ORACIÓN EN REPARACIÓN DE LAS BLASFEMIAS.
Recemos por aquellos que no son capaces de seguir los pasos sangrientos del Divino Redentor.
No son pocas las ocasiones que llegan a nuestro oído palabras malsonantes, groserías algunas, impertinencias otras, sin faltar las blasfemias: esas vulgares expresiones que atentan contra la Honra y la Gloria de Dios, de Su Santa Madre y de los Santos.
En muchas casas, se menciona a Dios o a la Virgen sin respeto y lo peor, lo toman por moda y costumbre, sin darle mayor importancia.
La blasfemia es una carcoma que corroe las buenas costumbres, que atrapa al hombre en su negativa de reconocer a Dios como a Su Creador, al que están debidos todos los honores y tributos de nuestra existencia.
Era la blasfemia el salto y seña de los milicianos comunistas durante la Cruzada Española; muchos Mártires fueron torturados, mutilados y asesinados por negarse a blasfemar.
Sabían bien los enemigos de Dios que si conseguían arrancar una blasfemia de los labios de un católico, ese sería su primer logro antes de la apostasía, que por cierto, no hubo NI UNA, gracias a la fuerza que el Señor infundió en las almas de aquellos valientes católicos.
Si los Mártires, aun bajo amenaza de muerte se negaron a blasfemar
¿Cómo tú permites y toleras la blasfemia en tu entorno?
Es OBLIGACIÓN GRAVE de todo Católico defender el Santo Nombre de Dios, luchar por Su Gloria: corrige al que blasfeme, reprende y explica con claridad la gravedad del pecado, no te acobardes ni tengas respeto humano a la hora de luchar por la Verdad que es Cristo; si nosotros le negamos ante los hombres, Él nos negará ante Su Padre de los Cielos (Evangelio de San Mateo, cap. 10, vers. 33)
Pío XII nos invita a desplegar al viento
las banderas de Nuestro Rey.
No hay necesidad más urgente que la de dar a conocer las inconmensurables riquezas de Cristo a los hombres de nuestra época. No hay empresa más noble que la de levantar y desplegar al viento las banderas de Nuestro Rey ante aquellos que han seguido banderas falaces y la de reconquistar para la cruz victoriosa a los que de ella, por desgracia, se han separado.
¿Quién, a la vista de una tan gran multitud de hermanos que, cegados por el error, enredados por las pasiones, desviados por los prejuicios, se han alejado de la Verdadera Fe en Dios y del salvador Mensaje de Jesucristo; quién, decimos, no arderá en caridad y dejará de prestar gustosamente su ayuda?
Todo el que pertenece a la Milicia de Cristo, sea clérigo o seglar, ¿por qué no ha de sentirse excitado a una mayor vigilancia, a una defensa más enérgica de nuestra causa viendo como ve crecer temerosamente sin cesar la turba de los enemigos de Cristo y viendo a los pregoneros de una doctrina engañosa que, de la misma manera que niegan la eficacia y la saludable verdad de la Fe Cristiana o impiden que esta se lleve a la práctica, parecen romper con impiedad suma las tablas de los Mandamientos de Dios, para sustituirlas con otras normas de las que están desterrados los principios morales de la revelación del Sinaí y el divino espíritu que ha brotado del Sermón de la Montaña y de la Cruz de Cristo?
Todos, sin duda, saben muy bien, no sin hondo dolor, que los gérmenes de estos errores producen una trágica cosecha en aquellos que, si bien en los días de calma y seguridad se confesaban seguidores de Cristo, sin embargo, cuando es necesario resistir con energía, luchar, padecer y soportar persecuciones ocultas y abiertas, cristianos sólo de nombre, se muestran vacilantes, débiles, impotentes, y, rechazando los sacrificios que la profesión de su Religión implica, no son capaces de seguir los pasos sangrientos del Divino Redentor.
Papa Pío XII, Encíclica "Summi Pontificatus",
20 de octubre de 1939
ORACIÓN EN REPARACIÓN
DE LAS BLASFEMIAS.
¡Oh, Augustísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que aun siendo infinitamente feliz en Ti y por Ti por toda la eternidad, te dignas aceptar benignamente el homenaje que de toda la Creación se alza hasta tu trono excelso!
Entorna tus ojos, te rogamos, y cierra tus oídos divinos ante aquellos desventurados que, o cegados por la pasión o arrastrados por un impulso diabólico, blasfeman inicuamente contra tu nombre y los de la Purísima Virgen María y los santos.
Detén, ¡oh, Señor!, el brazo de tu justicia, que podría reducir a la nada a quienes se atreven a hacerse reos de tanta impiedad.
Acepta el himno de gloria que incesantemente se eleva desde toda la naturaleza: desde el agua de la fuente que corre limpia y silenciosa, hasta los astros que brillan y recorren una órbita inmensa, en lo alto de los cielos, movidos por tu Amor.
Acepta en reparación el coro de alabanzas que, como el incienso ante el altar, surge de tantas almas santas que caminan, sin desviarse jamás, por los senderos de tu ley, y con asiduas obras de caridad y penitencia intentan aplacar tu justicia ofendida.
Escucha el canto de tantos espíritus elegidos que consagran su vida a celebrar tu gloria, y la alabanza perenne que a todas horas y en todo lugar te ofrece la Iglesia.
Y haz que un día, convertidos a Ti los corazones blasfemos, todas las lenguas y todos los labios entonen concordes en este tierra aquel canto que resuena sin cesar en los coros de los ángeles: Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios de los Ejércitos. Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria. Amén.
(Bendecida con 1000 días de indulgencia)
Prácticas de piedad. . .