poder le fuesen comunes co su Madre. Universal es pues el imperio de Nuestra Señora; nada ni nadie puede sustraerse a su tierno y maternal poder. Estando tan cerca al trono de su hijo, canta la Iglesia, ella preside a toda la Creación.
Throno propinqua Filii Cuntis creatis imperat
“Eres la reina de todas las cosas, le dicen los doctores, ya que eres la madre del Creador de todas las cosas; la reina de todo lo que está sometido a Dios; la reina por la cual no está abierto el reino de la inmortalidad; reina poderosísima, ya que eres riquísima y distribuyes tus larguezas a quien quieres, como quieres, cuando lo quieres; reina eterna porque tu reino no tendrá fin”. Tanto como se extiende la Redención del Hijo, tanto se ejerce el imperio de la Madre. De ahí se concluye que la Santísima Virgen es reina del Purgatorio. Ella tiene ahí como un dominio y un poder pleno, sea para aliviar a las almas que sufren, sea para liberarlas entarmente.
II
El Purgatorio es, pues, uno de los reinos de María, por eso puede ejercer sus poderes. Ella reina, en efecto, por los consuelos que derrama en ese mundo de dolor, en el que ella misma puede mostrarse de un modo que ignoramos. Muestra en trazos luminosos a esas almas que pasan por el crisol de la purificación, que su unión con Dios en el cielo y la dicha de poseerlo serán tanto más suaves cuando estén enteramente separadas de toda aleación inferior. Ellas les muestra la importancia única de la gracia que han tenido, de escapar sin perecer a todos los atajos, a todas las tentaciones, a todas las perversidades de la tierra. Ella les sugiere el pensamiento que el tiempo de expiación al que están condenadas no es, en el fondo, sino una sombra fugitiva, en comparación de una eternidad que no debe terminar jamás.
Ella los alienta, mediante la suavidad de sus atenciones, a soportar las exigencias de la justicia divina que debe tener su curso. Ellas obtienen, por otro lado, de su Hijo, Mediador todopoderoso, todas las suavidades que son posible. A menudo, ella atenúa el rigor de los tormentos; disminuye la duración de la expiación; en ciertas ocasiones solicita amnistías más o menos extendidas; con ocasión de sus fiestas, en particular, ella hace los llamados más conmovedores a la misericordia de Dios, y es escuchada; se dedica, para llevar a la tierra, que posee e Santo Sacrificio de la Misa, que puede merecer, sufrir, humillarse, hacer penitencia, para ofrecer todos sus sufragios y todos sus medios de expiación para la liberación de esas almas desdichadas y desoladas.
Tomado de: Millot, J. La très Sainte Vierge Marie et le Purgatoire París, Téqui, 1930.
Nuestra gratuitud a los doctores José Agustín de la Puente Candamo y José de la Puente Brunke por facilitarnos el acceso a la biblioteca Virginia Candamo de Puente, de donde tomamos este material.
http://ec.aciprensa.com/wiki/Mar%C3%ADa_alivio_de_las_almas_del_Purgatorio
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15.-Meditaciones sobre el Purgatorio en la Misa de difuntos
Antes de la santa Misa
¡Oh Señor, Jesús piadosísimo! Que habéis instituido el santo sacrificio de la Misa para la salvación de los vivos y difuntos, os ofrezco esta misa, asís como las oraciones que haga durante su celebración, por las almas de N. y N., y por los otros difuntos que sufren los tormentos del Purgatorio. Os ruego, mi buen Jesús, presentéis este sacrificio a vuestro Padre celestial, así como mi humilde devoción y las intenciones de todos los santos a quienes ahora invoco, para que, por su virtud y eficacia, las almas que os recomendamos especialmente, y todas las que están sufriendo, reciban su alivio por vuestro poderoso socorro. Amen.
Introito
Colocaos en espíritu, con todas las almas que sufren en el purgatorio, ante el trono de la Santísima Trinidad, y dirigid a las tres divinas Personas las siguientes oraciones:
Oración a Dios Padre
¡Oh Padre de misericordia y Dios de todo consuelo! Haced que vuestra compasión se extienda sobre el purgatorio, que es un lugar de lamentos y de miseria. Oh Padre lleno de bondad, mirad a esas almas que gimen allí; Vos las habéis creado a vuestra imagen. Acordaos que vuestro amado Hijo Jesús os ofreció en reparación de los pecados que cometieron, el precio infinito de la preciosa sangre que salió de sus heridas. Escuchadnos favorablemente, Padre dulcísimo, y apiadaos, según vuestra grande misericordia, de todas las almas del purgatorio, y en particular de N. y N.
Oración a Dios Hijo
¡Oh Jesús, manantial de bondad y de misericordia! ¿Cómo podría ser posible que tardarais en dirigir vuestras miradas hacia esas almas desamparadas y que tanto padecen? ¡Oh dulcísimo Jesús! Recordad que también por esas almas, vinisteis del cielo a la tierra, padecisteis grandes sufrimientos y moristeis en el patíbulo de la Cruz. ¡Oh Jesús, tierno amigo de las almas! Haced que sean beneficiadas pronto con los frutos de vuestra Cruz y Pasión, las almas de N. y N., así como todas las de los difuntos que padecen en ese lugar de purificación. Así sea.
Oración a Dios Espíritu Santo
¡Oh Espíritu Santo, Dios de amor y de consuelo! ¡Cuán numerosas son las almas que sufren en el purgatorio! ¡Oh Padre de los Pobres!, escuchad nuestras súplicas y los suspiros desgarradores de esas pobres almas abandonadas, y acudid a socorrerlas en su gran miseria. Oh Espíritu Santo, dulce amigo y el mejor consolador, recordad que por medio del Santo Bautismo, de la fe y de la caridad, esas almas se hicieron vuestras esposas y os pertenecerán en el cielo. Refrigeradlas con una pequeña gota del celeste rocío de la gracia, sacadlas pronto de su prisión, conducidlas ante vuestro trono y dadles la corona de la gloria. Así sea.
Epístola
Invocad a María Santísima, a los santos ángeles y a todos los santos, para que sean sus intercesores.
¡Oh María, Madre de misericordia! Escuchad cómo las almas de vuestros siervos y siervas, que vuestro amadísimo Hijo redimió a costa de su Sangre preciosa, desde su prisión elevan a Vos sus clamores y sus súplicas. ¡Oh María, Madre afligidísima! Mirad sus lágrimas ardientes, oíd sus dolorosos gemidos y rogad por ellas a vuestro divino Hijo, que nada os niega. ¡Oh dulce, oh buena y tierna Virgen María! Sacad de ese lugar a esas almas que sufren tanto, pero que os son tan queridas, y llevadlas a gozar de Jesús, fruto bendito de vuestro vientre. Así sea.
¡Oh vosotros que habéis sido los ángeles de guarda de esas almas y fuísteis establecidos por Dios para favorecer a salvación de los hombres, mirad allí a esas almas que os fueron confiadas! ¿Quién podrá contar las súplicas y suspiros que os dirigen al cielo? ¡Cuán ardientes son sus deseos de irse a reunir con vosotros! Rogad a Dios perdone las penas que aún les falta expiar. Consoladlas, fortificadlas, aliviadlas, y conseguid llevarlas a gozar eternamente. Así sea.
¡Oh vosotros, amigos y elegidos de Dios!, mirad con ojos llenos de amor a las almas de vuestros hermanos y hermanas en Jesucristo, que sufren tantísimo. ¡Ah!, su lugar está a vuestro lado en el reino celestial. Presentaos, pues, ante el trono de Dios, uno en tres personas, y ofreced vuestros méritos, vuestros martirios y vuestra muerte, en unión de los méritos infinitos de la Pasión y Muerte de Jesucristo. Suplicad y clamad hasta que consigáis por vuestra intercesión sacar a esas almas de su prisión, y asociarlas a vuestra felicidad en el cielo. Así sea.
Ofertorio
Trasportados, en unión de las almas del Purgatorio, al Calvario; y presentad ante los ojos del Padre Eterno, todo lo que por ellas sufrió Jesucristo.
Recibid, Padre celestial, este santo Sacrificio del pan y del vino que el Sacerdote ofrece en el altar en vuestro honor y para beneficiar a los vivos y a los muertos. Os lo ofrezco también por las almas de N., y N., y por todas las otras que están aún detenidas en el purgatorio. Todos sus tormentos y súplicas, sus suspiros, sus lágrimas, sus gemidos y lamentos dolorosos, su ansiedad por ir al cielo, todos estos sentimientos los deposito en espíritu sobre el altar, para que mezclados a la sangre y a los sufrimientos de Jesucristo, os sean ofrecidos como un sacrificio de expiación.
Acordaos, oh tierno Padre, cómo vuestro Hijo único, por mí y por todos los hombres, fue atormentado tan cruelmente, y tan ignominiosamente crucificado, y tened piedad de las almas, por las que oigo esta Misa, como también por todas aquellas que sufren en el purgatorio y en particular por las que están más próximas de ser liberadas.
Padre lleno de bondad, por vuestro Hijo coronado de espinas, tened piedad de as pobres almas que están sufriendo por culpa mía. Mirad sus brazos extendidos, sus manos y pies atravesados con clavos, y su corazón abierto; y apiadaos de las almas que más sufren y más tiempo tienen que expiar en el Purgatorio. Así sea.
Consagración
Rogad a Jesús, por su dolorosa efusión de sangre, venga a socorrer a las almas del purgatorio.
A la elevación de la Santa Hostia
“Señor mío, y Dios mío”. ¡Oh Jesús, mi Dios y mi Salvador! Creo que estáis realmente presente obre el altar en la santa Hostia, con vuestra divinidad y humanidad, vuestra carne y vuestra sangre. Adoro esa sangre preciosísima que derramásteis hasta la última gota para nuestra salvación, y os ruego la apliquéis para rescatar a las almas del purgatorio.
A la elevación del Cáliz
¡Oh mi bondadoso Salvador! Adoro esa sangre divina que está ahora en el cáliz; una sola gota bastaría para apagar todas las llamas del purgatorio. Concedednos, oh, amado Jesús, que por virtud de vuestra sangre adorable, esas pobrecillas almas sean libertadas de sus penas.
Después de la consagración
Yo os adoro, preciosa Sangre de mi Salvador. Es la misma Sangre que en el jardín de los Olivos salió de las venas de mi Jesús agonizante. Rociad, Jesús mío, con vuestro sudor de sangre a las almas de los difuntos y purificadlas. Es la misma Sangre que derramasteis, oh Redentor mío, cuando fuisteis azotado en el pretorio de Pilatos.
¡Oh Jesús mío! Ofreced a vuestro Padre celestial una sola gota de esa Sangre, en satisfacción de todas las penas que sufren las almas del purgatorio.
Es la misma Sangre que las numerosas espinas hicieron brotar de la bendita cabeza de mi salvador. Oh Jesucristo, mi Rey coronado, dad a cada una de esas almas que sufren en el purgatorio una gota de esa Sangre, para que puedan regenerarse e ir al cielo alabarte. Es la misma Sangre que salió de las manos, de los pies y del costado de mi Salvador crucificado. ¡Oh mi amadísimo Jesús! haced que esta sangre adorable que sale de vuestras heridas, se derrame en el purgatorio, para apagar su fuego, para librar a las almas de sus tormentos y para que vayan a gozar de Dios eternamente. Así sea.
Comunión
Encomendad las almas del purgatorio a las cinco llagas de Jesús.
¡Oh mi Jesús crucificado!, humildemente adoro la llaga de vuestra mano derecha, y en ella coloco las almas de mi padre, madre, hermanos, parientes, bienhechores, amigos y enemigos. Por la sangre que de ella salió, tened piedad de estas almas, y sedles propicio.
¡Oh mi bondadoso Jesús!, devotamente adoro la llaga de vuestra mano izquierda, y en ella coloco las almas que más necesidad tienen de vuestro socorro. Por la sangre que de ella salió y por los dolores que padecisteis, cubridlas con vuestra dulce mano, y aliviadlas de sus penas tan largas.
¡Oh piadosísimo Jesús!, tiernamente adoro la llaga de vuestro pie derecho, y en ella coloco las almas por quienes Vos queréis que ruegue. Por la sangre que de ella salió y por los dolores que padecisteis, dirigidles las siguientes palabras: “Hoy estaréis conmigo en el paraíso”.
¡Oh Jesús pacientísimo!, fervorosamente adoro la llaga de vuestro pie izquierdo, y en ella coloco las almas que más devoción han tenido a vuestra dolorosa Pasión y a los sufrimientos de vuestra Madre afligida. Por la sangre que de ella salió y por los dolores que padecisteis, dignaos perdonarles generosamente sus penas.
¡Oh Jesús misericordioso!, con todo mi corazón adoro la sacratísima llaga de vuestro costado, y en ella coloco las almas por las cuales me he propuesto oír esta misa. Por el agua y sangre que de ella salió y por el horrible martirio que durante tres horas padecisteis en la cruz, dignaos, por intercesión de nuestra Madre dolorosa, apagar la abrasadora hoguera que las consume, y recibirlas en la gloria. Amén.
Después de la comunión
Introducid las almas del purgatorio en el Corazón abierto de Jesús, y rogad que sean admitidas en el reino de los cielos.
¡Oh dulcísimo Jesús!, que nos habéis amado tanto, que no sólo os quedasteis en el Sacramento de amor para unir vuestro Corazón al nuestro, sino que además lo dejasteis enteramente abierto, después de vuestra muerte; para que fuese para todos los fieles difuntos una puerta que los conduzca al cielo; os ruego, que por el inconmensurable amor de vuestro Corazón atravesado, os dignéis abrir esa puerta del cielo a las almas del purgatorio, y por ella conducirlas a vuestro reino. Oid a esas almas ¡como claman sin cesar a la puerta de vuestro corazón! ¡Abrid, Señor, abrid vuestro Corazón! Jesús misericordioso, desde las profundidades del abismo, abrasados clamamos a Vos, para que escuchéis nuestras súplicas y oigáis propicio nuestros ruegos, porque sólo cerca de Vos, se encuentra reconciliación y superabundante redención. Jesús piadosísimo, no tengáis por más tiempo cerrado vuestro Corazón herido de amor. Por la angustia y la aflicción, por el abandono y mortal agonía que vuestro Corazón sufrió durante el tiempo de vuestra Pasión, y por los siete dolores del Corazón de María, os suplico os dignéis abrir la puerta de salvación de vuestro amantísimo Corazón, para que por ella puedan entrar en el cielo las almas por quienes os he rogado en particular, como también todas las que con ellas están purificándose en el purgatorio. Concededme, por intercesión de estas almas, la gracia de vivir cristianamente, de tener una santa muerte, y que no sea yo detenido en el purgatorio, sino que por la puerta de vuestro divino Corazón, penetre a gozar de la eterna beatitud. Así sea.
Fuente: Manual del cristiano. R.P. Jaime Pons, S.J. Madrid, 1930
http://ec.aciprensa.com/wiki/Meditaciones_sobre_el_Purgatorio_en_la_Misa_de_difuntos
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16.-La mediación de las almas benditas
Recopilado y corregido por José Gálvez para ACI Prensa
San Alfonso María Ligorio decía que, aunque las santas Almas no pueden ya lograr méritos para sí mismas, pueden obtener para nosotros grandes gracias. No son, formalmente hablando, intercesores, como lo son los Santos, pero a través de la dulce Providencia de Dios, pueden obtener para nosotros asombrosos favores y librarnos de los demonios, enfermedades y peligros de toda clase.
Está más allá de toda duda, como ya hemos dicho, que nos devuelven miles de veces cada cosa que hagamos por ellos.
Los siguientes hechos, unos pocos de todos los que podríamos mencionar, son suficientes para mostrar cuán poderosas y generosas amigas son estas Almas.
Como una niña encontró a su madre
Una pobre niña sirvienta en Francia llamada Jeanne Marie escuchó una vez un sermón sobre las Santas Almas, el cual dejó una impresión indeleble en su mente. Fue profundamente movida por el pensamiento del intenso e incesante sufrimiento que soportaban las pobres Almas, y se horrorizaba al ver cuán cruelmente eran olvidadas y dejadas de lado por sus amigos de la Tierra.
Otra cosa que la impresionó profundamente es oír que hay muchas almas que están tan cerca de su liberación, que una sola Misa sería suficiente para ellas; pero que son retenidas largo tiempo, hasta años, sólo porque este último y necesario sufragio fue olvidado o negado.
Con una fe simple, Jeanne Marie resolvió que, costara lo que costara, ella tendría una Misa por las Pobres Almas cada mes, especialmente por las más cercanas al Cielo. Ella ahorraba un poquito, y a veces con dificultad, pero nunca falló en su promesa.
En una ocasión fue a París con su patrona, y la niña cayó enferma. Por lo cual se vio obligada a ir al Hospital. Desafortunadamente, la enfermedad resultó ser de largo tratamiento, y su patrona tuvo que regresar a casa, deseando que su mucama pronto se reuniera con ella. Cuando al final la pobre sirvienta pudo dejar el hospital, y allí había dejado todos sus ahorros, de manera que sólo le quedaba en la mano un franco.
¿Qué hizo? ¿A dónde ir? De repente, un pensamiento cruzó su mente y se acordó que no había ofrecido ese mes una Misa en favor de las Pobres Almas. Pero tenía sólo un franco! Apenas le alcanzaría para comer. Como tenía confianza que las Almas del Purgatorio le ayudarían, fue hasta una Iglesia y pidió hablar con un sacerdote, para que ofrezca una Misa, en favor de las Almas del Purgatorio. El aceptó, aunque jamás imaginó que la modesta suma que la niña ofreció era el único dinero que la pobre niña poseía. Al terminar el Santo Sacrificio, nuestra heroína dejó la Iglesia. Una cierta tristeza nubló su rostro, y se sintió totalmente perpleja.
Un joven caballero, tocado por su evidente decepción, le preguntó si tenía algún problema y si podía ayudarla. Ella le contó su historia brevemente, y finalizó diciendo cuanto deseaba trabajar.
De alguna manera se sintió consolada por la forma en que el joven la escuchaba, y recobró la confianza.
"Será un placer ayudarte" dijo." Conozco una dama que en este momento está buscando una sirvienta. Ven conmigo". Y dicho esto le guió hasta una casa no muy lejos de allí y le pidió que ella tocara el timbre, asegurándole que encontraría trabajo.
En respuesta al toque de timbre, la dama de la casa abrió ella misma la puerta y preguntó a Jeanne Marie que quería. "Madame" dijo ella, "Me dijeron que usted está buscando una mucama. No tengo trabajo y me agradaría tener el puesto".
La dama estaba perpleja y replicó: "¿Quién pudo haberte dicho que necesitaba una mucama? Hace sólo un par de minutos que acabo de despedir a la que tenía, ¿acaso te has encontrado con ella?"
"No, Madame. La persona que me informó que usted necesitaba una mucama fue un joven caballero".
"¡Imposible!, exclamó la señora, "Ningún joven, de hecho nadie, pudo haberse enterado que necesitaba una mucama".
"Pero madame", dijo la niña, apuntando un cuadro en la pared" ése es el hombre que me lo dijo".
"No, mi niña, ese es mi único hijo, ¡que ha muerto hace ya más de un año!
"Muerto o no" aseguró la niña," él fue el que me trajo hasta aquí, y aún me guió hasta la puerta. Vea la cicatriz en la frente. Lo reconocería donde fuera". Luego, le contó toda la historia, con su último franco, y de cómo ella obtenía Misas por las Santas Almas, especialmente por las más cercanas al Cielo.
Convencida al final de la veracidad de la historia de Jeanne Marie, la dama la recibió con los brazos abiertos. "Ven, pero no como mi sirvienta, sino como mi querida hija. Tú has enviado a mi queridísimo hijo al Cielo. No tengo duda que él fue el que te trajo a mí".
Como un niño pobre llego a Obispo, a Cardenal y a Santo
San Pedro Damián perdió a su padre y madre apenas nació. Uno de sus hermanos lo adoptó, pero lo trataba con aspereza, forzándolo a trabajar muy duro y alimentándolo muy mal y con escasa ropa.
Un día encontró una moneda de plata, que representaba para él una pequeña fortuna. Un amigo le aconsejó que lo usara para sí mismo, pues el dueño no podría ser hallado.
Para Pedro era difícil establecer en que lo gastaría, ya que tenía todo tipo de necesidades. Pero cambiando de pensar en su joven mente, decidió que lo mejor que podía hacer era pedir una Misa por las Almas del Purgatorio, en especial por las almas de sus queridos padres. A costa de un gran sacrificio, transformó su pensamiento en hechos y las Misas fueron ofrecidas.
Las almas del Purgatorio devolvieron su sacrificio más generosamente. Desde ese día en adelante notó un gran cambio en su destino.
Su hermano mayor lo llamó a la casa donde él vivía, y horrorizado por el maltrato que padecía, lo llevó a vivir consigo. Lo trató como a su propio hijo, y lo educó y cuidó con el más puro afecto. Bendición sobre bendición, los más maravillosos talentos de Pedro salieron a la luz, y fue rápidamente promovido al sacerdocio; algún tiempo después él fue elevado a la dignidad de Obispo, y finalmente, Cardenal. Además, muchos milagros atestiguan su santidad, tanto que luego de su muerte fue canonizado y declarado Doctor de la Iglesia.
Estas maravillosas gracias vinieron a él después de una Misa ofrecida por las Santas Almas.
