sábado, 27 de octubre de 2018

Oración a Jesucristo para obtener Su Misericordia.

con las Almas del Purgatorio por los Dolores de Su Pasión

- ¡Oh Jesús Dulcísimo! Por el sudor de Sangre que derramasteis en el Huerto de Getsemaní, tened piedad de las Bienaventuradas Almas del Purgatorio.

- Respuesta: Tened piedad, Señor, tened piedad.

- ¡Oh Jesús Dulcísimo! Por los terribles dolores que sufristeis en vuestra cruel flagelación, tened piedad de estas Almas.

- R: Tened piedad, Señor, tened piedad.

- ¡Oh Jesús Dulcísimo! Por los terribles dolores que os causaron en vuestra coronación de espinas, tened piedad de estas Almas.

- R: Tened piedad, Señor, tened piedad.

- ¡Oh Jesús Dulcísimo! Por los dolores que sufristeis al llevar la Cruz hasta el Calvario, tened piedad de estas Almas.

- R: Tened piedad, Señor, tened piedad.

- ¡Oh Jesús Dulcísimo! Por los dolores que sufristeis en vuestra cruelísima crucifixión, tened piedad de estas Almas.

- R: Tened piedad, Señor, tened piedad.

- ¡Oh Jesús Dulcísimo! Por los dolores que sentisteis en vuestra amarguísima agonía, clavado en el árbol de la Cruz, tened piedad de estas Almas.

- R: Tened piedad, Señor, tened piedad.

-¡Oh Jesús Dulcísimo! Por el inmenso dolor que sufristeis al entregar vuestra Alma Santísima, tened piedad de estas Almas.

- R: Tened piedad, Señor, tened piedad.

AHORA SE REZAN
1 Padrenuestro, 1 Avemaría y 1 Gloria, cinco veces,
por cada una de las cinco principales Llagas de Nuestro Señor
(manos, pies, corona de espinas y costado;
las Llagas de los pies se unen como una misma Herida)

“No habrá muerte para el alma que expire en Mis Llagas.
Ellas dan la verdadera vida.”

Revelación de Nuestro Señor a Sor Marie Marta Chambón

- ORACIÓN FINAL:

¡Oh Almas Santas! Por vosotras hemos rogado; pero ya que tan amadas sois del Señor, ya que tenéis la seguridad de no perderle, rogad por nosotros, miserables mortales, expuestos todavía al peligro de condenarnos y de perderle para siempre.

(Aquí puede cada uno pedir la gracia especial que desea obtener por intercesión de las Almas del Purgatorio)

(POR SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO)

Prácticas de piedad y Devocionario Católico

lunes, 1 de octubre de 2018

EL SANTO ROSARIO.

---¿Qué es el Santo Rosario?

Hasta ahora se ha considerado como la mejor definición del Rosario, la que dio el Sumo Pontífice San Pío V en su "Bula" de 1569: "El Rosario o salterio de la Sma. Virgen, es un modo piadosísimo de oración, al alcance de todos, que consiste en ir repitiendo el saludo que el ángel le dio a María; interponiendo un Padrenuestro entre cada diez Avemarías y tratando de ir meditando mientras tanto en la Vida de Nuestro Señor". El Rosario constaba de 15 Padrenuestros y 150 Avemarías, en recuerdo de los 150 Salmos. Ahora son 20 Padrenuestros y 200 Avemarías, al incluir los misterios de la luz.

La palabra Rosario significa "Corona de Rosas". Nuestra Señora ha revelado a varias personas que cada vez que dicen el Ave María le están dando a Ella una hermosa rosa y que cada Rosario completo le hace una corona de rosas. La rosa es la reina de las flores, y así el Rosario es la rosa de todas las devociones, y por ello la mas importante de todas.

El Rosario esta compuesto de dos elementos: oración mental y oración verbal.




En el Santo Rosario la oración mental no es otra cosa que la meditación sobre los principales misterios o hechos de la vida, muerte y gloria de Jesucristo y de su Santísima Madre. Estos veinte misterios se han dividido en cuatro grupos: Gozosos, Luminosos, Dolorosos y Gloriosos.

La oración verbal consiste en recitar quince decenas (Rosario completo) o cinco decenas del Ave María, cada decena encabezada por un Padre Nuestro, mientras meditamos sobre los misterios del Rosario.

La Santa Iglesia recibió el Rosario en su forma actual en el año 1214 de una forma milagrosa: cuando Nuestra Señora se apareciera a Santo Domingo y se lo entregara como un arma poderosa para la conversión de los herejes y otros pecadores de esos tiempos. Desde entonces su devoción se propagó rápidamente alrededor del mundo con increíbles y milagrosos resultados.

Entre las varias formas y modos de honrar a la Madre de Dios, optando por las que son mejores en si mismas y mas agradables a Ella, es el rezo del Santo Rosario la que ocupa el lugar preeminente. Vale la pena recordar que entre las variadas apariciones de la Santísma Virgen, siempre Ella ha insistido en el Rezo del Rosario. Es así como, por ejemplo, el 13 de Mayo de 1917 en un pueblo de Portugal llamado Cova de Iria, la Santísima Virgen insiste con vehemencia el rezo del Rosario a los tres pastorcitos, en una de sus muchas apariciones a estos tres videntes.

Siendo un sacramental, el Santo Rosario contiene los principales misterios de nuestra religión Católica, que nutre y sostiene la fe, eleva la mente hasta las verdades divinamente reveladas, nos invita a la conquista de la eterna patria, acrecienta la piedad de los fieles, promueve las virtudes y las robustece. El Rosario es alto en dignidad y eficacia, podría decirse que es la oración más fácil para los sencillos y humildes de corazón, es la oración mas especial que dirigimos a nuestra Madre para que interceda por nosotros ante el trono de Dios.



El Santo Rosario prolonga la vida litúrgica de la Iglesia pero no la sustituye, al contrario enriquece y da vigor a la misma liturgia. Es por ello, que el Santo Rosario se enmarca como una plegaria dentro de la religiosidad popular que contiene un gran tesoro de volares que responde con sabiduría cristiana a los grandes interrogantes de la existencia.

El pueblo latinoamericano es profundamente Mariano, reconoce con una gran sabiduría popular católica, que llegamos a Jesús Salvador a través de María Santísima su Madre y desde los mismos tiempos del descubrimiento y de la conquista de América, se genero una gran devoción por la Virgen María; en Ella, nuestros pueblos siempre han mirado el rostro maternal de quien nos trajo la salvación y con la primera manifestación explicita de la Reina del Cielo en tierra americana, con rostro y figura de mujer mestiza, en México, se acrecentó aun mayor el amor y la devoción a ella en todos los países hispano parlantes, reconociéndola como nuestra propia Madre, llena de amor, de misericordia y de piedad para con sus hijos. Sentimiento que va en relación directa con el origen mismo de la Maternidad Divina: María es Madre de Dios Redentor es también verdaderamente la Madre de todos los miembros de Cristo, porque Ella colaboro con su amor a que nacieran en la Iglesia, los creyentes, miembros de aquella cabeza que es Cristo.

El paso del tiempo, las costumbres modernas, y la innovación de formas de oración, no pueden dejar a un lado el rezo del Santa Rosario. De hecho, los Santos Padres y los Santos han tenido una profunda devoción a este sacramental, nosotros como católicos y como amantes de la Reina del Cielo hemos de ser fervientes devotos del Rosario. Es digno de recordar que la familia que reza unida permanece unida, Que la recitación piadosa y consciente del Santo Rosario nos traiga la paz al alma y nos una más estrechamente a María para vivir auténticamente nuestro cristianismo.



---Fuerza del Rosario.


A lo largo de la historia, se ha visto como el rezo del Santo Rosario pone al demonio fuera de la ruta del hombre y de la Iglesia. Llena de bendiciones a quienes lo rezan con devoción. Nuestra Madre del Cielo ha seguido promoviéndolo, principalmente en sus apariciones a los pastorcillos de Fátima.

El Rosario es una verdadera fuente de gracias. María es medianera de las gracias de Dios. Dios ha querido que muchas gracias nos lleguen por su conducto, ya que fue por ella que nos llegó la salvación.

Todo cristiano puede rezar el Rosario. Es una oración muy completa, ya que requiere del empleo simultáneo de tres potencias de la persona: física, vocal y espiritual. Las cuentas favorecen la concentración de la mente.



---Historia del Rosario.


En la antigüedad, los romanos y los griegos solían coronar con rosas a las estatuas que representaban a sus dioses como símbolo del ofrecimiento de sus corazones. La palabra "rosario" significa "corona de rosas".

Siguiendo esta tradición, las mujeres cristianas que eran llevadas al martirio por los romanos, marchaban por el Coliseo vestidas con sus ropas más vistosas y con sus cabezas adornadas de coronas de rosas, como símbolo de alegría y de la entrega de sus corazones al ir al encuentro de Dios. Por la noche, los cristianos recogían sus coronas y por cada rosa, recitaban una oración o un salmo por el eterno descanso del alma de las mártires.

La Iglesia recomendó rezar el rosario, el cual consistía en recitar los 150 salmos de David, pues era considerada una oración sumamente agradable a Dios y fuente de innumerables gracias para aquellos que la rezaran. Sin embargo, esta recomendación sólo la seguían las personas cultas y letradas, pero no la mayoría de los cristianos. Por esto, la Iglesia sugirió que aquellos que no supieran leer, suplantaran los 150 salmos por 150 Avemarías, divididas en quince decenas. A este "rosario corto" se le llamó "el salterio de la Virgen".

A finales del siglo XII, Santo Domingo de Guzmán sufría al ver que la gravedad de los pecados de la gente estaba impidiendo la conversión de los albigenses y decidió ir al bosque a rezar. Estuvo en oración tres días y tres noches haciendo penitencia y flagelándose hasta perder el sentido. En este momento, se le apareció la Virgen con tres ángeles y le dijo que la mejor arma para convertir a las almas duras no era la flagelación, sino el rezo de su salterio.

Santo Domingo se dirigió en ese mismo momento a la catedral de Toulouse, sonaron las campanas y la gente se reunió para escucharlo. Cuando iba a empezar a hablar, se soltó una tormenta con rayos y viento muy fuerte que hizo que la gente se asustara. Todos los presentes pudieron ver que la imagen de la Virgen que estaba en la catedral, alzaba tres veces los brazos hacia el Cielo. Santo Domingo empezó a rezar el salterio de la Virgen y la tormenta se terminó.

En otra ocasión, Santo Domingo tenía que dar un sermón en la Iglesia de Notre Dame en París con motivo de la fiesta de San Juan y, antes de hacerlo, rezó el Rosario. La Virgen se le apareció y le dijo que su sermón estaba bien, pero que mejor lo cambiara y le entregó un libro con imágenes, en el cual le explicaba lo mucho que gustaba a Dios el rosario de Avemarías porque le recordaba ciento cincuenta veces el momento en que la humanidad, representada por María, había aceptado a su Hijo como Salvador.

Santo Domingo cambió su homilía y habló de la devoción del Rosario y la gente comenzó a rezarlo con devoción, a vivir cristianamente y a dejar atrás sus malos hábitos.



Santo Domingo murió en 1221, después de una vida en la que se dedicó a predicar y hacer popular la devoción del Rosario entre las gentes de todas las clases sociales para el sufragio de las almas del Purgatorio, para el triunfo sobre el mal y prosperidad de la Santa Madre de la Iglesia.

El rezo del Rosario mantuvo su fervor por cien años después de la muerte de Santo Domingo y empezó a ser olvidado.

En 1349, hubo en Europa una terrible epidemia de peste a la que se le llamó ¨la muerte negra" en la que murieron muchísimas personas.

Fue entonces cuando el fraile Alan de la Roche, superior de los dominicos en la misma provincia de Francia donde había comenzado la devoción al Rosario, tuvo una aparición, en la cual Jesús, la Virgen y Santo Domingo le pidieron que reviviera la antigua costumbre del rezo del Santo Rosario. El Padre Alan comenzó esta labor de propagación junto con todos los frailes dominicos en 1460. Ellos le dieron la forma que tiene actualmente, con la aprobación eclesiástica. A partir de entonces, esta devoción se extendió en toda la Iglesia.

¿Cuándo se instituyó formalmente esta fiesta?

El 7 de octubre de 1571 se llevó a cabo la batalla naval de Lepanto, en la cual los cristianos vencieron a los turcos. Los cristianos sabían que si perdían esta batalla, su religión podía peligrar y por esta razón confiaron en la ayuda de Dios a través de la intercesión de la Santísima Virgen. El Papa San Pío V pidió a los cristianos rezar el rosario por la flota. En Roma estaba el Papa despachando asuntos cuando de repente se levantó y anunció que la flota cristiana había sido victoriosa. Ordena el toque de campanas y una procesión. Días más tarde llegaron los mensajeros con la noticia oficial del triunfo cristiano. Posteriormente, instituyó la fiesta de Nuestra Señora de las Victorias el 7 de octubre.

Un año más tarde, Gregorio XIII cambió el nombre de la fiesta por el de Nuestra Señora del Rosario y determinó que se celebrase el primer domingo de Octubre (día en que se había ganado la batalla). Actualmente se celebra la fiesta del Rosario el 7 de Octubre y algunos dominicos siguen celebrándola el primer domingo del mes.

---Oraciones del Rosario.

La Señal de la Cruz.

En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

El Credo.

