jueves, 26 de febrero de 2009
Eucaristía.
(Gr. eucharistia, thanksgiving).(Del griego eucharistia, acción de gracias)
Es el nombre que se da al Santo Sacramento del Altar, que recoge su doble aspecto de sacramento y sacrificio de la misa, y en el cual Jesucristo está realmente presente bajo apariencia de pan y vino. Se emplean otros títulos, como "Cena del Señor" (Caena Domini), "Mesa del Señor" (Mensa Domini), "Cuerpo del Señor"(Corpus Domini) y "Santísimo" (Sanctissimum), a los cuales se puede añadir las siguientes expresiones con su significado original algo alterado: "Agape" (fiesta del amor), "Eulogia" (bendición), "fracción del pan", "Synaxis" (asamblea), etc.; pero el antiguo título de "Eucaristía", que aparece en autores tan tempranos como Ignacio, Justino e Ireneo, ha tomado precedencia en la terminología de la Iglesia y sus teólogos. La expresión "Santo Sacrificio del Altar", introducida por Agustín, se encuentra hoy en día reducida al ámbito popular y catequético. Esta extensa nomenclatura, que describe este gran misterio desde tantos puntos de vista diferentes es, en sí misma, prueba suficiente de la posición central de la Eucaristía desde las primeras épocas, tanto en el culto divino y los servicios de la Iglesia como en la vida de fe y devoción de sus miembros.
La Iglesia honra a la Eucarisía como uno de sus más elevados misterios, ya que por su majestad e incomprensibilidad acompaña a los misterios de la Trinidad y la Encarnación. Estos tres misterios constituyen una triada maravillosa, que hace lucir a la característica esencial del cristianismo como religión de misterios que trascienden con mucho las capacidades de la razón, con todo su esplendor, y eleva al catolicismo, el más fiel guardián y custodio de nuestra herencia cristiana, muy por encima de todas las religiones paganas y no cristianas.
La conexión orgánica de esta triada misteriosa se aprecia claramente, si consideramos la divina gracia bajo su aspecto de comunicación personal de Dios. Así, en el seno de la Trinidad beatísima, Dios Padre, por virtud de la generación eterna, comunica su naturaleza divina a Dios Hijo, "el único Hijo que está en el seno del Padre" (Juan i, 18),mientras que el Hijo de Dios, en virtud de la unión hipostática, comunica a su vez la naturaleza divina recibida del Padre a su naturaleza humana formada en el vientre de la Virgen María (Juan i, 18), para que así, como Dios y Hombre, escondido en las especies eucarísticas, pueda entregarse a su Iglesia, quien, como tierna madre, cuida místicamente en su seno este su mayor tesoro, y a diario lo expone a sus hijos como alimento espiritual para sus almas. Así, Trinidad, Encarnación y Eucaristía están unidas como una cadena preciosa, que de manera prodigiosa une el cielo y la tierra, a Dios con el hombre, ligándoles de la manera más íntima, y manteniendo esa unión.
Por el hecho de que el misterio eucarístico trasciende toda razón, ningún teólogo católico puede aventurar una explicación racional, basada en hipótesis meramente naturales, ni tratar de abarcar una de las más sublimes verdades de la religión cristiana como la conclusión espontánea de un proceso lógico.
La ciencia moderna de las religiones comparadas intenta descubrir, en la medida de lo posible, "paralelismos histórico-religiosos" en las religiones paganas, que se correspondan con los elementos teoréticos y prácticos del cristianismo, y así dar una explicación natural a éste por medio de las primeras. Incluso cuando se pueda apreciar una analogía entre el banquete eucarístico y el nectar y la ambrosía de los dioses de la antigua Grecia, o el haoma de los iraníes, o el soma de los hindúes, hay que ser muy cuidadososo de no tratar una mera analogía como un paralelismo estrictamente dicho, ya que la Eucaristía cristiana nada tiene en común con esas comidas paganas, cuyos orígenes hay que buscalos en el culto idólatra y a la naturaleza. Lo que descubrimos particularmente es una nueva demostración de la razonabilidad de la religión católica, a partir de la circunstancia de que Jesucristo, de modo prodigiosamente condescendiente, responde al apetito natural del corazón humano con un alimento que alimenta para la inmortalidad, un apetito expresado en muchas religiones paganas, entregando su humanidad, su propia carne y sangre. El cristianismo ha adoptado todo lo que es bello, todo lo que es verdadero de las religiones naturales, y como un espejo cóncavo ha reunido los resquicios de verdad dispersos y con frecuencia no distorsionados en su foco común, para reflejarlos de nuevo ya resplandecientes en un rayos de luz perfecta.
Sólo la Iglesia, pilar y fundamento de la verdad, penetrada y dirigida por el Espíritu santo, garantiza a sus hijos a través de su magisterio infalible la divina revelación plena e inalterada. En consecuencia, la primera obligación de los católicos es afirmar lo que la Iglesia propone como la "norma próxima de fe" (regula fidei proxima), que, en referencia a la Eucaristía, se trató de manera particularmente clara y detallada en las sesiones XIII, XXI y XXII del Concilio de Trento. La quintaesencia de estas decisiones doctrinales reside en que en la Eucaristía el cuerpo y la sangre del Dios hecho hombre están verdadera, real y sustancialmente presentes para alimento de nuestras almas, en virtud de la transubstanciación del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y en este cambio de sustancias también se contiente el Sacrificio incruento de la Nueva Alianza. Estas tres verdades principales - Sacrificio, Sacramento y Presencia real - se explican con más detalle en los artículos siguientes:
El sacrificio de la Misa
La Eucaristía como Sacramento
La presencia real de Jesucristo en la Eucaristía
J. POHLE
Transcrito por Charles Sweeney, SJ
Traducido por Javier Olabe
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