Una aventura en los Apeninos
Un grupo de sacerdotes fueron convocados a Roma para tratar un asunto de gravedad. Eran portadores de importantes documentos, y una gran suma de dinero les fue confiada para el santo Padre. Atentos al hecho que los Apeninos, los cuales habían de cruzar, estaban infestados de forajidos, eligieron un guía de confianza. No había por aquel entonces túneles ni trenes para cruzar las montañas.
Se encomendaron a la protección de las Animas Benditas del Purgatorio, y decidieron recitar el De Profundis cada hora por ellas.
Cuando llegaron al corazón de las montañas, el que iba más adelante de todos dio la voz de alarma a la vez que espoleaba a los caballos a todo galope. Mirando alrededor, los sacerdotes vieron a ambos lados del sendero fieras bandas de forajidos fuertemente armados y apuntándoles. Se vieron en una emboscada y estaban a la completa merced de los delincuentes.
Después de una hora de temerario avance, el guía paró y mirando a los sacerdotes, dijo:" No puedo entender cómo escaparon. Esta gente nunca perdona a nadie".
Los padres estaban convencidos que debían su seguridad a las Santas Almas, como luego se confirmaría con un hecho que disiparía toda duda. Cuando concluyeron su misión en Roma, uno de ellos fue destinado a la Ciudad Eterna, co capellán de una prisión. No mucho después, uno de los más feroces bandidos en Italia fue capturado, y condenado a muerte por una larga serie de asesinatos y esperaba la ejecución en su celda.
Ansioso de ganar su confianza, el capellán le contó sus aventuras, entre ellas las de los Apeninos. El criminal manifestó gran interés en la historia. Cuando terminó el curita su relato, el asesino exclamó: "Yo fui el líder de esa banda! Estábamos seguros de que ustedes portaban dinero y estábamos decididos a matarlos y saquearlos. Pero una fuerza invisible nos impidió disparar, pues queríamos hacerlo pero no podíamos".
El capellán luego le contó al delincuente cómo se habían encomendado a la protección de las Almas del Purgatorio, y que ellos atribuían su liberación a su protección.
El bandido no tuvo dificultad en creer. De hecho, hizo su conversión mucho más fácil. Murió con arrepentimiento.
Como Pio IX se curó de su mala memoria
El venerable pontífice Pio IX designó a un Santo y Prudente religioso llamado Tomaso como Obispo de la Diócesis. El sacerdote, alarmado por la responsabilidad puesta sobre él, comenzó encarecidamente a excusarse.
Sus protestas fueron en vano. El Santo Padre sabía de sus méritos.
Agobiado por la aprehensión, el humilde religioso solicitó una audiencia con el Santo Padre y le confesó que tenía mala memoria, lo que resultaba ser un grave impedimento en el alto oficio encomendado a él.
Pio IX respondió con una sonrisa " Su diócesis es muy pequeña en comparación con la Iglesia Universal, la cual yo llevo sobre mis hombros. Tus cuidados son livianos en comparación con los míos." Agregó: "Yo también sufría un grave defecto de la memoria, pero prometí decir una ferviente oración diaria por las Animas Benditas, las cuales, en retribución, han obtenido para mí una excelente memoria. Usted debería hacer lo mismo, estimado Padre, y tendrá en qué regocijarse".
Cuanto más damos, más recibimos
Un hombre de negocios en Boston se unió a la Asociación de las Santas Almas y dio una alta suma de dinero anual para Misas y oraciones en favor de éstas.
El Director de la Asociación se sorprendió de la generosidad del caballero, pues sabía que no era un hombre rico. Él le preguntó amablemente un día si las limosnas que él generosamente daba eran completamente suyas o eran colectas que el realizaba de otros.
El hombre respondió: "Todo lo que doy es mi propia ofrenda. No se alarme. No soy rico, usted piensa que doy más de lo que tengo. No es así, lejos de perder con mi caridad, las Animas Benditas ven que gano considerablemente más de lo que doy; a ellas no les gana nadie en generosidad".
El imprentero de Colonia
William Freyssen, da su testimonio de como su hijo y esposa recobraron la salud gracias a las Almas del Purgatorio. Un día le encargaron imprimir un librito sobre el Purgatorio. Cuando realizaba las tareas de corrección del texto, su atención fue captada por los hechos narrados en el libro. El aprendió por primera vez las maravillas que las Santas Almas pueden obrar por sus amigos.
Por aquel tiempo su hijo cayó gravemente enfermo, y pronto su estado se volvió desesperante. Recordando lo que había leído acerca del poder de las Santas Almas, Freyssen hizo la promesa solemne de imprimir mil libritos a su propia expensa, con su firma impresa. Fue a la iglesia y, una vez dentro, hizo un voto solemne. En ese momento una sensación de paz y confianza inundaron su alma. A su retorno a casa, su hijo, que no podía tragar ni una gota de agua, pidió algo de comer. Al día siguiente estaba fuera de peligro y pronto, completamente curado.
Al mismo tiempo, Freyssen ordenó imprimir los libros del Purgatorio para ser distribuidos, sabiendo que la mejor forma de obtener ayuda para las almas sufrientes, era interesando a mucha gente sobre el tema. Nadie que sabe sobre el sufrimiento de estas pobres almas, niega una oración a ellas.
El tiempo pasó, y una nueva tristeza se cernía sobre este impresor. Esta vez su amada esposa cayó enferma y a pesar de todos los cuidados iba cada vez peor. Perdió el uso de razón y quedó casi completamente paralizada, de modo que los doctores no le dieron muchas esperanzas.
El marido, recordando todo lo que las Almas del Purgatorio habían hecho a su pequeño hijo, corrió otra vez a la Iglesia y prometió solemnemente, como otrora, imprimir 200 de los libros del Purgatorio, en principio, como urgente socorro de las Animas benditas. Imposible de relatar. La aberración mental de su esposa cesó, y comenzó a mover su lengua y extremidades. En un corto período ella estaba perfectamente sana.
La cura del cáncer
Joana de Menezes nos contará de su cura. Ella estaba sufriendo de un cáncer en la pierna y sumergida en un profundo dolor.
Recordando lo que había oído sobre el poder de las Almas del Purgatorio, ella resolvió poner toda su confianza en ellas y ofrecer nueve Misas por ellas. Prometió publicar en el diario su curación, si esta se llevaba a cabo.
Gradualmente el tumor y el cáncer desaparecieron.
Un escape de una asalto
El Padre Luis Manaci, un celoso misionero, tenía gran devoción a las Almas del Purgatorio. Se encontró una vez realizando un viaje peligroso, pero con mucha confianza pidió a las Animas Benditas que lo protegieran de los peligros que se iría encontrando. Su camino bordeaba una zona desértica, en la cual se sabía que estaba infestada de peligrosas gavillas. Cuando se encontraba rezando el Santo Rosario por las Almas, cuál no fue su sorpresa, de verse rodeado de una custodia de espíritus benditos. Pronto el descubrió la razón. Había pasado por una emboscada, pero las Santas Almas lo rodearon y lo taparon, tornándolo invisible para los miserables que buscaban su vida.
http://ec.aciprensa.com/wiki/La_mediaci%C3%B3n_de_las_almas_benditas
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17.-Hay Purgatorio, hay indulgencias
Cristo Purificador instituye, a través de su Iglesia, las Indulgencias
El misterio de Dios Purificador en ultratumba.
De diferentes maneras, desde el principio del cristianismo, la Iglesia universal no ha dejado de dar testimonio al Salvador justo y misericordioso que no deja de purificar, después de la muerte corporal, las almas inmortales cuya vida terrestre terminó sin que ellas hayan reparado, completamente, sus faltas hacia Él. Desde principios del siglo III, Tertuliano remite a la tradición apostólica las ofrendas eucarísticas por los difuntos. Clemente de Alejandría ve en ellas un acto de compasión, Agustín y Crisóstomo un alivio procurado a los muertos. Agustín evoca las penas que las purifican. De ahí saca san Bernardo el sustantivo purgatorio, en el siglo XI.
El concilio ecuménico de Florencia, en 1439, nos ofrece (dependiendo de Benedicto XII, 1336) una formulación dogmática de esa penas purificadoras que afectan a los difuntos: “Aquellos que han muerto en amistad con Dios antes de haber hecho obras dignas de penitencia son purificadas después de su muerte mediante penas purificadoras y se benefician de los sufragios de los vivos”.
Estilo afirmativo que el segundo concilio ecuménico de Trento completa negativamente anatematizando a los negadores de la permanencia de una “pena temporal que se debe sufrir en este mundo o en el otro, en el purgatorio, antes de acceder al Reino de los Cielos”. Luego, en su última sesión (diciembre de 1563), el concilio no se limitó a recomendar la discreción en la predicación sobre ese tema, sino insistió sobre el tema doctrinal: “La Iglesia católica, instruida por el Espíritu Santo, enseñó según las Sagradas Escrituras y la antigua tradición de los Padres, que hay un Purgatorio; las almas que ahí son retenidas, son auxiliadas por las intercesiones de los fieles, en especial por el sacrificio propiciatorio del altar; el concilio prescribe a los obispos que tomen las debidas providencias para que esta doctrina del purgatorio sea creída, enseñada y predicada en todo lugar”.
El Concilio Vaticano II citó este texto y reafirmó el dogma mencionando “algunos discípulos del Señor purificados después de su muerte” (LG 51 y 49).
Hay un Purgatorio; es decir, hay un Dios purificador que purifica a los bautizados aquí abajo y también, si no aceptaron esta purificación terrestre, después de la muerte. Ningún alma puede entrar en el Reino de la visión de Dios si no ha logrado una purificación plena de sus faltas.
La fe en Dios purificador expresa la esperanza en Dios. Entre el infierno, alejamiento definitivo de Dios, y el Cielo, proximidad inmediata, el purgatorio es aproximación progresiva. El alma del Purgatorio consciente de su pecado, aún no plenamente reparado, experimenta un sufrimiento moderado por la dichosa certeza de su salvación eterna. El mismo fuego divino es para el condenado Suplicio, para el impuro Purificación, para el totalmente purificado Beatitud.
Si algunos sobrevalúan al Purgatorio, otros subestiman su pena. Solo aquellos que, en la fe, toman consciencia de la infinita santidad de Dios y de las heridas que el pecador inflinge a la humanidad y a sí mismo, pueden comprender el dolor de los impuros purificados. Este dolor escapa a la mayoría de los hombres enceguecidos por el pecado. Los místicos lo intuyen merced a la gracia misma que los purifica.
Esta es la misericordia de la Pureza Purificadora de Dios que Cristo, a través de su Iglesia, continuará anunciando hasta el fin de la historia a todas las generaciones. A la vez que anuncia los méritos de su Pasión y de los santos, activos en las indulgencias.
El misterio de las santas indulgencias, signos de la indulgencia de Cristo
Contrariamente a lo que algunos imaginan, la Iglesia de nuestro tiempo a reafirmado solemnemente, por boca de Pablo VI, en 1967, la doctrina y la práctica de las indulgencias.
A partir del siglo III, conscientes de la solidaridad entre bautizados, que llamamos comunión de los Santos, “los penitentes hacían un llamado a toda la comunidad, pedían a los confesores de la fe, cuyos sufrimientos eran considerados preciosísimos, que los ayudaran, por sus méritos, a obtener del obispo la reconciliación”, en el sacramento de la penitencia. “Las oraciones y las buenas obras de los justos eran tan estimadas, continúa Pablo VI, que se afirmaba: el penitente es lavado, purificado, rescatado, gracias a la ayuda de todo el pueblo cristiano”; se “creía que la Iglesia satisfacía, en cada uno de sus miembros (justos), como un solo cuerpo, unido a Cristo, para la remisión de los pecados”.
Por ese motivo, los obispos, luego de haber establecido la medida de la satisfacción que le pecador deseoso de reconciliación debía brindar, “permitían que las penitencias canónicas fuesen reemplazadas por otras obras realizadas por los penitentes mismos o por otros fieles”.
La Iglesia de los primeros siglos estaba convencida de esto: los obispos podían liberar a cada creyente de las consecuencias de sus pecados por la aplicación de los méritos de Cristo y de los santos.
Esta convicción condujo a la práctica de las Indulgencias.
La Indulgencia es la remisión de un castigo temporal debido al pecado ya perdonado en tanto que ofensa a Dios. Recordémoslo: el perdón del pecado no suprime la necesidad de una reparación por parte del pecador (de la misma manera que un violador de un derecho humano puede recibir el perdón de la víctima sin dejar estar obligado a reparar el daño que ha causado). Como todas las madres, la Iglesia castiga corrigiendo, a la vez que perdona.
Entregando a Pedro y a sus sucesores las llaves del Reino de los Cielos, Cristo les entregó el tesoro de sus méritos y de los méritos de los santos que dependen de los suyos. Los papas pueden sacar de este tesoro para beneficiar a los miembros débiles de la Iglesia con los méritos superabundantes de los santos. Por el sacramento de la Reconciliación, la Iglesia perdona las faltas; mediante las indulgencias paga las deudas que resultan de las faltas.
Este perdón de las deudas no significa de ninguna manera una dispensa respecto de la ley divina de la penitencia. Por el contrario, la Iglesia condiciona la adquisición de una indulgencia plenaria y su aplicación, por el bautizado, a sí mismo o recurriendo a Dios, a un difunto, a través de las intenciones del papa y el recurso a los sacramentos en el contexto de una caridad pura que detesta todo pecado, incluso venial. Sólo aquellos que tienden a la perfección pueden, a través de la Indulgencia plenaria, apropiarse de los méritos de Cristo y de su Iglesia. Los vivos sólo pueden beneficiarse plenamente del tesoro de la Iglesia si es que están dispuestos a acrecentarlo.
Adquiriendo Indulgencias, los bautizados manifiestan su fe en los méritos superabundantes de Cristo, y de los santos, su comunión con el sucesor de Pedro, su caridad sobrenatural respecto de ellos mismos y de los justos de la Iglesia sufriente: la práctica de las Indulgencias” (agrega Pablo VI) constituye un excelente ejercicio de caridad cuando es destinado a ayudar a nuestros hermanos difuntos dormidos en Cristo.
En ese sentido, antes de su ruptura decisiva con Roma, Lutero redactó, en 1517, un Tratado sobre las Indulgencias, donde se mostraba tan sensible a su utilidad para la Iglesia, que escribía sin hesitar: mediante ellas, “el papa va en ayuda de los difuntos”. Además, en mayo de 1518, Lutero escribía al papa León X, a propósito de sus tesis sobre las Indulgencias: “Santo Padre, reconozco su voz como la de Cristo, que habla y gobierna en usted”. La violación de este compromiso está en el origen de la Reforma.
Hoy día, muchos bautizados podrían considerar, a la luz de la doctrina permanente de la Iglesia, la bondad y las ventajas de las indulgencias para la vida cristiana en el tiempo y en la eternidad.
Debemos reparar nuestras faltas frente a los muertos: la adquisición y la aplicación de las indulgencias es uno de los medios más hermosos de hacerlo. Tal vez esto fue lo que habían percibido esos cristianos de Corinto cuando se daban, en favor de sus muertos, esos baños misteriosos evocados por San Pablo (I Cor 15, 29): tal es al menos la interpretación dada recientemente por muchos autores, especialmente por el exegeta dominico C. Spicq.
Se puede ver que la doctrina y la práctica de las indulgencias resultan de un largo desarrollo y de una aplicación de muchas verdades misteriosas enseñadas por los Apóstoles en el Nuevo Testamento y primeramente por la Tradición: a saber, la solidaridad de los cristianos entre ellos, la oración eficaz de los vivos por los muertos en Cristo, el poder entregado a Pedro y a sus sucesores de atar y desatar (las llaves del reino).
Se puede, entonces, hablar con respeto y gratitud, de un misterio de las Indulgencias revelado en sus fuentes y dogmatizado por la Iglesia, un misterio al que todos los cristianos confirmados por el Espíritu en la Sangre de Cristo deben, después de haberlo estudiado con admiración y amor, dar testimonio, aun con un martirio sangriento, si fuese necesario. Es verosímil, por otro lado, que muchos de los mártires católicos de la época de la Reforma dieron su vida por confesar frente al mundo este misterio de la Indulgencia de Cristo que se manifiesta en las santas indulgencias de la Iglesia
Cortesía de: José Gálvez Krüger Tomado de Margerie S.J., Bertrand de Le mystère des Indulgentes P. Lethielleux, París, 1998
Especial del Día de los Fieles Difuntos 193
http://ec.aciprensa.com/wiki/Hay_Purgatorio,_hay_indulgencias
1.-Purgatorio en la doctrina católica.
Un medio muy fácil y seguro para conocer la doctrina de la Iglesia sobre alguna verdad revelada, es recurrir a los testimonios de los Papas y definiciones de los Concilios. Veamos pues, qué nos dicen estos documentos.
El Papa Clemente VI en carta del 28 de septiembre de 1351 al “Catholicon” de los armenios le escribe: “Queremos saber, si creíste y crees que existe el purgatorio al cual descienden las almas de los que mueren en gracia, las cuales todavía no satisficieron por medio de una completa penitencia de sus pecados. Asimismo, si creíste y crees, que son atormentadas por el fuego temporalmente, y que, luego de purificadas, aun antes del día del juicio, van a verdadera bienaventuranza, que consiste en la visión facial y amor de Dios”.
Inocencio IV, en una carta del 6 de marzo de 1254, a Odón cardenal de Túsculo, su legado en la isla de Chipre le dice: “Como la Verdad en el Evangelio afirme, que si alguno profiriese una blasfemia contra el Espíritu Santo, no le será perdonada ni en este mundo ni en el otro: por lo cual se da a entender que algunas culpas se perdonan en esta vida y algunas otras en la vida futura; y como el Apóstol declare que el fuego mostrará cuál sea la obra de cada uno, y si la obra de uno se quemare será suyo el daño; no obstante, él no dejará de salvarse; si bien como quien pasa por el fuego (1 Cor 1, 13,15); y como los mismos griegos crean y profesen verdaderamente y sin rodeos que las almas de los que mueren, habiendo recibido la penitencia sin haber tenido el tiempo de cumplirla, o que mueren sin pecado mortal, pero culpables de veniales o de faltas muy pequeñas, son purificadas después de la muerte y pueden ser ayudadas por los sufragios de la Iglesia. Nos considerando que los griegos afirman no encontrar entre sus doctores ningún nombre propio y cierto para designar el lugar de esta purificación, y que por otra parte, según la tradición y las autoridades de los Santos Padres este nombre es el purgatorio, queremos que en adelante esta denominación sea recibida por ellos. Porque en este fuego temporal, los pecados, no ciertamente los crímenes y las faltas capitales, que no hubieran antes sido remitidas por la penitencia, sino los pecados livianos y mínimos son purificados; los que apesadumbran después de la muerte al alma, aunque en esta vida hubieran sido perdonados”.
En el segundo concilio de Lyon de 1274 los griegos admitieron la profesión de fe, preparada por Clemente IV, que decía así: “Mas a causa de diversos errores que algunos han introducido por ignorancia y otros por malicia (la Iglesia romana), dice y proclama que los que caen en el pecado después del bautismo, no han de ser rebautizados, sino que por una verdadera penitencia obtienen el perdón de sus pecados. Y si verdaderamente penitentes murieron en la caridad, antes de haber satisfecho con dignos frutos de penitencia por lo que cometieron u omitieron, sus almas, como lo ha explicado el Hno. Juan, son purificatorias o expiatorias, y, para el alivio de estas penas, les sirven los sufragios de los fieles vivos, a saber, el Sacrificio de la Misa, las oraciones y limosnas y otras obras de piedad que los fieles tienen la costumbre de ofrecer, conforme a las instituciones de la Iglesia. Las almas de los que, después de haber recibido el bautismo no han contraído absolutamente ninguna mancha de pecado, las que, asimismo, después de haber pecado han sido purificadas, o mientras vivían unidas con su cuerpo o después de haber sido despojadas de él, como ha sido dicho más arriba, son luego recibidas en el cielo”.
Benedicto XII en su Constitución “Benedictus Deus” del 29 de enero de 1336 hace una alusión bien clara al purgatorio al hablar de aquellos en cuyas almas, después de la muerte se encuentra algo que deba ser purificado. El mismo Papa, solicitado por los armenios a que les enviase socorros contra los sarracenos, responde exigiéndoles la renuncia de ciertos errores de los cuales uno de ellos, decía: “Los armenios comúnmente sostienen que en la otra vida no se da purgatorio de las almas, porque, como dicen, si el cristiano confiesa sus pecados, todos sus pecados y las penas de sus pecados le son perdonados. Asimismo no oran por los difuntos, a fin de que en la otra vida se les perdonen los pecados sino que, en general, ruegan por los muertos, lo mismo que por la bienaventurada Virgen, los Apóstoles…”
El concilio de Sis de 1342 replica, que la doctrina de los armenios es la del concilio de Lyon. Ruegan por los difuntos pecadores, pero es falso que oren por María y por los santos del cielo para que alcancen el descanso eterno. Esta oración tiene por objeto solamente que los santos no se entristezcan por nuestra causa, vale decir, que nosotros seamos libres de todo pecado.
El concilio de Florencia reproduce casi palabra por palabra la profesión de fe del concilio de Lyon, solamente que, inspirándose en las palabras de Benedicto XII, añade al fin que las almas justas, una vez enteramente purificadas, son recibidas luego en el cielo “para ver a Dios claramente, en su unidad y en su Trinidad, tal cual es, el uno más perfectamente que el otro, conforme a la diversidad de sus méritos”.
