LA DEVOCIÓN DE LOS SIETE DOMINGOS AL GLORIOSO SAN JOSÉ
Por encima de los Mártires y de las Vírgenes, más encumbrado que los Patriarcas y los Profetas, y aún más elevado que los Apóstoles y los Ángeles, está el trono de gloria de San José. Así como en la tierra no hubo nadie, después de la Santísima Virgen, más próximo a Jesús que San José, así tampoco, después de la de María, no hay en el Cielo gloria más resplandeciente que la del Santo Patriarca. En proporción con esta gloria tan excelsa está su intercesión tan poderosa. Jesús, que en la tierra le rendía obediencia y respeto como a padre adoptivo, concede plenamente en el Cielo todo lo que San José le pide.
Enseña Santo Tomás de Aquino que al Santísimo José le está concedido el socorrer en toda necesidad y negocio, el defender, favorecer y tratar con paternal afecto a todos los que acuden a él. Parece que algunos Santos han recibido de Dios la gracia de socorrer en una necesidad particular; según Santa Teresa, el Patriarca San José tiene la capacidad de ayudar en cualquier causa, por grave que sea.
Ser devoto de San José implica imitar sus virtudes: la conformidad con la Voluntad de Dios, la humildad, el recogimiento, la castidad, la oración. Tratar de buscar su auxilio sin ofrecer nada a cambio, mal asunto será, pues el Señor nos otorga las gracias necesarias siempre que pidamos con insistencia y tratemos de reformar nuestra vida.
LOS SIETE DOMINGOS DE SAN JOSÉ.
Es una piadosa y muy antigua práctica de piedad católica que se cree surgió en los albores del siglo XVI y desde entonces se viene realizando por los más devotos del Santo Patriarca, muchas veces se realiza los siete Domingos previos a la Festividad de San José, donde iremos recordando los principales Dolores y Gozos del Patriarca mientras vivió entre nosotros.
Este año, el Primer Domingo de San José será el próximo 3 de Febrero. No desaproveches la ocasión, para unirte a nosotros en esta plegaria al Padre Adoptivo de Cristo; esta súplica será hecha al unísono por miles de católicos en todas partes del mundo.Trae contigo esa preocupación, el proyecto que tienes en mente, la enfermedad que te resta alegría... ofrécete confiado al Patriarca de la Sagrada Familia, como lo hizo el Niño Jesús cada vez que alzaba sus bracitos en busca de la protección y el cariño de Su Padre San José.
Si estás desconfiado, porque crees que nada puedes lograr con estas devociones, con cariño te desafío a que intentes hacer esta Devoción, con mi palabra de que nada malo te aportará; deja a un lado tus pensamientos y compañías mundanas y trata de buscar refugio en Aquél que más te ama.
Para ir derechos a Jesús, te he explicado muchas veces que lo hagas a través de Su Madre, que es también la nuestra, pero a partir de hoy, no olvides a San José, Esposo virginal de María... sólo la Piedad, el verdadero Amor por Jesús, por Santa María y por San José, pueden dar paz y confianza a tu alma. La Devoción que te propongo tan sólo será una vez por semana, no te restará mucho tiempo, puedes hacerla a lo largo del Domingo y sus beneficios espirituales son grandes, si de veras la realizas con un poco de amor.
Reza conmigo los SIETE DOMINGOS DE SAN JOSÉ y ayúdame a extender esta invitación, para que otras muchas almas se beneficien de su ayuda e intercesión. El Glorioso San José sabrá recompensar tu apostolado.
INDULGENCIAS QUE PODEMOS GANAR
cuando practicamos LOS SIETE DOMINGOS DE SAN JOSÉ
El Papa Gregorio XVI concedió 300 días en cada uno de los seis primeros Domingos; indulgencia plenaria en el séptimo, confesando y comulgando (22 de Enero de 1836)
El Papa Pío IX concedió una indulgencia plenaria para cada uno de los siete domingos de San José, si se observan las condiciones de Confesión, Comunión y visita en cualquier templo, rogando por las necesidades de la Santa Iglesia (1 de Febrero de 1847)
Se pueden rezar también en cualquier época del año, pero, han de ser siete Domingos seguidos, sin interrupción y que en cada Domingo se recen TODOS los Dolores y Gozos de San José; y quien esté impedido a leer, debe rezar siete veces el Padrenuestro, el Avemaría y el Gloria.
