viernes, 7 de mayo de 2021

MARÍA EN LA BIBLIA: LA NUEVA EVA

 María en la Biblia: La Nueva Eva (Inmaculada concepción)





Cuando hablamos de doctrinas marianas algunos se preguntan por qué la Biblia habla tan poco de María si realmente es tan importante y por qué la Iglesia en sus primerísimas décadas de vida no parecía ser tampoco consciente de su relevancia. Lo que vamos a ver aquí es que en realidad las cosas no son así. Es como cuando la luna sale de día; la luz del sol es tan potente que es fácil que la luna pase desapercibida si no te fijas en dónde está, pero está. La luz de Cristo hace que cualquier otra luz palidezca a su alrededor, pero si sabemos dónde mirar veremos que cuando la Biblia y los primeros cristianos nos hablan de María, no se necesitan muchas palabras para dejar clara su gran importancia.



En las primeras décadas del cristianismo las predicaciones, incluidos los textos bíblicos, son lógicamente muy cristocéntricos; se está lanzando la buena nueva de que Jesús es Dios y nos ha salvado y eso es casi lo único que importa, lo demás es para entender cómo eso es posible. Los restantes temas doctrinales pueden estar presentes, pero en un muy segundo plano y casi sin desarrollar. Cuando la Iglesia deja de ser principalmente comunidades pequeñas de conversos y empieza a haber mucha gente que se ha criado y vive en parte rodeada de la fe, entonces es cuando ese mensaje central se da ya por sentado y se empieza a buscar una mayor profundidad en las doctrinas; hay un lógico deseo de conocer más todos los detalles de la Verdad, no sólo su idea central. Y ahí es cuando se inicia un período de varios siglos (fundamentalmente desde mediados del II hasta el V) en el que los cristianos van profundizando en su fe y poco a poco va poniéndose el foco en cuestiones como cuál es la naturaleza de Jesús, qué son los sacramentos, la Trinidad, etc. No son cosas precisamente triviales y carentes de importancia, pero lo primero era lo primero, y hasta la segunda mitad del siglo II no se empiezan a desarrollar esos temas. Por eso no tiene nada de sorprendente que también el papel de María empiece a ser analizado con más detenimiento en ese mismo período, entre los siglos II y V, y siempre en paralelo con el desarrollo de la teología sobre Jesús, de modo que las doctrinas marianas son consecuencias lógicas de las doctrinas cristológicas que se van desarrollando, tal como nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica:


Lo que la fe católica cree acerca de María se funda en lo que cree acerca de Cristo, pero lo que enseña sobre María ilumina a su vez la fe en Cristo.


(CCC 487)

Lo que los evangelios nos dicen sobre María es de pocas palabras, salvo en Lucas, pero con eso les basta para hacer una serie de declaraciones sobre ella que resultan realmente sorprendentes, y más aún si ponemos lo que nos cuentan de ella bajo el contexto del resto de la Biblia y a la luz de lo que creían los judíos del siglo primero. En esta serie de artículos desvelaremos por qué muy pronto los cristianos empiezan a hacer unas declaraciones sobre María que resultan igualmente sorprendentes. Para ello vamos a ponernos en la mente de un judío del siglo primero.


TIPOLOGÍA


Antes de empezar con el tema de hoy tenemos que aclarar un concepto. No podemos entender bien quién es Jesús y cuál es su papel sin el Antiguo Testamento. En parte porque cuando Jesús hace o dice, lo realiza dentro de los moldes veterotestamentarios que conforman la mentalidad religiosa del judaísmo en la sociedad de su época y por tanto se explican mejor si conocemos y entendemos el Antiguo Testamento, y en parte por la tipología.


La palabra tipología deriva de tipo, del griego “typos”, que significa esbozo, boceto, y que suele traducirse por: tipo, figura, prefiguración. La Tipología, muy usada por la Iglesia primitiva, es el estudio de cómo en el Antiguo Testamento encontramos bocetos de Jesús o de otros personajes del Nuevo Testamento, pero al mismo tiempo lo que Jesús hace a veces no se puede entender bien si no lo ponemos en relación con lo que hicieron sus anteriores tipos. Es una forma de interpretar la Biblia que nos explica ya el mismo San Pablo. Así decimos por ejemplo que Moisés, José, Jonás, David, etc. son tipos (bocetos) de Jesús, pues cada uno de alguna forma son una prefiguración de lo que será Jesús y nos ayudan a entenderlo y contextualizarlo.


Pues bien, de igual modo ocurre con María. En el Antiguo Testamento tenemos “tipos” que nos explican quién es María, y lo que de ella se dice en la Biblia ha de entenderse también dentro de los moldes religiosos veterotestamentarios de los judíos del siglo primero. Hay detalles que para nosotros pasan desapercibidos pero que para un judío de esa época eran tremendamente reveladores, y así hay paralelismos entre el Antiguo y el Nuevo Testamento que arrojan una gran luz sobre quién era Jesús, pero también sobre quién era María. Empecemos por el principio, que precisamente nos llevará también al principio del Antiguo Testamento.