Creo en Dios, Padre todopoderoso, creador del Cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo su único Hijo, Nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo; nació de Santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato; fue crucificado, muerto y sepultado; descendió a los infiernos; al tercer día resucitó de entre los muertos; subió a los cielos y está a la diestra de Dios Padre; desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. Creo en el Espíritu Santo, en la Santa Iglesia Católica, la Comunión de los Santos, el perdón de los pecados, la resurrección de los muertos y la vida eterna. Amén.

El Padre Nuestro.

Padre Nuestro, que estás en el cielo. Santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. Amén.



Ave María
Dios te salve, María. Llena eres de gracia. El Señor es contigo. Bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

Gloria
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Madre de Gracia
V. María, Madre de Gracia, Madre de Misericordia.
R. En la vida y en la muerte ampáranos Gran Señora.

---Misterios y Meditaciones.


Misterios Gozosos (Se rezan los lunes y los sábados)
1. La Encarnación del Hijo de Dios (Lucas 1:26-38).
2. La Visitación de Nuestra Señora a su prima Santa Isabel (Lucas 1:39-53).
3. El Nacimiento del Hijo de Dios en Belén (Lucas 2:6-19).
4. La Purificación de Nuestra Señora (Lucas 2:22-40).
5. El Niño perdido y hallado en el Templo (Lucas 2:41-52).

Misterios Dolorosos (Se rezan los martes y los viernes)
1. La Oración del Huerto (Mateo 26:36-41).
2. La Flagelación del Señor (Juan 18:36-38; 19:1).
3. La Coronación de espinas (Marcos 15:14-17; Mateo 27:24-30).
4. La Cruz a cuestas (Juan 19:17; Lucas 9:23).
5. Jesús muere en la Cruz (Juan 19:25-30).




Misterios Gloriosos (Se rezan los miércoles y los domingos)
1. La Resurrección del Señor (Marcos 16:6-8).
2. La Ascensión del Señor (Mateo 28:18-20; Hechos 1:9-11).
3. La Venida del Espíritu Santo (Hechos 2:1-4).
4. La Asunción de Nuestra Señora (Cantar 2:3-6,10).
5. La Coronación de María Santísima (Cantar 6:10; Lucas 1:51-54).

Misterios Luminosos (Se rezan los jueves)
1. El Bautismo de Jesús en el Jordán 2 Co 5, 21; . Mt 3, 17.
2. Las bodas de Caná; Jn 2, 1-12.
3. El anuncio del Reino de Dios Mc 1, 15; Mc 2. 3-13; Lc 47-48.
4. La Transfiguración; Lc 9, 35.
5. La Institución de la Eucaristía, expresión sacramental del misterio pascual. Jn13, 1

---Letania Lauretana.


Señor, ten piedad de nosotros
Cristo, ten piedad de nosotros
Señor, ten piedad de nosotros
Cristo óyenos, Cristo óyenos
Cristo escúchanos, Cristo escúchanos

Dios Padre celestial, ten piedad de nosotros
Dios Hijo redentor del mundo,
Dios Espíritu Santo,
Santísima Trinidad, que eres un solo Dios

Santa María, Ruega por nosotros
Santa Madre de Dios,
Santa Virgen de las vírgenes,



Madre de Cristo,
Madre de la Iglesia,
Madre de la divina gracia,
Madre purísima,
Madre castísima,
Madre virginal,
Madre inmaculada,
Madre amable,
Madre admirable,
Madre del buen consejo,
Madre del Creador,
Madre del Salvador,

Virgen prudentísima,
Virgen digna de veneración,
Virgen digna de alabanza,
Virgen poderosa,
Virgen clemente,
Virgen fiel,

Espejo de justicia,
Trono de la sabiduría,
Causa de nuestra alegría,
Vaso espiritual,
Vaso digno de honor,
Vaso insigne de devoción,
Rosa mística,
Torre de David,
Torre de marfil,
Casa de oro,
Arca de la alianza,
Puerta del cielo,
Estrella de la mañana,
Salud de los enfermos,
Refugio de los pecadores,
Consuelo de los afligidos,
Auxilio de los cristianos,



Reina de los ángeles,
Reina de los patriarcas,
Reina de los profetas,
Reina de los apóstoles,
Reina de los mártires,
Reina de los confesores,
Reina de las vírgenes,
Reina de todos los santos,
Reina concebida sin pecado original,
Reina elevada al cielo,
Reina del santísimo rosario,
Reina de las familias,
Reina de la paz,

Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo,
perdónanos, Señor.

Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo,
escúchanos, Señor.

Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo,
ten piedad de nosotros.

Oremos:
Te rogamos, Señor, que nos concedas a nosotros tus sievos, gozar de perpetua salud de alma y cuerpo y, por la gloriosa intercesión de la bienaventurada Virgen María, seamos librados de la tristeza presente y disfrutemos de la eterna alegría. Por Cristo nuestro Señor.

Amén.

---Los Papas y El Santo Rosario.


Pío XII.

«INGRUENTIUM MALORUM»
SOBRE EL ROSARIO EN LA FAMILIA
Carta Encíclica del Papa Pío XII promulgada el 15 de septiembre de 1951

(...) Por ello, con alegre expectación y reanimada esperanza vemos acercarse ya el próximo mes de octubre, durante el cual los fieles acostumbran acudir con mayor frecuencia a las iglesias, para en ellas elevar sus súplicas a María mediante las oraciones del santo Rosario. Oraciones que este año, Venerables Hermanos, deseamos se hagan con mayor fervor de ánimo, como lo requieren las necesidades cada día más graves; pues bien conocida Nos es la poderosa eficacia de tal devoción para obtener la ayuda maternal de la Virgen, porque, si bien puede conseguirse con diversas maneras de orar, sin embargo, estimamos que el santo Rosario es el medio más conveniente y eficaz, según lo recomienda su origen, más celestial que humano, y su misma naturaleza. ¿Qué plegaria, en efecto, más idónea y más bella que la oración dominical y la salutación angélica, que son como las flores con que se compone esta mística corona? A la oración vocal va también unida la meditación de los sagrados misterios, y así se logra otra grandísima ventaja, a saber, que todos, aun los más sencillos y los menos instruidos, encuentran en ella una manera fácil y rápida para alimentar y defender su propia fe. Y en verdad que con la frecuente meditación de los misterios el espíritu, poco a poco y sin dificultad, absorbe y se asimila la virtud en ellos encerrada, se anima de modo admirable a esperar los bienes inmortales y se siente inclinado, fuerte y suavemente, a seguir las huellas de Cristo mismo y de su Madre. Aun la misma oración tantas veces repetida con idénticas fórmulas, lejos de resultar estéril y enojosa, posee (como lo demuestra la experiencia) una admirable virtud para infundir confianza al que reza y para hacer como una especie de dulce violencia al maternal corazón de María.




4. Trabajad, pues, con especial solicitud, Venerables Hermanos, para que los fieles, con ocasión del mes de octubre, practiquen con la mayor diligencia método tan saludable de oración y para que cada día más lo estimen y se familiaricen con él. Gracias a vosotros, el pueblo cristiano podrá comprender la excelencia, el valor y la saludable eficacia del santo Rosario.

--Juan XXIII.

«GRATA RECORDATIO»
SOBRE EL REZO DEL SANTO ROSARIO
Carta Encíclica del Para Juan XXIII promulgada el 26 de Septiembre de 1959

Desde los años de Nuestra juventud, a menudo vuelve a Nuestro ánimo el grato recuerdo de aquellas Cartas encíclicas [1] que Nuestro Predecesor, de i. m., León XIII, siempre cerca del mes de octubre, dirigió muchas veces al mundo católico para exhortar a los fieles, especialmente durante aquel mes, a la piadosa práctica del santo rosario: Encíclicas, varias por su contenido, ricas en sabiduría, encendidas siempre con nueva inspiración y oportunísima para la vida cristiana. Eran una fuerte y persuasiva invitación a dirigir confiadas súplicas a Dios a través de la poderosísima intercesión de la Virgen Madre de Dios, mediante el rezo del santo Rosario. Este, como todos saben, es una muy excelente forma de oración meditada, compuesta a guisa de mística corona, en la cual las oraciones del "Pater noster", del "Ave María" y del "Gloria Patri" se entrelazan con la meditación de los principales misterios de nuestra fe, presentando a la mente la meditación tanto la doctrina de la Encarnación como de la Redención de Jesucristo, nuestro Señor.

--Juan Pablo II.

Meditar con María los misterios de la Redención rezando el Rosario
(Homilía pronunciada durante la Misa para las Asociaciones y Movimientos marianos en la plaza de San Pedro, 2 de octubre de 1983)

El saludo del arcángel Gabriel a María
1. «Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo aquél...». Hoy, primer domingo de octubre, os saludo a todos los miembros de los Movimientos marianos, devotos del «Saludo del ángel» que estáis en Roma con ocasión del Jubileo extraordinario de nuestra Redención. (�) El Evangelista Lucas dice que María «se turbó» ante las palabras que le dirigió el arcángel Gabriel en el momento de la anunciación y «se preguntaba qué saludo era aquél».
Esta meditación de María constituye el modelo primero de la oración del Rosario. Es la oración de quienes aman el saludo del ángel a María. Lss personas que rezan el Rosario vuelven a tomar con el pensamiento y el corazón la meditación de María y rezando meditan «qué saludo era aquel».

El contenido arcano del mensaje
2. En primer lugar repiten las palabras dirigidas a María por Dios mismo a través de su mensajero.
Las personas que aman el saludo del ángel a María repiten unas palabras que vienen de Dios. Al rezar el Rosario, pronunciamos una y otra vez estas palabras. No es ésta una repetición simplista. Las palabras dirigidas a María por Dios mismo y pronunciadas por el mensajero divino encierran un contenido arcano.
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo...» (Lc 1, 28), «bendita entre las mujeres» (Lc 1, 42). Dicho contenido está íntimamente vinculado al misterio de la redención. Las palabras del saludo angélico a María introducen en este misterio y al mismo tiempo encuentran en él su explicación.
Lo dice la primera lectura de la liturgia de hoy, que nos remonta al libro del Génesis. Aquí precisamente, en el trasfondo del primer y al mismo tiempo original pecado del hombre, anuncia Dios por primera vez el misterio de la redención. Da a conocer por vez primera su acción en la historia futura del hombre y del mundo.
En efecto, al tentador escondido bajo forma de serpiente, el Creador habla así:
«Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya: Ella te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar».



La Virgen de Nazaret
3. Las palabras que oye María en la anunciación revelan que ha llegado el tiempo del cumplimiento de la promesa contenida en el libro del Génesis. Del protoevangelio pasamos al Evangelio. Está a punto de tener cumplimiento el misterio de la redención. El mensajero del Dios eterno saluda a la «Mujer»; esta mujer es María de Nazaret. La saluda en consideración a la «Estirpe» que Ella deberá acoger de Dios mismo. «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra»... «Concebirás y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús».
Palabras decisivas ciertamente. El saludo del ángel a María marca el comienzo de las «obras de Dios» más grandes en la historia del hombre y del mundo. Este saludo abre de cerca la perspectiva de la redención.
No es, pues, de extrañar que María se «turbase» después de oír las palabras de este saludo. La cercanía de Dios vivo produce siempre santo temor. Ni es de maravillar que María preguntase «qué saludo era aquel». Las palabras del arcángel la situaron ante un misterio divino inescrutable. Más aún, la implicaron en la órbita de este misterio. No se puede meramente constatar tal misterio. Hay que meditarlo de continuo y con profundidad creciente. Pues tiene fuerza para llenar no sólo una vida, sino también la eternidad.
Y todos los que amamos el saludo del ángel tratamos de participar en la meditación de María. Y tratamos de hacerlo sobre todo cuando rezamos el Rosario.

Gozo, dolor y gloria
4. En las palabras pronunciadas por el Mensajero en Nazaret, María como que vislumbró en Dios toda su vida en la tierra y en su eternidad.
Pues, ¿por qué María, al oír que iba a ser Madre de Dios, no responde con entusiasmo espiritual, sino ante todo con un humilde Fiat: «Aquí está la sierva del Señor, hágase en mí su palabra»?
¿Acaso no fue porque sintió ya desde entonces el dolor acuciante del reinar «en el trono de David» que iba a corresponder a Jesús?
Al mismo tiempo el arcángel anuncia que «su reino no tendrá fin».
En las palabras del saludo angélico a María, comienzan a desvelarse todos los misterios en que tendrá cumplimiento la redención del mundo, misterios gozosos, dolorosos y gloriosos. Igual que en el Rosario.
Al preguntarse María «qué saludo era aquel», parece como que entra en todos estos misterios y nos introduce a nosotros en ellos.
Nos introduce en los misterios de Cristo y juntamente en sus propios misterios. Su acto de meditación en el momento de la anunciación, abre el camino a nuestras meditaciones durante el rezo del Rosario y gracias a éste.

En oración con María.

5. El Rosario es la oración en la que, con la repetición del saludo del ángel a María, tratamos de sacar nuestras consideraciones sobre el misterio de la redención partiendo de la meditación de la Virgen. Su reflexión iniciada en el momento de la anunciación prosigue en la gloria de la asunción. Profundamente inmersa en el misterio del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, en la eternidad María se une, por ser Madre nuestra, a la plegaria de quienes aman el saludo del ángel y lo expresan en el rezo del Rosario.
En esta oración nos unimos a Ella como los Apóstoles congregados en el Cenáculo después de la ascensión de Cristo. Lo recuerda la segunda lectura de la liturgia de hoy sacada de los Hechos de los Apóstoles. Tras citar los nombres de cada Apóstol, el autor escribe: «Todos ellos se dedicaban a la oración en común, junto con algunas mujeres, entre ellas María la madre de Jesús, y con sus hermanos».
Con esta oración se preparaban a recibir al Espíritu Santo el día de Pentecostés.
Oraba con ellos María, quien el día de la anunciación había recibido al Espíritu Santo con plenitud eminente. La plenitud particular del Espíritu Santo determina en Ella una particular plenitud de oración. Con esta plenitud singular María ora por nosotros y con nosotros.
Preside maternalmente nuestra oración. Congrega sobre toda la tierra inmensas legiones de los que aman el saludo del ángel, y éstas junto con Ella mientras rezan el Rosario «meditan» el misterio de la redención del mundo. De este modo se prepara la Iglesia sin cesar a recibir al Espíritu Santo, como el día de Pentecostés.