Las indulgencias son aplicables a las Benditas Almas retenidas en el Purgatorio.
Prácticas de piedad y Devocionario Católico
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INVOCACIÓN A SAN JOSÉ
¡San José, guardián de Jesús y casto esposo de María, tu empleaste toda tu vida en el perfecto cumplimiento
de tu deber. Tu mantuviste a la Sagrada Familia de Nazaret con el trabajo de tus manos. Protege
bondadosamente a los que se vuelven confiadamente a ti. Tu conoces sus aspiraciones y sus esperanzas.
Ellos se dirigen a ti porque saben que tu los comprendes y proteges. Tu también supiste de pruebas,
cansancio y trabajo. Pero, aun dentro de las preocupaciones materiales de la vida, tu alma estaba llena de
profunda paz y cantó llena de verdadera alegría debido al íntimo trato que gozaste con el Hijo de Dios que te
fue confiado a ti a la vez a María, su tierna Madre. Amén.
San José dice:
1. Dolor y Gozo:
Hijos míos: La Santísima Virgen María fue siempre la alegría para mi pobre corazón porque
encontraba en ella el modelo perfecto de santidad. Todo lo que pasaba por sus virginales manos
quedaba impregnado del aroma de su pureza; por donde pasaba dejaba rastro de su candorosa
presencia, presencia que dejaba atónitos a los Santos Ángeles, presencia que extasiaba la
naturaleza entera ante su singular belleza.
Dios se excedió en bondad para conmigo al cruzarla en
mi camino, camino embellecido de rosas finas, camino suave y ligero porque lo más preciado del
Padre Eterno estaba a mi lado: la mujer vestida de sol me irradiaba con su luz esplendorosa. Luz
que por un momento empezó a opacarse porque no comprendía el Gran Misterio de la Anunciación.
Misterio que hizo del vientre de María: Tabernáculo vivo del Amor Divino, misterio que no afectó en
nada la pureza de mi virginal esposa, misterio que me conllevó a la duda y a la angustia porque me
sentía indigno de ser el esposo de la Madre de Dios.
No comprendía que un humilde carpintero formara parte de uno de los designios Divinos. Designios
que abrieron mi entendimiento humano, designios que corrieron las cortinas de mis ojos para ver
más allá, designios que alcancé a comprender desde el mismo instante que un Ángel me reconforta
en un sueño, me insta a no temer, a no repudiar a María, a servirle con caridad, a protegerla a ella y
al Niño que llevaba en su vientre. Niño que también sería mi hijo. Hijo que le amaría con el amor más
tierno de padre. Hijo que le adoraría como al Dios: Uno y Trino. Hijo que engalanaría mi taller con su
presencia celestial. Hijo que acompañaría por un período de treinta años. Hijo que dejaría huellas
indelebles en mi alma; su recuerdo permanecería en mí por años sin término. Hijo que me llevaría a
los Cielos para desde allí glorificarle y alabarle.
Hijos amados: os llamo a no vacilar ante los Misterios de Dios; acogedlos con amor en vuestro
corazón; abandonaos por entero a su Divina Voluntad para que os ganéis una de las moradas en el
Cielo. Pedidle a María que estampe en la profundidad de vuestro ser su Fiat, de tal modo que seáis
dóciles a las inspiraciones del Espíritu Santo.