LA NUEVA EVA



El Nuevo Testamento nos presenta a Jesús como el nuevo Adán, cuya obediencia deshace la desobediencia del primer Adán:



Así pues, por medio de un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado entró la muerte, y así la muerte pasó a todos porque todos pecaron. Antes que hubiera ley, ya había pecado en el mundo; aunque el pecado no se toma en cuenta cuando no hay ley.  Sin embargo, desde el tiempo de Adán hasta el de Moisés, la muerte reinó sobre los que pecaron, aunque el pecado de éstos no consistió en desobedecer un mandato, como hizo Adán, el cual fue figura (typos) de aquel que había de venir. (…) Es decir, que por la desobediencia de un solo hombre, muchos fueron hechos pecadores; pero, de la misma manera, por la obediencia de un solo hombre, muchos serán hechos justos. [lea el pasaje completo] (Romanos, 5:12-14, 19)


También menciona esta “tipología” de forma explícita en otra carta suya:


Y así como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos tendrán vida. … Así dice la Escritura: «El primer hombre, Adán, se convirtió en un ser viviente»; pero el último Adán se convirtió en espíritu que da vida.


(1 Corintios 15:22, 45)

Este papel de Jesús como Nuevo Adán (el hombre nuevo) fue lógicamente continuado por la Iglesia primitiva, y así lo vemos en los primeros Padres, como Ireneo, Clemente de Alejandría, Orígenes, Atanasio, Gregorio Nacianceno, etc.


Cuando miramos a Jesús a través de los ojos de San Pablo, como Nuevo Adán, comprendemos que la salvación no consistía simplemente en rescatar pecadores del infierno, sino que Jesús vino a deshacer los efectos de la Caída protagonizada por el hombre (Adán) para así posibilitar la restauración del estado de gracia que la humanidad tenía antes de la ella.


Pero si San Pablo tiene razón en su planteamiento, y evidentemente la tiene pues este razonamiento se encuentra en la Biblia, tenemos que analizar más despacio este tema y ver que la Caída no fue exclusivamente culpa de Adán. De hecho el papel de Eva fue fundamental, pues ella fue la que haciendo caso a la Serpiente (Satanás) causó la caída de ambos y abrió las puertas a que el pecado entrara en el mundo y lo corrompiera. No podemos pensar en que Adán nos trajo el pecado como si Eva no hubiera hecho nada. Por lo tanto, si Jesús es el Nuevo Adán que deshace el pecado del primero, surge una pregunta obvia, ¿quién es la Nueva Eva?



No nos puede resultar extraño ver que cuando la Iglesia primitiva quiere expresar que María tiene un papel verdaderamente singular, sólo por debajo del mismo Jesús, lo haga con la doctrina de María como Nueva Eva. Si con Adán y Eva entró el pecado en el mundo, el Nuevo Adán (Jesús) y la Nueva Eva (María) nos traen la salvación: Jesús porque él nos salva, y María porque colaboró con el plan divino. Pero no sólo eso, si Jesús y María son el Nuevo Adán y la Nueva Eva es porque ambos son en sí mismos la antítesis de Adán y Eva caídos. Ambos suponen el regreso al mundo del hombre puro y la mujer pura, tal como fueron Adán y Eva antes de la Caída, y por tanto representan el culmen de lo que el hombre y la mujer pueden ser cuando no está en ellos la mancha del pecado.


San Pablo nos dice que por la desobediencia del primer Adán entró el pecado en el mundo y por la obediencia del Nuevo Adán muchos serán salvados. Puesto que es incuestionable afirmar que también por la desobediencia de la primera Eva entró el pecado en el mundo, también podemos decir que por la obediencia de la Nueva Eva la salvación llegó al mundo. cuando Dios maldijo a la serpiente en el Paraíso hizo un anuncio de esperanza para la humanidad:


“Por haber hecho esto, maldita seas entre todos los animales domésticos y entre todos los animales del campo. Te arrastrarás sobre tu vientre, y comerás polvo todos los días de tu vida. Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo. Él te herirá la cabeza y tú le herirás el talón.”


(Génesis 3:14-15)

La descendencia de Eva aplastará la cabeza de la serpiente (destruirá el pecado). Esa profecía que se refería a Eva se hace realidad en María, pues su descendencia (Jesús) destruyó el pecado.


EN LA IGLESIA PRIMITIVA

San Justino Mártir nació en Palestina en el año 100 aproximadamente. Es el primer teólogo cristiano, y ya nos encontramos en él este embrión de lo que serán las doctrinas marianas, una prueba de que para la Iglesia María nunca fue una simple mujer más.


“Cristo […] nació de la Virgen como hombre, a fin de que por el mismo camino que tuvo principio la desobediencia de la serpiente, por ese también fuera destruida. Porque Eva, cuando aún era virgen e incorrupta, habiendo concebido la palabra que le dijo la serpiente, dio a luz la desobediencia y la muerte; pero María, la virgen, concibió fe y gozo cuando el ángel Gabriel le dio la buena noticia de que el Espíritu del Señor vendría sobre Ella y que la virtud del Altísimo la cobijaría con su sombra, por lo cual lo nacido de Ella, santo, sería Hijo de Dios; a lo que respondió Ella: “Hágase en mí según tu palabra”. Y de la virgen nació Jesús, al que hemos demostrado que se refieren tantas Escrituras, por quien Dios destruye a la serpiente y a los ángeles y hombres que a ella se asemejan”.