Entre los errores de Lutero, condenados por León X en la Bula “Exurge Domine”, se encuentran los siguientes tocantes al purgatorio. Prop 3: “El fomes del pecado, aunque no exista pecado actual ninguno, demora el alma al salir del cuerpo de su entrada en el cielo”. Prop. 4: “La caridad imperfecta del moribundo lleva consigo un gran temor, que por sí mismo basta para constituir la pena del purgatorio e impide la entrada en el cielo”. Prop. 37: “El purgatorio no puede probarse por ninguna Escritura que esté contenida en el Canon”. Prop 38: Las almas del purgatorio no están seguras de su salud, a lo menos todas. Ni las razones ni las Escrituras prueben que no pueden merecer o crecer por la caridad”. Prop. 40: “Las almas, libradas del purgatorio por los sufragios de los vivos, son menos felices que si hubiesen satisfecho por sí mismas”.
Tomado de Juan Rosanas S.J., El Purgatorio (Tratado Dogmático), Colección Vida Espiritual, Editorial Poblet, Buenos Aires, 1949. Transcrito por José Gálvez Krüger para la Enciclopedia Católica.
http://ec.aciprensa.com/wiki/Purgatorio_en_la_doctrina_cat%C3%B3lica
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2.-Purgatorio en la doctrina del Concilio de Trento.
El Concilio de Trento en la Ses. VI Can 30 anatematiza al que diga que “a todo pecador penitente que ha recibido la gracia de la justificación, la ofensa le es de tal modo perdonada, y la obligación a la pena eterna de tal suerte borrada, que no le quede ninguna obligación de pena temporal para purgar ora en este mundo ora en el otro, en el purgatorio, antes que la entrada en el cielo se le abra”.
Y en la Ses. XXII, can. 3, hablando del Sacrificio de la Misa, se condena al que diga: “que el Sacrificio de la Misa es solamente un sacrificio de alabanza y de acción de gracias o una simple conmemoración del sacrificio llevado a cabo en la cruz, y no un sacrificio propiciatorio, o bien que no aprovecha sino al celebrante que comulga, y que no debe ofrecerse por los vivos y por los muertos, por los pecados, las penas y las satisfacciones y todas las otras necesidades”.
En la ses. XXV y última enseña: “Como la Iglesia católica, instruida por el Espíritu Santo, a la luz de las sagradas Escrituras y de la antigua tradición de los Padres, haya enseñado en los sagrados concilios, y enseñe últimamente en este concilio ecuménico, que existe un purgatorio, y que las almas allí detenidas son socorridas por los sufragios de los fieles, y sobre todo por el santo sacrificio del altar; el santo concilio prescribe a los obispos que se esfuercen diligentemente para que as verdadera doctrina del purgatorio, recibida de los Santos Padres y de los santos concilios, se enseñe y predique en todas partes a fin de que sea creída y conservada por los fieles”.
Después del Concilio de Trento, el magisterio eclesiástico tomo estás decisiones: 1. La Profesión de fe de Pío IV de 1564: “Tengo constantemente por cierto que hay purgatorio, que las almas allí detenidas son socorridas por los sufragios de los fieles”. 2. La Profesión de de prescrita a los griegos por Gregorio XIII en 1575, la cual hace suyo el texto del concilio Florentino y la profesión de Pío IV. 3. Asimismo, la profesión de Benedicto XIV de 1743, prescrita a los orientales, se incorpora las profesiones de fe de Florencia y de Trento. 4. Condenación por Pío IV de la proposición 42 del sínodo jansenista de Pistoya, que declaraba “lamentable e ilusoria la aplicación de las indulgencias a los difuntos”. León XIII, en su carta del día de Pascua de Resurrección del año 1888, en que constituye la última Domínica de septiembre del mismo año, como un día de grande expiación en sufragio de las ánimas detenidas en el purgatorio declara: “Deseamos que se aprovechen, lo más copiosamente posible de la plenitud del tesoro infinito espiritual, aquellos hijos predilectos del la Iglesia que, muertos la muerte de los justos con la señal de la fe y unidos con la vid mística, de tal suerte, sin embargo no pueden entrar en el eterno descanso hasta que paguen el último cuadrante a la divina justicia vindicativa por las deudas contraídas. Nos conmueven no sólo los piadosos deseos de los católicos, a quienes nos consta que nuestra voluntad será muy grata, sino también la atrocidad de las penas con que son atormentadas las almas de los difuntos”.
Tomado de Juan Rosanas S.J., El Purgatorio (Tratado Dogmático), Colección Vida Espiritual, Editorial Poblet, Buenos Aires, 1949. Transcrito por José Gálvez Krüger para la Enciclopedia Católica
http://ec.aciprensa.com/wiki/Purgatorio_en_la_doctrina_del_Concilio_de_Trento
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3.-La existencia del Purgatorio según las Sagradas Escrituras y la tradición
I.
Unánime es la voz de la humanidad en admitir la existencia de un lugar donde las almas, abandonada esta vida sin estar plenamente reconciliadas con su Creador, deben ser retenidas antes de entrar en la posesión de la felicidad eterna. Ciertamente que este argumento es por sí de tan gran valor, que, aunque la Iglesia no hubiese proclamado la existencia del Purgatorio como dogma de fe, debería bastar para persuadirnos de ellas. Pero la Iglesia ha hablado claro a este respecto, y en el Concilio de Trento, apoyada en la autoridad de las sagradas Escrituras y en la constante tradición católica, definió solemnemente, en la sesión veinticinco, “que no sólo existe el Purgatorio, sino también que las almas que allí son detenidas pueden ser ayudadas con los sufragios de los fieles y especialmente con el adorable sacrificio de la Misa”. Y con esta definición condenó de una vez para siempre la doctrina protestante. Verdad es que la palabra Purgatorio no se halla formalmente expresada en los Santos Evangelios; pero ¿qué debe importarnos esto si hallamos claramente expresado cuanto ella significa? Y ante todo dos indicaciones principales nos hace Nuestro Señor Jesucristo mismo: la primera está en el evangelio de San Mateo (capítulo XIII), donde nos habla de una blasfemia injuriosa al Espíritu Santo, añadiendo que semejante pecado no se perdonará ni en esta vida ni en la futura. Los intérpretes de la Sagrada Escritura y los Doctores de la Iglesia toman este texto para demostrar la existencia del Purgatorio. En efecto, si existe en el otro mundo un lugar donde ciertos pecados, por no ser graves, pueden ser perdonados, éste lugar no puede ser otro sino aquel que llamamos Purgatorio, porque los pecados de los condenados son irremisibles.
En el Evangelio de San Lucas (capítulo XII) el mismo divino Redentor nos dice que a prudencia nos impone el deber de habérnoslas con nuestro adversario, mientras todavía nos hallamos por el camino, esto es, en vida, por temor de que, llegados al término del viaje, él no pueda entregarnos en las manos del Juez, y éste en las de su ministro, el cual nos aherrojará en una prisión de la cual no es posible salir en tanto no se haya satisfecho la deuda hasta el último maravedí. Según esta enseñanza de Jesús, es claro que si hacemos penitencia de nuestros pecados en la vida presente, nuestro adversario, que puede ser el demonio o también nuestra propia conciencia, en la cual está escrita la ley de Dios, nos acusará al término de la vida ante el Juez, que es el mismo Jesucristo, y él nos encerrará en una cárcel que no puede ser otra sino la del Purgatorio, y de la que no saldremos hasta que hayamos satisfecho, ya sea por medio de nuestros sufrimientos, bien por medio de la caridad de los vivos, toda la pena debida por nuestras culpas.
Pero el testimonio que más explícitamente que cualquier otro nos prueba la existencia del dogma del Purgatorio, es el que nos da san Pablo en su primera carta a los de Corinto: “Hay quien sobre el fundamento de la fe pone por materiales oro, plata, piedras preciosas, es decir, obras perfectas; otro también hay que pone maderas, heno, hojarasca, o sea, obras defectuosas. El que edificó del primer modo recibirá la paga establecida; pero el que edificó del segundo mudo deberá padecer por ello; no obstante no dejará de salvarse, si bien como quien pasa por el fuego”, esto es, deberá sufrir temporalmente en las llamas purificadoras del Purgatorio, según explican concordes los Padres de la Iglesia, revestidos de una dignidad y de una antigüedad de que no gozan los postulados protestantes, aparecidos en escena dieciséis siglos después de la Institución del cristianismo.
“El apóstol San Pablo, nota aquí San Francisco de Sales, se sirve en este pasaje de doble semejanza: la primera es la del arquitecto que, empleando materiales sólidos, construye una casa sobre buenos fundamentos; la segunda, al contrario es la del otro arquitecto que, edificando sobre los mismos fundamentos, emplea materias combustibles. Supongamos ahora, añade el Santo, para entrar en el pensamiento del Apóstol, que el fuego prenda en ambas casas; la que ha sido fabricada con materiales sólido no sufrirá desperfecto, mientras que la otra quedará al instante reducida a cenizas. Si el arquitecto de la primera se hallare dentro de ella, saldrá sano y salvo; el otro, sin embargo, si quiere salvarse, deberá necesariamente pasar a través de las llamas y recibir sobre sí las huellas del incendio. Imagen natural del Purgatorio, en el cual las almas manchadas con cualesquiera culpas que no merecen el infierno deberán pasar y recibir también las señales del incendio por las obras de la otra vida; mientras que las almas que no tienen necesidad de purificarse de ninguna mancha de culpa son preservadas de estas llamas, y van derechas al cielo a recibir la recompensa por sus buenas obras”.
Finalmente, omitiendo otros testimonios tomados de las Escrituras del Nuevo Testamento, referiré solamente lo que dice San Juan en el capítulo quinto de su Apocalipsis. “Y a todas las criaturas en el cielo, sobre la tierra, debajo de la tierra…, oí que decían: Al que está sentado sobre el trono y al Cordero, bendición, honor, gloria y poder por los siglos de los siglos”. Cuáles sean las criaturas que están en el cielo y sobre la tierra ya lo sabemos; pero ¿cuáles son, preguntan los intérpretes aquellas otras que debajo de la tierra cantan alabanzas al Altísimo? No pueden ser otras, responden, más que las almas de los fieles difuntos, que se hallan recluidas en aquella prisión subterránea, llamada Purgatorio, en donde, no obstante el rigor de los tormentos, no cesan de bendecir y de alabar al Señor. No son ciertamente las almas de los condenados, porque éstas, bien lejos de alabar y bendecir al Señor, le blasfeman de continuo.
II
Conformes con estos testimonios de las Escrituras están las antiquísimas Liturgias de la Iglesia, la doctrina de los Santos Padres y los monumentos de las catacumbas. Las primeras, en efecto, que no son otra cosa sino los libros que contienen las leyes reguladoras del culto y las oraciones autorizadas por la Iglesia, y pueden, por lo tanto definirse diciendo que son el formulario auténtico del culto público, se remontan hasta los Apóstoles, y prescriben que en el templo, después de haber sido leídos en los sagrados dípticos los nombres de las personas vivas, con las cuales había comunión de oraciones, se leyeran los de los difuntos recomendados de un modo particular, y el sacerdote, como lo practica aún en nuestros días, se recogía en oración para impetrar en su favor el lugar de refrigerio, de luz y de paz. Todas las antiguas liturgias, sin excepción, nos recuerdan este rito, el cual, por la forma en que se practicaba, tomó el nombre de oraciones sobre los dípticos.
Y ¡cuán bellas y conmovedoras son las oraciones por los muertos que hallamos registradas en estas liturgias, especialmente en las orientales, casi idénticas a las del Misal romano! ¡Qué maravillosos y vivientes monumentos de la tradición cristiana! “Acordémonos, dice la liturgia de los nestorianos de Malabar, de nuestros padres, de nuestros hermanos, de los fieles que dejaron esta vida en la fe ortodoxa; supliquemos al Señor se digne absolverlos, perdonarles sus pecados y sus prevaricaciones, y hacerlos dignos de participar de la felicidad eterna en compañía de los justos que cumplieron la divina voluntad”. “Recibid esta oblación, oh Dios mío, dice la de los nestorianos caldeos, por todos los que lloran, se hallan enfermos, que padecen opresiones, calamidades y enfermedades, y por todos los difuntos que la muerte ha separado de nosotros… Perdonad los delitos y pecados de los que han muerto, os lo pedimos por vuestra gracias y por vuestras misericordias”.
No menos expresivo es cuanto hallamos a este propósito en la liturgia de que se sirven los griegos hace más de doce siglos, y que ellos atribuyen a San Pablo y a San Juan Crisóstomo. “Os ofrecemos, oh Señor, se lee allí, este sacrificio también por el descanso y la libertad de vuestro siervo N, a fin de que él pueda hallar en lugar luminoso, en donde no hay dolores ni gemidos y que le deis el reposo allí donde resplandece la luz de vuestra faz”. Todos sabemos cómo en los siglos IV y V los heresiarcas Arrio, Nestorio y Eutiques arrebataron millones de al seno de la unidad de la Iglesia, La Santa Sede Romana, del mismo modo que lo hicieron en el siglo XVI los heresiarcas del protestantismo. Pues bien, estas sectas, cortadas, separadas del árbol de la vida, como sarmientos arrancados y arrojados lejos de la vid, han conservado estas antiguas Liturgias. Y es un hecho que los orientales, usan todos sin excepción, oraciones y sacrificios por los difuntos. ¿Se podrá, por tanto, decir que los cismáticos han tomado esta práctica de la Iglesia Roana después de su separación? Es imposible, porque la aversión que sienten contra esta Iglesia desde su rebelión no se los hubiera permitido. Luego esta práctica la tienen desde tiempos anteriores a su delito de deserción, y la providencial conservación de aquellas liturgias entre ellos, constituye también un monumento de lo que recibieron como doctrina de los Apóstoles. “Si hombres habitantes en diversos países, nota un agudo escritor, beben vino de igual sabor, se puede deducir la consecuencia de que tal vino está hecho de la misma calidad de uvas. Así, la doctrina del Purgatorio y de los sufragios, practicada en todas las Liturgias, procede del mismo árbol de la doctrina apostólica, plantado por el mismo divino Redentor”.
III
Y las oraciones de la liturgia llevan el aval de la autoridad de los Santos Padres, los cuales han admitido y enseñado siempre la existencia del Purgatorio. San Dionisio Areopagita, en su libro de la Jerarquía católica, que se remonta a la cuna del cristianismo, refiriendo los usos de su tiempo, entre otras cosas escribe: “En las funciones fúnebres, acercándose el venerable obispo, reza una oración sagrada sobre el difunto, y con aquella oración invoca la divina misericordia, a fin de que el difunto le sean perdonadas todas las culpas cometidas por humana fragilidad, y así legue a ser colocado en el esplendor y en la orada de los vivientes”. ¿No está acaso esta doctrina perfectamente de acuerdo con lo que hoy profesa la Iglesia católico referente al Purgatorio? Clemente Alejandrino, que vivió también en el siglo II, dice ante todo que el cristiano, el cual muere después de haber abandonado sus vicios, debe todavía satisfacer por medio de suplicios por los pecados cometidos después del bautismo; y poco después añade: “Los cristianos deben moverse a compasión del estado en que se hallan aquellos que, siendo castigados después de la muerte, aunque arrepentidos, confiesen sus propias y las expíen con tormentos que deben padecer”.
San Juan Crisóstomo asegura también, a su vez, que no en vano establecieron los Apóstoles que, cuando se celebran los sacrosantos misterios, se haga conmemoración de los que pasaron ya a la otra vida; porque ellos sabían que tanta práctica le es de gran provecho y alivio”. Por tanto, según este santo doctor, la oración hecha por los difuntos, en su forma más sublime y santa, radica ciertamente en los tiempos apostólicos, y nos sirve de documento y de prueba para demostrar la fe que en aquellos primeros siglos tenían los cristianos siglos en la existencia del Purgatorio.
Y como este Santo Padre se expresan también los Santos Basilio, Anastasio, Hilario, Jerónimo, Gregorio, Agustín y muchísimos otros que sería prolijo enumerar; todos los cuales, Padres y escritores de los primeros siglos de la Iglesia, enseñaron del modo más claro la existencia del Purgatorio, y el poder que tenemos para aliviar y socorrer a las almas que se hallan en él. Por cuanto ellos nos transmitieron se ve que no se trata ya de una innovación y variación de la doctrina cristiana, sino de una doctrina universal que data de la primera y más pura edad de la Iglesia, siendo los Padres y Doctores reconocidos como los expositores más autorizados de la religión cristiana. Pues bien, su unanimidad respecto de la doctrina que atañe al Purgatorio es tal que, Calvino, el más violento enemigo del mismo, se vio forzado a exclamar: “Confieso que desde hace mil trescientos años fue consagrado el uso de hacer oraciones por los difuntos”. Verdad es que, poco después, él mismo, como arrepentido de haberse demostrado demasiado dócil a la verdad, quiso afirmarse en su obstinación añadiendo solapadamente esta temeraria impiedad: “Todos ellos, lo confieso, fueron arrastrados al error…, y los Padres antiguos se adhirieron a la creencia del Purgatorio para condescender con la opinión corriente y vulgar”. Pero ¿qué persona de recto juicio no ve el punto que este subterfugio de Calvino no es sino una atroz impostura y calumnia contra todos los Padres?
Finalmente, entre los muchos testimonios de la antigüedad que dan fe de la creencia en el Purgatorio entre los primeros cristiano, existe también el de las catacumbas romanas. Basta solamente penetrar en aquellos subterráneos para convencerse de esta verdad. Allí, en aquellas silenciosas lápidas, que cierran los lóbulos en donde reposan los cuerpos de los primitivos cristianos, está indeleblemente esculpida la creencia en el Purgatorio. Encima de ellos la vemos expresada en los votos que se hacen por la paz del difunto, en las preces por las que se implora refrigerio para su espíritu, en la esperanza que allí se expresa de que pronto legue a posesionarse de la eterna bienaventuranza, y en las oraciones que el fallecido pide a los vivos para apresurar su liberación. Ahora bien, estos votos, estas preces, esta esperanza suponían, sin duda alguna, el temor de que aquellas almas estuviesen todavía alejadas de la felicidad a la cual suspiraban por llegar. Y las oraciones que ellas imploran de los vivos predican claramente la fe en la utilidad de nuestros sufragios. En otros términos, también, aquellas antiquísimas lápidas, que son de las más antiguas, y datan todas de tiempos anteriores a la paz de Constantino, revelan en los primitivos cristianos su fe en el Purgatorio.
Cortesía de: José Gálvez Krüger Texto tomado de Falletti, Luis Nue
Especial del Día de los Fieles Difuntos
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4.-Extremaunción: Rito
Extremaunción
La Unción de los enfermos es sacramento de vivos y no debe darse a semimuertos, siquiera para que no pueda decir Lutero que los católicos “engrasan cadáveres”. A nadie daña, antes bien puede aliviar la misma dolencia corporal, y desde luego, perdona los pecados; con él ,además, basta la atrición para salvarse, siempre que el enfermo no se pueda confesar. ¡Cuánto trabaja Satanás con la familia, con el médico y con el enfermo en estas horas decisivas!
Al entrar el sacerdote adonde está el enfermo dice v/. “La paz sea a esta casa”. R/ Y a todos los que habitan en ella.
Puesto el Santo Óleo sobre una mesa y revestido con el sobrepelliz y estola morada, presenta la cruz al enfermo para que la bese; luego rocía con agua bendita el aposento y los circunstantes, diciendo “Aperges me…” con los versillos y la oración “Exaudi nos…”
Oremos: Señor Jesucristo, introduce en esta casa, con la entrada de tu humilde ministro, la felicidad eterna, la divina prosperidad, la serena alegría, la caridad provechosa, la salud inalterable; no tengan entrada en este lugar los demonios; vengan los ángeles de paz, y abandone esta casa toda discordia malévola. Engrandece, Señor, sobre nosotros tu santo nombre y bendice + nuestro ministerio; haz santa nuestra entrada en este lugar, Tú que eres santo y misericordioso y permaneces con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. R. Amén
Oremos y supliquemos a nuestro Señor para que bendiga plenamente esta morada y a todos los que habitan en ella; les de el buen Ángel custodio y haga que le sirvan, para que consideren las maravillas de su ley; aparte de ellos todas las potestades enemifas; les quite todo temor y toda perturbación; y se digne guardarlos sanos en esta casa. Quien con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina Dios por los siglos de los siglos. R. Amén.
Oremos. Escúchanos, Señor Santo, Padre omnipotente, Eterno Dios; y dígnate enviar tu Santo Ángel que custodie, ampare, proteja, visite y defienda a todos los que moran en esta casa. Por Cristo nuestro señor. R/. Amén .
Si no tiene que confesarse dirá el enfermo el “Yo Pecador” y si no pudiere lo hará otro por él. Al “Confíteor”, sigue el “Misereátur” y el “Indulgéntiam”. Luego invita el sacerdote a los asistentes a que oren por el paciente mientras se le administra el sacramento, y en seguida dice:
“En el nombre del Padre +, y del Hijo y del Espíritu Santo, quede extinguido en ti todo poder del diablo por la imposición de nuestras manos y por la invocación de todos los Santos Ángeles, arcángeles, patriarcas, Profetas, Apóstoles, Mártires, Confesores, Vírgenes y de todos los Santos juntos”. R. Amén.
Ahora, moja el dedo pulgar de la mano derecha en el Óleo de enfermos. Unge, formando una cruz, al enfermo, en los ojos (cerrados), orejas, narices, boca (cerrada), manos y pies, pronunciando en cada unción las palabras de la forma con el solo cambio del nombre de la parte ungida de este modo.