2. Dolor y Gozo:
Hijos amados: estaba anunciado por los profetas que Jesús nacería en Belén. Dios se valió del
Emperador Augusto para dar cumplimiento a la profecía, por eso marché con mi esposa para
empadronarnos, a inscribirnos en la ciudad de David, ciudad que le cerraría las puertas al Hijo de
Dios; ciudad que no tenía espacio para albergar al que todo lo puede. Ciudad desentendida del Gran
Misterio que estaba a punto de nacer. Ciudad desprotegida que desplazó al Santo Dios, Santo
Fuerte y Santo Inmortal. Ciudad que arrinconó en un establo al Mesías Dios esperado. Ciudad que
produjo en mi corazón un gran dolor porque el Verbo de Dios encarnado era excluido. Ciudad que
envió al Rey de reyes y Señor de señores al escampado, a la intemperie.
Hijos amados: mi corazón sollozaba porque no encontraba sitio para hospedar a la Madre de Dios.
Madre que no midió consecuencias con su Fiat. Madre que venció falsas leyes y criterios humanos.
Madre que no se dejó amilanar ante las adversidades. Madre que siempre supo confiar en Dios.
Madre que no se desesperó ante las negativas de los hospederos. Madre que no le importó dirigirse
a un establo para el alumbramiento de su Hijo; establo cómplice del Amor Santo y Divino. Establo
que dio abrigo y cobijó al recién nacido, al Hijo de Dios. Establo que evidenció el más hermoso de
los espectáculos celestiales. Establo que fue visitado por los Ángeles del Cielo, Ángeles que
descendieron a adorarle. Establo que se convirtió en una pequeña porción del Cielo en la tierra.
Porción a la que llegaron tres reyes de oriente a ofrendarle: incienso, mirra y oro.
El gran dolor que llevaba en mi corazón se convirtió en un gran gozo. Gozo porque el Cielo fue
tapizado con multitud de estrellas, gozo porque los Santos Ángeles entonaron los más bellos cantos,
gozo porque ya no estábamos solos: mirandalas y mirandalas de seres angelicales llegaban hacia el Niño
Jesús a alabarle y glorificarle porque Dios se había hecho hombre.
Hijos amados: id vosotros al establo de los Sagrarios que allí también se encuentra el recién nacido;
ofrendadle el incienso de vuestra oración, la mirra de vuestros sacrificios y el oro de vuestra
conversión perfecta; anonadaos frente a su presencia y desbocaos en mimos para con Él.
3. Dolor y Gozo:
Carísimos hijos: a los ocho días del nacimiento del Niño
Jesús, dando cumplimiento a la ley de Moisés, circuncidé al recién nacido. Mi corazón naufragó en el
dolor porque por fidelidad a los mandatos Divinos tuve que cortar un pedazo de carne al Divino Niño.
Niño que derramó por primera vez su Sangre Preciosa. Niño que lloró desconsoladamente ante su
primer sufrimiento. Niño que sería holocausto de Amor Divino para toda la humanidad. Niño que
llevaría sobre sus delicados hombros un gran peso: la salvación de los hombres. Niño que a medida
que iba creciendo: crecía en gracia y en sabiduría. Niño que en el momento de la circuncisión
cercenó mi corazón; sus lágrimas purificaban, aún más, mi alma, su llanto retumbaba en mis oídos,
sus gemidos quebrantaban mi espíritu, su impotencia me llevó a amarle con frenesí, a adorar su
Sangre Preciosa, Sangre que lavaría al mundo de todo pecado, Sangre que purificaría la tierra
entera de toda iniquidad, Sangre que blanquearía cada corazón como copo de nieve, Sangre que
embriagaría a toda creatura en deseos de santidad, Sangre que arrebataría a todos sus hijos hacia
el Cielo.
El Inmaculado Corazón de María fue traspasado por una espada de dolor, sus lágrimas fueron
bálsamo sanador para el Niño Jesús, su regazo maternal alivianó su sufrimiento, sus besos
cicatrizaron la herida de su circuncisión, herida que manaba una fragancia de nardo purísimo de
celestial perfume, perfume que seduciría a muchos para seguirle, perfume que eclipsaría de amor a
la mayoría de los hombres, perfume que arrasaría con el olor putrefacto del pecado.