(Justino Mártir, “Diálogo con Trifón” n.100, c. año 160)

Aquí se compara a María con Eva, cuando era “virgen e incorrupta” (inmaculada, sin pecado), pero a partir de esa similitud son presentadas como antítesis, igual que ocurría con Jesús y Adán. Eva obedece a la Serpiente y nos trae el pecado, María obedece a Dios y nos trae -por medio de su hijo- la salvación, y su hijo Jesús es esa descendencia que “destruye a la serpiente” tal como se le prometió a Eva.


No es esta una mera figura alegórica que San Justino use casualmente, sino que esa misma idea viene reflejada en la Biblia y también veremos que se repite una y otra vez en la teología cristiana de esos siglos primeros. Lo que vemos en Justino es el primer texto en donde dicha teología se expone explícitamente, pero no por una innovación, sino por explicar lo que en el evangelio se mostraba ya implícito. Al principio tenemos a Adán y Eva junto al árbol prohibido dando con su desobediencia entrada a la Serpiente/Satanás, y al final tenemos a Jesús y María junto al árbol de la cruz destruyendo, con su obediencia, a esa misma Serpiente.



Todo eso y más lo encontramos poco después en la teología de San Ireneo, que recordemos fue discípulo de San Policarpo, quien a su vez era discípulo de San Juan, el apóstol que se llevó a María a su casa y por tanto el que mejor la conoció. Para él el papel salvador de Jesús consistió en deshacer el nudo que había creado Adán (lo mismo que nos dijo San Pablo), por eso, afirma, San Lucas al dar la genealogía de Jesús empieza por el Señor y va hacia atrás hasta Adán, como deshaciendo el camino (Lucas 3:23ss). Para su teología, esta noción de deshacer el desaguisado es fundamental, y el papel que representa María como Nueva Eva, es casi tan fundamental deshaciendo el nudo como el que tuvo Eva a la hora de hacernos el nudo. En su libro “Contra los Herejes” (c. año 180) llega a decirnos cosas como:


“Eva, todavía virgen, se hizo desobediente y llegó a ser, para sí misma y para todo el género humano, causa de muerte. María, virgen obediente, se convierte para sí misma y para todo el género humano en causa de salvación […]. De María a Eva se reimplanta el mismo circuito, porque no hay otro modo de desatar lo que ha sido atado sino retomando el sentido contrario los cabos de la ligadura […]. De este modo la desobediencia de Eva ha sido rescatada por la obediencia de María, ya que lo que la virgen Eva ligó con la incredulidad, María lo desligó con la fe”.


(fragmentos del libro III, 3.10.4)

El papel que Ireneo concede a María es de tal magnitud, que no podría haber imaginado algo así por sí mismo si ello le hubiera puesto en contradicción con las doctrinas enseñadas por el apóstol San Juan a su maestro Policarpo. Y en efecto, de Juan debe de proceder ese concepto. Pero si Juan era consciente de que María ejercía un papel tan singular ¿por qué no lo dejó reflejado en su evangelio incluso con más ahínco que San Lucas? La respuesta es que sí lo hizo, pero al modo de Juan, usando un lenguaje teológico que apunta más allá de la superficie, como luego veremos.


Para los que aún afirman que la Iglesia primitiva ignoraba a María y que no fue hasta la Edad Media cuando se inventaron las doctrinas marianas, debe de ser muy desconcertante descubrir que ya en el siglo II un discípulo de segunda generación del mismo apóstol San Juan estaba diciendo que María es “causa de salvación para todo el género humano“. En Ireneo encontramos esta teología de María como Nueva Eva sorprendentemente desarrollada para ser un texto tan temprano. Para él Eva era un esbozo antropológico de la mujer, una especie de proyecto fallido, mientras que María suponía la perfección de ese proyecto. Si Jesús, además de Dios, era el modelo de hombre perfecto, María era el modelo de mujer perfecta. Evidentemente Ireneo se limita en todo punto a comparar a María y a Eva en cuanto a creaturas que son ambas, en ningún momento sugiere que María pueda compartir con Jesús algo de su divinidad, pero el caso es que ya en el siglo segundo nos encontramos con que uno de los más importantes y más tempranos padres de la Iglesia tiene un concepto de María que en esencia es tan elevado como pueda serlo en la Edad Media o en la actualidad, aunque su teología mariana no esté, lógicamente, tan elaborada.


EN EL NUEVO TESTAMENTO



Veamos ahora dos pasajes bíblicos que frecuentemente causan extrañeza por la manera tan fría que parece tener Jesús al dirigirse a su madre:


“Y como faltaba vino, la madre de Jesús le dijo: «No tienen vino». Jesús le respondió: «Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía».”


(Juan 2:3-4)

Algunos se atreven a interpretar esto como que Jesús trata a su madre con falta de respeto, lo que tal vez les venga bien para predicar que María no merece ningún trato especial. Si Jesús trata a su madre con cierto desdén, como si fuera una mujer cualquiera, está claro que nosotros no podemos venerarla. No se dan cuenta de que con ese argumento están acusando a Jesús de pecar contra el cuarto mandamiento (honrarás a tu padre y a tu madre). Incluso si María fuera una mujer como cualquier otra, para Jesús era su madre y le debe todo el respeto. Ningún judío de la época se habría dirigido a su madre con la palabra “mujer” sin ultrajarla.


Pero si vemos a Jesús llamar a su madre “mujer” la primera vez que Juan nos presenta a María, justo al inicio del magisterio de Jesús, veremos de nuevo lo mismo justo al final de su magisterio, cuando Jesús está en la cruz y un instante antes de morir se dirige de nuevo a su madre:


“Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre». Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.”