--La Encíclica de León XIII sobre el Rosario.

6. Se cumple este año el primer centenario de la Encíclica del Papa León XIII Supremi apostolatus, con la que este gran Pontífice decretó la dedicación especial del mes de octubre al culto de la Virgen del Rosario. Subrayaba él con fuerza en este documento, la eficacia extraordinaria de esta oración rezada con alma pura y devoción, para obtener del Padre celestial, en Cristo y por intercesión de la Madre de Dios, protección contra los males más graves que puedan amenazar a la cristiandad y a la misma humanidad, y conseguir así los supremos bienes de la justicia y la paz entre los individuos y entre los pueblos.
Con este gesto histórico, León XIII no hacía otra cosa sino sumarse a los numerosos Pontífices que le habían precedido -entre ellos San Pío V- y dejaba una consigna a quienes le iban a seguir en el fomento de la práctica del Rosario. Por ello, también yo quiero deciros a todos: haced que el Rosario sea «dulce cadena que os una a Dios» por medio de María.

Rezar todos juntos a la Madre de Dios
7. Grande es mi alegría por haber podido celebrar hoy con vosotros la solemnidad litúrgica de la Reina del Santo Rosario. De esta significativa manera nos inserimos todos en el Jubileo extraordinario del Año de la Redención. (...) Juntos todos nos dirigimos con gran amor a la Madre de Dios repitiendo las palabras del arcángel Gabriel: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo», «bendita tú entre las mujeres».
Y en el centro de la liturgia de hoy escuchamos la respuesta de María: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, / se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, / porque ha mirado la humildad de su sierva. / Desde ahora me felicitarán todas las generaciones».

El Rosario, plegaria en favor del hombre
(Angelus del 2 de octubre, 1983)
1. En este mes de octubre, consagrado por tradición al Santo Rosario, quiero dedicar la alocución del Angelus a hablar de esta plegaria tan entrañable al corazón de los católicos, tan amada por mí y tan recomendada por los Papas predecesores míos.
En este Año Santo extraordinario de la Redención, también el Rosario adquiere perspectivas nuevas y se llena de intenciones más fuertes y más amplias que en el pasado. Hoy no se trata de pedir grandes victorias. como en Lepanto y Viena, sino que, más bien, se trata de pedir a María que nos haga valerosos combatientes contra el espíritu del error y del mal, con las armas del Evangelio, que son la cruz y la Palabra de Dios.
La plegaria del Rosario es oración del hombre en favor del hombre: es la oración de la solidaridad humana, oración colegial de los redimidos, que refleja el espíritu y las intenciones de la primera redimida, María, Madre e imagen de la Iglesia: oración en favor de todos los hombres del mundo y de la historia, vivos o difuntos, llamados a formar con nosotros Cuerpo de Cristo y a ser, con El, coherederos de la gloria del Padre.

2. Al considerar las orientaciones espirituales que sugiere el Rosario, oración sencilla y evangélica (cf. Marialis cultus, 46), volvemos a encontrar las intenciones que San Cipriano señalaba en el «Padre nuestro». Escribía él: «El Señor, maestro de paz y de unidad, no quiso que orásemos individualmente y solos. Efectivamente, no decimos: "Padre mío, que estás en los cielos", ni "Dame mi pan de cada día". Nuestra oración es por todos; de manera que, cuando rezamos, no lo hacemos por uno solo, sino por todo el pueblo, ya que con todo el pueblo somos una sola cosa» (De dominica oratione, 8).

El Rosario se dirige insistentemente a quien es la expresión más alta de la humanidad en oración, modelo de la Iglesia orante y que suplica, en Cristo, la misericordia del Padre. Lo mismo que Cristo «vive siempre para interceder por nosotros» (cf. Hech 7, 25), también María continúa en el cielo su misión de Madre y se hace voz de cada hombre y en favor de cada hombre, hasta la consumación perfecta del número de los elegidos (cf. Lumen gentium, 62). Al rezarle le suplicamos que nos asista durante todo el tiempo de nuestra vida presente y, sobre todo, en el momento decisivo para nuestro destino eterno, que será la «hora de nuestra muerte».

El Rosario es oración que indica la perspectiva del reino de Dios y orienta a los hombres para recibir los frutos de la redención.

En este mes de octubre dedicado tradicionalmente al Santo Rosario, quiero recordar a todos que ésta es una oración del hombre para el hombre; es la oración de la solidaridad humana que refleja el espíritu de María, madre e imagen de la Iglesia. El Rosario se dirige a Aquella que es la expresión más alta de la humanidad



El Rosario, memoria continuada de la redención
(Angelus del 9 de octubre, 1983)
1. Entre los muchos aspectos que los Papas, los Santos y los estudiosos han puesto de relieve en el Rosario, en este Año Jubilar hay que recordar obligadamente uno. El Santo Rosario es una memoria continuada de la redención, en sus etapas más importantes: la Encarnación del Verbo, su Pasión y Muerte por nosotros, la Pascua que El inauguró y que se consumará eternamente en los cielos.

Efectivamente, al considerar los elementos contemplativos del Rosario, esto es, los misterios en torno a los cuales se desgrana la oración vocal, podemos captar mejor por qué esta guirnalda de Ave ha sido llamada «Salterio de la Virgen». Igual que los Salmos recordaban a Israel las maravillas del Exodo y de la salvación realizada por Dios, y llamaban constantemente al pueblo a la fidelidad a la Alianza del Sinaí, del mismo modo el Rosario recuerda continuamente al pueblo de la Nueva Alianza los prodigios de misericordia y de poder que Dios ha desplegado en Cristo en favor del hambre, y lo llama a la fidelidad respecto a sus compromisos bautismales. Nosotros somos su pueblo, El es nuestro Dios.

2. Pero este recuerdo de los prodigios de Dios y esta llamada constante a la fidelidad pasa, en cierto modo, a través de María, la Virgen fiel. La repetición del Ave nos ayuda a penetrar, poco a poco, cada vez más hondamente en el profundísimo misterio del Verbo Encarnado y salvador (cf. Lumen gentium, 65), «a través del corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor» (Marialis cultus, 47). Porque también María, como Hija de Sión y heredera de la espiritualidad sapiencial de Israel, cantó los prodigios del Exodo; pero, como la primera y más perfecta discípula de Cristo, anticipó y vivió la Pascua de la Nueva Alianza, guardando y meditando en su corazón cada palabra y gesto del Hijo, asociándose a El con fidelidad incondicional, indicando a todos el camino de la Nueva Alianza: «Haced lo que El os diga» (Jn 2, 5). Hoy, glorificada en el cielo, manifiesta realizado en Ella el itinerario del nuevo pueblo hacia la tierra prometida.

3. Que el Rosario, pues, nos sumerja en los misterios de Cristo, y proponga en el rostro de la Madre a cada uno de los fieles y a toda la Iglesia el modelo perfecto de cómo se acoge, se guarda y se vive cada palabra y acontecimiento de Dios, en el camino todavía en marcha de la salvación del mundo.

Los misterios gozosos del Rosario.

(Angelus del 23 de octubre, 1983)
1. El Santo Rosario es oración cristiana, evangélica y eclesial, pero también oración que eleva los sentimientos y afectos del hombre.

En los misterios gozosos, sobre los que nos detenemos hoy brevemente, vemos un poco todo esto: la alegría de la familia, de la maternidad, del parentesco, de la amistad, de la ayuda recíproca. Cristo, al nacer asumió y santificó estas alegrías que el pecado no ha borrado totalmente. El realizó esto por medio de María. Del mismo modo, también nosotros hoy, a través de Ella, podemos captar y hacer nuestras las alegrías del hombre: en sí mismas, humildes y sencillas, pero que se hacen grandes y santas en María y en Jesús.

En María, desposada virginalmente con José y fecundada divinamente, está la alegría del amor casto de los esposos y de la maternidad acogida y guardada como don de Dios; en María, que solícita va a Isabel, está la alegría de servir a los hermanos llevándoles la presencia de Dios; en María, que presenta a los pastores y a los Magos el esperado de Israel, está la coparticipación espontánea y confidencial, propia de la amistad; en María, que en el templo ofrece su propio Hijo al Padre celestial, está la alegría impregnada de ansias, propia de los padres y de los educadores con relación a los hijos o a los alumnos; en María, que después de tres días de afanosa búsqueda, vuelve a encontrar a Jesús, está la alegría paciente de la madre que se da cuenta de que el propio hijo pertenece a Dios antes que a ella misma.

Los misterios dolorosos del Rosario.

(Angelus del 30 de octubre, 1983)
En este último domingo del mes octubre, reflexionamos aún sobre Rosario.
En los misterios dolorosos contemplamos en Cristo todos los dolores del hombre: en El, angustiado, traicionado, abandonado, capturado aprisionado; en El, injustamente procesado y sometido a la flagelación; en El, mal entendido y escarnecido su misión; en El, condenado con complicidad del poder político; en El conducido públicamente al suplicio y expuesto a la muerte más infamante: en El, Varón de dolores profetizado por Isaías, queda resumido y santificado todo dolor humano.

Siervo del Padre, Primogénito entre muchos hermanos, Cabeza de la humanidad, transforma el padecimiento humano en oblación agradable a Dios, en sacrificio que redime. El es el Cordero que quita el pecado del mundo, el Testigo fiel, que capitula en sí y hace meritorio todo martirio.

En el camino doloroso y en el Gólgota está la Madre, la primera Mártir. Y nosotros, con el corazón de la Madre, a la cual desde la cruz entregó en testamento a cada uno de los discípulos y a cada uno de los hombres, contemplamos conmovidos los padecimientos de Cristo, aprendiendo de El la obediencia hasta la muerte, y muerte de cruz; aprendiendo de Ella a acoger a cada hombre como hermano, para estar con Ella junto a las innumerables cruces en las que el Señor de la gloria todavía está injustamente enclavado, no en su Cuerpo glorioso, sino en los miembros dolientes de su Cuerpo místico.

En el Rosario, las esperanzas del hombre.

(Angelus del 6 de noviembre, 1983)
En los misterios gloriosos del Santo Rosario reviven las esperanzas del cristiano: las esperanzas de la vida eterna que comprometen la omnipotencia de Dios y las expectativas del tiempo presente que obligan a los hombres a colaborar con Dios.

En Cristo resucitado resurge el mundo entero y se inauguran los cielos nuevos y la tierra nueva que llegarán a cumplimiento a su vuelta gloriosa, cuando «la muerte no existirá más, ni habrá duelo, ni gritos, ni trabajo, porque todo esto es ya pasado» (Ap 21, 4).

Al ascender Cristo al cielo, en El se exalta a la naturaleza humana que se sienta a la diestra de Dios, y se da a los discípulos la consigna de evangelizar al mundo; además, al subir Cristo al cielo, no se eclipsa de la tierra, sino que se oculta en el rostro de cada hombre, especialmente de los más desgraciados: los pobres, los enfermos, los marginados, los perseguidos...

Al infundir el Espíritu Santo en Pentecostés, dio a los discípulos la fuerza de amar y difundir la verdad, pidió comunión en la construcción de un mundo digno del hombre redimido y concedió capacidad de santificar todas las cosas con la obediencia a la voluntad del Padre celestial. De este modo encendió de nuevo el gozo de donar en el ánimo de quien da, y la certeza de ser amado en el corazón del desgraciado.

En la gloria de la Virgen elevada al cielo, contemplamos entre otras cosas la sublimación real de los vínculos de la sangre y los afectos familiares, pues Cristo glorificó a María no sólo por ser inmaculada y arca de la presencia divina, sino también por honrar a su Madre como Hijo. No se rompen en el cielo los vínculos santos de la tierra; por el contrario, en los cuidados de la Virgen Madre elevada para ser abogada y protectora nuestra y tipo de la Iglesia victoriosa, descubrimos también el modelo inspirador del amor solícito de nuestros queridos difuntos hacia nosotros, amor que la muerte no destruye, sino que acrecienta a la luz de Dios.

Y, finalmente, en la visión de María ensalzada por todas las criaturas, celebramos el misterio escatológico de una humanidad rehecha en Cristo en unidad perfecta, sin divisiones ya ni otra rivalidad que no sea la de aventajarse en amor uno a otro. Porque Dios es amor.

Así es que, en los misterios del Santo Rosario contemplamos y revivimos los gozos, dolores y gloria de Cristo y su Madre Santa, que pasan a ser gozos, dolores y esperanzas del hombre.



En oración con María, Madre del Señor.

(Angelus del 13 de noviembre, 1983)
1. La Iglesia es, ante todo, una comunidad orante. El Pueblo de Dios ha sido liberado para celebrar el culto del Señor. Toda la vida de los redimidos debe ser un acto de culto, una liturgia de alabanza, un sacrificio agradable a Dios.