Después de este dolor desgarrador mi corazón se inundó de gozo; gozo al escuchar el dulcísimo
Nombre de Jesús. Nombre que perduraría por años sin fin. Nombre al que toda rodilla se doblaría.
Nombre que haría eco en el corazón de los hombres humildes, sencillos. Nombre que atraería a
muchísimas almas a seguirle. Nombre que sería dulce miel y encanto para las almas vírgenes.
Nombre que os llamaría a vosotros para haceros sus mensajeros y sus heraldos.
Carísimos hijos: vivid en plenitud las Santas Leyes de Dios. Sed sumamente celosos en el
cumplimiento de sus preceptos porque en la obediencia se halla la santidad.
4. Dolor y Gozo:
Hijos amantísimos: pasados cuarenta días desde el nacimiento de Jesús fuimos al templo para
ofrecerlo a Dios, como manda la ley.
Un cortejo de Santos Ángeles nos acompañaban porque llevábamos en nuestros brazos al Hijo de
Dios, al Rey de reyes, al Señor de señores. El Cielo quedaba estupefacto ante tan hermosísima
procesión, la naturaleza entera se inclinaba para rendirle sentidos homenajes de adoración;
homenajes porque el Mesías, el Dios esperado se encontraba en el pórtico del templo presto para su
ofrecimiento; homenajes en los que la profetiza Ana y el anciano Simeón quedaron extasiados de
Amor Divino ante su presencia; presencia que los llevó a la más profunda oración contemplativa
porque al fin después de mucho esperar pudieron admirar la grandeza de Dios, pudieron apreciar a
Jesús el hijo de una humilde aldeana y de un sencillo carpintero.
Un dolor agudo se clavó en mi corazón al escuchar las palabras del anciano Simeón; palabras que
aducían que este Niño estaba destinado para ruina y resurrección de muchos en Israel; palabras que
aducían que sería el blanco de contradicción de los hombres y que una espada atravesaría el
Inmaculado Corazón de María junto con su alma.
Este inmenso dolor se mezcló con un gran gozo, gozo de saber que así sería redimido el mundo;
gozo de conocer, por anticipado, la misión del Emmanuel, Dios con nosotros; gozo de comprender
con mayor claridad el gran misterio que veían mis ojos; gozo de entender que a través de Jesús de
Nazaret la humanidad entera sería salva; gozo de poderle amar con amor de padre y de poderle
adorar como al Dios Uno y Trino.
Hijos amantísimos: venid también vosotros al templo y ofrecedle a Dios un par de tórtolas, las
tórtolas de vuestros sacrificios, las tórtolas de vuestra consagración al Señor, consagración que os
llevará a repudiar las cosas del mundo y apreciar las del Cielo. Consagración que os moverá a la
consecución de la santidad. Consagración que os conducirá a caminar por los senderos y atajos que
os llevan al Cielo. Consagración que os motivará a permanecer en el templo de Dios esperando su
segunda venida.
5. Dolor y Gozo:
Amados hijos: a los pocos días de la purificación, un Ángel venido de parte de Dios, me previno en
un sueño, pues Herodes buscaba al Niño para quitarle la vida.
Herodes, que fue creado por las manos del Altísimo, quería aniquilar al Dador de la vida.
Herodes, hombre finito, se enfrentaba con el Dios infinito.
Herodes, creatura de perverso corazón, quería
interponerse en los planes Divinos, planes que cambiarían la historia, planes que llevarían a la
humanidad por otros rumbos, planes que darían libertad al hombre subyugado y oprimido, planes
que derrumbarían imperios y castillos porque lo construido por las manos del hombre perecerá.
Amados hijos: El dolor que sentí en mi corazón al tomar al Niño Jesús en mis brazos y huir para
Egipto en compañía de María fue abrupto, porque nos enfrentábamos al peligro de la noche, noche
lúgubre, tenebrosa, nos enfrentábamos a un largo camino; camino escarpado, apesadumbrado,
fatigoso.