(Juan 19:25-27)

Aquí resulta incluso más extraño, pues le dice a Juan “Aquí tienes a tu madre”, y él ¿a su propia madre le llama “mujer”? Esto lo dice con sus últimas palabras, dedicando su último aliento a dejar a su madre, viuda y ahora sin hijos, al cuidado de Juan. Es un momento de enorme solemnidad, no es el momento de hacer tonterías. Si en las bodas de Caná nos quedó alguna duda, aquí a los pies de la cruz está claro que ese nombre, “Mujer”, no es ninguna banalidad, sino todo lo contrario. Pero si queremos encontrar la respuesta a este enigma no tendremos que movernos mucho, porque la encontraremos en la misma Biblia.


EN EL ANTIGUO TESTAMENTO


Si preguntamos a cualquier cristiano cómo se llamaba la primera mujer, todos dirán que Eva. Lo que pocos saben es que ese no fue su primer nombre. Cuando Dios creo a los animales los hizo desfilar delante de Adán para que les pusiera nombre a todos. Luego Dios creó a la mujer y Adán también le puso nombre, pero no fue “Eva”, sino otro:


“El hombre exclamó: «¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Se llamará Mujer (Ishah), porque del hombre (ish) ha sido sacada».”


(Génesis 2:23)

Por lo tanto la primera mujer se llamó Mujer, en hebreo Isha, en griego Gyné, y así se refiere a ella el Génesis cada vez que la menciona. Entonces ¿de dónde nos viene el nombre de Eva? También del Génesis, pero ese nuevo nombre se lo pone Adán después de la Caída. En la Biblia estamos acostumbrados a ver muchos casos en los que una persona es llamada a una nueva vida mejor, y recibe un nombre nuevo (Abrám: Abraham, Sarai: Sara, Jacob: Israel, Simón: Pedro, Saulo: Pablo). En este caso ocurre lo mismo, se le da a Mujer un nuevo nombre, aunque no por iniciar una vida mejor sino peor. Cuando la inmaculada Mujer cae en el pecado, Adán, quien le dio el nombre de Mujer, le cambió el nombre a Eva:


“Ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, de donde fuiste sacado. ¡Porque eres polvo y al polvo volverás!». El hombre dio a su mujer el nombre de Eva, por ser ella la madre de todos los vivientes.”


(Génesis 3:19-20)


Sólo dos veces aparece el nombre de Eva en la Biblia, en este momento de la Caída, y en el capítulo siguiente, en donde de nuevo lo vemos asociado al pecado:


“El hombre se unió a Eva, su mujer, y ella concibió y dio a luz a Caín.”


(Génesis 4:1)

Por lo tanto tenemos a Mujer, inmaculada, y a Eva, pecadora, como dos fases radicalmente opuestas de la compañera de Adán. Si San Juan quiere mostrarnos a María como la Nueva Eva, es lógico que no la llame Eva (pecadora) sino Mujer (sin mancha), pues María es la plenitud de Eva. Eso explica por qué cuando Juan nos muestra a María al principio del magisterio de Jesús, en Caná, y al final de su magisterio, en la cruz, Jesús se dirija en ambos casos a ella llamándole Mujer (y no Eva). Si la primera Eva invitó al primer Adán a cometer el primer pecado, ahora en Caná María, la nueva Eva, invita al Nuevo Adán a realizar su primer milagro. Eva inició la Caída, María pone en marcha la salvación.


En Caná el mensaje que encierran las palabras de Jesús es sobre sí mismo: si María es Mujer, la Nueva Eva, él es el Nuevo Adán según la teología de San Pablo, el que nos salvará de las consecuencias del pecado del Adán primero. En la cruz sin embargo el mensaje es sobre su madre: si María es “Mujer”, entonces es inmaculada, pues el pecado llegó a la Creación cuando Eva mordió la manzana, que es cuando Mujer pasó a llamarse Eva. Más aún, si Jesús hubiera dicho “Mamá, aquí tienes a tu hijo. Juan, ahí tienes a tu madre”, entonces todo habría quedado entre María y Juan. Pero lo que dice Jesús es:


“«Mujer, aquí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre»”.



Al referirse a su madre con el nombre primigenio de Eva, que como dice el Génesis es “la madre de todos los vivientes” y luego referirse a Juan con el genérico nombre de “el discípulo”, lo que está haciendo Jesús es transformar ese nuevo parentesco en figura (typos) de algo mucho más trascendente: María pasa a ser la madre de todos los discípulos de Jesús, es decir, de todos los cristianos. Dicho de otra forma, María no sólo es madre nuestra, sino también madre de la Iglesia (el conjunto de los discípulos de Jesús). Al mismo tiempo, si María pasa a ser nuestra madre, Jesús es nuestro hermano, y con más razón aún su Padre celestial es nuestro Padre. Jesús, además de asegurando la vejez de su madre, nos está incorporando a todos a su propia familia.


Para captar mejor este asunto y ver más claramente que Jesús está llamando a su madre con el nombre de la primera mujer, podríamos utilizar la palabra hebrea con la que se nombró a Eva: Ishah. Las anteriores citas quedarían entonces así:


“El hombre exclamó: «¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Se llamará Ishah, porque del ish ha sido sacada».”


(Génesis 2:23)

“Y como faltaba vino, la madre de Jesús le dijo: «No tienen vino». Jesús le respondió: «Ishah, ¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía».”