“Por esta santa Unción + y su benignísima misericordia, te perdone el Señor todo lo que has pecado con la vista… (con el oído… con el olfato… con el gusto y la palabra.. con el tacto… con el andar)”. R. Amén
Kyrye eléison; Christe eléison, Kyrye, eléison.
Padfre nuestro (en secreto)
v/. Y no nos dejes caer en la tentación. r/. Mas líbranos de todo mal. v. Salva a tu siervo. r. Dios mío, que espera en Ti. v/. Envíale, Señor, tu auxilio desde tu santuario. r/. Y defiéndele desde Sión. v/. Sé para él, Señor, una torre fortificada. r/. Frente al enemigo. v/. Nada adelante el enemigo en él. r/. Y el hijo de la iniquidad no pueda dañarle. v/. Escucha, Señor, mi oración. r/. Y llegue hasta Ti mi clamor. v/. El Señor sea con vosotros. r/. Y con tu espíritu.
Oremos. Señor Dios, que por tu Apóstol Santiago has dicho: “Enferma alguno entre vosotros? llame a los presbíteros de la Iglesia y oren por él, ungiéndole con óleo en el nombre del Señor; y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor le aliviará; y se halla con pecados se le perdonarán”; te rogamos, Redentor nuestro, sanes la dolencia de este enfermo, con la gracia del Espíritu Santo. Cúrale sus heridas, perdónales los pecados, quítale los dolores del alma y del cuerpo y devuélvele por tu misericordia la salud espiritual y corporal; para que restablecido con el auxilio de tu misericordia, pueda dedicarse a sus obligaciones anteriores: Tú que con el Padre y el Espíritu Santo vives y reinas, Dios. R/. Amén.
Oremos. Te rogamos, Señor, mires con benignidad a tu siervo (sierva) N… que desfallece con la enfermedad del cuerpo, y fortalece al alma que creaste; para que enmendada por los castigos, reconozca que ha sido curada por tu gracia. Por Cristo nuestro Señor. R/. Amén.
Oremos. Señor Santo, Padre omnipotente, eterno Dios, que infundiendo en los cuerpos enfermos la gracia de tu bendición. Conservas tu criatura con gran piedad; atiende benigno a la invocación de tu Nombre, para que a tu siervo, libre de la enfermedad y recobrada la salud, le levantes con tu diestra, le confirmes con tu fortaleza, le defiendas con tu poder y le restituyas a tu santa Iglesia, con toda la prosperidad que desea. Por Cristo nuestro Señor. R/. Amén.
Le da a besar la estola diciendo: el céntuplo recibas y alcances la vida eterna. r/ Amén.
Da la cruz al enfermo y le bendice con la mano derecha, diciendo:
La bendición de Dios omnipotente, Padre, +e Hijo y Espíritu Santo descienda sobre ti y permanezca siempre. R/ Amén.
Recomendación del alma
Al agonizar el enfermo, el sacerdote o alguno de los presentes lee la Recomendación del alma, teniendo mientras tanto encendida una vela bendita (esta vela simbólica recuerda la que se nos entregó encendida al fin de nuestro bautismo. Recuerda la parábola de las Diez Vírgenes, y significa la luz de la fe y el fuego de caridad con los que los queremos presentarnos a las bodas del Cordero)
Señor, ten misericordia.
Cristo, ten misericordia.
Señor, ten misericordia.
Santa María, ruega por él (ella).
Todos los Santos Ángeles y Arcángeles, rogad por él (ella).
San Abel (ruega)
Todo el coro de los justos
San Abraham
San Juan Bautista
San José
Todos los Santos Patriarcas y Profetas (rogad)
San Pedro (ruega)
San Pablo
San Andrés
San Juan
Todos los Santos Apóstoles y Evangelistas (rogad)
Todos los Santos discípulos del Señor
Todos los Santos Inocentes
San Esteban (ruega)
San Lorenzo
Todos los Santos Mártires (rogad)
San Silvestre (ruega)
San Gregorio
San Agustín
Todos los Santos Pontífices y Confesores (rogad)
San Benito (ruega)
San Francisco
San Camilo
Todos los Santos Monjes y Ermitaños (rogad)
Santa María Magdalena
Santa Lucía
Todas las Santas Vírgenes y Viudas (interceded por él)
Séle propicio, perdónale, Señor.
Séle propicio, líbrale, Señor.
Séle propicio, líbrale, Señor.
De tu ira, líbrale, Señor.
Del peligro de la muerte, líbrale Señor.
De mala muerte, líbrale Señor.
De las penas del infierno, líbrale, Señor.
De todo mal, líbrale, Señor.
Del poder del demonio, líbrale, Señor.
Por tu nacimiento, líbrale, Señor.
Por tu cruz y Pasión, líbrale, Señor.
Por tu muerte y sepultura, líbrale, Señor.
Por tu gloriosa Resurrección, líbrale Señor.
Por tu admirable Ascensión, líbrale Señor.
Por la gracia del Espíritu Santo Paráclito, líbrale Señor.
En el día del juicio, líbrale, Señor.
Pecadores, te rogamos óyenos.
Para que le perdones, te rogamos óyenos,
Señor tened, misericordia.
Señor, tened misericordia.
Oración- Egrédere ánima christiana. Sal, alma cristiana de este mundo en el nombre de Dios Padre omnipotente, que te creó; en el nombre de Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que por ti padeció; en el nombre del Espíritu Santo, que te fue dado; en el nombre de la gloriosa y Santa Virgen María, Madre de Dios; en el nombre de San José, ínclito Esposo de la Virgen; en el nombre de los Tronos y de las Dominaciones; en nombre de las Potestades; en el nombre de los Querubines y Serafines; en el nombre de los Patriarcas y Profetas; en el nombre de los Apóstoles y Evangelistas; en el nombre de los Santos Mártires y Confesores; en el nombre de los Monjes y Ermitaños; en el nombre de las Santas Vírgenes, y de todos los Santos y Santas de Dios: hoy tu lugar sea en la paz, y tu morada en la Santa Sión. Por el mismo Cristo nuestro Señor. R/. Amén.
Oración.- Oh Dios misericordiso, Oh Dios clemente, oh Dios que según la multitud de tus misericordias, borras los pecados de los arrepentidos, y con el perdón haces desaparecer las culpas de los pasados extravíos: dirige propicio tu mirada sobre este tu siervo (sierva) N…. y escucha sus ruegos con que de todo corazón te pide el perdón de todos sus pecados. Renueva en él (ella), Padre Piadosísimo todo cuanto la fragilidad de la carne ha corrompido, y el engaño del demonio ha violado y destruido; y une al cuerpo de la Iglesia este miembro de la redención. Compadécete, Señor, de sus gemidos, compadécete de sus lágrimas; y admite al sacramento de tu reconciliación a que sólo confía en tu misericordia. Por Cristo nuestro Señor.- R/. Amén.
Yo te encomiendo
Yo te encomiendo, carísimo hermano (carísima hermana), al Dios Tododeroso, y te encargo a Aquél que te crió; para que al pagar con la muerte la deuda de la humanidad, vuelvas a tu Autor que te ha formado del lodo de la tierra. Cuando tu alma salga de cuerpo, venga a recibirte la espléndida asamblea de los Ángeles; el Senado de los Apóstoles, que ha juzgar al mundo, venga a ti; el triunfante ejército de los Mártires salga a tu encuentro; recíbate el coro de las Vírgenes con alegres cánticos y tengas feliz descanso en el seno de los Patriarcas; San José Patrono de los moribundos, te anime con gran esperanza; la Santa Madre de Dios, María, vuelva benigna a ti sus ojos; Jesucristo se te muestre dulce y afable, y mande colocarte entre los que eternamente le asisten.
Ignores la horribilidad de las tinieblas, el chisporroteo de las llamas infernales, la tortura de los tormentos, Muéstrese vencido ante ti el pésimo Satanás con sus secuaces; tiemble y huye a la cruel confusión de la noche eterna, cuando llegues acompañado de los Ángeles. Levántese Dios y sean dispersados sus enemigos; y huyan de su faz los que le odian. Desvanézcanse como se desvanece el humo; perezcan los pecadores a la vista de Dios, como se derrite la cera al calor del fuego; y alégrense los justos, y se regocijen en la presencia del Señor. Que todas las legiones infernales sean confundidas y se avergüencen y los ministros de Satanás no se atrevan a impedir tu viaje. Líbrete de la muerte eterna Jesucristo, que se dignó morir por ti. Cristo Hijo de Dios vivo, te coloque entre los amenos vergeles de su Paraíso, y aquel verdadero Pastor te coloque entre sus ovejas. Él te absuelva de todos tus pecados; y te ponga a su diestra en la suerte de sus elegidos. Veas cara a cara tu Redentor; y estando siempre en su presencia, tus ojos beatificados vean clarísimamente la verdad. Y así, colocado entre los ejércitos de los bienaventurados, goces la dulzura de la contemplación divina en los siglos de los siglos. Amén. (Esta sentidísima despedida es parte de una carta que San Pedro Damián O.S.B. [siglo XI], escribió a cierto amigo suyo gravemente enfermo)
Invocaciones
Recibe, Señor, a tu siervo (sierva) en el lugar que debe esperar de tu misericordia. R/ Amén.
Libra, Señor el alma de tu siervo de todos los peligros del infierno, de los lazos de las penas y de todas las tribulaciones. R/Amén-
Libra, Señor, el alma de tu siervo, como libraste a Henoc y a Elías de la muerte común a los hombres. R/. Amén
Libra, Señor, como libraste a Noé del Diluvio. R/.Amén.
Libra Señor, el alma de tu siervo, como libraste a Isaac de ser inmolado, y de la mano de su padre Abraham. R/. Amén.
Libra, Señor, el alma de tu siervo, como libraste a Lot de Sodoma y de las llamas del fuego. R/. Amén.
Libra, Señor, el alma de tu siervo, como libraste a Moisés de la mano del Faraón, rey de los egipcios. R/. Amén.
Libra, Señor, el alma de tu siervo, como libraste a Daniel en el foso de los leones. R/. Amén.
Libra, Señor, el alma a tu siervo, como libraste a los tres jóvenes del horno de fuego ardiente, y de las manos de un rey cuel. R/. Amén.
Libra, Señor, el alma de tu siervo, como libraste a David de las manos del rey Saúl, y de las manos de Goliat. R/. Amén
Libra, Señor, el alma de tu siervo, como libraste a Pedro y Pablo de las cárceles. R/. Amén
Y así como libraste de atrocísimos tormentos a tu dichosísima virgen y mártir Tecla, así también dígnate librar el alma de tu siervo, y concédele que contigo pueda gozar de los bienes del cielo.
Oremos: Encomendámoste, Señor, el alma de tu siervo, y te rogamos, Señor Jesucristo, Salvador del mundo, que no dejes de colocar en el seno de tus patriarcas a esta alma, por la cual misericordiosamente bajaste a la tierra. Reconoce Señor, a tu hechura, criada, no por dioses extraños, sino por Ti, único Dios vivo y verdadero. En efecto, no hay Dios fuera de Ti, ni comparable en tus obras. Alegra, Señor, esta alma en tu presencia, y no te acuerdes de sus antiguas iniquidades excesos que suscito la violencia y ardor de sus pasiones. Pues aunque haya pecado, no ha negado al Padre, ni al Hijo, ni al Espíritu Santo, sino que creyó, y tuvo amor y celo del Dios que hizo todas las cosas.
Señor, te suplicamos que olvides los delitos e ignorancias de su juventud; pero acuérdate de él en la gloria de tu caridad, según tu gran misericordia. Ábranse los cielos y alégrense con él los ángeles. Recibe a tu siervo, en su Reino. Recíbale San Miguel Arcángel de Dios, que mereció ser príncipe de la milicia celeste. Salgan a su encuentro los santos Ángeles de Dios, y condúzcanle a la ciudad celestial, Jerusalén. Recíbale el bienaventurado Pedro Apóstol a quien se dieron las llaves del Reino de los Cielos.
Ayúdele el Apóstol San Pablo que digno vaso de elección. Interceda por él San Juan, Apóstol de Dios a quien fueron revelados los secretos del cielo. Rueguen por él todos los Santos Apóstoles, a quienes el señor dio el poder de atar y desatar.
Intercedan por él todos los Santos y escogidos de Dios, que en este mundo sufrieron grandes tormentos por el nombre del Cristo; para que desligado de las cadenas de la carne merezca llegar al glorioso reino de los cielos, por la gracia de nuestro Señor Jesucristo, quien con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos. R/. Amén
Oración: La clementísima Virgen María, Madre de Dios, piadosísimo consuelo de los tristes, encomiende a su Hijo el alma del siervo(a) N para que con esta intervención maternal, no tema los horrores de la muerte; sino que con su compañía llegue alegre a la deseada patria celestial. R/. Amén.
A ti acudo San José, Patrono de los moribundos, a ti en cuyo dichoso tránsito estuvieron solícitos Jesús y María; por estas dos carísimas prendas te encomiendo con empeño el alma de este tu siervo(a) N que lucha en la extrema agonía; para que por tu protección sea libre de las asechanzas del diablo y de la muerte perpetua, y merezca ir a los gozos eternos.
La indulgencia plenaria en el artículo de muerte
El sacerdote concede la bendición apostólica, con la cual se gana indulgencia plenaria de todas las penas debidas a los pecados.
Oremos.- Oh Dios Clemente, Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, que no quieres que perezcan ningunos de cuantos en ti creen y esperan: por tu gran conmiseración, mira a tu siervo N… (sierva N) que a ti se encomienda con sincera fe y cristiana esperanza. Por el Salvador que a este mundo enviaste, visita esta alma; y por los méritos de la Pasión y Muerte de tu único Hijo, concédele la remisión y plenaria indulgencia de todas sus culpas, para que en el momento en que el alma deje la tierra, encuentre en Ti un juez lleno de indulgencia; y lavada de toda mancha en la sangre de tu Hijo, merezca pasar de este mundo a la vida del cielo que nunca tendrá fin.- R/. Amén.
El enfermo, y si él no pudiere, uno de los presentes dirá el “Confíteor” o el “Yo Pecador”, y el sacerdote prosigue con el “Misereátur” y el “Indulgéntiam”, a quien se responde: Amén.
Luego añade el Sacerdote esta absolución:
Nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo que otorgó a su bienaventurado Apóstol San Pedro el poder de atar y desatar, reciba por su piadosísima misericordia la confesión de vuestras culpas y os devuelva vestido de inocencia que por primera vez recibisteis el día de vuestro bautismo; - y yo, su ministro, en virtud del poder alcanzado de la Sede Apostólica, os concedo la indulgencia plenaria y la entera remisión de vuestros pecados.
En el nombre del Padre +, y del Hijo, y del Espíritu Santo. R/. Amén.
Por los frutos del misterio de nuestra santísima redención, Dios todopoderoso os remita las penas que debierais sufrir en esta vida y en la otra, y os franquee las puertas del cielo, y os lleve a los gozos sempiternos.- R/.Amén.
Oración indulgenciada
Con esta oración rezada por el enfermo cuando ya no pueda orar y se halle en el trance mismo de la muerte (Pío X).
¡Oh Jesús! Adorando vuestro último suspiro, ruegos recibáis el mío. No sabiendo actualemnete si tendré libre uso de mi inteligencia cuando deje este mundo, desde ahora os ofrezco mi agonía y los dolores todos de mi muerte, y que el último latido de mi corazón sea un acto de puro amor a Vos.
¡Señor y Dios mío! Desde hoy acepto gustoso y como venido de vuestra mano el género de muerte que quisieres enviarme, con todos sus dolores, sus angustias y penas.- Amén.
Invocaciones
Los que rodean al enfermo deberán ayudarle con a bien morir con piadosas jaculatorias y con edificantes lecturas, sobre todo la Pasión del Señor según los Santos Evangelios. Procúrese también que el enfermo tenga el Crucifijo a su cabecera, para que pueda besarlo. Puede sugerírsele jaculatorias como éstas, inspiradas en los Salmos, para provocar actos de paciencia, de penitencia, de amor de Dios y de conformidad con la voluntad divina, de esperanza y de fe, de deseo de los bienes celestiales y desapego de los mundanos. Todo esto es caridad, que Dios ha de premiar mucho.
1.¡Señor! Ten piedad de mí, que soy un pecador!
2.¡Señor! No mires mis pecados, sino mi fe en ti
3.¡En Ti, señor, espero; no me confundas para siempre!
4.¡Acuérdate, Señor, de que eres todo misericordioso!
5.¡Oh Dios mío! Te amo con todas veras.
6.Tú mismo, Señor, eres mi premio eterno.
7.En el cielo me esperan los Justos para recibirme.
8.¡Ay Señor, que mi destierro se prolonga!
9.Mi patria es la tierra de los vivos
10.Mira Señor que mis enemigos se multiplican. Líbrame de ellos por la gloria de tu nombre; no sea que digan: “Hemos podido más que él”.
11.En tus manos, señor, entrego mi alma. Tú me redimiste, Oh Dios, fiel a tus promesas.
12.Deseo morir para estar con Cristo.
13.Mi vida es Cristo, y el morir una ganancia.
14.¡Ven Señor Jesús! ¡Ven y no tardes!
15.Pronto me llenarás de alegría al ver tu rostro; y tus delicias no tendrán fin para mí.
16.¡Oh Jesús! Tus llagas benditísimas son mi refugio y mi asilo.
17.Creo que mi Redentor vive, y que en el último día he de resucitar, y que con mis propios ojos veré a mi Dios y mi Salvador.
18.¡Oh Buen Jesús! Óyeme – En la hora de la muerte llámame – Y mándame venir a Ti – Para que con tus santos te alabe por los siglos de los siglos.
19.María, Madre de Dios y Madre mía, asístanme en mi última agonía.
20.Jesús José Y María! Expire yo en paz en su compañía
21.Ángel Santo de mi guarda, mira por mí.
22.San Miguel y todos los ángeles, rueguen por mí
23.Santo Patrono mío, ruega por mí.
24. San Benito, abogado de la buena muerte; ruega al Señor por mí.
25.Santos y Santas del Paraíso, pidan gracia para mí al Juez Soberano
Transcrito por José Gálvez Krüger para la Enciclopedia Católica de Aci Prensa
Tomado de :DOM Gaspar Lefebvre O.S.B. Misal diario. Traducción castellana del Rvdo. Padre Germán Prado, Monje Benedictino de Silos (España). Desclée de Brouwer y Cia. Brujas-Bélgica.
Enlaces internos
[1] Simbolismo de la Sepultura Cristiana.
[2] Punto de Vista de Alejandro Bermúdez. Cremación de difuntos.
[3] Agonía de Cristo.
[4] Piadoso ejercicio para alcanzar una buena muerte.
[5] Purgatorio.
[6] Indulgencias.
[7] Altar de Tumba
http://ec.aciprensa.com/wiki/Extremaunci%C3%B3n:_Rito
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5.-Purgatorio: Secuencia (De un autor anónimo del siglo XII).
¡Oh día aquél, en que el mundo se disolverá, atestiguándolo David y la Sibila!
La trompeta, al esparcir su atronador sonido por la región de los sepulcros, reunirá a todos ante el trono de Dios.
La muerte se asombrará y la naturaleza, cuando resucite la criatura, para responder ante el *Abriráse el libro, en que está escrito todo aquello de que el mundo ha de ser juzgado.
Luego que el Juez se hubiere sentado, aparecerá todo lo oculto; nada quedará sin venganza.
¿Qué he de decir entonces yo miserable? ¿A qué valedor acudiré, cuando aún el justo apenas estará seguro?
¡Oh Rey de terrible majestad! Que a los que se han de salvar, los salvas gratuitamente, sálvame fuente de bondad
Acuérdate, piadoso Jesús, de que soy causa de que vinieses al mundo; no me pierdas en aquel día.
Al buscarme, fatigado te sentaste; me redimiste sufriendo en la cruz; que no sea vano tanto trabajo.
¡Oh justo Juez de las venganzas! Concédeme el perdón antes del día de la cuenta.
Gimo como reo; la culpa ruboriza mi cara. Perdona, Señor, al que lo suplica.
Tú que perdonaste a María (Magdalena), y oíste al buen Ladrón, y a mí mismo me diste esperanza.
Mis plegarias no son dignas; pero Tú, bueno muéstrame benigno para que no arda yo en el fuego eterno.
Dame un lugar entre tus ovejas, y apártame de los cabritos, colocándome a tu lado derecho.
Arrojados los malditos a las llamas eternas, llámame con los Benditos.
Ruégote suplicante y anonadado, con el corazón desecho como el polvo, que tengas cuidado de mi fin.
¡Oh día de lágrimas aquél en que saldrá del polvo!
¡El hombre para ser juzgado como reo! Perdona a éste, Señor.
Piadoso Jesús, dales el descanso. Amén.
http://ec.aciprensa.com/wiki/Purgatorio:_Secuencia_(De_un_autor_an%C3%B3nimo_del_siglo_XII)
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6.-Purgatorio: Piadoso ejercicio para alcanzar una buena muerte.
Dios mío: Postrado humildemente en tu presencia, te adoro y quiero hacer esta protesta, como si ya me hallase próximo a exhalar mi último suspiro.
Dios mío: Tú has decretado mi muerte desde la eternidad: yo la acepto desde ahora con todo mi corazón en el modo y forma que tu divina Majestad ha dispuesto, y acepto también todos los dolores que la han de acompañar, los uno a los tormentos y a la muerte de Jesucristo, y te los ofrezco en satisfacción y penitencia de mis pecados. Acepto igualmente la destrucción de mi cuerpo para que resplandezca más tu supremo dominio sobre mí. Y por lo tanto, acepto y me alegro de que estos ojos, que tanta libertad se han tomado contra Ti, queden con la muerte ciegos hasta el fin del mundo.