Algunas vicisitudes pasamos durante el viaje pero la mirada de Dios siempre estuvo puesta sobre
nosotros, algunos de sus Ángeles nos acompañaron durante el éxodo. Ángeles que nos servían y
nos anunciaban de posibles caídas. Ángeles que a medida que íbamos acercándonos a Egipto
custodiaban y protegían al Hijo de Dios. Ángeles que me dieron una fuerza sobrenatural para ser el
centinela de Jesús, mi Señor, y de María la Madre de Dios.
El dolor que llevaba en la profundidad de mi ser fue suavizado, menguado porque comprendí que
Dios no nos había abandonado caminaba junto a nosotros.
Comprendí que, el que Todo lo puede, lo cargaba en mis brazos. Comprendí que el desierto no era
árido porque los Ríos de Agua Viva fluirían sobre la arena seca. Comprendí que a nada hay que
temer porque el invencible, el León de Judá estaría ahí para defendernos.
Amados hijos: id a donde el Señor os envíe. Andad ligeros de equipaje que Él os proveerá y os dará
todo, no pasaréis penurias, ni escasez, ni calor, ni frío porque Jesús ha de ser vuestro báculo,
vuestro sostén.
Obedecedle y haced por entero su Divina Voluntad. No tendréis pérdidas, Él os orientará, os
mostrará los caminos que os habrán de llevar al Cielo.
6. Dolor y Gozo:
Hijos de mi corazón: abrid vuestros oídos a mis palabras y contemplad cómo en sueños se me
aparece un Ángel y me dice: Toma a Jesús y a su Madre y vuelve a la tierra de Israel porque ya
están muertos los que le buscaban para quitarle la vida; vida que fue protegida por miradas de
Ángeles; vida que transcurrió normal por siete años mientras vivíamos en Egipto; vida que fue un
continuo aprendizaje para nosotros porque su sabiduría nos sorprendía a cada instante, vida modelo
de virtud para los demás niños de su misma edad, vida que hacía de lo cotidiano algo extraordinario,
vida que enriqueció nuestro hogar con su presencia porque era el Hijo de Dios el que la habitaba,
era el Hijo de Dios que perfumaba a nardo purísimo de celestial aroma cada espacio, cada rincón;
era el Hijo de Dios, lirio puro caído del Cielo, quien nos recreaba haciéndonos menos tedioso el
tener que vivir en tierra extranjera; tierra que tendríamos que abandonar por designios de Dios; tierra
que nos acogió y nos dio albergue, alimento; tierra que vio crecer al Niño Jesús en estatura y en
sabiduría; tierra
que nos dejaría recuerdos, añoranzas.
Hijos amados: no vaciléis en dar cumplimiento a la Divina Voluntad, así vuestro corazón gima de
dolor como el mío; dolor de tener que sufrir penurias, dificultades al caminar de regreso a Judea;
dolor al saber que Arquelao, hombre cruel como su padre era el rey de aquella comarca; dolor de
enfrentarme a una situación incierta, temerosa porque Jesús y María podrían sufrir grandes daños.
La misericordia de Dios es infinita y este dolor se cambió por un gran gozo: gozo cuando un Ángel
me ordenó que fuera a Nazaret y no temiera; gozo de sentirme custodiado, protegido, gozo de
entender que ha Jesús, mi hijo amado, nada le sucedería; gozo de obrar siempre de acuerdo al
Santo querer de Dios; querer que buscará siempre lo mejor para sus hijos; querer que moldea,
acrisola, purifica a sus creaturas.
Queridos hijos. No vayáis en contra de la corriente de Dios. Id, tras los susurros de su brisa suave,
no vayáis en oposición a su Divina Voluntad, caminad en pos de sus designios de amor; designios
que os harán sentir plenos, gozosos; designios que os harán acreedores de una de las moradas de
su Reino.