(Juan 2:3-4)

“«Ishah, aquí tienes a tu hijo»… Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre»”.


(Juan 19:26-27)

Para un judío de la época, ese uso de sobrenombres para referirse a alguien tratándole como representación de algo no tiene nada de extraño, como decir que Jesús es Enmanuel. Cuando Jesús quiso decirle a Pedro que estaba funcionando como el tentador no le dijo “pareces un diablo”, sino que le llamó por el nombre correspondiente y dijo “apártate de mí, Satanás” (Mateo 16:23). Por el mismo mecanismo, cuando quiere referirse a su madre como que está funcionando en su papel de Nueva Eva, le llama directamente Ishah (Mujer), igual que hizo con Pedro.


En San Pablo vemos la doctrina de Jesús como el Nuevo Adán, en San Juan vemos la doctrina de María como la Nueva Eva. En realidad ambos hablan de lo mismo desde dos puntos de vista distintos, pues si Jesús es el Adán primigenio, María es la primigenia Eva y viceversa, porque si el pecado vino al mundo mediante la colaboración de ambos, la salvación también llegó mediante la colaboración de los nuevos Adán y Eva. Efectivamente, los vemos juntos en el instante de la Caída:


“Cuando la mujer vio que el árbol era apetitoso para comer, agradable a la vista y deseable para adquirir discernimiento, tomó de su fruto y comió; luego se lo dio a su marido, que estaba con ella, y él también comió.”


(Génesis 3:6)


Y los vemos juntos en el momento de la Redención:


“Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.”


(Juan 19:25)

Para un protestante resulta escandalosa la idea de que María colabore con Jesús en la redención de alguna forma, pues sólo Dios salva. Para un católico, como lo era San Juan, el concepto de que el hombre colabore con Dios en la salvación es un concepto natural. Nosotros no somos sujetos pasivos de un Dios que hace y deshace con nosotros lo que quiere. Toda la Historia de la Salvación, y también nuestras individuales historias de salvación, son un actuar de Dios en colaboración con el hombre, por eso Dios eligió a un Pueblo, por eso sacó a su pueblo de Egipto mediante el brazo de Moisés, por eso nos abrió las puertas del cielo pero deja que nosotros decidamos caminar o no hacia ellas, por eso Jesús empezó su magisterio gracias al empujón que le dio María en Caná, por eso en la cruz no sólo sufrió Jesús, sino que a sus pies a María se le destrozó el corazón, tal como le había profetizado Simeón:


“Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos”.


(Lucas 2:34-35)



Es evidente que Dios pudo habernos salvado sin ayuda de nadie, que pudo haber sacado a su pueblo de Egipto sin ayuda de Moisés, que pudo habernos redimido sin ningún proceso de Pueblo Elegido y sin ni siquiera encarnarse, pero por la razón que sea decidió hacer todo con nuestra colaboración, y así sigue siendo. Pero si alguien piensa que el sufrimiento de María no añade nada a los padecimientos de Jesús, entonces que le pregunten a San Pablo qué quiso decir cuando escribió:


“Ahora me alegro de poder sufrir por ustedes, y completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia.”


(Colosenses 1:24)

Si San Pablo se atreve a decir que con su sufrimiento está contribuyendo al bien de la Iglesia, cooperando con Jesús, nadie puede decir que María con su sufrimiento a los pies de la cruz no hizo como poco lo mismo. San Juan, con su teología de la Nueva Eva, nos afirma que sí. Pero hay más.


EN EL APOCALIPSIS

San Juan es también el autor del Apocalipsis, el último libro de la Biblia. Este libro de visiones en donde todo son alegorías y símbolos, algunos allí mismo explicados y la mayoría no (porque están sacados del Antiguo Testamento), hace también alusiones al Génesis. Además de todas las alusiones a Dios, los santos y los ángeles, en este relato sobre la consumación de los tiempos vemos la exaltación de varios personajes que adquieren proporciones épicas:


Cristo Rey: 


El Jesús humilde y asesinado aparece en el Apocalipsis como el Rey victorioso y juez, el Pantocrátor, el León de Judá que dirigiendo los ejércitos celestiales va a derrotar a las fuerzas del mal y hacer justicia sobre todo y todos.



El Portento: 



La figura exaltada de María convertida en un personaje de dimensiones cósmicas.



El dragón:


 Satanás en su máximo esplendor, alcanzando lo más alto de su malvada gloria antes de ser destruido definitivamente. (El griego “drakon” se puede traducir indistintamente por dragón o por serpiente).


Estos tres personajes, que aquí son exaltados, recrean una vez más la historia del Génesis, pero ahora no tenemos a Adán y Eva siendo seducidos por la serpiente y trayendo el pecado, sino al Nuevo Adán y la Nueva Eva venciendo sobre la serpiente y destruyendo el pecado. Si en el Nuevo Testamento San Juan expuso sutilmente su teología de la Nueva Eva, en el Apocalipsis la desarrolla aún más. Puede leer la escena completa en Apocalipsis 12, aquí reproduciremos los fragmentos más significativos:


Y apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza. Estaba embarazada y gritaba de dolor porque iba a dar a luz. Y apareció en el cielo otro signo: un enorme Dragón rojo como el fuego. […] El Dragón se puso delante de la Mujer que iba a dar a luz, para devorar a su hijo en cuanto naciera. La Mujer tuvo un hijo varón que debía regir a todas las naciones con un cetro de hierro. Pero el hijo fue elevado hasta Dios y hasta su trono.