La transformación de nuestra vida y del mundo en sacrificio de alabanza no es obra nuestra, sino del Señor. Uniéndonos a Cristo-Sacerdote, a su sacrificio y a su oración, nosotros con todo el universo nos convertimos en una ofrenda al Señor.

Los creyentes son esencialmente una comunidad litúrgica: en el templo, en las casas, en la vida ejercitan el oficio sacerdotal. Los Hechos de los Apóstoles, al presentar los rasgos fundamentales de la Iglesia primitiva, ponen de relieve la importancia que en ella tenía la «oración»: «Perseveraban en oír la enseñanza de los Apóstoles, y en la unión fraterna, en la fracción del pan y en la oración... Diariamente acudían unánimemente al templo, partían el pan en las casas... alabando a Dios» (Act 2, 42. 46-47). Y también: «Todos éstos perseveraban unánimes en la oración... con María, la Madre de Jesús» (Act 1, 14).

2. En la comunidad de los creyentes en oración, María está presente, no sólo en los orígenes de la fe, sino en todo tiempo.

«Así aparece Ella en la visita a la madre del Precursor, donde abre su espíritu en expresiones de glorificación a Dios, de humildad, de fe, de esperanza: tal es el Magníficat, la oración por excelencia de María, él canto de los tiempos mesiánicos, en el que confluyen la exultación del Antiguo y del Nuevo Israel» (Exhortación Apostólica de Pablo VI Marialis cultus, 18). María aparece virgen en oración en Caná, virgen en oración en el Cenáculo. «Presencia orante de María en la Iglesia naciente y en la Iglesia de todo tiempo, porque Ella, asunta al cielo, no ha abandonado su misión de intercesión y salvación. Virgen orante es también la Iglesia, que cada día presenta al Padre las necesidades de sus hijos, alaba incesantemente al Señor e intercede por la salvación del mundo» (ib. 181).

---Guia para el rezo del Santo Rosario.


INTRODUCCIÓN.

T.- Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos Señor Dios nuestro. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

T.- Abre Señor mis labios, para alabar tu nombre y el de Tu Santa Madre.

T.- Señor mío, Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Creador y redentor mío, por ser tú quien eres y porque te amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberte ofendido. Quiero y propongo firmemente confesarme a su tiempo. Ofrezco mi vida, obras y trabajos en satisfacción de mis pecados. Y confío en que en tu bondad y misericordia infinita, me los perdonarás y me darás la gracia para no volverte a ofender. Amén.

G.- Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles

R.- Y enciende en ellos el fuego de tu amor.

G.- Envía tu Espíritu Creador

R.- Y renueva la faz de la tierra.

G.- Oh Dios, que has iluminado los corazones de tus hijos con la luz del Espíritu Santo; haznos dóciles a sus inspiraciones para gustar siempre del bien y gozar de su consuelo. Por Cristo nuestro Señor. Amén




PETICIONES

Ofrecemos este rosario por...

LAS ORACIONES DEL DECENARIO

(Cada Misterio, incluye un Padre Nuestro, diez Avemarías, un Gloria, una jaculatoria a María y la Oración de Fátima )

G.- Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo.

R.- Danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en tentación y líbranos del mal.

G.- Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita eres tú entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre: Jesús

R.- Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores; ahora y en la hora de nuestra muerte.

G.- Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,

R.- Como era en un principio, ahora y siempre por los siglos de los siglos.

G.- María, Madre de Gracia y Madre de Misericordia,

R.- En la vida y en la muerte ampáranos Gran Señora.

T.- Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados y líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas y socorre especialmente a las más necesitadas de tu misericordia. Amén.


---Rosario Misionero.


El Rosario Misionero es una forma de oración que toma como base al Rosario tradicional, en la cual, por intercesión de María, se pide al Padre por las intenciones y necesidades de todo el mundo. Es una oración mariana universal y misionera.

Está estructurado, al igual que el Rosario tradicional en cinco misterios, en cada uno de los cuales se pone como intención a uno de los cinco continentes. Las cinco decenas tienen sendos colores, que representan a cada uno de los cinco continentes desde el punto de vista misional, y recuerdan al que reza, la intención misional de cada decena.

1° Misterio, de color verde, se reza por Africa. El color verde, nos recuerda las verdes selvas habitadas por nuestros hermanos africanos.

2° Misterio, de color rojo, se reza por América. El color rojo, simboliza la sangre derramada por los mártires que dieron su vida durante la evangelización de este continente.

3° Misterio, de color blanco, se reza por Europa. El color blanco, nos recuerda a la raza blanca, originaria de este continente y al color de las vestiduras del Papa, que también tiene en él su sede.

4° Misterio, de color azul, se reza por Oceanía. El color azul nos habla de Oceanía, con sus miles de islas esparcidas en las azules aguas del Océano Pacífico.

5° Misterio, de color amarillo, se reza por Asia. El color amarillo nos trae a la memoria el Asia, poblado en gran parte por razas de este color.




Su Santidad el Papa Juan XXIII rezaba el Rosario Misionero todos los días por el mundo entero, dedicando una decena a cada continente: "Como Papa debo orar por la humanidad entera y lo hago al rezar el Santo Rosario Misionero: la primera decena por África, la segunda por América, la tercera por Europa, la cuarta por Oceanía y la quinta por Asia".


Forma de rezar el Rosario Misionero

La forma de rezarlo es la siguiente:

Se comienza con la Señal de la Cruz.

Se anuncia el Primer Misterio: En este primer misterio, vamos a recordar al continente Africano con sus más de 500 millones de habitantes, a fin de que su profundo sentimiento religioso le facilite asumir la plenitud de la revelación de Cristo.

Luego se reza un Padrenuestro, 10 Avemarías y Gloria.

Se anuncia el Segundo Misterio: Recordamos especialmente en este segundo misterio a nuestro continente Americano, el "continente de la esperanza", donde se registra el más alto porcentaje de católicos, pero que sufre por la escasez de sacerdotes.

Luego se reza un Padrenuestro, 10 Avemarías y Gloria.

Se anuncia el Tercer Misterio: Ofrecemos este tercer misterio por Europa, para que retorne a las fuentes de su fe que se ha enfriado con el correr de los siglos, y al dinamismo misionero.

Luego se reza un Padrenuestro, 10 Avemarías y Gloria.

Se anuncia el Cuarto Misterio: Ofrecemos este cuarto misterio por el lejano y pequeño universo de islas que se llama Oceanía, a fin de que sus numerosas razas puedan ser iluminadas y guiadas a la luz del evangelio.

Luego se reza un Padrenuestro, 10 Avemarías y Gloria.

Se anuncia el Quinto Misterio: Recemos este quinto misterio por Asia, para que la virgen María vuelva sus ojos al continente más poblado del mundo, donde los católicos constituyen tan solo el 2% de la población y la Iglesia es perseguida y combatida.

Luego se reza un Padrenuestro, 10 Avemarías y Gloria.

Las tres Ave Marías finales se rezan para que en nuestra patria aumente el espíritu misionero y, ante todo, para suscitar muchas vocaciones sacerdotales y religiosas y de laicos misioneros. Al terminar el Rosario Misionero, se ha rodeado el mundo entero, abrazando a todos los continentes y a todos los hombres en una gran oración universal.



1º Misterio: Africa
Información acerca del continente:
África es un continente que vive castigado por la violencia. Las numerosas tribus que pueblan el continente se enfrentan en sangrientas guerras haciendo la vida muy difícil para todos. Otro problema que azota al continente africano es el enfrentamiento entre negros y blancos. En muchas partes de África, todavía existe la esclavitud.

Muchos países africanos han alcanzado su independencia recientemente, pues fueron parte del colonialismo europeo durante siglos, lo que tuvo como consecuencia poco desarrollo económico, y un desarraigo cultural.

La pobreza es bastante marcada en este continente. De los 47 países menos desarrollados del mundo, 31 son africanos.

La Iglesia católica es minoritaria en África. De los 700 millones de habitantes del continente, tan sólo 95 millones son católicos (un 13,8%). Es el continente que menor porcentaje de sacerdote tiene: hay un sacerdote por cada 4.406 católicos, mientras que en el resto del mundo hay, en promedio, un sacerdote por cada 2.342 católicos.

2º Misterio: América
Información acerca del continente:
En los pueblos de América existe mucha pobreza. El 11% de la población lo forman las minorías indígenas que tratan de mantener sus costumbres.

En cuanto a la Iglesia Católica de América, ésta es la más numerosa de todo el mundo. La mitad de los católicos del mundo viven hoy en América (más precisamente en América latina). De un total de 743 millones de habitantes, 475 millones son católicos (¡un 64%!). Es por eso que el Papa ha dicho a América que es "la gran esperanza de la Iglesia, que debe hacerse misionera para el resto del mundo". A pesar de esta situación, después de África, es el continente con menor proporción de sacerdotes: hay un sacerdote por cada 3.978 católicos.

Sin embargo, una seria amenaza para la Iglesia americana es el rápido crecimiento de las sectas y grupos evangélicos a las cuales se vuelcan día a día, muchos católicos.

3º Misterio: Europa
Información acerca del continente:
La mayoría de los países desarrollados están en Europa, si bien también hay pobreza en este continente, pero podríamos decir que es uno de los continentes en el que menos pobreza hay.

Históricamente, Europa fue el continente católico por excelencia. Influyó decisivamente en esto el hecho de que la Iglesia tuviera su sede central en Roma desde sus comienzos (ahora en Ciudad del Vaticano), y que en la mayoría de los reinos que conformaron a Europa tuvieron al catolicismo como religión oficial. Sin embargo, en los últimos siglos la situación ha cambiado bastante. Dos cosas influyeron notablemente en esto. Primero, la aparición de las Iglesias protestantes a partir del siglo XVI, que se llevaron gran parte de los católicos: países completos se volcaron al protestantismo. Y en segundo lugar, al ir naciendo las repúblicas que hoy conforman Europa, la fe se fue apagando poco a poco en todo el continente, y la gente comenzó a dejar a Dios de lado (esto es lo que se conoce como "secularismo": un mundo sin Dios).

Hoy en día, los católicos ya no son mayoría en Europa. De los 716 millones de habitantes, sólo 288 millones son católicos (un 40%), ubicándose en segundo lugar, después de América que tiene un 63,8% de católicos. Es el continente con mayor porcentaje de sacerdotes: hay un sacerdote por cada 1.295 católicos



4º Misterio: Oceanía
Información acerca del continente:
El continente Oceánico es el continente más pequeño del mundo. Se caracteriza porque en él conviven muchísimas culturas. Desde hace siglos, estuvo poblado por una gran cantidad de tribus de nativos (unas 5.000) con culturas, dialectos y religiones autóctonas diferentes.

La evangelización sistemática en Oceanía comenzó hace doscientos años (muy poco tiempo), y de un total de 27 millones de habitantes, tan sólo 6 millones son católicos (un 26%). El 58% pertenecen a las iglesias protestantes, y el resto se divide en muchas religiones autóctonas pequeñas. Aunque es el continente con menor población del mundo, es uno de los que tienen un mayor porcentaje de sacerdotes: hay un sacerdote por cada 1385 católicos, mientras que en el resto del mundo hay, en promedio.

Oceanía perteneció al imperio Británico durante muchos años, no permitiéndose la entrada de misioneros católicos hasta 1845 cuando recién pudieron comenzar la tarea evangelizadora.

La Iglesia está en sus comienzos en este continente y aún queda muchísimo por hacer.

5º Misterio: Asia
Información acerca del continente:
En el año 2000, un 60% de la población mundial será asiática, la mayor parte entre niños y jóvenes. Asia es el continente más poblado del mundo (tiene 3.000 millones de habitantes, mientras que el resto de los continentes tienen menos de 700 millones).

El 80% de su población vive bajo el límite de la pobreza. Muchísimas personas mueren día a día de hambre. Un problema que caracteriza a este continente es la discriminación de la mujer, hecho que se hace insostenible, extendiéndose a todos los niveles sociales.

La Iglesia Católica de Asia es la más pequeña del mundo, si bien la población de este continente es la más numerosa. De un total de 3.000 millones de personas, tan solo 02 millones son católicos (¡nada más que el 2,8% de la población!). En la mayor parte de Asia, los católicos son perseguidos por las Iglesias Oficiales, viéndose obligados en muchos casos a vivir su fe en la clandestinidad. Hay en Asia un sacerdote por cada 2.582 católicos.

---Las promesas, bendiciones y beneficios del Rosario.


Las promesas del Rosario.

1. Aquellos que recen con enorme fe el Rosario recibirán gracias especiales.
2. Prometo mi protección y las gracias más grandes a aquellos que recen el Rosario.
3. El Rosario es una arma poderosa para no ir al infierno, destruirá los vicios, disminuirá los pecados, y defendernos de las herejías.
4. Se otorgará la virtud y las buenas obras abundarán, se otorgará la piedad de Dios para las almas, rescatará a los corazones de la gente de su amor terrenal y vanidades, y los elevará en su dedeo por las cosas eternas. Las mismas almas se santificarán por este medio.
5. El alma que se encomiende a mi en el Rosario no perecerá.
6. Quien rece el Rosario devotamente, y lleve los misterios como testimonio de vida no conocerá la desdicha. Dios no lo castigará en su justicia, no tendrá una muerte violenta, y si es justo, permanecerá en la gracia de Dios, y tendrá la recompensa de la vida eterna.