7. Dolor y Gozo:
Hijos carísimos: Después de la vuelta de Egipto, todos los años íbamos con Jesús a Jerusalén para
celebrar la solemnidad de la Pascua. Aconteció que cuando Jesús tenía doce años, fuimos según
nuestra costumbre y Él se quedó en Jerusalén sin darnos cuenta.
Su pérdida produjo en mi corazón un gran sufrimiento porque lo más amado no estaba a mi lado, mi
Señor y mi Dios. No estaba cercano, le sentía muy distante, la alegría y el brillo de mis ojos se
habían opacado por su ausencia; la paz que habitaba dentro de mí se había ido; ya no me producía
el gozo de antes porque, Jesús, la única motivación de mi existir se diluyó de mis manos, se me
esfumó, se evaporó como viento. Me sentía culpable de la desaparición de mi amado Jesús. Sentía
que había defraudado a Dios, que no había cumplido fielmente con la misión de custodiarlo, de
protegerlo; pensé que le había perdido para siempre.
Le buscamos entre parientes y conocidos y no encontrándolo volvimos a Jerusalén. Allí, le hallamos
al cabo de tres días de soledad y de abatimiento, le vimos sentado en medio de los doctores de la
ley; le vimos resplandecer por su elocuencia y sabiduría. Le vimos con su rostro sereno, apacible
porque estaba ocupado en los asuntos de su Padre. Asuntos que sólo Él entendía porque, aún, mi
pensamiento no comprendía la magnitud de este Misterio de Amor. Al verle, la paz y la alegría
tomaron asiento en mi corazón porque le había recuperado, el gran tesoro descendido del Cielo, lo
tenía nuevamente entre mis brazos sin quererle soltar; brazos que lo amaron como a hijo y lo
adoraron como a mi Dios.
Hijos queridos: qué gran dicha la de mi corazón al haber exhalado mi último suspiro en brazos de
Jesús y de María. Los dos delirios de mi vida, estaban allí en mi lecho de muerte allanando caminos
para mi partida. Los dos delirios de mi vida me tomaban entre sus brazos dando descanso a mi
cuerpo fatigado. Los dos delirios de mi vida oraban al Padre y preparaban el gran momento para mi
celestial encuentro con Él.
Haced de vuestras vidas ofrenda de amor al Padre. Padre que os tomará entre sus brazos y os
llevará al disfrute del
Cielo eterno.
ORACIÓN DEL PAPA LEÓN XIII.
A Vos, bienaventurado José, acudimos en nuestra tribulación, y después de implorar el auxilio de vuestra
Santísima Esposa, solicitamos también confiadamente vuestro patrocinio. Por aquella caridad que con la
Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, os tuvo unido y por el paterno amor con que abrazasteis al Niño
Jesús, humildemente os suplicamos que volváis benigno los ojos a la herencia que, con su sangre, adquirió
Jesucristo, y con vuestro poder y auxilio socorráis nuestras necesidades.
Proteged, oh providentísimo Custodio de la Divina Familia, la escogida descendencia de Jesucristo; apartad
de nosotros toda mancha de error y de corrupción; asistidnos propicio desde el cielo, fortísimo libertador
nuestro, en esta lucha con el poder de las tinieblas; y como en otro tiempo librasteis al Niño Jesús de
inminente peligro de la vida, así ahora defended la Iglesia santa de Dios de las asechanzas de sus enemigos
y de toda adversidad, y a cada uno de nosotros protegednos con perpetuo patrocinio para que a ejemplo
vuestro y sostenidos por vuestro auxilio, podamos santamente vivir, piadosamente morir, y alcanzar en los
cielos la eterna bienaventuranza. Amén.
Extractado del libro: María, Madre de la Iglesia. (Mensajes dados a Agustín del Divino Corazón, mensajero de los Sagrados Corazones Unidos y
Traspasados de Jesús y de María)
https://www.corazonessagrados.com/…/LossieteDomingosaSanJos…
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