Aquí vemos a María de nuevo referida como “Mujer”. Por un lado la identificación con María está clara porque esta mujer está embarazada y da a luz “un hijo varón que debía regir todas las naciones con un cetro de hierro”, en clara referencia al Mesías. Este niño “debía regir…” porque así lo había profetizado el salmo 2, un salmo mesiánico donde se anuncia que el Mesías gobernará a todas las naciones “con un cetro de hierro”, no de oro como sería de esperar, en alusión a que traerá justicia con rigor. Si ese hijo varón es Jesús, entonces la mujer que lo da a luz es su madre, María. A continuación se describe lo que en el credo decimos como “y subió al cielo y está sentado a la diestra de Dios Padre” (el hijo fue elevado hasta Dios y hasta su trono). Pero por otro lado las referencias al Génesis se confirman porque ese dragón o serpiente que acecha es el mismísimo Satanás tal como se representó en el Génesis. Y por si alguien duda, el propio Juan nos lo aclara:


Y así fue precipitado el enorme Dragón, la antigua Serpiente, llamada Diablo o Satanás, y el seductor del mundo entero fue arrojado sobre la tierra con todos sus ángeles. (…) Ellos mismos [los mártires] lo han vencido, gracias a la sangre del Cordero y al testimonio que dieron de él, porque despreciaron su vida hasta la muerte.


Todo el Apocalipsis es muy cristocéntrico, pero en este capítulo la figura central (no de la historia global pero sí de esta escena) es la Mujer cósmica, la misma que ha dado a luz al Mesías. Y esa mujer no es una mujer ordinaria, no se limita a ser la madre del Mesías, sino que su poder aparece simbolizado en esa figura “revestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza”. No es una simple mujer, es una reina cósmica, o dicho con palabras de la teología católica, Reina del Cielo, pues de aquí viene tal denominación. Y a continuación se nos describe cómo el dragón, no pudiendo vencer al Mesías, centra su odio contra la segunda figura más importante, la Mujer.


El Dragón, al verse precipitado sobre la tierra, se lanzó en persecución de la Mujer que había dado a luz al hijo varón. Pero la Mujer recibió las dos alas de la gran águila para volar hasta su refugio en el desierto, donde debía ser alimentada durante tres años y medio, lejos de la Serpiente. La Serpiente vomitó detrás de la Mujer como un río de agua, para que la arrastrara. Pero la tierra vino en ayuda de la Mujer: abrió su boca y se tragó el río que el Dragón había vomitado. El Dragón, enfurecido contra la Mujer, se fue a luchar contra el resto de su descendencia, contra los que obedecen los mandamientos de Dios y poseen el testimonio de Jesús.


Vemos que también le ha resultado imposible vencer a la Mujer, es decir, mancharla con el pecado, pues si María es la Mujer del Génesis, es inmaculada (no en vano esta imagen del Portento es la que se usa en el catolicismo para representar la iconografía de la Inmaculada), pero el propio pasaje aquí muestra la diferencia. Jesús es inmaculado por sí mismo, porque es Dios, María es inmaculada, fuera del alcance de Satanás, porque recibe ayuda divina (las alas del águila, la tierra que se traga el río), es decir, si ella es inmaculada es porque Jesús es su salvador.


Los tres años y medio que la mujer pasa en el desierto a salvo se explican por una antigua tradición que dice que después de Pentecostés, cuando empieza a haber problemas, los discípulos deciden que Juan se lleve a María lejos de Jerusalén para ponerla a salvo (3’5 años no es un tiempo literal). Juan se la llevó a Éfeso. Es curioso que María sea llevada a su refugio por “las dos alas de la gran águila”, y el apóstol Juan, que fue quien la llevó, sea tradicionalmente identificado con el águila. La mención al refugio en el desierto (Éfeso no está en el desierto) es también una alusión a cuando el Niño corrió peligro al nacer y San José se los llevó a Egipto para ponerlos a salvo. En esta escena del Apocalipsis se funden varias escenas de la vida de Jesús (y de María): parto en Belén, matanza de los Santos Inocentes, huida a Egipto, muerte en la cruz, Ascensión, huida a Éfeso, matanza de los cristianos perseguidos. Y todo ello mezclado con la simbología del Génesis.


Se podría escribir un libro entero sobre este capítulo del Apocalipsis, pero no es ese el objetivo aquí, sino sólo reflejar cómo San Juan nos habla de su visión de María. Aun así conviene comentar brevemente la interpretación que se ha dado a esta Mujer del Apocalipsis. La mayoría de los teólogos protestantes y algunos católicos afirman que esa Mujer no es María, sino que simboliza a la Iglesia.