7. Aquel que sea verdadero devoto del Rosario no perecerá sin los Sagrados Sacramentos.
8. Aquellos que recen con mucha fe el Santo Rosario en vida y en la hora de su muerte encontrarán la luz de Dios y la plenitud de su gracia, en la hora de la muerte participarán en el paraíso por los méritos de los Santos.
9. Libraré del purgatorio a quienes recen el Rosario devotamente.
10. Los niños devotos al Rosario merecerán un alto grado de Gloria en el cielo.
11. Obtendrán todo lo que me pidan mediante el Rosario.
12. Aquellos que propaguen mi Rosario serán asistidos por mí en sus necesidades.
13. Mi hijo me ha concedido que todo aquel que se encomiende a mi al rezar el Rosario tendrá como intercesores a toda la corte celestial en vida y a la hora de la muerte.
14. Son mis niños aquellos que recitan el Rosario, y hermanos y hermanas de mi único hijo, Jesucristo.
15. La devoción a mi Rosario es una gran señal de profecía.

Bendiciones del Rosario.

1. Los pecadores son perdonados.
2. Las almas sedientas son refrescadas.
3. Aquellos que son soberbios encuentran la sencillez.
4. Aquellos que sufren encontrarán consuelo.
5. Aquellos que estan intranquilos encontrarán paz.
6. Los pobres encontrarán paz.
7. Los religiosos son reformados.
8. Los vivos aprenderán a sobrepasar el orgullo.
9. Los muertos (las almas santas) aliviarán sus dolores por privilegios.



Los beneficios del Rosario.

1. Nos otorga gradualmente un conocimiento completo de Jesucristo.
2. Purifica nuestras almas, lavando nuestras culpas.
3. Nos da la victoria sobre nuestros enemigos.
4. Nos facilita practicar la virtud.
5. Nos enciende el amor a Nuestro Señor.
6. Nos enriquece con gracias y méritos.
7. Nos provee con lo necesario para pagar nuestras deudas a Dios y a nuestros familiares cercanos, y finalmente, se obtiene toda clase de gracia de nuestro Dios todopoderoso.


---Juan Pablo II. Rosarium Virginis Mariae.

Carta apostólica sobre el Santo Rosario 16 octubre 2002.


Por: S.S. Juan Pablo II | Fuente: Catholic.net






INTRODUCCIÓN

1. El Rosario de la Virgen María, difundido gradualmente en el segundo milenio bajo el soplo del Espíritu de Dios, es una oración apreciada por numerosos santos y fomentada por el Magisterio. En su sencillez y profundidad, sigue siendo también en este tercer milenio, apenas iniciado, una oración de gran significado, destinada a producir frutos de santidad. Se encuadra bien en el camino espiritual de un cristianismo que, después de dos mil años, no ha perdido nada de la novedad de los orígenes, y se siente empujado por el Espíritu de Dios a «remar mar adentro» (duc in altum!), para anunciar, más aún, «proclamar» a Cristo al mundo como Señor y Salvador, «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6), el «fin de la historia humana, el punto en el que convergen los deseos de la historia y de la civilización».(1)

El Rosario, en efecto, aunque se distingue por su carácter mariano, es una oración centrada en la cristología. En la sobriedad de sus partes, encierra en sí la profundidad de todo el mensaje evangélico, del cual es como un compendio.(2) En él resuena la oración de María, su perenne Magníficat por la obra de la Encarnación redentora en su seno virginal. Con él, el pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor. Mediante el Rosario, el creyente obtiene abundantes gracias, como recibiéndolas de las mismas manos de la Madre del Redentor.

Los Romanos Pontífices y el Rosario

2. A esta oración le han atribuido gran importancia muchos de mis predecesores. Un mérito particular a este respecto corresponde a León XIII que, el 1 de septiembre de 1883, promulgó la Encíclica Supremi apostolatus officio,(3) importante declaración con la cual inauguró otras muchas intervenciones sobre esta oración, indicándola como instrumento espiritual eficaz ante los males de la sociedad. Entre los Papas más recientes que, en la época conciliar, se han distinguido por la promoción del Rosario, deseo recordar al beato Juan XXIII(4) y, sobre todo, a Pablo VI, que en la Exhortación apostólica Marialis cultus, en consonancia con la inspiración del Concilio Vaticano II, subrayó el carácter evangélico del Rosario y su orientación cristológica.

Yo mismo, después, no he dejado pasar ocasión de exhortar a rezar con frecuencia el Rosario. Esta oración ha tenido un puesto importante en mi vida espiritual desde mis años jóvenes. Me lo ha recordado mucho mi reciente viaje a Polonia, especialmente la visita al santuario de Kalwaria. El Rosario me ha acompañado en los momentos de alegría y en los de tribulación. A él he confiado tantas preocupaciones y en él siempre he encontrado consuelo. Hace veinticuatro años, el 29 de octubre de 1978, dos semanas después de la elección a la Sede de Pedro, como abriendo mi alma, me expresé así: «El Rosario es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad. [...] Se puede decir que el Rosario es, en cierto modo, un comentario-oración sobre el último capítulo de la Constitución Lumen gentium del Vaticano II, capítulo que trata de la presencia admirable de la Madre de Dios en el misterio de Cristo y de la Iglesia. En efecto, con el trasfondo de las Avemarías pasan ante los ojos del alma los episodios principales de la vida de Jesucristo.

El Rosario en su conjunto consta de misterios gozosos, dolorosos y gloriosos, y nos ponen en comunión vital con Jesús a través -podríamos decir- del Corazón de su Madre. Al mismo tiempo, nuestro corazón puede incluir en estas decenas del Rosario todos los hechos que entraman la vida del individuo, la familia, la nación, la Iglesia y la humanidad. Experiencias personales o del prójimo, sobre todo de las personas más cercanas o que llevamos más en el corazón. De este modo, la sencilla plegaria del Rosario sintoniza con el ritmo de la vida humana».(5)

Con estas palabras, mis queridos hermanos y hermanas, introducía mi primer año de Pontificado en el ritmo cotidiano del Rosario. Hoy, al inicio del vigésimo quinto año de servicio como Sucesor de Pedro, quiero hacer lo mismo. ¡Cuántas gracias he recibido de la Santísima Virgen a través del Rosario en estos años: Magníficat anima mea Dominum! Deseo elevar mi agradecimiento al Señor con las palabras de su Madre Santísima, bajo cuya protección he puesto mi ministerio petrino: Totus tuus!

Octubre 2002 - Octubre 2003: Año del Rosario

3. Por eso, de acuerdo con las consideraciones hechas en la Carta apostólica Novo millennio ineunte, en la que, después de la experiencia jubilar, he invitado al Pueblo de Dios «a caminar desde Cristo»,(6) he sentido la necesidad de desarrollar una reflexión sobre el Rosario, en cierto modo como coronación mariana de dicha Carta apostólica, para exhortar a la contemplación del rostro de Cristo en compañía y a ejemplo de su Santísima Madre. En efecto, rezar el Rosario es, en realidad, contemplar con María el rostro de Cristo. Para dar mayor realce a esta invitación, con ocasión del próximo 120º aniversario de la mencionada Encíclica de León XIII, deseo que a lo largo del año se proponga y valore de manera particular esta oración en las diversas comunidades cristianas. Por tanto, proclamo el año que va de este octubre a octubre de 2003 Año del Rosario.

Dejo esta indicación pastoral a la iniciativa de cada comunidad eclesial. Con ella no quiero obstaculizar, sino más bien integrar y consolidar, los planes pastorales de las Iglesias particulares. Confío en que sea acogida con prontitud y generosidad. El Rosario, comprendido en su pleno significado, conduce al corazón mismo de la vida cristiana y ofrece una oportunidad ordinaria y fecunda, espiritual y pedagógica, para la contemplación personal, la formación del Pueblo de Dios y la nueva evangelización. Me es grato reiterarlo recordando con gozo también otro aniversario: el 40º aniversario del comienzo del Concilio Ecuménico Vaticano II (11 de octubre de 1962), el «gran don de gracia» dispensada por el espíritu de Dios a la Iglesia de nuestro tiempo.(7)

Objeciones al Rosario

4. La oportunidad de esta iniciativa se basa en diversas consideraciones. La primera se refiere a la urgencia de afrontar una cierta crisis de esta oración que, en el actual contexto histórico y teológico, corre el riesgo de ser subestimada injustamente y, por tanto, poco propuesta a las nuevas generaciones. Hay quien piensa que la centralidad de la liturgia, acertadamente subrayada por el Concilio Ecuménico Vaticano II, tenga necesariamente como consecuencia una disminución de la importancia del Rosario. En realidad, como puntualizó Pablo VI, esta oración no sólo no se opone a la Liturgia, sino que le da soporte, ya que la introduce y la recuerda, ayudando a vivirla con plena participación interior, recogiendo así sus frutos en la vida cotidiana.

Quizás hay también quien teme que pueda resultar poco ecuménica por su carácter marcadamente mariano. En realidad, se sitúa en el más límpido horizonte del culto a la Madre de Dios, tal como el Concilio ha establecido: un culto orientado al centro cristológico de la fe cristiana, de modo que «mientras es honrada la Madre, el Hijo sea debidamente conocido, amado, glorificado».(8) Comprendido adecuadamente, el Rosario es una ayuda, no un obstáculo para el ecumenismo.

Vía de contemplación

5. Pero el motivo más importante para volver a proponer con determinación la práctica del Rosario es por ser un medio sumamente válido para favorecer en los fieles la exigencia de contemplación del misterio cristiano, que he propuesto en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte como verdadera y propia «pedagogía de la santidad»: «Es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración».(9) Mientras en la cultura contemporánea, incluso entre tantas contradicciones, aflora una nueva exigencia de espiritualidad, impulsada también por influjo de otras religiones, es más urgente que nunca que nuestras comunidades cristianas se conviertan en «auténticas escuelas de oración».(10)

El Rosario forma parte de la mejor y más reconocida tradición de la contemplación cristiana. Iniciado en Occidente, es una oración típicamente meditativa y se corresponde de algún modo con la «oración del corazón», u «oración de Jesús», surgida sobre el humus del Oriente cristiano.

Oración por la paz y por la familia

6. Algunas circunstancias históricas ayudan a dar un nuevo impulso a la propagación del Rosario. Ante todo, la urgencia de implorar de Dios el don de la paz. El Rosario ha sido propuesto muchas veces por mis predecesores y por mí mismo como oración por la paz. Al inicio de un milenio que se ha abierto con las horrorosas escenas del atentado del 11 de septiembre de 2001 y que ve cada día en muchas partes del mundo nuevos episodios de sangre y violencia, promover el Rosario significa sumirse en la contemplación del misterio de Aquel que «es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad» (Ef 2,14). No se puede, pues, recitar el Rosario sin sentirse implicados en un compromiso concreto de servir a la paz, con una particular atención a la tierra de Jesús, aún ahora tan atormentada y tan querida por el corazón cristiano.

Otro ámbito crucial de nuestro tiempo que requiere una urgente atención y oración es el de la familia, célula de la sociedad, amenazada cada vez más por fuerzas disgregadoras, tanto de índole ideológica como práctica, que hacen temer por el futuro de esta fundamental e irrenunciable institución y, con ella, por el destino de toda la sociedad. En el marco de una pastoral familiar más amplia, fomentar el Rosario en las familias cristianas es una ayuda eficaz para contrarrestar los efectos desoladores de esta crisis actual.

«¡Ahí tienes a tu madre!» (Jn 19,27)

7. Numerosos signos muestran cómo la Santísima Virgen ejerce también hoy, precisamente a través de esta oración, aquella solicitud materna para con todos los hijos de la Iglesia que el Redentor, poco antes de morir, le confió en la persona del discípulo predilecto: «¡Mujer, ahí tienes a tu hijo!» (Jn 19,26). Son conocidas las distintas circunstancias en las que la Madre de Cristo, entre el siglo XIX y XX, hizo de algún modo notar su presencia y su voz para exhortar al Pueblo de Dios a recurrir a esta forma de oración contemplativa. Deseo en particular recordar, por la incisiva influencia que conservan en la vida de los cristianos y por el acreditado reconocimiento recibido de la Iglesia, las apariciones de Lourdes y de Fátima,(11) cuyos Santuarios son meta de numerosos peregrinos, en busca de consuelo y de esperanza.

Tras las huellas de los testigos

8. Sería imposible citar la multitud innumerable de santos que han encontrado en el Rosario un auténtico camino de santificación. Bastará con recordar a san Luis María Grignion de Montfort, autor de una preciosa obra sobre el Rosario(12) y, más cercano a nosotros, al padre Pío de Pietrelcina, que recientemente he tenido la alegría de canonizar. Un especial carisma como verdadero apóstol del Rosario tuvo también el beato Bartolomé Longo. Su camino de santidad se apoya sobre una inspiración sentida en lo más hondo de su corazón: «¡Quien propaga el Rosario se salva!».(13) Basándose en ello, se sintió llamado a construir en Pompeya un templo dedicado a la Virgen del Santo Rosario colindante con los restos de la antigua ciudad, apenas influenciada por el anuncio cristiano antes de quedar cubierta por la erupción del Vesubio en el año 79 y rescatada de sus cenizas siglos después, como testimonio de las luces y las sombras de la civilización clásica.

Con toda su obra y, en particular, a través de los «Quince Sábados», Bartolomé Longo desarrolló el núcleo cristológico y contemplativo del Rosario, que contó con un particular aliento y apoyo en León XIII, el «Papa del Rosario».