Acepto y me alegro de que esta lengua, que tantas veces he empleado en palabras vanas, murmuraciones y mentiras, quede muda con la muerte, y sea comida de gusanos en el sepulcro.
Acepto y me gozo de que estas manos y estos pies que han sido para mi corazón instrumentos de tantas acciones desordenadas y de tantos pasos torcidos, queden con la muerte sin movimiento y sin acción entre los horrores de una hedionda sepultura. Acepto y me gozo de que este mismo corazón que, siendo formado para darte todos sus afectos, los ha empleado en miserables e indignas criaturas, sea arrojado a la tierra y reducido a polvo y ceniza.
En suma, Señor, me regocijo de que se verifique en mí la total destrucción de mis miembros y huesos, convirtiéndome en humilde polvo y frías cenizas, que fueron la materia de que formaste mi cuerpo; para que la completa destrucción de mi existencia publique la grandeza de tu infinito poder y lo humilde de mi nada. Recibe, Señor, este sacrificio que te hago de mi vida, por aquel gran sacrificio que te hizo tu divino Hijo de sí mismo sobre el ara de la Cruz; y desde este momento para la hora de mi muerte, me resigno totalmente a vuestra santísima voluntad, y protesto que quiero morir diciendo: “Hágase, Señor, tu voluntad...”
Jesús mío crucificado: Tú que para alcanzarme una buena muerte haz querido sufrir muerte tan amarga, acuérdate entonces de que yo soy una de tus ovejas que has comprado con el precio de tu sangre. Cuando todos los de la tierra me hayan abandonado y nadie pueda ayudarme, Tu sólo podrás consolarme y salvarme, haciéndome digno de recibirte por Viático, y no permitiendo que te pierda para siempre. Amado Redentor mío, recíbeme entonces en tus llagas, puesto que yo desde ahora me abrazo a Ti, y protesto que quiero entregar mi alma en la llaga amorosa de tu sacratísimo costado.
Y Tú, Virgen Santísima, Abogada y Madre mía María; después de Dios, Tu eres y serás mi esperanza y mi consuelo en la hora de la muerte. Desde ahora recurro a Ti, y te ruego no me abandones en aquel último momento: ven entonces a recibir mi alma y a presentarla a tu Hijo. Te aguardo, Madre mía, y espero morir bajo tu amparo y abrazado a tus pies. Y Tú, Protector mío San José, San Miguel Arcángel, Ángel Custodio, Santos mis abogados, ayúdenme en aquel trance extremo, en aquel último combate y llévenme a la Gloria celestial. Amén.
José Gálvez Krüger
http://ec.aciprensa.com/wiki/Purgatorio:_Piadoso_ejercicio_para_alcanzar_una_buena_muerte
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7.-Cien Réquiem.
Modo de practicar esta piadosa devoción
Para hacer este ejercicio, cada uno puede servirse de un rosario común de cinco decenas, recorriéndolo dos veces para formar las diez decenas, o sea la centena de Réquiem.
Se empieza rezando un Padrenuestro y después una decena de Réquiem en esta forma:
Dales, Señor, el eterno descanso y haz brillar sobre ellas tu eterna luz.
En cada cuenta grande se dirá la jaculatoria y ofrenda siguientes:
Jaculatoria
Almas santas, almas purgantes, rueguen a Dios por nosotros, que nosotros rogaremos por ustedes para que Él les de la gloria del paraíso.
Ofrenda
Padre eterno, te ofrecemos la sangre, pasión y muerte de Jesucristo, los dolores de la Santísima Virgen y los de San José, por la remisión de nuestros pecados, la libertad de las almas del Purgatorio y la conversión de los pecadores.
A continuación, se rezan la segunda y demás decenas de Réquiem sobre las cuentas pequeñas, repitiendo la jaculatoria y la ofrenda sobre cada cuenta grande. Acabadas las diez decenas, o sea la centena de Réquiem, se rezará la siguiente oración:
DE PROFUNDIS Salmo CXXIX de David Desde el profundo abismo de mis penas a Ti clamo, Señor, de noche y día; oye, mi Dios, los incesantes ruegos de un corazón contrito que se humilla. Estén gratos y atentos tus oídos a mi voz lamentable y dolorida: a Ti mis ayes y gemidos lleguen pues a escucharlos tu piedad se inclina. ¿Si siempre airado tus divinos ojos sobre las culpas de los hombres fijas, quién estará confiado en tu presencia, confundiéndonos sólo ante tu vista? Más la eterna palabra de tu seno que aplaque espero tus terribles iras; porque son inefables tus promesas y con tus gracias pecador invitas. Así aunque mi alma acongojada gime contemplando el rigor de tu justicia, por tu palabra la indulgencia espera, de que la hacen culpas tan indigna. ¡Oh pueblo electo! De mañana y noche, en todos tus peligros y fatigas, acógete al Señor con la confianza que en su ley soberana nos intima. Porque es inagotable su clemencia; se muestra con los flacos compasiva; de todas sus miserias los redime, y siempre que le claman los auxilia. Este Dios abrevie el tiempo en que logre Israel su eterna dicha cuando de tus pecados la liberte, que con tanto rigor la tiranizan.
Encomendémonos ahora a las almas del Purgatorio y digamos: ¡Almas benditas! nosotros hemos rogado por vosotros que sois tan amadas de Dios y estáis seguras de no poderlo más perder: rogadle por nosotros miserables que estamos en peligro de condenarnos para siempre. ¡Dulce Jesús, dad descanso eterno a las benditas almas del Purgatorio¡
Cortesía de: José Gálvez Krüger
http://ec.aciprensa.com/wiki/Cien_R%C3%A9quiem
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8.-Purgatorio: Secuencia (De un autor anónimo del siglo XII)
¡Oh día aquél, en que el mundo se disolverá, atestiguándolo David y la Sibila!
La trompeta, al esparcir su atronador sonido por la región de los sepulcros, reunirá a todos ante el trono de Dios.
La muerte se asombrará y la naturaleza, cuando resucite la criatura, para responder ante el *Abriráse el libro, en que está escrito todo aquello de que el mundo ha de ser juzgado.
Luego que el Juez se hubiere sentado, aparecerá todo lo oculto; nada quedará sin venganza.
¿Qué he de decir entonces yo miserable? ¿A qué valedor acudiré, cuando aún el justo apenas estará seguro?
¡Oh Rey de terrible majestad! Que a los que se han de salvar, los salvas gratuitamente, sálvame fuente de bondad
Acuérdate, piadoso Jesús, de que soy causa de que vinieses al mundo; no me pierdas en aquel día.
Al buscarme, fatigado te sentaste; me redimiste sufriendo en la cruz; que no sea vano tanto trabajo.
¡Oh justo Juez de las venganzas! Concédeme el perdón antes del día de la cuenta.
Gimo como reo; la culpa ruboriza mi cara. Perdona, Señor, al que lo suplica.
Tú que perdonaste a María (Magdalena), y oíste al buen Ladrón, y a mí mismo me diste esperanza.
Mis plegarias no son dignas; pero Tú, bueno muéstrame benigno para que no arda yo en el fuego eterno.
Dame un lugar entre tus ovejas, y apártame de los cabritos, colocándome a tu lado derecho.
Arrojados los malditos a las llamas eternas, llámame con los Benditos.
Ruégote suplicante y anonadado, con el corazón desecho como el polvo, que tengas cuidado de mi fin.
¡Oh día de lágrimas aquél en que saldrá del polvo!
¡El hombre para ser juzgado como reo! Perdona a éste, Señor.
Piadoso Jesús, dales el descanso. Amén.
http://ec.aciprensa.com/wiki/Purgatorio:_Secuencia_(De_un_autor_an%C3%B3nimo_del_siglo_XII)
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9.-Decenario de la pasión en sufragio de las almas del purgatorio
(Se repite cinco veces para formar un Rosario de cinco dieces.)
Oración inicial: Abre, Señor, nuestros labios; alienta nuestros corazones y límpialos de vanos, impuros e impertinentes pensamientos; ilustra nuestro entendimiento, inflama nuestra voluntad, para que, con todo nuestro corazón, meditemos los pasos de tu Sagrada Pasión y muerte, con los acerbísimos dolores de tu Madre Santísima, y merezcamos ser oídos ante el acatamiento de tu Divina Majestad, que vives y reinas en todos los siglos. Amén.
Primera decena
Jesús mío, por aquel sudor copioso de sangre que sudaste en el huerto, ten misericordia de las almas del Purgatorio (o del alma de N.)
Segunda decena
Jesús mío, por la bofetada que recibió tu rostro venerable, ten misericordia de las almas del Purgatorio.
Tercera decena
Jesús mío, por los crueles azotes que sufriste, ten misericordia de las almas del Purgatorio.
Cuarta decena
Jesús mío, por la corona de agudas espinas que traspasaron tu santísima cabeza, ten misericordia de las almas del Purgatorio.
Quinta decena
Jesús mío, por los pasos que diste en la calle de la Amargura con la cruz a cuestas, ten misericordia de las almas del Purgatorio
Sexta decena
Jesús mío, por tu santísimo rostro lleno de sangre, que dejaste impreso en el velo de la Verónica, ten misericordia de las almas del Purgatorio.
Sétima decena
Jesús mío, por la vestidura sangrienta que con violencia te desnudaron los sayones, ten misericordia de las almas del Purgatorio.
Octava decena
Jesús mío, por tu santísimo cuerpo clavado en la cruz, ten misericordia de las almas del Purgatorio.
Novena decena
Jesús mío, por tus santísimos pies y manos clavados con duros clavos, ten misericordia de las almas del Purgatorio.
Décima decena
Jesús mío, por tu costado abierto al borde de una lanzada, de donde manó sangre y agua, ten misericordia de las almas del Purgatorio (o del alma de N.)
En lugar del Padrenuestro se dirá la siguiente oración: Piadosísimo Jesús mío, mira con benignos ojos las almas de los fieles difuntos por las cuales has muerto y recibido tormento de cruz. Amén.
Cortesía de: José Gálvez Krüger
http://ec.aciprensa.com/wiki/Decenario_de_la_pasi%C3%B3n_en_sufragio_de_las_almas_del_purgatorio
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10.-El purgatorio abierto a la piedad de los vivos.
Oraciones
Para todos los días de la semana
Para el domingo
¡Oh Señor y Dios omnipotente! Yo te suplico por la preciosa sangre que tu Hijo derramó en el Huerto, que saques las almas del Purgatorio, y en particular las que están más olvidadas, y llévalas al descanso eterno. Dos Padrenuestros y dos avemarías.
Para el lunes
¡Oh Señor y Dios omnipotente! Yo te suplico por la preciosa sangre que tu Hijo derramó con los crueles azotes que recibió, saques las almas del Purgatorio, y en particular las que están próximas a subir al eterno descanso, para que así empiecen cuanto antes a alabarte y bendecirte eternamente. Dos Padrenuestros y dos avemarías.
Para el martes
¡Oh señor y Dios omnipotente! Yo te suplico por la preciosa sangre que derramó tu Santísimo Hijo cuando le pusieron la corona de espinas, saques las almas del Purgatorio, y en particular la que debiere ser la última de todas en salir, para que no tarde tanto en alabarte y bendecirte eternamente en la Gloria. Amén. Dos Padrenuestros y dos avemarías.
Para el miércoles
¡Oh Señor y Dios omnipotente! Yo te suplico por la preciosa sangre que derramó tu Santísimo Hijo por las calles de Jerusalén cuando iba con la cruz a cuestas, saques a las almas del Purgatorio, y en particular la más rica en méritos para contigo, a fin de que desde el sublime trono de gloria que espera, te alabe y bendiga eternamente. Amén. Dos Padrenuestros y dos avemarías.
Para el jueves
¡Oh Señor y Dios omnipotente, yo te suplico por el precioso cuerpo y sangre de tu Santísimo Hijo, que en la noche de su Pasión dio en comida y bebida a sus Apóstoles y dejó a toda la Iglesia en sacrificio perpetuo y vivífico alimento de los fieles, saques las almas del Purgatorio, en particular la más devota de este misterio de amor, para que por ello te alabe con tu divino Hijo y con el espíritu Santo en tu Gloria eternamente. Dos Padrenuestros y dos avemarías.
Para el viernes
¡Oh Señor y Dios omnipotente! Yo te suplico por la preciosa sangre de tu Santísimo Hijo derramó desde el árbol de la cruz, especialmente de sus sacratísimos pies y manos, saques las almas del Purgatorio, y en particular aquellas por quienes tengo mayor obligación de rogarte, para que no queden allí penando por mi culpa, ni sean privadas de alabarte y bendecirte eternamente en la Gloria. Dos Padrenuestros y dos avemarías.
Para el sábado
¡Oh Señor y Dios omnipotente! Yo te suplico por la preciosa sangre que salió del costado de tu Santísimo Hijo en presencia y con grandísimo dolor de su Santísima Madre, saques las almas del Purgatorio, en particular la que haya sido más devota de esta gran Señora, para que, cuanto antes vaya a tu Gloria a alabarte en Ella y a Ella en ti, por todos los siglos de los siglos. Amén. Dos Padrenuestros y dos avemarías.
A las benditas ánimas del purgatorio
¡Cuán consolatorio dulce pensamiento, el del purgatorio para el pecador!
¿Quién será tan puro que el celeste asiento tenga por seguro sin miedo de error?
En este recelo Solaz y dulzura es saber que al cielo se va por dolor
Se espera el contento por la de amargura senda, y aposento de triste amor.
Propaganda de la Cruzada a favor de las benditas almas del Purgatorio con licencia de la autoridad eclesiástica dada en 31 de Mayo de 1929. Al devoto de ellas – Felipe E. Hidalgo
Cortesía de: José Gálvez Krüger
Especial del Día de los Fieles Difuntos
http://ec.aciprensa.com/wiki/El_purgatorio_abierto_a_la_piedad_de_los_vivos
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11.-Purgatorio: Invocaciones por los moribundos
Recibe, Señor, a tu siervo (sierva) en el lugar que debe esperar de tu misericordia. R/ Amén.
Libra, Señor el alma de tu siervo de todos los peligros del infierno, de los lazos de las penas y de todas las tribulaciones. R/Amén.
Libra, Señor, el alma de tu siervo, como libraste a Enoch y a Elías de la muerte común a los hombres. R/. Amén
Libra, Señor, como libraste a Noé del diluvio. R/.Amén.
Libra Señor, el alma de tu siervo, como libraste a Isaac de ser inmolado, y de la mano de su padre Abrahán. R/. Amén.
Libra, Señor, el alma de tu siervo, como libraste a Lot de Sodoma y de las llamas del fuego. R/. Amén.
Libra, Señor, el alma de tu siervo, como libraste a Moisés de la mano del Faraón, rey de los egipcios. R/. Amén.
Libra, Señor, el alma de tu siervo, como libraste a Daniel en el foso de los leones. R/. Amén.
Libra, Señor, el alma a tu siervo, como libraste a los tres jóvenes del horno de fuego ardiente, y de las manos de un rey cruel. R/. Amén.
Libra, Señor, el alma de tu siervo, como libraste a David de las manos del rey Saúl, y de las manos de Goliat. R/. Amén
Libra, Señor, el alma de tu siervo, como libraste a Pedro y Pablo de las cárceles. R/. Amén
Y así como libraste de atrocísimos tormentos a tu dichosísima virgen y mártir Tecla, así también dígnate librar el alma de tu siervo, y concédele que contigo pueda gozar de los bienes del cielo.
Oremos: Encomendámoste, Señor, el alma de tu siervo, y te rogamos, Señor Jesucristo, Salvador del mundo, que no dejes de colocar en el seno de tus Patriarcas a esta alma, por la cual misericordiosamente bajaste a la tierra. Reconoce Señor, a tu hechura, criada, no por dioses extraños, sino por Ti, único Dios vivo y verdadero. En efecto, no hay Dios fuera de Ti, ni comparable en tus obras. Alegra, Señor, esta alma en tu presencia, y no te acuerdes de sus antiguas iniquidades excesos que suscito la violencia y ardor de sus pasiones. Pues aunque haya pecado, no ha negado al Padre, ni al Hijo, ni al Espíritu Santo, sino que creyó, y tuvo amor y celo del Dios que hizo todas las cosas.
Señor, te suplicamos que olvides los delitos e ignorancias de su juventud; pero acuérdate de él en la gloria de tu caridad, según tu gran misericordia.
Ábranse los cielos y alégrense con él los Ángeles. Recibe a tu siervo, en su Reino. Recíbale San Miguel, Arcángel de Dios, que mereció ser príncipe de la milicia celeste.
Salgan a su encuentro los santos Ángeles de Dios, y condúzcanle a la ciudad celestial, Jerusalén. Recíbale el bienaventurado Pedro Apóstol a quien se dieron las llaves del reino de los cielos.
Ayúdele el Apóstol San Pablo que digno vaso de elección. Interceda por él San Juan, Apóstol de Dios a quien fueron revelados los secretos del cielo. Rueguen por él todos los Santos Apóstoles, a quienes el señor dio el poder de atar y desatar.
Intercedan por él todos los Santos y escogidos de Dios, que en este mundo sufrieron grandes tormentos por el nombre del cristo; para que desligado de las cadenas de la carne merezca llegar al glorioso reino de los cielos, por la gracia de nuestro Señor Jesucristo, quien con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos. R/. Amén
Oración: La clementísima Virgen María, Madre de Dios, piadosísimo consuelo de los tristes, encomiende a su Hijo el alma del siervo(a) N para que con esta intervención maternal, no tema los horrores de la muerte; sino que con su compañía llegue alegre a la deseada patria celestial. R/. Amén.
A ti acudo San José, Patrono de los moribundos, a ti en cuyo dichoso tránsito estuvieron solícitos Jesús y María; por estas dos carísimas prendas te encomiendo con empeño el alma de este tu siervo(a) N que lucha en la extrema agonía; para que por tu protección sea libre de las asechanzas del diablo y de la muerte perpetua, y merezca ir a los gozos eternos.
Cortesía de: José Gálvez Krüger
http://ec.aciprensa.com/wiki/Purgatorio:_Invocaciones_por_los_moribundos
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12.-Purgatorio y Comunión de los Santos.
Introducción
(“communo sanctorum”, coparticipación de, o con, los santos)
La doctrina se expresó en la segunda cláusula del artículo noveno del texto aceptado Credo de los Apóstoles: “Creo… la santa Iglesia Católica, la comunión de los santos”. Esta adición, probablemente la última, al antiguo símbolo romano se encuentra en:
la liturgia galicana del siglo VII (P.L., LXXII, 349, 597);
en algunas cartas del pseudo-Agustín (P. L., XXXIX, 2189, 2191, 2194), ahora atribuidas a San Cesáreo de Arles (c. 543);
en "De Spiritu Sancto" (P. L., LXII, 11), atribuido a Fausto de Riez (c. 460);
en la "Explanatio Symboli" (P. L., LII, 871) de Nicetas de Remesiana (c. 400); y
en dos documentos de fecha incierta, el "Fides Hieronymi", y una confesión armenia.
Los críticos han elaborado diversas teorías sobre estos hechos. Algunos sostienen que la adición es una protesta contra Vigilancio, quien condenaba la veneración de los santos; y él relaciona esta declaración con Fausto del sur de la Galia y probablemente también con Nicetas en Panonia, en quien influyó la "Catecheses" de San Cirilo de Jerusalén. Otros la consideran una primera reacción contra el separatismo de los donatistas, por lo tanto una concepción africana y agustiniana dirigida solamente a los miembros de la Iglesia, cuyo significado superior de coparticipación con los santos difuntos sería introducida posteriormente por Fausto. Sin embargo, otros piensan que tuvo su origen en Armenia, con un significado antidonatista, de donde pasó a Panonia, la Galia, las Islas Británicas, España, etc., adquiriendo nuevas acepciones en su andadura hasta culminar finalmente en la síntesis católica de los teólogos medievales. Estas y muchas otras conjeturas no modifican la doctrina tradicional, de acuerdo con la cual la comunión de los santos, dondequiera que fuese introducida en el Credo, es la consecuencia natural de la enseñanza de la Escritura, y principalmente de la fórmula bautismal; aun así, el valor del dogma no reside en la solución de ese problema histórico.
Doctrina Católica
La comunión de los santos es la solidaridad espiritual que une a los fieles de este mundo, a las almas en el purgatorio y a los santos del cielo en la unidad orgánica del mismo cuerpo místico cuya cabeza es Cristo, y en un intercambio constante de servicios sobrenaturales. A los partícipes en esa solidaridad se les llama santos en razón de su destino y de su participación en los frutos de la Redención (1 Cor. 1,2 - texto griego). Los condenados están así excluidos de la comunión de los santos. Los vivos, incluso los no pertenecientes a la verdadera Iglesia, la comparten según su grado de unión con Cristo y con el alma de la Iglesia. Santo Tomás enseña (III:8:4) que los ángeles, aunque no redimidos, forman parte de la comunión de los santos porque están bajo el poder de Cristo y reciben de Él “gratia capitis”. La solidaridad en sí misma implica una diversidad de interrelaciones: dentro de la Iglesia Militante, no solo la participación en la misma fe, Sacramentos y gobierno, sino también un mutuo intercambio de ejemplos, oraciones, méritos y satisfacciones; entre la Iglesia de este mundo por una parte, y el purgatorio y el cielo por la otra, sufragios, invocación, intercesión, veneración. Estas connotaciones atañen aquí solamente en lo que se refiere a la idea transcendente de solidaridad espiritual entre todos los hijos de Dios. Entendida de este modo, la comunión de los santos, aunque se definió formalmente solo en sus alcances particulares (Concilio de Trento, sesión XXV, decretos sobre el purgatorio; sobre la invocación, veneración y reliquias de los santos e imágenes sagradas; sobre las indulgencias), sin embargo, es dogma comúnmente enseñado y aceptado en la Iglesia. Es verdad que el Catecismo del Concilio de Trento (Pt. I, cap. X) a primera vista parece limitar a los vivos el sentido de la frase contenida en el Credo, pero haciendo la comunión de los santos exponente y función, por decirlo así, de la cláusula precedente, "la santa Iglesia católica", verdaderamente se prolonga a lo que se denominan "partes constituyentes, una se fue antes, la otra la sigue todos los días” de la Igleisa; el principio general se proclama en estos términos: "toda acción piadosa y sagrada realizada por uno pertenece y es provechosa a todos, gracias a la caridad que no se busca a sí misma".