Es posible que sí simbolice la Iglesia, pero eso no quita lo evidente, que es María. En la Biblia, y más aún en el Apocalipsis, nos encontramos a menudo con diferentes capas de interpretación. Los tres protagonistas de esta escena son personajes bíblicos individuales y al mismo tiempo son también símbolos de tres colectivos, sin que un valor anule o disminuya el otro. El dragón (o serpiente) es descrito con siete coronas, símbolo del poder humano, de los gobernantes, así que además de ser el mismo Satanás que en la Caída venció y ahora al final de los tiempos será derrotado, también representa a los poderes corruptos de este mundo (gobiernos, dirigentes, poderosos), como veremos más claramente en los capítulos siguientes. El niño, que es Jesús, también es aquí símbolo de los cristianos perseguidos por esos dirigentes perversos, por eso su Ascensión al cielo simboliza a los mártires, que muertos en la persecución van al cielo y escapan de las garras del dragón, y al final se nos habla de que el dragón se dedica a perseguir “al resto”, a los otros cristianos que aún siguen en la tierra. Y la Mujer es María, la que da a luz al Mesías, pero al mismo tiempo simboliza a la Iglesia. Si las otras dos figuras son individuos pero también simbolizan algo más amplio, es de esperar que la Mujer sea también un individuo que simboliza algo más amplio.


Personaje Identidad Símbolo


El Dragón/Serpiente Satanás Dirigentes malvados


El Niño Jesús Los mártires


La Mujer María La Iglesia



En esta escena del capítulo 12 aparece también San Miguel, los demonios, los ángeles, los mártires y los discípulos de Jesús. Todos ellos son también seres concretos e individuales, al igual que Satanás y Jesús. Así que no tiene mucho sentido pensar que todos los personajes de este capítulo son personajes reales (independientemente de que además puedan simbolizar algo) excepto la Mujer que da a luz al Mesías.


Según el funcionamiento de los símbolos del Apocalipsis es más que probable que tengamos esta doble capa de interpretación, pero de todas formas la identificación de María con la Iglesia no está, en nuestra opinión, demasiado clara por varios motivos. Primero porque más adelante tendremos otra escena, las Bodas del Cordero (Apocalipsis 19:7-8), en donde Jesús, en forma de Cordero, se casa con su novia, mujer vestida de blanco que representa a la Iglesia. Quienes dicen que esa mujer de blanco es la misma Mujer coronada de estrellas del Portento, no tienen que estar necesariamente equivocados, pues todo el libro es muy simbólico, pero narrativamente queda cuando menos chocante que por muy simbólico que sea este libro, se utilice un personaje (la Mujer) para representar a la madre del Mesías, y poco después esa misma mujer haga el papel de esposa del Mesías. Puestos a buscar símbolos, no había ninguna necesidad de repetir a la misma mujer en dos papeles tan incompatibles. Recuerda todo demasiado al pagano Edipo casándose con su madre.


Otro motivo que desaconseja pensar que esta mujer es la Iglesia es que el Apocalipsis la coloca vestida de sol y encima de la luna ¿Por qué encima de la luna? En la antigüedad se consideraba que este mundo estaba lleno de defectos, pero los astros eran perfectos, sin mancha ni mutación alguna. La luna marcaba justo la frontera entre el imperfecto ámbito de la tierra y el perfecto ámbito celeste porque aunque era un astro tenía manchas y era mutable (cambia de fases). De la luna para abajo (luna incluida) las cosas era el reino de la imperfección, de la luna para arriba era el reino de la perfección. Si la Mujer del Apocalipsis está encima de la luna quiere decir que era perfecta, al menos en el sentido de que no tenía mancha (inmaculada). El sol que la viste es la gracia de Dios que la llena (Lucas 1:28). Eso encaja con María como la Nueva Eva inmaculada, pero no encaja con una Iglesia que siempre se ha considerado pecadora.


Sólo la Iglesia triunfante es inmaculada, y aquí está la tercera pega, porque esa Iglesia está representada por el Niño (Jesús), no por la Mujer, que es su madre. El Dragón ataca al Niño pero éste es puesto a salvo en el cielo (lo cual representa a los mártires de la persecución, cuya alma queda fuera del alcance del diablo). Después ataca a María, y como no puede herir a ninguno de los dos al final “se fue a luchar contra el resto de su descendencia, contra los que obedecen los mandamientos de Dios y poseen el testimonio de Jesús”. Aquí tenemos de nuevo referencias claras al Génesis. Allí cuando Dios maldijo a la serpiente (el Dragón) le dijo, como ya vimos antes:


“Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo. Él te herirá la cabeza y tú le herirás el talón.”


(Génesis 3:15)



Lo que vemos en el Apocalipsis, y en particular en la escena del Portento es el cumplimiento de esta profecía. Juan nos explica que el Dragón es la serpiente del Génesis, y a María una vez más la llama Mujer, como la Eva inmaculada de antes de la Caída. En esta recapitulación no aparece el tercer protagonista, Adán, pero sí aparece el Nuevo Adán en forma de ese linaje o descendencia de María, el Niño. En Génesis Dios le dijo a la serpiente que el linaje de Eva la heriría en la cabeza y ella lo heriría en el talón. Parece que ambas partes van a luchar y hacerse daño, pero la victoria final es para el linaje de Eva, pues herir en el talón hace daño, pero aplastar la cabeza es mortal (el verbo que se usa en hebreo en ambos casos sería más exactamente “golpear”). El linaje de Eva, y volvemos con los niveles de interpretación múltiples, son por un lado la raza humana en general (todos descendientes de Eva) y por otro lado Jesús en concreto. Si María es la Nueva Eva, en ella se cumple la profecía de la primera Eva, así que podemos ver que efectivamente el linaje de María, o sea, Jesús, fue el que aplastó la cabeza de la serpiente, es decir, quien venció a Satanás, el que destruyó al mal.