CAPÍTULO I
CONTEMPLAR A CRISTO CON MARÍA

Un rostro brillante como el sol

9. «Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol» (Mt 17,2). La escena evangélica de la transfiguración de Cristo, en la que los tres apóstoles Pedro, Santiago y Juan aparecen como extasiados por la belleza del Redentor, puede ser considerada como icono de la contemplación cristiana. Fijar los ojos en el rostro de Cristo, descubrir su misterio en el camino ordinario y doloroso de su humanidad hasta percibir su fulgor divino manifestado definitivamente en el Resucitado glorificado a la derecha del Padre es la tarea de todos los discípulos de Cristo; por tanto, es también la nuestra. Contemplando este rostro nos disponemos a acoger el misterio de la vida trinitaria, para experimentar de nuevo el amor del Padre y gozar de la alegría del Espíritu Santo. Se realiza así también en nosotros la palabra de san Pablo: «Reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más: así es como actúa el Señor, que es Espíritu» (2 Cor 3,18).

María modelo de contemplación

10. La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable. El rostro del Hijo le pertenece de un modo especial. Ha sido en su vientre donde se ha formado, tomando también de ella una semejanza humana que evoca una intimidad espiritual ciertamente más grande aún. Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo. Los ojos de su corazón se concentran de algún modo en Él ya en la Anunciación, cuando lo concibe por obra del Espíritu Santo; en los meses sucesivos empieza a sentir su presencia y a imaginar sus rasgos. Cuando por fin lo da a luz en Belén, sus ojos se vuelven también tiernamente sobre el rostro del Hijo, cuando lo «envolvió en pañales y le acostó en un pesebre» (Lc 2,7).

Desde entonces su mirada, siempre llena de adoración y asombro, no se apartará jamás de Él. Será a veces una mirada interrogadora, como en el episodio de su extravío en el templo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?» (Lc 2,48); será en todo caso una mirada penetrante, capaz de leer en lo íntimo de Jesús, hasta percibir sus sentimientos escondidos y presentir sus decisiones, como en Caná (cf. Jn 2,5); otras veces será una mirada dolorida, sobre todo al pie de la cruz, donde todavía será, en cierto sentido, la mirada de la «parturienta», ya que María no se limitará a compartir la pasión y la muerte del Unigénito, sino que acogerá al nuevo hijo en el discípulo predilecto confiado a ella (cf. Jn 19,26-27); en la mañana de Pascua será una mirada radiante por la alegría de la resurrección y, por fin, una mirada ardorosa por la efusión del Espíritu en el día de Pentecostés (cf. Hch 1,14).

Los recuerdos de María

11. María vive mirando a Cristo y tiene en cuenta cada una de sus palabras: «Guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19; cf. 2,51). Los recuerdos de Jesús, impresos en su alma, la acompañan en todo momento, llevándola a recorrer con el pensamiento los distintos episodios de su vida junto al Hijo. Han sido aquellos recuerdos los que han constituido, en cierto sentido, el «rosario» que ella rezó constantemente en los días de su vida terrena.

Y también ahora, entre los cantos de alegría de la Jerusalén celestial, permanecen intactos los motivos de su acción de gracias y su alabanza. Ellos inspiran su solicitud materna hacia la Iglesia peregrina, en la que sigue desarrollando la trama de su «papel» de evangelizadora. María propone continuamente a los creyentes los «misterios» de su Hijo, con el deseo de que sean contemplados, para que puedan desplegar toda su fuerza salvadora. Cuando reza el Rosario, la comunidad cristiana está en sintonía con el recuerdo y con la mirada de María.

El Rosario, oración contemplativa

12. El Rosario, precisamente a partir de la experiencia de María, es una oración marcadamente contemplativa. Sin esta dimensión, se desnaturalizaría, como subrayó Pablo VI: «Sin contemplación, el Rosario es un cuerpo sin alma y su rezo corre el peligro de convertirse en mecánica repetición de fórmulas y de contradecir la advertencia de Jesús: "Cuando oréis, no seáis charlatanes como los paganos, que creen ser escuchados en virtud de su locuacidad" (Mt 6,7). Por su naturaleza el rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso, que favorezca en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor, y que desvelen su insondable riqueza».(14)

Es necesario detenernos en este profundo pensamiento de Pablo VI para poner de relieve algunas dimensiones del Rosario que definen mejor su carácter de contemplación cristológica.

Recordar a Cristo con María

13. La contemplación de María es ante todo un recordar. Conviene, sin embargo, entender esta palabra en el sentido bíblico de la memoria (zakar), que actualiza las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación. La Biblia es narración de acontecimientos salvíficos, que tienen su culmen en Cristo mismo. Estos acontecimientos no son solamente un «ayer»; son también el «hoy» de la salvación. Esta actualización se realiza en particular en la Liturgia: lo que Dios ha llevado a cabo hace siglos no concierne solamente a los testigos directos de los acontecimientos, sino que alcanza con su gracia a los hombres de cada época. Esto vale también, en cierto modo, para toda consideración piadosa de aquellos acontecimientos: «hacer memoria» de ellos en actitud de fe y amor significa abrirse a la gracia que Cristo nos ha alcanzado con sus misterios de vida, muerte y resurrección.

Por esto, a la vez que se reafirma con el Concilio Vaticano II que la Liturgia, como ejercicio del oficio sacerdotal de Cristo y culto público, es «la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza»,(15) también es necesario recordar que la vida espiritual «no se agota sólo con la participación en la sagrada liturgia. El cristiano, aunque está llamado a orar en común, debe entrar también en su interior para orar al Padre, que ve en lo escondido (cf. Mt 6,6); más aún: según enseña el Apóstol, debe orar sin interrupción (cf. 1 Ts 5,17)».(16) El Rosario, con su carácter específico, pertenece a este variado panorama de la oración «incesante», y si la liturgia, acción de Cristo y de la Iglesia, es acción salvífica por excelencia, el Rosario, en cuanto meditación sobre Cristo con María, es contemplación saludable. En efecto, penetrar, de misterio en misterio, en la vida del Redentor, hace que cuanto Él ha realizado y la liturgia actualiza sea asimilado profundamente y forje la propia existencia.

Comprender a Cristo desde María

14. Cristo es el Maestro por excelencia, el revelador y la revelación. No se trata sólo de comprender las cosas que Él ha enseñado, sino de «comprenderlo a Él». Pero en esto, ¿qué maestra más experta que María? Si en el ámbito divino el Espíritu es el Maestro interior que nos lleva a la plena verdad de Cristo (cf. Jn 14,26; 15,26; 16,13), entre las criaturas nadie mejor que ella conoce a Cristo, nadie como su Madre puede introducirnos en un conocimiento profundo de su misterio.

El primero de los «signos» llevado a cabo por Jesús -la transformación del agua en vino en las bodas de Caná- nos muestra a María precisamente como maestra, mientras exhorta a los criados a ejecutar las disposiciones de Cristo (cf. Jn 2,5). Y podemos imaginar que ha desempeñado esta función con los discípulos después de la Ascensión de Jesús, cuando se quedó con ellos esperando el Espíritu Santo y los confortó en la primera misión. Recorrer con María las escenas del Rosario es como ir a la «escuela» de María para leer a Cristo, para penetrar sus secretos, para entender su mensaje.

Una escuela, la de María, mucho más eficaz, si se piensa que ella la ejerce consiguiéndonos abundantes dones del Espíritu Santo y proponiéndonos, al mismo tiempo, el ejemplo de aquella «peregrinación de la fe»,(17) en la cual es maestra incomparable. Ante cada misterio del Hijo, ella nos invita, como en su Anunciación, a presentar con humildad los interrogantes que conducen a la luz, para concluir siempre con la obediencia de la fe: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38).

Configurarse a Cristo con María

15. La espiritualidad cristiana tiene como característica el deber del discípulo de configurarse cada vez más plenamente con su Maestro (cf. Rm 8,29; Flp 3,10.21). La efusión del Espíritu en el bautismo une al creyente como el sarmiento a la vid, que es Cristo (cf. Jn 15,5), lo hace miembro de su Cuerpo místico (cf. 1 Cor 12,12; Rm 12,5). A esta unidad inicial, sin embargo, ha de corresponder un camino de adhesión creciente a Él, que oriente cada vez más el comportamiento del discípulo según la «lógica» de Cristo: «Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo» (Flp 2,5). Hace falta, según las palabras del Apóstol, «revestirse de Cristo» (cf. Rm 13,14; Ga 3,27).

En el recorrido espiritual del Rosario, basado en la contemplación incesante del rostro de Cristo -en compañía de María-, este exigente ideal de configuración con Él se consigue a través de una asiduidad que pudiéramos llamar «amistosa». Esta configuración nos introduce de modo natural en la vida de Cristo y nos hace como «respirar» sus sentimientos. Acerca de esto dice el beato Bartolomé Longo: «Como dos amigos, frecuentándose, suelen parecerse también en las costumbres, así nosotros, conversando familiarmente con Jesús y la Virgen, al meditar los misterios del Rosario, y formando juntos una misma vida de comunión, podemos llegar a ser, en la medida de nuestra pequeñez, parecidos a ellos, y aprender de estos eminentes ejemplos el vivir humilde, pobre, escondido, paciente y perfecto».(18)

Además, mediante este proceso de configuración con Cristo, en el Rosario nos encomendamos en particular a la acción materna de la Santísima Virgen. Ella, que es la madre de Cristo y a la vez miembro de la Iglesia como «miembro supereminente y completamente singular»,(19) es al mismo tiempo «Madre de la Iglesia». Como tal «engendra» continuamente hijos para el Cuerpo místico del Hijo. Lo hace mediante su intercesión, implorando para ellos la efusión inagotable del Espíritu. Ella es el icono perfecto de la maternidad de la Iglesia.

El Rosario nos transporta místicamente junto a María, dedicada a seguir el crecimiento humano de Cristo en la casa de Nazaret. Eso le permite educarnos y modelarnos con la misma solicitud, hasta que Cristo «sea formado» plenamente en nosotros (cf. Ga 4,19). Esta acción de María, basada totalmente en la de Cristo y subordinada radicalmente a ella, «favorece, y de ninguna manera impide, la unión inmediata de los creyentes con Cristo».(20) Es el principio iluminador expresado por el Concilio Vaticano II, que tan intensamente he experimentado en mi vida, haciendo de él la base de mi lema episcopal: Totus tuus.(21) Un lema, como es sabido, inspirado en la doctrina de san Luis María Grignion de Montfort, que explicó de la siguiente manera el papel de María en el proceso de configuración de cada uno de nosotros con Cristo: «Como quiera que toda nuestra perfección consiste en ser conformes, unidos y consagrados a Jesucristo, la más perfecta de las devociones es, sin duda alguna, la que nos conforma, nos une y nos consagra lo más perfectamente posible a Jesucristo. Ahora bien, siendo María, de todas las criaturas, la más conforme a Jesucristo, se sigue que, de todas las devociones, la que más consagra y conforma un alma a Jesucristo es la devoción a María, su santísima Madre, y que cuanto más consagrada esté un alma a la Santísima Virgen, tanto más lo estará a Jesucristo».(22) Verdaderamente, en el Rosario el camino de Cristo y el de María se encuentran profundamente unidos. María no vive más que en Cristo y en función de Cristo.

Rogar a Cristo con María

16. Cristo nos ha invitado a dirigirnos a Dios con insistencia y confianza para ser escuchados: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá» (Mt 7,7). El fundamento de esta eficacia de la oración es la bondad del Padre, pero también la mediación de Cristo ante Él (cf. 1 Jn 2,1) y la acción del Espíritu Santo, que «intercede por nosotros» (Rm 8,26-27) según los designios de Dios. En efecto, nosotros «no sabemos cómo pedir» (Rm 8,26) y a veces no somos escuchados porque pedimos mal (cf. St 4,2-3).

Para apoyar la oración, que Cristo y el Espíritu hacen brotar en nuestro corazón, interviene María con su intercesión materna. «La oración de la Iglesia está como apoyada en la oración de María».(23) Efectivamente, si Jesús, único Mediador, es el Camino de nuestra oración, María, pura transparencia de Él, muestra el Camino, y «a partir de esta cooperación singular de María a la acción del Espíritu Santo, las Iglesias han desarrollado la oración a la santa Madre de Dios, centrándola sobre la persona de Cristo manifestada en sus misterios».(24) En las bodas de Caná, el Evangelio muestra precisamente la eficacia de la intercesión de María, que se hace portavoz ante Jesús de las necesidades humanas: «No tienen vino» (Jn 2,3).

El Rosario es a la vez meditación y súplica. La plegaria insistente a la Madre de Dios se apoya en la confianza de que su materna intercesión lo puede todo ante el corazón del Hijo. Ella es «omnipotente por gracia», como, con audaz expresión que debe entenderse bien, dijo en su Súplica a la Virgen el Beato Bartolomé Longo.(25) Esta certeza, basada en el Evangelio, se ha ido consolidando por experiencia en el pueblo cristiano. El eminente poeta Dante la interpreta estupendamente, siguiendo a san Bernardo, cuando canta: «Mujer, eres tan grande y tanto vales, que quien desea una gracia y no recurre a ti, quiere que su deseo vuele sin alas».(26) En el Rosario, mientras suplicamos a María, templo del Espíritu Santo (cf. Lc 1,35), ella intercede por nosotros ante el Padre que la llenó de gracia y ante el Hijo nacido de su seno, rogando con nosotros y por nosotros.