En esta inmensa concepción católica los racionalistas ven no sólo una producción tardía, sino también un indisimulado retorno a una religiosidad inferior, un proceso de justificación meramente mecánico, la sustitución de la responsabilidad personal por un valor moral impersonal. Como mejor se refutan tales afirmaciones es presentando la base bíblica del dogma y su formulación teológica. La primera reseña clara, aunque sobria, de la comunión de los santos se encuentra en el "Reino de Dios" de los Sinópticos, no la concepción individualista de Harnack ni la puramente escatológica de Loisy, sino un todo orgánico (Mt. 13,31), que rodea con vínculos de caridad (Mt 22,39) a todos los hijos de Dios (Mt 19,28; Lc. 20,36) en el cielo y en la tierra (Mt 6,20), reuniendo a los mismos ángeles en ésta fraternidad de almas (Lc 15,10). Las parábolas del Reino (Mt 13) no pueden leerse sin percibir su carácter comunitario y la continuidad que unifica el reino presente y el reino venidero. La naturaleza de esa comunión, llamada por San Juan una comunión de uno con el otro (“una comunión con nosotros”---1 Juan 1,3) porque es una comunión con el Padre, y con su Hijo”, y cuando él la compara con la unión vital y orgánica de la vida y sus sarmientos (Juan 15), destaca con gran relieve en la concepción paulina del cuerpo místico. San Pablo habla a menudo de un cuerpo cuya cabeza es Cristo (Col. 1,18), cuyo principio dinamizador es la caridad (Ef 4,16), cuyos miembros son los santos, no sólo de este mundo sino también del venidero (Ef. 1,20; Heb. 12,22). En esa comunión no existe pérdida de la individualidad, aunque en tal interdependencia los santos sean "miembros unos de otros" (Rom. 12,5), no sólo compartiendo las mismas bendiciones (1 Cor. 12,13) e intercambiando buenos oficios (1 Cor. 12,25) y oraciones (Ef. 6,18), sino también participando en la misma vida común, pues "todo el cuerpo. gracias al conjunto de ligamentos. va creciendo, con vistas a su propia edificación, por [la] caridad" (Ef 4,16).
Recientes y notorias investigaciones sobre inscripciones cristianas primitivas han sacado a la luz claras y abundantes pruebas de las manifestaciones principales de la comunión de los santos en la Iglesia naciente. Un testimonio semejante se encuentra en los Padres Apostólicos, con alguna alusión a la concepción paulina. Hemos de recurrir a la Escuela de Alejandría para hallar un intento de la formulación del dogma. Clemente de Alejandría muestra las relaciones esenciales del "gnóstico" con los ángeles (Strom., VI.12.10) y con las almas de los difuntos (ibid. VIII.12.78); y casi formula el “thesaurus ecclesiae” en su presentación del martirio vicario, no sólo de Cristo, sino también de los Apóstoles y otros mártires (ibid., IV.12.87). Orígenes amplía, casi hasta la exageración, la idea del martirio vicario (Exhort. ad martyr., cap. 1) y la de la comunión entre el hombre y los ángeles (De orat., XXXI); y lo explica por el poder unificador de la Redención de Cristo, “ut caelestibus terrena sociaret” (In Levit., hom. IV), y la fuerza de la caridad, tan inaudita en el cielo como en la tierra (De orat., XI). Con San Basilio y San Juan Crisóstomo la comunión de los santos llega a ser un principio obvio usado como respuesta frente a objeciones populares del tipo: ¿necesito una comunión con otros? (Basil, EP. 203) ¿otro ha pecado y debo yo expiar? (Chrysostom, Hom. I, de poenit.). San Juan Damasceno solo tiene que reunir los dichos de los Padres para justificar el dogma de la invocación a los santos y las oraciones por los muertos.
Pero la presentación completa del dogma procede de los últimos Padres. Después de las declaraciones de Tertuliano, quien habla de "esperanza, miedo, alegría, aflicción y sufrimiento comunes" (Sobre la Penitencia, 9-10); de San Cipriano, quien expone explícitamente la comunión de méritos (De lapsis 17); de San Hilario, quien da la Comunión Eucarística como medio y símbolo de la comunión de los santos (en Sal. 65(64),14), llegamos a la enseñanza de San Ambrosio y San Agustín. Del primero, el “thesaurus ecclesiae”, la mejor prueba práctica de la reunión de los santos, recibe una explicación precisa (De poenit. I.15;; De officiis, I, XIX). Desde el punto de vista transcendente de la Iglesia tomado por el segundo (Enchiridion 66), la comunión de los santos, aunque nunca la expresó así, es una necesidad; a la “Civitas Dei” necesariamente corresponde la “unitas caritatis” (De unitate eccl., II), que contiene en una unión real a los santos y ángeles del cielo (Enarr. in Psalmos, 36,3-4), a los justos de la tierra (De bapt. III.17), y, en menor grado, a los pecadores mismos, los “putrida membra” del cuerpo místico; solamente los herejes, cismáticos y apóstatas están excluidos de esta sociedad de los santos, aunque no de sus plegarias (Serm. CXXXVII). El concepto agustiniano, aunque algo ensombrecido en las exposiciones catequéticas del Credo por los teólogos carolingios y posteriores (P. L., XCIX, CI, CVIII, CX, CLII, CLXXXVI), retoma su lugar en la síntesis medieval de Pedro Lombardo, San Buenaventura, Santo Tomás de Aquino, etc.
Influenciado sin duda por escritores anteriores como Ivo de Chartres (P. L., CLXII, 606l), Pedro Abelardo (P. L. CLXXXIII, 630), y probablemente Alejandro de Hales (III, Q. LXIX, a, 1), Santo Tomás (Expos. in symb. 10) lee en neutro la expresión del Credo, “communio sanctorum” (participación de bienes espirituales), pero prescindiendo de la gramática, su concepción del dogma es completa. Principio general: los méritos de Cristo se comunican a todos, y los méritos de cada uno se comunican a los demás (ibid.). Modo de participación: tanto objetiva como intencional, “in radice operis”, “ex intentione facientis” (Supp. 71:1). Medida: el grado de caridad (Expos. in symb., 10). Beneficios comunicados: no sólo los Sacramentos sino los méritos sobreabundantes de Cristo y de los santos que forman el “thesaurus ecclesia” (ibid. y Quodlib., II, Q. VIII, a. 16). Partícipes: las tres partes de la Iglesia (Expos. in symb., 9); por tanto, los fieles en la tierra intercambian méritos y satisfacciones (I-II:113:6, y Suppl., 13:2), las almas del purgatorio se benefician de los sufragios de los vivos y la intercedión de los santos (Suppl., 71),los mismos santos recibiendo honor y concediendo intercesión (II-II:83:4, II-II:83:11, III:25:6), y también los ángeles, como se dijo antes. Después, los teólogos escolásticos y los posteriores a la Reforma añadieron poco a la exposición tomista del dogma. Se ocuparon más en la forma que en el fondo, y defendieron los puntos atacados por los herejes, mostrando el valor religioso, ético y social de la concepción católica; e introdujeron la distinción entre el cuerpo y el alma de la Iglesia, entre miembros reales y miembros en deseo, completaron la teoría de las relaciones entre los miembros de la Iglesia y la comunión de los santos que ya habían esbozado San Optato de Mileve y San Agustín durante la controversia donatista. Se puede lamentar que el esquema adoptado por los escolásticos no proveyó un punto de vista comprehensivo del dogma total, sino más bien dispersaron los varios componentes de él por medio de una vasta síntesis. Esto explica el hecho de que un compendio sobre la comunión de los santos es más raro en nuestros teólogos tradicionales que en nuestra literatura catequética, apologética, pastoral e incluso ascética. Ello puede también explicar en parte, sin justificarlas, las toscas tergiversaciones mencionadas anteriormente.
En la Iglesia Anglosajona
Puede conocerse que los anglosajones observaron la doctrina de la comunión de los santos por la siguiente relación dada por Lingardo en su "Historia y antigüedades de la Iglesia Anglosajona". Recibieron la práctica de la veneración de los santos, dice, junto con los rudimentos de la religión cristiana; y manifestaron su devoción a ambas en el culto público y privado: en público, celebrando los aniversarios de cada santo y guardando anualmente el Día de Todos los Santos como una solemnidad de primer orden; y en sus devociones privadas, observando las enseñanzas de adorar a Dios y luego "rogar, primero a Santa María, y a los santos Apóstoles, y a los santos mártires, y a todos los santos de Dios, que intercediesen por ellos a Dios". De este modo aprendieron a elevar a los santos del cielo sus sentimientos de confianza y afecto, a considerarlos amigos y protectores y a implorar su ayuda en momentos de dolor, con la esperanza de que Dios concediese al protector lo que pudiera rehusar al suplicante.
Los anglosajones tuvieron, como los demás cristianos, una veneración especial a la "Santísima Madre de Dios, la perpetua Virgen Santa María" (Beatissima Dei genitrix et perpetua virgo.-Bede, Hom. in Purif.). Sus alabanzas fueron cantadas por los poetas sajones; durante las ceremonias públicas se cantaron himnos en su honor; bajo su patrocinio se levantaron iglesias y altares; se le atribuyeron curaciones milagrosas y se guardaron cuatro fiestas anuales, conmemorando los principales acontecimientos de su vida en la tierra: su nacimiento, la Anunciación, su purificación y Asunción. A continuación de la Santísima Virgen en devoción iba San Pedro, a quien Cristo había elegido como cabeza de los Apóstoles y entregado las llaves del Reino de los Cielos, "con la capacidad principal de poder juzgar en la Iglesia, a fin de que todos conozcan que quien se separe de la unidad de la fe de Pedro o del colegio de Pedro, ese hombre nunca podría alcanzar la absolución de los lazos del pecado, ni admisión en las puertas del reino celestial " (Beda). Estas palabras de el venerable Beda se refieren, ciertamente, a Pedro mismo y a sus sucesores, pero también evidencian la veneración de los anglosajones por el príncipe de los Apóstoles, una veneración patente en el número de iglesias dedicadas a su memoria, en las peregrinaciones a su tumba y las donaciones a la iglesia que conserva sus restos y al obispo que ocupa su silla. Honores especiales se rendían a los santos Gregorio y Agustín, a quienes debían principalmente su conocimiento del cristianismo. Llamaban a Gregorio su "padre adoptivo en Cristo " y a sí mismos "sus hijos adoptivos en el bautismo"; y hablaban de Agustín como "el primero en llevarles la doctrina de la fe, el sacramento del bautismo y el conocimiento de su patria celestial". Mientras estos santos eran honrados por todo el pueblo, cada nación por separado reverenciaba la memoria de su propio apóstol. Así San Aidan en Northumbria, San Birinus en Wessex y San Félix en East Anglia eran venerados como protectores de los países que habían sido el escenario de su labor. Todos los santos mencionados eran extranjeros; pero los anglosajones extendieron pronto su devoción a hombres nacidos y educados entre ellos, y cuyas virtudes y celo en la propagación del cristianismo merecieron los honores de la santidad.
Esta narración de la devoción de los anglosajones a los que elevaron a amigos y protectores en el cielo es necesariamente breve, pero es ampliamente suficiente para mostrar que ellos creían y amaban la doctrina de la comunión de los santos.
Criterios Protestantes
Frente a temas particulares de la comunión de los santos señalaron errores esporádicos el Sínodo de Gangra (Mansi, II, 1103), San Cirilo de Jerusalén (P. G., XXXIII, 1116), San Epifanio (ibid., XLII, 504), Asteritis Amasensis (ibid., XL, 332), y San Jerónimo (P. L., XXIII, 362). También sabemos, por la proposición condenada número 42 y la pregunta número 29 de Martín V en Constanza (Denzinger, nos. 518 y 573), que Wyclif y Hus estuvieron muy cerca de negar el dogma en sí. Pero solo en tiempos de la Reforma se convirtió en tema de discusión la comunión de los santos. Las iglesias luteranas aún en sus primeras confesiones, aunque normalmente adoptaron el Credo de los Apóstoles, o dejaron en el silencio la comunión de los santos o la explicaron como la "unión con Jesucristo en la única verdadera fe" de la Iglesia (Pequeño Catecismo de Lutero), o como "la congregación de santos y verdaderos creyentes" (Confesión de Augsburgo, ibid., III, 12), excluyendo cuidadosamente, si no la memoria, al menos la invocación de los santos, porque la Escritura "nos presenta un solo Cristo, Mediador, Propiciador, Sumo Sacerdote e Intercesor" (ibid., III, 26). Generalmente, las iglesias reformadas mantuvieron la identificación luterana de la comunión de los santos con el cuerpo de creyentes pero sin limitarlo a ese cuerpo. Juan Calvino (Inst. chret., IV, 1, 3) insiste en que la frase del Credo es más que una definición de la Iglesia; lo que conduce a aceptar una coparticipación que, sean cuales fueren las gracias concedidas por Dios a los fieles, estas se comunicarían de uno a otro. Ése es el criterio del Catecismo de Heidelberg, acentuado en la confesión galicana, dónde comunión tiende a significar el esfuerzo de los creyentes por fortalecerse mutuamente en el temor de Dios. Ulrico Zuinglio en sus escritos admite un intercambio de plegarias entre los fieles y duda si condenar las oraciones por los muertos, rechazando exclusivamente la intercesión de los santos como ofensiva a Cristo. Las confesiones escocesa y suiza presentan juntas la Iglesia Militante y la Triunfante, pero mientras la primera silencia su significado, la segunda afirma que ellos sostienen la comunión de unos con otros: "nihilominus habent illae inter sese communionem, vel conjunctionem".
En las confesiones anglicanas se deja sentir la doble, y a menudo conflictiva, influencia de Martín Lutero y Juan Calvino, con un prolongado recuerdo de la ortodoxia católica. Sobre este punto los 39 Artículos son decididamente luteranos, rechazando "la doctrina romana respecto al Purgatorio, la absolución, el culto y veneración tanto de las imágenes como de las reliquias, y también la invocación de los santos ", porque lo consideran "algo afectado, inventado inútilmente y sin fundamento en la Escritura, antes bien, contrario a la Palabra de Dios". Por otra parte, la confesión de Westminster, al tiempo que ignora a la Iglesia Sufriente y a la Triunfante, va más allá del criterio calvinista y se acerca a la doctrina católica respecto a los creyentes de este mundo, quienes, dice, "estando unidos en el amor, comulgan mutuamente en los dones y gracias". En los Estados Unidos, los Artículos de Religión Metodistas, 1784, así como los Artículos de Religión Reformados Episcopales, 1875, siguen las enseñanzas de los 39 Artículos, mientras que la Confesión Bautista de Filadelfia y la Iglesia Presbiteriana de Cumberland, 1829, adoptan la enseñanza de la Confesión de Westminster, 1688. Los teólogos protestantes, al igual que las confesiones protestantes, oscilan entre el criterio luterano y el calvinista.
La causa de la corrupción protestante del concepto tradicional de la comunión de los santos no se encuentra en la pretendida falta de evidencia en la Escritura o en el primer cristianismo en apoyo de ese concepto; competentes escritores protestantes desistieron hace tiempo de forzar ese argumento. También carece de fuerza el frecuente argumento por el que el dogma católico reduce la mediación de Cristo, pues está claro, como ya mostró Santo Tomás (Suppl., 72:2, ad 1), que la mediación ministerial de los santos no reduce, sino que realza, la mediación magisterial de Cristo. Algunos escritores han señalado el origen de esa corrupción en el concepto protestante de la Iglesia, agregación de almas y multitud de individuos unidos por una comunidad de fe y en búsqueda y vínculo de afinidad cristiana, pero en modo alguno organizado o interdependiente como miembros del mismo cuerpo. Su explicación es defectuosa porque el concepto protestante de la Iglesia es paralelo a, pero nunca causante de, su criterio de la comunión de los santos. El motivo verdadero debe buscarse en otra parte. Ya en 1519, Lutero, el mejor defensor de sus tesis condenadas sobre el papado, utilizó la cláusula del Credo para mostrar que la comunión de los santos, y no el papado, era la Iglesia: "non ut aligui somniant, credo ecclesiam esse praelatum ... sed ... communionem sanctorum". Esto era simplemente jugar con las palabras del Símbolo. En esa época Lutero aún observaba la tradicional comunión de los santos, con alguna idea de que un día la abandonaría. Renunció a ella cuando formuló su teoría de la justificación. La adopción del lema protestante, "Cristo para todos y cada uno para sí mismo", en lugar del axioma anterior de Hugo de San Víctor, "Singula sint omnium et omina singulorum" (uno para todos y todos para cada uno --P. L., CLXXV. 416), es la consecuencia lógica] de su concepto de justificación; no es una renovación interior del corazón, ni un verdadero renacimiento de un Padre común, el segundo Adán, ni siquiera una incorporación a Cristo, la cabeza del cuerpo místico, sino un acto esencialmente individualista de fe fiduciaria. Obviamente en tal teología no hay lugar para esa acción recíproca entre los santos, esa diseminación corporativa de las gracias espirituales a los miembros de la misma familia, esa hogareña y santa ciudadanía que une en lo más íntimo de la Católica comunión de los santos. Justificación y comunión de los santos van de la mano. Los esfuerzos que se han hecho para despertar en el protestantismo el viejo y aún estimado dogma de la comunión de los santos, serán necesariamente vanos a menos que se revise la doctrina real de la justificación.
Fuente: Sollier, Joseph. "The Communion of Saints." The Catholic Encyclopedia. Vol. 4. New York: Robert Appleton Company, 1908.
Traducido por Miguel Villoria de Dios. L H M.
http://ec.aciprensa.com/wiki/Purgatorio_y_Comuni%C3%B3n_de_los_Santos
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13.-Purgatorio, María mediadora de todas las almas del
J. Millot Vicario General de Versalles (1930)
Traducido del francés por José Gálvez Krüger para Aci Prensa
Mediante la mediación materna que ejerce en el Purgatorio, donde ella verdaderamente es reina y soberana, aliviando y liberando a las almas que se encuentran detenidas, la Santísima virgen justifica, plenamente, los amables símbolos bajo los cuales los mismos Padres de la Iglesia gustan designarla e invocarla. Ella es la puerta de cielo, la puerta de la vida eterna, la celeste puerta a través de cual pasamos del exilio al cielo; la puerta siempre abierta del paraíso.
Podríamos continuar mucho tiempo, todavía, las citas mediante las cuales los Santos Padres manifiestan esta mediación de María por sus hijos de la tierra y de aquellos que terminan de espiar sus faltas en el Purgatorio.
I
La gracia, primero de todos los bienes
Para la vida presente, hay un bien que debemos preferir a los otros, y que es, ciertamente, el único bien necesario; un bien que debemos colocar por encima de todos los bienes del mundo: por encima de la fortuna que acarrea más espinas que provecho y que convierte en polvo; por encima de los honores, que sólo traen más decepciones que alegrías y que vuelven humo; por encima de los placeres que degradan, que deshonran, que no dejan tras de sí sino vacío y remordimiento; por encima de la salud y de la vida misma, que son tan frágiles y que terminan quebrándose en la piedra del sepulcro.
Este bien, de orden superior – el don de Dios más exquisito y más gratuito – es la gracia: la gracia que supera todas las fuerzas y todas las exigencias de la naturaleza para elevarnos en el orden sobrenatural haciéndonos participantes de la vida misma de Dios; la gracia, que es en nosotros la semilla de la gloria futura; la gracia, sin la cual somos radicalmente impotentes para pensar, amar. Actuar, sufrir de una manera meritoria por el cielo.
Ahora bien, es enseñanza formal de la Iglesia que la gracia tiene por único autor a Dios, pero también que tiene a María como único canal. Comprendamos bien esta doctrina.
II
Esta doctrina no quiere decir que entre el Hijo y la Madre no exista una diferencia esencial… Cristo, Hijo Dios, es Redentor; María, hija de Adán, es rescatada; rescatada, sin embargo, de una manera supereminente.
Esta distinción no deja de ser menos cierta, como dice “Bossuet, “que habiendo recibido por María una vez el principio universal de la gracia, recibimos así, por su intermedio, las diferentes aplicaciones en todos los estados diferentes que componen la vida cristiana”.1
Como ella cooperó, de una manera secundaria sin duda, pero muy real, en la adquisición de la gracia, trayendo al mundo a Jesús, es del todo conveniente – y tal es el plan divino – que coopere en la distribución de la gracia, que sea la tesorera y la dispensadora. De esta manera, la gracia nos es concedida por tres voluntades: la voluntad de Dios Padre que la confiere, la voluntad de Cristo que la merece, y la voluntad de María que la distribuye. Y San Bernardo, resumiendo, en una expresión célebre, al menos implícita, de los papas y de los doctores, de los teólogos y los santos, pudo decir: “No hay gracias que no descienda del cielo a la tierra que no pase por las manos de la Virgen María”. – Doctrina admirable que fue confirmada en un acto pontificio de la mayor relevancia: la institución, por Benedicto XV, de una fiesta, el 31 de mayo en honor de la Mediación universal de María.