Que el linaje de Eva es la raza humana entera es obvio, y el Génesis lo hace explícito cuando la llama “madre de todos los vivientes” (Génesis 3:20). Pero también se consideraba, sin excluir lo anterior, que cuando la profecía habla de que el linaje de Eva mataría a la serpiente, ese linaje de Eva se refiere en concreto al Mesías, y así lo vemos en escritos antiguos como estos:


Se encogerán de dolor cuando vean al Hijo del Hombre sentado en el trono de su gloria… Porque el linaje de la madre de los vivientes estaba oculto desde el principio.


(1 Enoch 62:5-7)

Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tus hijos y sus hijos… Para sus hijos, sin embargo, habrá remedio, pero para ti, oh serpiente, no habrá remedio alguno, pues ellos hallarán la calma en el final, en el día del Mesías Rey.


(Targum Neofiti, comentario judío sobre Génesis 3:15)


En cuanto a la serpiente hiriendo el talón, si consideramos al linaje de Eva como los seres humanos, se refiere al daño que el pecado hace en todos. Si consideramos al linaje de la Nueva Eva, Jesús, el daño de la serpiente fue causar su crucifixión. Pero falta un tercer nivel que en el Apocalipsis es fundamental, pues lo que se está narrando con estas escenas es la persecución que la Iglesia sufrirá en el fin de los tiempos, así que el daño que el diablo causará en el talón de la descendencia de la Nueva Eva (que también es madre de la Iglesia) se refiere a la persecución de los cristianos (varias escenas más tarde será cuando Jesús aplaste la cabeza de la serpiente arrojándola al mar de fuego). Que ese linaje de la Mujer se refiere a la Iglesia se ve más claro por lo ya dicho de que parte de ese linaje (los mártires) suben al cielo y “el resto” sigue en la tierra y se convierten en el objetivo de los ataques del dragón. Por lo tanto, si la Mujer es María y su descendencia (linaje) es por un lado el Niño (Jesús = los mártires = la Iglesia triunfante) y por otro lado el resto (los cristianos de la tierra = la Iglesia militante), entonces no puede ser la Mujer la que simbolice la Iglesia, sino que es el linaje de la Mujer quien sería la Iglesia. Además, la Mujer da a luz al Niño, que es Jesús; si representase a la Iglesia no tendría sentido esta imagen de parir al Mesías, pues es al revés, es el Mesías quien funda a la Iglesia.


María en esta escena se muestra como Inmaculada (en cuanto a que aparece como Nueva Eva), Reina del Cielo (puesto que aparece coronada y cósmica), y madre de la Iglesia y de todos los creyentes (puesto que su descendencia, sus hijos, son por un lado Jesús y por otro lado todos los cristianos). Por lo tanto el nivel superior de interpretación de la Mujer no sería un colectivo, sino una maternidad que englobaría a un colectivo. Podríamos representarlo así:


Personaje Función Individuo Símbolo de…


El Dragón El Mal Satanás Dirigentes malvados


El Niño El linaje de Eva Jesús Los mártires


La Mujer La Inmaculada Eva / La Madre de Jesús María Madre de la Iglesia y Madre de los cristianos


Interpretar aquí a la Mujer como un símbolo de la Iglesia no disminuiría ni estorba la interpretación obvia de que también está representando a María, pero esta otra interpretación parece que tiene mucha más lógica.


CONCLUSIÓN



Todo esto nos sirve para ver que incluso si sólo tuviéramos los escritos de San Juan, bastan para que un judío del siglo primero se dé cuenta de que María no es una mujer ordinaria, sino que tiene un papel muy principal sólo superada por el mismísimo Jesús. Además de colaboradora en la salvación que nos trajo Cristo, Jesús nos la presenta como madre de los creyentes y de la Iglesia. Su naturaleza de Nueva Eva también nos la presenta como inmaculada, pues entre otras cosas en la Biblia los typos (bocetos) del Antiguo Testamento son siempre inferiores a los personajes que representan su plena realización, y así como José o Jonás o Moisés o David son inferiores a Jesús, y como Elías es inferior a Juan Bautista (según el propio Jesús declaró en Mateo 11:9,11), igualmente Eva es inferior a María, y si Eva era la única mujer que había nacido sin pecado, María no sólo la igualó en ello sino que la superó, pues como nos señala el Apocalipsis, la serpiente que consiguió que Eva cayera no logró que María sucumbiera a sus ataques. Así lo reconoce el Catecismo de la Iglesia Católica, que cuando habla de María como Inmaculada nos recuerda que esta creencia hunde sus raíces en el concepto primitivo de la Nueva Eva, un concepto que fue defendido por toda la cristiandad primitiva, por padres de oriente y occidente, de Asia y África, y que encontramos en textos griegos, latinos y siríacos por igual, y ni una voz en contra, lo que demuestra hasta qué punto esta creencia tenía consenso en la cristiandad.


Y por último, para quienes por desconocimiento dicen que el dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado en 1854 por el Papa Pío IX, es otra innovación más sobre la Virgen, cerramos con una cita de San Efrén de Siria, en torno al año 350, que nos dice así:


“Tú solo, ¡Oh Jesús!, y tu Madre sois puros bajo todos los aspectos, y vuestra pureza supera la de cualquier otro, pues en Ti no hay mancha alguna, ni tampoco en tu Madre“


(Carmina Nisibena 27.8)




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