Anunciar a Cristo con María

17. El Rosario es también un itinerario de anuncio y de profundización, en el que el misterio de Cristo es presentado continuamente en los diversos aspectos de la experiencia cristiana. Es una presentación orante y contemplativa, que trata de modelar al cristiano según el corazón de Cristo. Efectivamente, si en el rezo del Rosario se valoran adecuadamente todos sus elementos para una meditación eficaz, se da, especialmente en la celebración comunitaria en las parroquias y los santuarios, una significativa oportunidad catequética que los pastores deben saber aprovechar. La Virgen del Rosario continúa también de este modo su obra de anunciar a Cristo. La historia del Rosario muestra cómo esta oración fue utilizada especialmente por los Dominicos en un momento difícil para la Iglesia a causa de la difusión de la herejía. Hoy estamos ante nuevos desafíos. ¿Por qué no volver a tomar en la mano las cuentas del rosario con la fe de quienes nos han precedido? El Rosario conserva toda su fuerza y sigue siendo un recurso importante en el bagaje pastoral de todo buen evangelizador.

CAPÍTULO II
MISTERIOS DE CRISTO, MISTERIOS DE LA MADRE

El Rosario, «compendio del Evangelio»

18. A la contemplación del rostro de Cristo sólo se llega escuchando, en el Espíritu, la voz del Padre, pues «nadie conoce bien al Hijo sino el Padre» (Mt 11,27). Cerca de Cesarea de Felipe, ante la confesión de Pedro, Jesús puntualiza de dónde proviene esta clara intuición sobre su identidad: «No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (Mt 16,17). Así pues, es necesaria la revelación de lo alto. Pero, para acogerla, es indispensable ponerse a la escucha: «Sólo la experiencia del silencio y de la oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente, de aquel misterio».(27)

El Rosario es una de las modalidades tradicionales de la oración cristiana orientada a la contemplación del rostro de Cristo. Así lo describía el Papa Pablo VI: «Oración evangélica centrada en el misterio de la Encarnación redentora, el Rosario es, pues, oración de orientación profundamente cristológica. En efecto, su elemento más característico -la repetición litánica del "Dios te salve, María"- se convierte también en alabanza constante a Cristo, término último del anuncio del Ángel y del saludo de la madre del Bautista: "Bendito el fruto de tu seno" (Lc 1,42). Diremos más: la repetición del Ave María constituye el tejido sobre el cual se desarrolla la contemplación de los misterios: el Jesús que toda Ave María recuerda es el mismo que la sucesión de los misterios nos propone una y otra vez como Hijo de Dios y de la Virgen».(28)

Una incorporación oportuna

19. De los muchos misterios de la vida de Cristo, el Rosario, tal como se ha consolidado en la práctica más común corroborada por la autoridad eclesial, sólo considera algunos. Dicha selección proviene del contexto original de esta oración, que se organizó teniendo en cuenta el número 150, que es el mismo de los Salmos.

No obstante, para resaltar el carácter cristológico del Rosario, considero oportuna una incorporación que, si bien se deja a la libre consideración de los individuos y de la comunidad, les permita contemplar también los misterios de la vida pública de Cristo desde el bautismo a la pasión. En efecto, en estos misterios contemplamos aspectos importantes de la persona de Cristo como revelador definitivo de Dios. Él es quien, declarado Hijo predilecto del Padre en el bautismo en el Jordán, anuncia la llegada del Reino, dando testimonio de él con sus obras y proclamando sus exigencias. Durante la vida pública es cuando el misterio de Cristo se manifiesta de manera especial como misterio de luz: «Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo» (Jn 9,5).

Así pues, para que pueda decirse que el Rosario es más plenamente «compendio del Evangelio», es conveniente que, tras haber recordado la encarnación y la vida oculta de Cristo (misterios de gozo), y antes de considerar los sufrimientos de la pasión (misterios de dolor) y el triunfo de la resurrección (misterios de gloria), la meditación se centre también en algunos momentos particularmente significativos de la vida pública (misterios de luz). Esta incorporación de nuevos misterios, sin perjudicar ningún aspecto esencial de la estructura tradicional de esta oración, se orienta a hacerla vivir con renovado interés en la espiritualidad cristiana, como verdadera introducción a la profundidad del Corazón de Cristo, abismo de gozo y de luz, de dolor y de gloria.

Misterios de gozo

20. El primer ciclo, el de los «misterios gozosos», se caracteriza efectivamente por el gozo que produce el acontecimiento de la Encarnación. Esto es evidente desde la Anunciación, cuando el saludo de Gabriel a la Virgen de Nazaret se une a la invitación a la alegría mesiánica: «Alégrate, María». A este anuncio apunta toda la historia de la salvación; es más, en cierto modo, la historia misma del mundo. En efecto, si el designio del Padre es recapitular en Cristo todas las cosas (cf. Ef 1,10), el don divino con el que el Padre se acerca a María para hacerla Madre de su Hijo alcanza a todo el universo. A su vez, toda la humanidad está como implicada en el fiat con el que ella responde prontamente a la voluntad de Dios.

El júbilo se percibe en la escena del encuentro con Isabel, donde la voz misma de María y la presencia de Cristo en su seno hacen «saltar de alegría» a Juan (cf. Lc 1,44). Repleta de gozo es la escena de Belén, donde el nacimiento del divino Niño, el Salvador del mundo, es cantado por los ángeles y anunciado a los pastores como «una gran alegría» (Lc 2,10).

Pero ya los dos últimos misterios, aun conservando el sabor de la alegría, anticipan indicios del drama. En efecto, la presentación en el templo, a la vez que expresa la dicha de la consagración y extasía al anciano Simeón, contiene también la profecía de que el Niño será «señal de contradicción» para Israel y de que una espada traspasará el alma de la Madre (cf. Lc 2,34-35). Gozoso y dramático al mismo tiempo es también el episodio de Jesús, a los 12 años, en el templo. Aparece con su sabiduría divina mientras escucha y pregunta, y desempeñando sustancialmente el papel de quien «enseña». La revelación de su misterio de Hijo, dedicado enteramente a las cosas del Padre, anuncia aquel radicalismo evangélico que, ante las exigencias absolutas del Reino, cuestiona hasta los más profundos lazos de afecto humano. Incluso José y María, sobresaltados y angustiados, «no comprendieron» sus palabras (Lc 2,50).

De este modo, meditar los misterios «gozosos» significa adentrarse en los motivos últimos de la alegría cristiana y en su sentido más profundo. Significa fijar la mirada sobre lo concreto del misterio de la Encarnación y sobre el sombrío anuncio del misterio del dolor salvífico. María nos ayuda a aprender el secreto de la alegría cristiana, recordándonos que el cristianismo es ante todo evangelion, «buena noticia», que tiene su centro o, mejor dicho, su contenido mismo, en la persona de Cristo, el Verbo hecho carne, único Salvador del mundo.

Misterios de luz

21. Pasando de la infancia y de la vida de Nazaret a la vida pública de Jesús, la contemplación nos lleva a los misterios que se pueden llamar de manera especial «misterios de luz». En realidad, todo el misterio de Cristo es luz. Él es «la luz del mundo» (Jn 8,12). Pero esta dimensión se manifiesta sobre todo en los años de la vida pública, cuando anuncia el evangelio del Reino. Deseando indicar a la comunidad cristiana cinco momentos significativos -misterios «luminosos»- de esta fase de la vida de Cristo, pienso que se pueden señalar: 1) su bautismo en el Jordán; 2) su autorrevelación en las bodas de Caná; 3) el anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión; 4) su Transfiguración; 5) la institución de la Eucaristía, expresión sacramental del misterio pascual.

Cada uno de estos misterios revela el Reino ya presente en la persona misma de Jesús. Misterio de luz es ante todo el bautismo en el Jordán. En él, mientras Cristo, como inocente que se hace "pecado" por nosotros (cf. 2 Cor 5,21), entra en el agua del río, el cielo se abre y la voz del Padre lo proclama Hijo predilecto (cf. Mt 3,17 par.), y el Espíritu desciende sobre Él para investirlo de la misión que le espera. Misterio de luz es el comienzo de los signos en Caná (cf. Jn 2,1-12), cuando Cristo, transformando el agua en vino, abre el corazón de los discípulos a la fe gracias a la intervención de María, la primera creyente. Misterio de luz es la predicación con la cual Jesús anuncia la llegada del Reino de Dios e invita a la conversión (cf. Mc 1,15), perdonando los pecados de quien se acerca a Él con humilde fe (cf. Mc 2,3-13; Lc 7,47-48), iniciando así el ministerio de misericordia que Él seguirá ejerciendo hasta el fin del mundo, especialmente a través del sacramento de la reconciliación confiado a la Iglesia. Misterio de luz por excelencia es la Transfiguración, que según la tradición tuvo lugar en el monte Tabor. La gloria de la divinidad resplandece en el rostro de Cristo, mientras el Padre lo acredita ante los apóstoles extasiados para que lo «escuchen» (cf. Lc 9,35 par.) y se dispongan a vivir con Él el momento doloroso de la Pasión, a fin de llegar con Él a la alegría de la Resurrección y a una vida transfigurada por el Espíritu Santo. Misterio de luz es, por último, la institución de la Eucaristía, en la cual Cristo se hace alimento con su Cuerpo y su Sangre bajo las especies del pan y del vino, dando testimonio de su amor por la humanidad «hasta el extremo» (Jn 13,1) y por cuya salvación se ofrecerá en sacrificio.

Excepto en el de Caná, en estos misterios la presencia de María queda en el trasfondo. Los evangelios apenas insinúan su eventual presencia en algún que otro momento de la predicación de Jesús (cf. Mc 3,31-35; Jn 2,12) y nada dicen sobre su presencia en el Cenáculo en el momento de la institución de la Eucaristía. Pero, de algún modo, el cometido que desempeña en Caná acompaña toda la misión de Cristo. La revelación, que en el bautismo en el Jordán proviene directamente del Padre y ha resonado en el Bautista, aparece también en labios de María en Caná, y se convierte en su gran invitación materna dirigida a la Iglesia de todos los tiempos: «Haced lo que él os diga» (Jn 2,5). Es una exhortación que introduce muy bien las palabras y signos de Cristo durante su vida pública, siendo como el telón de fondo mariano de todos los «misterios de luz».

Misterios de dolor

22. Los evangelios dan gran relieve a los misterios del dolor de Cristo. La piedad cristiana, especialmente en la Cuaresma, con la práctica del Vía Crucis, se ha detenido siempre en cada uno de los momentos de la Pasión, intuyendo que ellos son el culmen de la revelación del amor y la fuente de nuestra salvación. El Rosario escoge algunos momentos de la Pasión, invitando al orante a fijar en ellos la mirada de su corazón y a revivirlos. El itinerario meditativo se abre con Getsemaní, donde Cristo vive un momento particularmente angustioso frente a la voluntad del Padre, contra la cual la debilidad de la carne se sentiría inclinada a rebelarse. Allí, Cristo se pone en lugar de todas las tentaciones de la humanidad y frente a todos los pecados de los hombres, para decirle al Padre: «No se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22,42 par.). Este «sí» suyo cambia el «no» de los progenitores en el Edén. Y cuánto le costaría esta adhesión a la voluntad del Padre se manifiesta en los misterios siguientes, en los que, con la flagelación, la coronación de espinas, la subida al Calvario y la muerte en cruz, se ve sumido en la mayor ignominia: Ecce homo!

En este oprobio no sólo se revela el amor de Dios, sino también el sentido mismo del hombre. Ecce homo!: quien quiera conocer al hombre, ha de saber descubrir su sentido, su raíz y su cumplimiento en Cristo, Dios que se humilla por amor «hasta la muerte y muerte de cruz» (Flp 2,8). Los misterios de dolor llevan al creyente a revivir la muerte de Jesús poniéndose al pie de la cruz junto a María, para penetrar con ella en la inmensidad del amor de Dios al hombre y sentir toda su fuerza regeneradora.

Misterios de gloria

23. «La contemplación del rostro de Cristo no puede reducirse a su imagen de crucificado. ¡Él es el Resucitado!».(29) El Rosario ha expresado siempre esta convicción de fe, invitando al creyente a superar la oscuridad de la Pasión para fijarse en la gloria de Cristo en su Resurrección y en su Ascensión. Contemplando al Resucitado, el cristiano descubre de nuevo las razones de su fe (cf. 1 Cor 15,14), y no solamente revive la alegría de aquellos a los que Cristo se manifestó -los Apóstoles, la Magdalena, los discípulos de Emaús-, sino también el gozo de María, que experimentó de modo intenso la nueva vida del Hijo glorificado. A esta gloria, que con la Ascensión pone a Cristo a la derecha del Padre, sería elevada ella misma con la Asunción, anticipando así, por especialísimo privilegio, el destino reservado a todos los justos con la resurrección de la carne. Al fin, coronada de gloria -como aparece en el último misterio glorioso-, María resplandece como Reina de los ángeles y los santos, anticipación y culmen de la condición escatológica de la Iglesia.

En el centro de este itinerario de gloria del Hijo y de la Madre, el Rosario considera, en el tercer misterio glorioso, Pentecostés, que muestra el rostro de la Iglesia como una familia reunida con María, avivada por la efusión impetuosa del Espíritu y dispuesta para la misión evangelizadora. La contemplación de éste, como de los otros misterios gloriosos, ha de llevar a los creyentes a tomar conciencia cada vez más viva de su nueva vida en Cristo, en el seno de la Iglesia; una vida cuyo gran «icono» es la escena de Pentecostés. De este modo, los misterios gloriosos alimentan en los creyentes la esperanza en la meta escatológica, hacia la cual se encaminan como miembros del Pueblo de Dios peregrino en la historia. Esto les impulsará necesariamente a dar un testimonio valiente de aquel «gozoso anuncio» que da sentido a toda su vida.