III
De la misma manera que todas las gracias que son concedidas a la tierra y distribuidas por María, ella procura y refrenda, por decirlo así, estas cartas de libertad para las almas del Purgatorio.
Para los miembros de la Iglesia sufriente, como para los miembros de la Iglesia militante, ella es la mediatriz que conduce a Jesús. Esto no basta. He aquí un testimonio todavía más convincente: el de la Santísima Virgen misma hablando a Santa Brígida, como se puede ver en el libro de las Revelaciones de esta gran contemplativa: “Yo soy, dice la reina del cielo y la Madre de las misericordias, la dicha de los justos y la escala de los pecadores. No hay pena alguna en el Purgatorio que, mediante mi auxilio, no se vuelva más suave y más fácil de soportar”. Y en otra circunstancia ella agregó: “Yo soy la Madre de Dios, la Madre de todos aquellos que están en el Purgatorio, porque todas las penas que se inflingen a los pecadores para la expiación de sus faltas se ablandan por mi oración”. Y Nuestro señor mismo, hablando a María, le dice, como lo refiere además santa Brígida: “¡Tú eres mi Madre y la consolación de todos aquellos que están en el Purgatorio!”
Escuchen, finalmente el testimonio de la Iglesia, sostén y columna de la verdad, confirmando los datos de la sana razón, lo mismo que las declaraciones y las revelaciones de los santos en lo tocante al punto que nos ocupa. En su oración litúrgica de la misa cotidiana por los difuntos, la Iglesia solicita la clemencia del Soberano Juez, que perdona y que salva: ella pide por nuestros hermanos, nuestros semejantes, y nuestros benefactores la entrada en la eterna beatitud; y para obtener esta gracia no podría hacer nada mejor que encomendarse a la intercesión de la bienaventurada Virgen María. Beata Maria Samper Virgine intercedente! Ya que María se ocupa de las almas del Purgatorio, pues tiene capacidad para intervenir en su favor, y si pide por ellas, serán auxiliadas y salvadas, porque la oración de María es eficaz y obtiene siempre su efecto; Dios lo quiere así para honrar a su Madre.
La conclusión práctica que podemos sacar de esta doctrina es muy simple. Encomendemos nuestros difuntos a la Madre de Dios que es, a la vez, Madre de los hombres; ofrezcámosle las oraciones y la buenas obras que les queremos aplicar y. de golpe, aumentaremos su valor y eficacia. “La tierra posee apóstoles, patriarcas, profetas, mártires, confesores, vírgenes, lo mismo que otros tantos auxilios que imploro, porque tú eres la soberana de los órdenes angélicos. Todo lo que los ángeles pueden contigo, tú lo puedes sola, sin ellos. ¿Por qué lo puedes? Porque eres la Madre de Nuestro Salvador, la reina del cielo y de la tierra. Por eso recurro a ti, oh Santa Madre de Dios, para suplicarte humildemente que alivies y liberes a las almas que gimen en las prisiones del Purgatorio. Es la última gracia que esperan de ti, ¡oh Madre de la divina gracia!”
http://ec.aciprensa.com/wiki/Purgatorio,_Mar%C3%ADa_mediadora_de_todas_las_almas_del
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14.-María alivio de las almas del Purgatorio
J. Millot Vicario General de Versalles (1930)
Traducido del francés por José Gálvez para ACI Prensa
Cuando María terminó su vida mortal y entró al Paraíso, en el triunfo de su gloriosa Asunción, se convirtió inmediatamente en la Reina del Cielo, por la prerrogativa de su maternidad divina, siendo la primera delante de Dios, la primera por encima de todos los espíritus bienaventurados. Se convierte, al mismo tiempo en Reina de la tierra, debido a los honores merecidos y que siempre recibió, y las gracias y las gracias innombrables que no deja de derramar sobre sus devotos servidores. Pero a estos títulos, los doctores de la Iglesia agregan un tercero: la nombran Reina del Purgatorio, queriendo expresar mediante este nombre la autoridad soberana que posee en ese lugar de expiación. “La Bienaventurada Virgen, nos dice san Bernardino de Siena, extiende su realeza hasta sobre el Purgatorio, beata Virgo purgatorii dominium tenet”, porque ahí también ejerce un poder sin límites para derramar innumerables beneficios sobre esas almas que son las de sus hijos. Ella es, pues, a la vez Reina de las almas triunfantes en el cielo y Reina de las almas sufrientes del Purgatorio.
I
Elevada por encima de todas las creaturas por su maternidad, María es verdaderamente, reina sin restricción ni límite, tal como la Iglesia la saluda: Salve Regina. El Padre ha instituido a su Hijo heredero de todas las cosas y le ha dado todo poder en el cielo, sobre la tierra y en los infiernos. El hijo, naciendo de María, quiso que esta herencia y este poder le fuesen comunes co su Madre. Universal es pues el imperio de Nuestra Señora; nada ni nadie puede sustraerse a su tierno y maternal poder. Estando tan cerca al trono de su hijo, canta la Iglesia, ella preside a toda la Creación.
Throno propinqua Filii Cuntis creatis imperat
“Eres la reina de todas las cosas, le dicen los doctores, ya que eres la madre del Creador de todas las cosas; la reina de todo lo que está sometido a Dios; la reina por la cual no está abierto el reino de la inmortalidad; reina poderosísima, ya que eres riquísima y distribuyes tus larguezas a quien quieres, como quieres, cuando lo quieres; reina eterna porque tu reino no tendrá fin”. Tanto como se extiende la Redención del Hijo, tanto se ejerce el imperio de la Madre. De ahí se concluye que la Santísima Virgen es reina del Purgatorio. Ella tiene ahí como un dominio y un poder pleno, sea para aliviar a las almas que sufren, sea para liberarlas entarmente.
II
El Purgatorio es, pues, uno de los reinos de María, por eso puede ejercer sus poderes. Ella reina, en efecto, por los consuelos que derrama en ese mundo de dolor, en el que ella misma puede mostrarse de un modo que ignoramos. Muestra en trazos luminosos a esas almas que pasan por el crisol de la purificación, que su unión con Dios en el cielo y la dicha de poseerlo serán tanto más suaves cuando estén enteramente separadas de toda aleación inferior. Ellas les muestra la importancia única de la gracia que han tenido, de escapar sin perecer a todos los atajos, a todas las tentaciones, a todas las perversidades de la tierra. Ella les sugiere el pensamiento que el tiempo de expiación al que están condenadas no es, en el fondo, sino una sombra fugitiva, en comparación de una eternidad que no debe terminar jamás.
Ella los alienta, mediante la suavidad de sus atenciones, a soportar las exigencias de la justicia divina que debe tener su curso. Ellas obtienen, por otro lado, de su Hijo, Mediador todopoderoso, todas las suavidades que son posible. A menudo, ella atenúa el rigor de los tormentos; disminuye la duración de la expiación; en ciertas ocasiones solicita amnistías más o menos extendidas; con ocasión de sus fiestas, en particular, ella hace los llamados más conmovedores a la misericordia de Dios, y es escuchada; se dedica, para llevar a la tierra, que posee e Santo Sacrificio de la Misa, que puede merecer, sufrir, humillarse, hacer penitencia, para ofrecer todos sus sufragios y todos sus medios de expiación para la liberación de esas almas desdichadas y desoladas.
Tomado de: Millot, J. La très Sainte Vierge Marie et le Purgatoire París, Téqui, 1930.
Nuestra gratuitud a los doctores José Agustín de la Puente Candamo y José de la Puente Brunke por facilitarnos el acceso a la biblioteca Virginia Candamo de Puente, de donde tomamos este material.
http://ec.aciprensa.com/wiki/Mar%C3%ADa_alivio_de_las_almas_del_Purgatorio
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15.-Meditaciones sobre el Purgatorio en la Misa de difuntos
Antes de la santa Misa
¡Oh Señor, Jesús piadosísimo! Que habéis instituido el santo sacrificio de la Misa para la salvación de los vivos y difuntos, os ofrezco esta misa, asís como las oraciones que haga durante su celebración, por las almas de N. y N., y por los otros difuntos que sufren los tormentos del Purgatorio. Os ruego, mi buen Jesús, presentéis este sacrificio a vuestro Padre celestial, así como mi humilde devoción y las intenciones de todos los santos a quienes ahora invoco, para que, por su virtud y eficacia, las almas que os recomendamos especialmente, y todas las que están sufriendo, reciban su alivio por vuestro poderoso socorro. Amen.
Introito
Colocaos en espíritu, con todas las almas que sufren en el purgatorio, ante el trono de la Santísima Trinidad, y dirigid a las tres divinas Personas las siguientes oraciones:
Oración a Dios Padre
¡Oh Padre de misericordia y Dios de todo consuelo! Haced que vuestra compasión se extienda sobre el purgatorio, que es un lugar de lamentos y de miseria. Oh Padre lleno de bondad, mirad a esas almas que gimen allí; Vos las habéis creado a vuestra imagen. Acordaos que vuestro amado Hijo Jesús os ofreció en reparación de los pecados que cometieron, el precio infinito de la preciosa sangre que salió de sus heridas. Escuchadnos favorablemente, Padre dulcísimo, y apiadaos, según vuestra grande misericordia, de todas las almas del purgatorio, y en particular de N. y N.
Oración a Dios Hijo
¡Oh Jesús, manantial de bondad y de misericordia! ¿Cómo podría ser posible que tardarais en dirigir vuestras miradas hacia esas almas desamparadas y que tanto padecen? ¡Oh dulcísimo Jesús! Recordad que también por esas almas, vinisteis del cielo a la tierra, padecisteis grandes sufrimientos y moristeis en el patíbulo de la Cruz. ¡Oh Jesús, tierno amigo de las almas! Haced que sean beneficiadas pronto con los frutos de vuestra Cruz y Pasión, las almas de N. y N., así como todas las de los difuntos que padecen en ese lugar de purificación. Así sea.
Oración a Dios Espíritu Santo
¡Oh Espíritu Santo, Dios de amor y de consuelo! ¡Cuán numerosas son las almas que sufren en el purgatorio! ¡Oh Padre de los Pobres!, escuchad nuestras súplicas y los suspiros desgarradores de esas pobres almas abandonadas, y acudid a socorrerlas en su gran miseria. Oh Espíritu Santo, dulce amigo y el mejor consolador, recordad que por medio del Santo Bautismo, de la fe y de la caridad, esas almas se hicieron vuestras esposas y os pertenecerán en el cielo. Refrigeradlas con una pequeña gota del celeste rocío de la gracia, sacadlas pronto de su prisión, conducidlas ante vuestro trono y dadles la corona de la gloria. Así sea.
Epístola
Invocad a María Santísima, a los santos ángeles y a todos los santos, para que sean sus intercesores.
¡Oh María, Madre de misericordia! Escuchad cómo las almas de vuestros siervos y siervas, que vuestro amadísimo Hijo redimió a costa de su Sangre preciosa, desde su prisión elevan a Vos sus clamores y sus súplicas. ¡Oh María, Madre afligidísima! Mirad sus lágrimas ardientes, oíd sus dolorosos gemidos y rogad por ellas a vuestro divino Hijo, que nada os niega. ¡Oh dulce, oh buena y tierna Virgen María! Sacad de ese lugar a esas almas que sufren tanto, pero que os son tan queridas, y llevadlas a gozar de Jesús, fruto bendito de vuestro vientre. Así sea.
¡Oh vosotros que habéis sido los ángeles de guarda de esas almas y fuísteis establecidos por Dios para favorecer a salvación de los hombres, mirad allí a esas almas que os fueron confiadas! ¿Quién podrá contar las súplicas y suspiros que os dirigen al cielo? ¡Cuán ardientes son sus deseos de irse a reunir con vosotros! Rogad a Dios perdone las penas que aún les falta expiar. Consoladlas, fortificadlas, aliviadlas, y conseguid llevarlas a gozar eternamente. Así sea.
¡Oh vosotros, amigos y elegidos de Dios!, mirad con ojos llenos de amor a las almas de vuestros hermanos y hermanas en Jesucristo, que sufren tantísimo. ¡Ah!, su lugar está a vuestro lado en el reino celestial. Presentaos, pues, ante el trono de Dios, uno en tres personas, y ofreced vuestros méritos, vuestros martirios y vuestra muerte, en unión de los méritos infinitos de la Pasión y Muerte de Jesucristo. Suplicad y clamad hasta que consigáis por vuestra intercesión sacar a esas almas de su prisión, y asociarlas a vuestra felicidad en el cielo. Así sea.
Ofertorio
Trasportados, en unión de las almas del Purgatorio, al Calvario; y presentad ante los ojos del Padre Eterno, todo lo que por ellas sufrió Jesucristo.
Recibid, Padre celestial, este santo Sacrificio del pan y del vino que el Sacerdote ofrece en el altar en vuestro honor y para beneficiar a los vivos y a los muertos. Os lo ofrezco también por las almas de N., y N., y por todas las otras que están aún detenidas en el purgatorio. Todos sus tormentos y súplicas, sus suspiros, sus lágrimas, sus gemidos y lamentos dolorosos, su ansiedad por ir al cielo, todos estos sentimientos los deposito en espíritu sobre el altar, para que mezclados a la sangre y a los sufrimientos de Jesucristo, os sean ofrecidos como un sacrificio de expiación.
Acordaos, oh tierno Padre, cómo vuestro Hijo único, por mí y por todos los hombres, fue atormentado tan cruelmente, y tan ignominiosamente crucificado, y tened piedad de las almas, por las que oigo esta Misa, como también por todas aquellas que sufren en el purgatorio y en particular por las que están más próximas de ser liberadas.
Padre lleno de bondad, por vuestro Hijo coronado de espinas, tened piedad de as pobres almas que están sufriendo por culpa mía. Mirad sus brazos extendidos, sus manos y pies atravesados con clavos, y su corazón abierto; y apiadaos de las almas que más sufren y más tiempo tienen que expiar en el Purgatorio. Así sea.
Consagración
Rogad a Jesús, por su dolorosa efusión de sangre, venga a socorrer a las almas del purgatorio.
A la elevación de la Santa Hostia
“Señor mío, y Dios mío”. ¡Oh Jesús, mi Dios y mi Salvador! Creo que estáis realmente presente obre el altar en la santa Hostia, con vuestra divinidad y humanidad, vuestra carne y vuestra sangre. Adoro esa sangre preciosísima que derramásteis hasta la última gota para nuestra salvación, y os ruego la apliquéis para rescatar a las almas del purgatorio.
A la elevación del Cáliz
¡Oh mi bondadoso Salvador! Adoro esa sangre divina que está ahora en el cáliz; una sola gota bastaría para apagar todas las llamas del purgatorio. Concedednos, oh, amado Jesús, que por virtud de vuestra sangre adorable, esas pobrecillas almas sean libertadas de sus penas.
Después de la consagración
Yo os adoro, preciosa Sangre de mi Salvador. Es la misma Sangre que en el jardín de los Olivos salió de las venas de mi Jesús agonizante. Rociad, Jesús mío, con vuestro sudor de sangre a las almas de los difuntos y purificadlas. Es la misma Sangre que derramasteis, oh Redentor mío, cuando fuisteis azotado en el pretorio de Pilatos.
¡Oh Jesús mío! Ofreced a vuestro Padre celestial una sola gota de esa Sangre, en satisfacción de todas las penas que sufren las almas del purgatorio.
Es la misma Sangre que las numerosas espinas hicieron brotar de la bendita cabeza de mi salvador. Oh Jesucristo, mi Rey coronado, dad a cada una de esas almas que sufren en el purgatorio una gota de esa Sangre, para que puedan regenerarse e ir al cielo alabarte. Es la misma Sangre que salió de las manos, de los pies y del costado de mi Salvador crucificado. ¡Oh mi amadísimo Jesús! haced que esta sangre adorable que sale de vuestras heridas, se derrame en el purgatorio, para apagar su fuego, para librar a las almas de sus tormentos y para que vayan a gozar de Dios eternamente. Así sea.
Comunión
Encomendad las almas del purgatorio a las cinco llagas de Jesús.
¡Oh mi Jesús crucificado!, humildemente adoro la llaga de vuestra mano derecha, y en ella coloco las almas de mi padre, madre, hermanos, parientes, bienhechores, amigos y enemigos. Por la sangre que de ella salió, tened piedad de estas almas, y sedles propicio.
¡Oh mi bondadoso Jesús!, devotamente adoro la llaga de vuestra mano izquierda, y en ella coloco las almas que más necesidad tienen de vuestro socorro. Por la sangre que de ella salió y por los dolores que padecisteis, cubridlas con vuestra dulce mano, y aliviadlas de sus penas tan largas.
¡Oh piadosísimo Jesús!, tiernamente adoro la llaga de vuestro pie derecho, y en ella coloco las almas por quienes Vos queréis que ruegue. Por la sangre que de ella salió y por los dolores que padecisteis, dirigidles las siguientes palabras: “Hoy estaréis conmigo en el paraíso”.
¡Oh Jesús pacientísimo!, fervorosamente adoro la llaga de vuestro pie izquierdo, y en ella coloco las almas que más devoción han tenido a vuestra dolorosa Pasión y a los sufrimientos de vuestra Madre afligida. Por la sangre que de ella salió y por los dolores que padecisteis, dignaos perdonarles generosamente sus penas.
¡Oh Jesús misericordioso!, con todo mi corazón adoro la sacratísima llaga de vuestro costado, y en ella coloco las almas por las cuales me he propuesto oír esta misa. Por el agua y sangre que de ella salió y por el horrible martirio que durante tres horas padecisteis en la cruz, dignaos, por intercesión de nuestra Madre dolorosa, apagar la abrasadora hoguera que las consume, y recibirlas en la gloria. Amén.
Después de la comunión
Introducid las almas del purgatorio en el Corazón abierto de Jesús, y rogad que sean admitidas en el reino de los cielos.
¡Oh dulcísimo Jesús!, que nos habéis amado tanto, que no sólo os quedasteis en el Sacramento de amor para unir vuestro Corazón al nuestro, sino que además lo dejasteis enteramente abierto, después de vuestra muerte; para que fuese para todos los fieles difuntos una puerta que los conduzca al cielo; os ruego, que por el inconmensurable amor de vuestro Corazón atravesado, os dignéis abrir esa puerta del cielo a las almas del purgatorio, y por ella conducirlas a vuestro reino. Oid a esas almas ¡como claman sin cesar a la puerta de vuestro corazón! ¡Abrid, Señor, abrid vuestro Corazón! Jesús misericordioso, desde las profundidades del abismo, abrasados clamamos a Vos, para que escuchéis nuestras súplicas y oigáis propicio nuestros ruegos, porque sólo cerca de Vos, se encuentra reconciliación y superabundante redención. Jesús piadosísimo, no tengáis por más tiempo cerrado vuestro Corazón herido de amor. Por la angustia y la aflicción, por el abandono y mortal agonía que vuestro Corazón sufrió durante el tiempo de vuestra Pasión, y por los siete dolores del Corazón de María, os suplico os dignéis abrir la puerta de salvación de vuestro amantísimo Corazón, para que por ella puedan entrar en el cielo las almas por quienes os he rogado en particular, como también todas las que con ellas están purificándose en el purgatorio. Concededme, por intercesión de estas almas, la gracia de vivir cristianamente, de tener una santa muerte, y que no sea yo detenido en el purgatorio, sino que por la puerta de vuestro divino Corazón, penetre a gozar de la eterna beatitud. Así sea.
Fuente: Manual del cristiano. R.P. Jaime Pons, S.J. Madrid, 1930
http://ec.aciprensa.com/wiki/Meditaciones_sobre_el_Purgatorio_en_la_Misa_de_difuntos
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16.-La mediación de las almas benditas
Recopilado y corregido por José Gálvez para ACI Prensa
San Alfonso María Ligorio decía que, aunque las santas Almas no pueden ya lograr méritos para sí mismas, pueden obtener para nosotros grandes gracias. No son, formalmente hablando, intercesores, como lo son los Santos, pero a través de la dulce Providencia de Dios, pueden obtener para nosotros asombrosos favores y librarnos de los demonios, enfermedades y peligros de toda clase.
Está más allá de toda duda, como ya hemos dicho, que nos devuelven miles de veces cada cosa que hagamos por ellos.
Los siguientes hechos, unos pocos de todos los que podríamos mencionar, son suficientes para mostrar cuán poderosas y generosas amigas son estas Almas.
Como una niña encontró a su madre
Una pobre niña sirvienta en Francia llamada Jeanne Marie escuchó una vez un sermón sobre las Santas Almas, el cual dejó una impresión indeleble en su mente. Fue profundamente movida por el pensamiento del intenso e incesante sufrimiento que soportaban las pobres Almas, y se horrorizaba al ver cuán cruelmente eran olvidadas y dejadas de lado por sus amigos de la Tierra.
Otra cosa que la impresionó profundamente es oír que hay muchas almas que están tan cerca de su liberación, que una sola Misa sería suficiente para ellas; pero que son retenidas largo tiempo, hasta años, sólo porque este último y necesario sufragio fue olvidado o negado.
Con una fe simple, Jeanne Marie resolvió que, costara lo que costara, ella tendría una Misa por las Pobres Almas cada mes, especialmente por las más cercanas al Cielo. Ella ahorraba un poquito, y a veces con dificultad, pero nunca falló en su promesa.
En una ocasión fue a París con su patrona, y la niña cayó enferma. Por lo cual se vio obligada a ir al Hospital. Desafortunadamente, la enfermedad resultó ser de largo tratamiento, y su patrona tuvo que regresar a casa, deseando que su mucama pronto se reuniera con ella. Cuando al final la pobre sirvienta pudo dejar el hospital, y allí había dejado todos sus ahorros, de manera que sólo le quedaba en la mano un franco.
¿Qué hizo? ¿A dónde ir? De repente, un pensamiento cruzó su mente y se acordó que no había ofrecido ese mes una Misa en favor de las Pobres Almas. Pero tenía sólo un franco! Apenas le alcanzaría para comer. Como tenía confianza que las Almas del Purgatorio le ayudarían, fue hasta una Iglesia y pidió hablar con un sacerdote, para que ofrezca una Misa, en favor de las Almas del Purgatorio. El aceptó, aunque jamás imaginó que la modesta suma que la niña ofreció era el único dinero que la pobre niña poseía. Al terminar el Santo Sacrificio, nuestra heroína dejó la Iglesia. Una cierta tristeza nubló su rostro, y se sintió totalmente perpleja.
Un joven caballero, tocado por su evidente decepción, le preguntó si tenía algún problema y si podía ayudarla. Ella le contó su historia brevemente, y finalizó diciendo cuanto deseaba trabajar.
De alguna manera se sintió consolada por la forma en que el joven la escuchaba, y recobró la confianza.
"Será un placer ayudarte" dijo." Conozco una dama que en este momento está buscando una sirvienta. Ven conmigo". Y dicho esto le guió hasta una casa no muy lejos de allí y le pidió que ella tocara el timbre, asegurándole que encontraría trabajo.
En respuesta al toque de timbre, la dama de la casa abrió ella misma la puerta y preguntó a Jeanne Marie que quería. "Madame" dijo ella, "Me dijeron que usted está buscando una mucama. No tengo trabajo y me agradaría tener el puesto".
La dama estaba perpleja y replicó: "¿Quién pudo haberte dicho que necesitaba una mucama? Hace sólo un par de minutos que acabo de despedir a la que tenía, ¿acaso te has encontrado con ella?"
"No, Madame. La persona que me informó que usted necesitaba una mucama fue un joven caballero".
"¡Imposible!, exclamó la señora, "Ningún joven, de hecho nadie, pudo haberse enterado que necesitaba una mucama".
"Pero madame", dijo la niña, apuntando un cuadro en la pared" ése es el hombre que me lo dijo".
"No, mi niña, ese es mi único hijo, ¡que ha muerto hace ya más de un año!
"Muerto o no" aseguró la niña," él fue el que me trajo hasta aquí, y aún me guió hasta la puerta. Vea la cicatriz en la frente. Lo reconocería donde fuera". Luego, le contó toda la historia, con su último franco, y de cómo ella obtenía Misas por las Santas Almas, especialmente por las más cercanas al Cielo.
Convencida al final de la veracidad de la historia de Jeanne Marie, la dama la recibió con los brazos abiertos. "Ven, pero no como mi sirvienta, sino como mi querida hija. Tú has enviado a mi queridísimo hijo al Cielo. No tengo duda que él fue el que te trajo a mí".
Como un niño pobre llego a Obispo, a Cardenal y a Santo
San Pedro Damián perdió a su padre y madre apenas nació. Uno de sus hermanos lo adoptó, pero lo trataba con aspereza, forzándolo a trabajar muy duro y alimentándolo muy mal y con escasa ropa.
Un día encontró una moneda de plata, que representaba para él una pequeña fortuna. Un amigo le aconsejó que lo usara para sí mismo, pues el dueño no podría ser hallado.
Para Pedro era difícil establecer en que lo gastaría, ya que tenía todo tipo de necesidades. Pero cambiando de pensar en su joven mente, decidió que lo mejor que podía hacer era pedir una Misa por las Almas del Purgatorio, en especial por las almas de sus queridos padres. A costa de un gran sacrificio, transformó su pensamiento en hechos y las Misas fueron ofrecidas.
Las almas del Purgatorio devolvieron su sacrificio más generosamente. Desde ese día en adelante notó un gran cambio en su destino.
Su hermano mayor lo llamó a la casa donde él vivía, y horrorizado por el maltrato que padecía, lo llevó a vivir consigo. Lo trató como a su propio hijo, y lo educó y cuidó con el más puro afecto. Bendición sobre bendición, los más maravillosos talentos de Pedro salieron a la luz, y fue rápidamente promovido al sacerdocio; algún tiempo después él fue elevado a la dignidad de Obispo, y finalmente, Cardenal. Además, muchos milagros atestiguan su santidad, tanto que luego de su muerte fue canonizado y declarado Doctor de la Iglesia.
Estas maravillosas gracias vinieron a él después de una Misa ofrecida por las Santas Almas.
Una aventura en los Apeninos
Un grupo de sacerdotes fueron convocados a Roma para tratar un asunto de gravedad. Eran portadores de importantes documentos, y una gran suma de dinero les fue confiada para el santo Padre. Atentos al hecho que los Apeninos, los cuales habían de cruzar, estaban infestados de forajidos, eligieron un guía de confianza. No había por aquel entonces túneles ni trenes para cruzar las montañas.
Se encomendaron a la protección de las Animas Benditas del Purgatorio, y decidieron recitar el De Profundis cada hora por ellas.
Cuando llegaron al corazón de las montañas, el que iba más adelante de todos dio la voz de alarma a la vez que espoleaba a los caballos a todo galope. Mirando alrededor, los sacerdotes vieron a ambos lados del sendero fieras bandas de forajidos fuertemente armados y apuntándoles. Se vieron en una emboscada y estaban a la completa merced de los delincuentes.
Después de una hora de temerario avance, el guía paró y mirando a los sacerdotes, dijo:" No puedo entender cómo escaparon. Esta gente nunca perdona a nadie".
Los padres estaban convencidos que debían su seguridad a las Santas Almas, como luego se confirmaría con un hecho que disiparía toda duda. Cuando concluyeron su misión en Roma, uno de ellos fue destinado a la Ciudad Eterna, co capellán de una prisión. No mucho después, uno de los más feroces bandidos en Italia fue capturado, y condenado a muerte por una larga serie de asesinatos y esperaba la ejecución en su celda.
Ansioso de ganar su confianza, el capellán le contó sus aventuras, entre ellas las de los Apeninos. El criminal manifestó gran interés en la historia. Cuando terminó el curita su relato, el asesino exclamó: "Yo fui el líder de esa banda! Estábamos seguros de que ustedes portaban dinero y estábamos decididos a matarlos y saquearlos. Pero una fuerza invisible nos impidió disparar, pues queríamos hacerlo pero no podíamos".
El capellán luego le contó al delincuente cómo se habían encomendado a la protección de las Almas del Purgatorio, y que ellos atribuían su liberación a su protección.
El bandido no tuvo dificultad en creer. De hecho, hizo su conversión mucho más fácil. Murió con arrepentimiento.
Como Pio IX se curó de su mala memoria
El venerable pontífice Pio IX designó a un Santo y Prudente religioso llamado Tomaso como Obispo de la Diócesis. El sacerdote, alarmado por la responsabilidad puesta sobre él, comenzó encarecidamente a excusarse.
Sus protestas fueron en vano. El Santo Padre sabía de sus méritos.
Agobiado por la aprehensión, el humilde religioso solicitó una audiencia con el Santo Padre y le confesó que tenía mala memoria, lo que resultaba ser un grave impedimento en el alto oficio encomendado a él.
Pio IX respondió con una sonrisa " Su diócesis es muy pequeña en comparación con la Iglesia Universal, la cual yo llevo sobre mis hombros. Tus cuidados son livianos en comparación con los míos." Agregó: "Yo también sufría un grave defecto de la memoria, pero prometí decir una ferviente oración diaria por las Animas Benditas, las cuales, en retribución, han obtenido para mí una excelente memoria. Usted debería hacer lo mismo, estimado Padre, y tendrá en qué regocijarse".
Cuanto más damos, más recibimos
Un hombre de negocios en Boston se unió a la Asociación de las Santas Almas y dio una alta suma de dinero anual para Misas y oraciones en favor de éstas.
El Director de la Asociación se sorprendió de la generosidad del caballero, pues sabía que no era un hombre rico. Él le preguntó amablemente un día si las limosnas que él generosamente daba eran completamente suyas o eran colectas que el realizaba de otros.
El hombre respondió: "Todo lo que doy es mi propia ofrenda. No se alarme. No soy rico, usted piensa que doy más de lo que tengo. No es así, lejos de perder con mi caridad, las Animas Benditas ven que gano considerablemente más de lo que doy; a ellas no les gana nadie en generosidad".
El imprentero de Colonia
William Freyssen, da su testimonio de como su hijo y esposa recobraron la salud gracias a las Almas del Purgatorio. Un día le encargaron imprimir un librito sobre el Purgatorio. Cuando realizaba las tareas de corrección del texto, su atención fue captada por los hechos narrados en el libro. El aprendió por primera vez las maravillas que las Santas Almas pueden obrar por sus amigos.
Por aquel tiempo su hijo cayó gravemente enfermo, y pronto su estado se volvió desesperante. Recordando lo que había leído acerca del poder de las Santas Almas, Freyssen hizo la promesa solemne de imprimir mil libritos a su propia expensa, con su firma impresa. Fue a la iglesia y, una vez dentro, hizo un voto solemne. En ese momento una sensación de paz y confianza inundaron su alma. A su retorno a casa, su hijo, que no podía tragar ni una gota de agua, pidió algo de comer. Al día siguiente estaba fuera de peligro y pronto, completamente curado.
Al mismo tiempo, Freyssen ordenó imprimir los libros del Purgatorio para ser distribuidos, sabiendo que la mejor forma de obtener ayuda para las almas sufrientes, era interesando a mucha gente sobre el tema. Nadie que sabe sobre el sufrimiento de estas pobres almas, niega una oración a ellas.
El tiempo pasó, y una nueva tristeza se cernía sobre este impresor. Esta vez su amada esposa cayó enferma y a pesar de todos los cuidados iba cada vez peor. Perdió el uso de razón y quedó casi completamente paralizada, de modo que los doctores no le dieron muchas esperanzas.
El marido, recordando todo lo que las Almas del Purgatorio habían hecho a su pequeño hijo, corrió otra vez a la Iglesia y prometió solemnemente, como otrora, imprimir 200 de los libros del Purgatorio, en principio, como urgente socorro de las Animas benditas. Imposible de relatar. La aberración mental de su esposa cesó, y comenzó a mover su lengua y extremidades. En un corto período ella estaba perfectamente sana.
La cura del cáncer
Joana de Menezes nos contará de su cura. Ella estaba sufriendo de un cáncer en la pierna y sumergida en un profundo dolor.
Recordando lo que había oído sobre el poder de las Almas del Purgatorio, ella resolvió poner toda su confianza en ellas y ofrecer nueve Misas por ellas. Prometió publicar en el diario su curación, si esta se llevaba a cabo.
Gradualmente el tumor y el cáncer desaparecieron.
Un escape de una asalto
El Padre Luis Manaci, un celoso misionero, tenía gran devoción a las Almas del Purgatorio. Se encontró una vez realizando un viaje peligroso, pero con mucha confianza pidió a las Animas Benditas que lo protegieran de los peligros que se iría encontrando. Su camino bordeaba una zona desértica, en la cual se sabía que estaba infestada de peligrosas gavillas. Cuando se encontraba rezando el Santo Rosario por las Almas, cuál no fue su sorpresa, de verse rodeado de una custodia de espíritus benditos. Pronto el descubrió la razón. Había pasado por una emboscada, pero las Santas Almas lo rodearon y lo taparon, tornándolo invisible para los miserables que buscaban su vida.
http://ec.aciprensa.com/wiki/La_mediaci%C3%B3n_de_las_almas_benditas
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17.-Hay Purgatorio, hay indulgencias
Cristo Purificador instituye, a través de su Iglesia, las Indulgencias
El misterio de Dios Purificador en ultratumba.
De diferentes maneras, desde el principio del cristianismo, la Iglesia universal no ha dejado de dar testimonio al Salvador justo y misericordioso que no deja de purificar, después de la muerte corporal, las almas inmortales cuya vida terrestre terminó sin que ellas hayan reparado, completamente, sus faltas hacia Él. Desde principios del siglo III, Tertuliano remite a la tradición apostólica las ofrendas eucarísticas por los difuntos. Clemente de Alejandría ve en ellas un acto de compasión, Agustín y Crisóstomo un alivio procurado a los muertos. Agustín evoca las penas que las purifican. De ahí saca san Bernardo el sustantivo purgatorio, en el siglo XI.
El concilio ecuménico de Florencia, en 1439, nos ofrece (dependiendo de Benedicto XII, 1336) una formulación dogmática de esa penas purificadoras que afectan a los difuntos: “Aquellos que han muerto en amistad con Dios antes de haber hecho obras dignas de penitencia son purificadas después de su muerte mediante penas purificadoras y se benefician de los sufragios de los vivos”.
Estilo afirmativo que el segundo concilio ecuménico de Trento completa negativamente anatematizando a los negadores de la permanencia de una “pena temporal que se debe sufrir en este mundo o en el otro, en el purgatorio, antes de acceder al Reino de los Cielos”. Luego, en su última sesión (diciembre de 1563), el concilio no se limitó a recomendar la discreción en la predicación sobre ese tema, sino insistió sobre el tema doctrinal: “La Iglesia católica, instruida por el Espíritu Santo, enseñó según las Sagradas Escrituras y la antigua tradición de los Padres, que hay un Purgatorio; las almas que ahí son retenidas, son auxiliadas por las intercesiones de los fieles, en especial por el sacrificio propiciatorio del altar; el concilio prescribe a los obispos que tomen las debidas providencias para que esta doctrina del purgatorio sea creída, enseñada y predicada en todo lugar”.
El Concilio Vaticano II citó este texto y reafirmó el dogma mencionando “algunos discípulos del Señor purificados después de su muerte” (LG 51 y 49).
Hay un Purgatorio; es decir, hay un Dios purificador que purifica a los bautizados aquí abajo y también, si no aceptaron esta purificación terrestre, después de la muerte. Ningún alma puede entrar en el Reino de la visión de Dios si no ha logrado una purificación plena de sus faltas.
La fe en Dios purificador expresa la esperanza en Dios. Entre el infierno, alejamiento definitivo de Dios, y el Cielo, proximidad inmediata, el purgatorio es aproximación progresiva. El alma del Purgatorio consciente de su pecado, aún no plenamente reparado, experimenta un sufrimiento moderado por la dichosa certeza de su salvación eterna. El mismo fuego divino es para el condenado Suplicio, para el impuro Purificación, para el totalmente purificado Beatitud.
Si algunos sobrevalúan al Purgatorio, otros subestiman su pena. Solo aquellos que, en la fe, toman consciencia de la infinita santidad de Dios y de las heridas que el pecador inflinge a la humanidad y a sí mismo, pueden comprender el dolor de los impuros purificados. Este dolor escapa a la mayoría de los hombres enceguecidos por el pecado. Los místicos lo intuyen merced a la gracia misma que los purifica.
Esta es la misericordia de la Pureza Purificadora de Dios que Cristo, a través de su Iglesia, continuará anunciando hasta el fin de la historia a todas las generaciones. A la vez que anuncia los méritos de su Pasión y de los santos, activos en las indulgencias.
El misterio de las santas indulgencias, signos de la indulgencia de Cristo
Contrariamente a lo que algunos imaginan, la Iglesia de nuestro tiempo a reafirmado solemnemente, por boca de Pablo VI, en 1967, la doctrina y la práctica de las indulgencias.
A partir del siglo III, conscientes de la solidaridad entre bautizados, que llamamos comunión de los Santos, “los penitentes hacían un llamado a toda la comunidad, pedían a los confesores de la fe, cuyos sufrimientos eran considerados preciosísimos, que los ayudaran, por sus méritos, a obtener del obispo la reconciliación”, en el sacramento de la penitencia. “Las oraciones y las buenas obras de los justos eran tan estimadas, continúa Pablo VI, que se afirmaba: el penitente es lavado, purificado, rescatado, gracias a la ayuda de todo el pueblo cristiano”; se “creía que la Iglesia satisfacía, en cada uno de sus miembros (justos), como un solo cuerpo, unido a Cristo, para la remisión de los pecados”.
Por ese motivo, los obispos, luego de haber establecido la medida de la satisfacción que le pecador deseoso de reconciliación debía brindar, “permitían que las penitencias canónicas fuesen reemplazadas por otras obras realizadas por los penitentes mismos o por otros fieles”.
La Iglesia de los primeros siglos estaba convencida de esto: los obispos podían liberar a cada creyente de las consecuencias de sus pecados por la aplicación de los méritos de Cristo y de los santos.
Esta convicción condujo a la práctica de las Indulgencias.
La Indulgencia es la remisión de un castigo temporal debido al pecado ya perdonado en tanto que ofensa a Dios. Recordémoslo: el perdón del pecado no suprime la necesidad de una reparación por parte del pecador (de la misma manera que un violador de un derecho humano puede recibir el perdón de la víctima sin dejar estar obligado a reparar el daño que ha causado). Como todas las madres, la Iglesia castiga corrigiendo, a la vez que perdona.
Entregando a Pedro y a sus sucesores las llaves del Reino de los Cielos, Cristo les entregó el tesoro de sus méritos y de los méritos de los santos que dependen de los suyos. Los papas pueden sacar de este tesoro para beneficiar a los miembros débiles de la Iglesia con los méritos superabundantes de los santos. Por el sacramento de la Reconciliación, la Iglesia perdona las faltas; mediante las indulgencias paga las deudas que resultan de las faltas.
Este perdón de las deudas no significa de ninguna manera una dispensa respecto de la ley divina de la penitencia. Por el contrario, la Iglesia condiciona la adquisición de una indulgencia plenaria y su aplicación, por el bautizado, a sí mismo o recurriendo a Dios, a un difunto, a través de las intenciones del papa y el recurso a los sacramentos en el contexto de una caridad pura que detesta todo pecado, incluso venial. Sólo aquellos que tienden a la perfección pueden, a través de la Indulgencia plenaria, apropiarse de los méritos de Cristo y de su Iglesia. Los vivos sólo pueden beneficiarse plenamente del tesoro de la Iglesia si es que están dispuestos a acrecentarlo.
Adquiriendo Indulgencias, los bautizados manifiestan su fe en los méritos superabundantes de Cristo, y de los santos, su comunión con el sucesor de Pedro, su caridad sobrenatural respecto de ellos mismos y de los justos de la Iglesia sufriente: la práctica de las Indulgencias” (agrega Pablo VI) constituye un excelente ejercicio de caridad cuando es destinado a ayudar a nuestros hermanos difuntos dormidos en Cristo.
En ese sentido, antes de su ruptura decisiva con Roma, Lutero redactó, en 1517, un Tratado sobre las Indulgencias, donde se mostraba tan sensible a su utilidad para la Iglesia, que escribía sin hesitar: mediante ellas, “el papa va en ayuda de los difuntos”. Además, en mayo de 1518, Lutero escribía al papa León X, a propósito de sus tesis sobre las Indulgencias: “Santo Padre, reconozco su voz como la de Cristo, que habla y gobierna en usted”. La violación de este compromiso está en el origen de la Reforma.
Hoy día, muchos bautizados podrían considerar, a la luz de la doctrina permanente de la Iglesia, la bondad y las ventajas de las indulgencias para la vida cristiana en el tiempo y en la eternidad.
Debemos reparar nuestras faltas frente a los muertos: la adquisición y la aplicación de las indulgencias es uno de los medios más hermosos de hacerlo. Tal vez esto fue lo que habían percibido esos cristianos de Corinto cuando se daban, en favor de sus muertos, esos baños misteriosos evocados por San Pablo (I Cor 15, 29): tal es al menos la interpretación dada recientemente por muchos autores, especialmente por el exegeta dominico C. Spicq.
Se puede ver que la doctrina y la práctica de las indulgencias resultan de un largo desarrollo y de una aplicación de muchas verdades misteriosas enseñadas por los Apóstoles en el Nuevo Testamento y primeramente por la Tradición: a saber, la solidaridad de los cristianos entre ellos, la oración eficaz de los vivos por los muertos en Cristo, el poder entregado a Pedro y a sus sucesores de atar y desatar (las llaves del reino).
Se puede, entonces, hablar con respeto y gratitud, de un misterio de las Indulgencias revelado en sus fuentes y dogmatizado por la Iglesia, un misterio al que todos los cristianos confirmados por el Espíritu en la Sangre de Cristo deben, después de haberlo estudiado con admiración y amor, dar testimonio, aun con un martirio sangriento, si fuese necesario. Es verosímil, por otro lado, que muchos de los mártires católicos de la época de la Reforma dieron su vida por confesar frente al mundo este misterio de la Indulgencia de Cristo que se manifiesta en las santas indulgencias de la Iglesia
Cortesía de: José Gálvez Krüger Tomado de Margerie S.J., Bertrand de Le mystère des Indulgentes P. Lethielleux, París, 1998
Especial del Día de los Fieles Difuntos 193
http://ec.aciprensa.com/wiki/Hay_Purgatorio,_hay_indulgencias
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