De los "misterios" al "Misterio": el camino de María

24. Los ciclos de meditaciones propuestos en el santo Rosario no son ciertamente exhaustivos, pero evocan lo esencial, preparando el alma para gustar un conocimiento de Cristo que se alimenta continuamente del manantial puro del texto evangélico. Cada rasgo de la vida de Cristo, tal como lo narran los evangelistas, refleja aquel misterio que supera todo conocimiento (cf. Ef 3,19). Es el misterio del Verbo hecho carne, en el cual «reside toda la plenitud de la divinidad corporalmente» (Col 2,9). Por eso el Catecismo de la Iglesia Católica insiste tanto en los misterios de Cristo, recordando que «todo en la vida de Jesús es signo de su Misterio».(30) El «duc in altum!» de la Iglesia en el tercer milenio se basa en la capacidad de los cristianos de penetrar en «el perfecto conocimiento del misterio de Dios, esto es, en Cristo, en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia» (Col 2,2-3). La carta a los Efesios desea ardientemente a todos los bautizados: «Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor [...], podáis conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la total plenitud de Dios» (Ef 3,17-19).

El Rosario promueve este ideal, ofreciendo el «secreto» para abrirse más fácilmente a un conocimiento profundo y comprometido de Cristo. Podríamos llamarlo el camino de María. Es el camino del ejemplo de la Virgen de Nazaret, mujer de fe, de silencio y de escucha. Es, al mismo tiempo, el camino de una devoción mariana consciente de la inseparable relación que une a Cristo con su Santa Madre: los misterios de Cristo son también, en cierto sentido, los misterios de su Madre, incluso cuando ella no está implicada directamente, por el hecho mismo de que ella vive de Él y por Él. Haciendo nuestras en el Ave María las palabras del ángel Gabriel y de santa Isabel, nos sentimos impulsados a buscar siempre de nuevo en María, entre sus brazos y en su corazón, el «fruto bendito de su vientre» (cf. Lc 1,42).

Misterio de Cristo, «misterio» del hombre

25. En el testimonio ya citado de 1978 sobre el Rosario como mi oración predilecta, expresé un concepto sobre el que deseo volver. Dije entonces que «el simple rezo del Rosario marca el ritmo de la vida humana».(31)

A la luz de las reflexiones hechas hasta ahora sobre los misterios de Cristo, no es difícil profundizar en esta consideración antropológica del Rosario. Una consideración más radical de lo que puede parecer a primera vista. Quien contempla a Cristo recorriendo las etapas de su vida, descubre también en Él la verdad sobre el hombre. Ésta es la gran afirmación del Concilio Vaticano II, que tantas veces he hecho objeto de mi magisterio, a partir de la Carta Encíclica Redemptor hominis: «Realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado».(32) El Rosario ayuda a abrirse a esta luz. Siguiendo el camino de Cristo, en el cual el camino del hombre «es recapitulado»,(33) desvelado y redimido, el creyente se sitúa ante la imagen del verdadero hombre. Contemplando su nacimiento aprende el carácter sagrado de la vida; observando la casa de Nazaret se percata de la verdad originaria de la familia según el designio de Dios; escuchando al Maestro en los misterios de su vida pública encuentra la luz para entrar en el Reino de Dios; y, siguiendo sus pasos hacia el Calvario, comprende el sentido del dolor salvador. Por último, contemplando a Cristo y a su Madre en la gloria, ve la meta a la que cada uno de nosotros está llamado, si se deja sanar y transfigurar por el Espíritu Santo. De este modo, se puede decir que cada misterio del Rosario, bien meditado, ilumina el misterio del hombre.

Al mismo tiempo, resulta natural presentar en este encuentro con la santa humanidad del Redentor los numerosos problemas, afanes, fatigas y proyectos que marcan nuestra vida. «Descarga en el señor tu peso, y él te sustentará» (Sal 55,23). Meditar con el Rosario significa poner nuestros afanes en los corazones misericordiosos de Cristo y de su Madre. Después de largos años, recordando los sinsabores, que no han faltado tampoco en el ejercicio del ministerio petrino, deseo repetir, casi como una cordial invitación dirigida a todos para que hagan de ello una experiencia personal: sí, verdaderamente el Rosario «marca el ritmo de la vida humana», para armonizarla con el ritmo de la vida divina, en gozosa comunión con la Santísima Trinidad, destino y anhelo de nuestra existencia.

CAPÍTULO III
«PARA MÍ, LA VIDA ES CRISTO»

El Rosario, camino de asimilación del misterio

26. El Rosario propone la meditación de los misterios de Cristo con un método característico, adecuado para favorecer su asimilación. Se trata del método basado en la repetición. Esto vale ante todo para el Ave María, que se repite diez veces en cada misterio. Si consideramos superficialmente esta repetición, se podría pensar que el Rosario es una práctica árida y aburrida. En cambio, es muy diferente la consideración sobre el rosario si se toma como expresión del amor que no se cansa de dirigirse a la persona amada con manifestaciones que, a pesar de ser parecidas en su expresión, son siempre nuevas por el sentimiento que las inspira.

En Cristo, Dios asumió verdaderamente un «corazón de carne». Cristo no solamente tiene un corazón divino, rico en misericordia y perdón, sino también un corazón humano, capaz de todas las expresiones de afecto. A este respecto, si necesitáramos un testimonio evangélico, no sería difícil encontrarlo en el conmovedor diálogo de Cristo con Pedro después de la Resurrección. «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?» Tres veces se le hace la pregunta, y tres veces Pedro responde: «Señor, tú sabes que te quiero» (cf. Jn 21,15-17). Más allá del sentido específico del pasaje, tan importante para la misión de Pedro, a nadie se le escapa la belleza de esta triple repetición, en la cual la reiterada pregunta y la respuesta se expresan en términos bien conocidos por la experiencia universal del amor humano. Para comprender el Rosario, hace falta entrar en la dinámica psicológica propia del amor.

Una cosa está clara: si la repetición del Ave María se dirige directamente a María, el acto de amor, con ella y por ella, se dirige a Jesús. La repetición favorece el deseo de una configuración cada vez más plena con Cristo, verdadero «programa» de la vida cristiana. San Pablo lo enunció con palabras ardientes: «Para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia» (Flp 1,21). Y también: «No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Ga 2,20). El Rosario nos ayuda a crecer en esta configuración hasta la meta de la santidad.

Un método válido...

27. No debe extrañarnos que la relación con Cristo se sirva de la ayuda de un método. Dios se comunica con el hombre respetando nuestra naturaleza y sus ritmos vitales. Por esto la espiritualidad cristiana, incluso conociendo las formas más sublimes del silencio místico, en el que todas las imágenes, palabras y gestos son, en cierto modo, superados por la intensidad de una unión inefable del hombre con Dios, se caracteriza normalmente por la implicación de toda la persona, en su compleja realidad psicofísica y relacional.

Esto aparece de modo evidente en la liturgia. Los sacramentos y los sacramentales están estructurados con una serie de ritos relacionados con las diversas dimensiones de la persona. También la oración no litúrgica expresa la misma exigencia. Esto se confirma por el hecho de que, en Oriente, la oración más característica de la meditación cristológica, la que está centrada en las palabras «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador»,(34) está vinculada tradicionalmente con el ritmo de la respiración, que, mientras favorece la perseverancia en la invocación, da como una consistencia física al deseo de que Cristo se convierta en la respiración, el alma y el «todo» de la vida.

... que, no obstante, se puede mejorar

28. En la Carta apostólica Novo millennio ineunte recordé que en Occidente existe hoy también una renovada exigencia de meditación, que encuentra a veces en otras religiones modalidades bastante atractivas.(35) Hay cristianos que, al conocer poco la tradición contemplativa cristiana, se dejan atraer por tales propuestas. Sin embargo, aunque éstas tengan elementos positivos y a veces integrables con la experiencia cristiana, a menudo esconden un fondo ideológico inaceptable. En dichas experiencias abunda también una metodología que, pretendiendo alcanzar una alta concentración espiritual, usa técnicas de tipo psicofísico, repetitivas y simbólicas. El Rosario forma parte de este cuadro universal de la fenomenología religiosa, pero tiene características propias, que responden a las exigencias específicas de la vida cristiana.

En efecto, el Rosario es un método para contemplar. Como método, debe ser utilizado en relación al fin y no puede ser un fin en sí mismo. Pero tampoco debe infravalorarse, dado que es fruto de una experiencia secular. La experiencia de innumerables santos aboga en su favor. Lo cual no impide que pueda ser mejorado. Precisamente a esto se orienta la incorporación, en el ciclo de los misterios, de la nueva serie de los mysteria lucis, junto con algunas sugerencias sobre el rezo del Rosario que propongo en esta carta. Con ello, aunque respetando la estructura firmemente consolidada de esta oración, quiero ayudar a los fieles a comprenderla en sus aspectos simbólicos, en sintonía con las exigencias de la vida cotidiana. De otro modo, existe el riesgo de que esta oración no sólo no produzca los efectos espirituales deseados, sino que el rosario mismo con el que suele recitarse, acabe por considerarse un amuleto o un objeto mágico, con una radical distorsión de su sentido y su cometido.

El enunciado del misterio

29. Enunciar el misterio, y tener tal vez la oportunidad de contemplar al mismo tiempo una imagen que lo represente, es como abrir un escenario en el cual concentrar la atención. Las palabras conducen la imaginación y el espíritu a aquel determinado episodio o momento de la vida de Cristo. En la espiritualidad que se ha desarrollado en la Iglesia, tanto a través de la veneración de imágenes que enriquecen muchas devociones con elementos sensibles, como también del método propuesto por san Ignacio de Loyola en los Ejercicios Espirituales, se ha recurrido al elemento visual e imaginativo (la compositio loci), considerándolo de gran ayuda para favorecer la concentración del espíritu en el misterio. Por lo demás, es una metodología que se corresponde con la lógica misma de la Encarnación: Dios quiso asumir, en Jesús, rasgos humanos. Por medio de su realidad corpórea, entramos en contacto con su misterio divino.

El enunciado de los diversos misterios del Rosario se corresponde también con esta exigencia de concreción. Es cierto que no sustituyen al Evangelio ni tampoco se refieren a todas sus páginas. El Rosario, por tanto, no reemplaza la lectio divina, sino que, por el contrario, la supone y la promueve. Pero si los misterios considerados en el Rosario, aun con el complemento de los mysteria lucis, se limita a las líneas fundamentales de la vida de Cristo, a partir de ellos la atención se puede extender fácilmente al resto del Evangelio, sobre todo cuando el Rosario se reza en momentos especiales de prolongado recogimiento.

La escucha de la palabra de Dios

30. Para dar fundamento bíblico y mayor profundidad a la meditación, es útil que al enunciado del misterio siga la proclamación del pasaje bíblico correspondiente, que puede ser más o menos largo según las circunstancias. En efecto, otras palabras nunca tienen la eficacia de la palabra inspirada. Ésta se debe escuchar con la certeza de que es palabra de Dios, pronunciada para hoy y «para mí».

Acogida de este modo, la palabra entra en la metodología de la repetición del Rosario sin el aburrimiento que produciría la simple reiteración de una información ya conocida. No, no se trata de recordar una información, sino de dejar «hablar» a Dios. En alguna ocasión solemne y comunitaria, esta palabra se puede ilustrar con algún breve comentario.

El silencio

31. La escucha y la meditación se alimentan del silencio. Es conveniente que, después de enunciar el misterio y proclamar la Palabra, esperemos unos momentos antes de iniciar la oración vocal, para fijar la atención sobre el misterio meditado. El redescubrimiento del valor del silencio es uno de los secretos para la práctica de la contemplación y la meditación. Uno de los límites de una sociedad tan condicionada por la tecnología y los medios de comunicación social es que el silencio se hace cada vez más difícil. Así como en la liturgia se recomienda que haya momentos de silencio, en el rezo del Rosario es también oportuno hacer una breve pausa después de escuchar la palabra de Dios, concentrando el espíritu en el contenido de un determinado misterio.

El «Padrenuestro»

32. Después de haber escuchado la Palabra y centrado la atención en el misterio, es natural que el alma se eleve hacia el Padre. Jesús, en cada uno de sus misterios, nos lleva siempre al Padre, al cual Él se dirige continuamente, porque descansa en su «seno» (cf. Jn 1,18). Él nos quiere introducir en la intimidad del Padre para que digamos con Él: «¡Abbá, Padre!» (Rm 8,15; Ga 4,6). En esta relación con el Padre nos hace hermanos suyos y entre nosotros, comunicándonos el Espíritu, que es a la vez suyo y del Padre. El «Padrenuestro», puesto como fundamento de la meditación cristológico-mariana que se desarrolla mediante la repetición del Ave María, hace que la meditación del misterio, aun cuando se tenga en soledad, sea una experiencia eclesial.

Las diez «Avemarías»

33. Este es el elemento más extenso del Rosario y que a la vez lo convierte en una oración mariana por excelencia. Pero precisamente a la luz del Ave María, bien entendida, es donde se nota con claridad que el carácter mariano no se opone al cristológico, sino que más bien lo subraya y lo exalta. En efecto, la primera parte del Ave María, tomada de las palabras dirigidas a María por el ángel Gabriel y por santa Isabel, es contemplación adorante del misterio que se realiza en la Virgen de Nazaret. Expresan, por así decir, la admiración del cielo y de la tierra y, en cierto sentido, dejan entrever la complacencia de Dios mi.


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